jueves, 29 de enero de 2009

ESCORIA


Scum” (Alan Clarke, 1979) es una película hermosa.
Tiene esa armonía propia de las obras rodadas con determinación, habiendo preparado cuidadosamente cada encuadre, cada movimiento de cámara, por quien es capaz de modular las interpretaciones como si de una coreografía se tratase. No le sobra un plano, es elegante y precisa.
Scum” es una de las películas más brutales y subversivas de la historia del cine. “Scum” es difícilmente soportable en algunos momentos. ”Scum” es violenta, seca y aterradora. “Scum” es una obra maestra.
En las calles había en esos años una revolución punk; un movimiento musical y estético se dirá, pero que canalizó el descontento de otra generación sin presente ni futuro, con lo que la cara de Archer (Mick Ford, el desnortado paria que deberá encontrar su camino en “Les années lumière” de Alain Tanner, un par de años después) o la del “new daddy” Carlin deberían estar impresa en camisetas y sus frases deberían haber perdurado como eslóganes de una juventud rebelde.
Pero la película contiene demasiada verdad. Es más fácil adoptar como modelo al Alex de “Clockwork orange” de Kubrick, un film inmensamente popular pero inofensivo, el perfecto placebo.
La que es sin duda para mí la gran película carcelaria de todos los tiempos, a pesar de que ni siquiera se desarrolla en una cárcel sino en un reformatorio para chicos problemáticos, debería ser proyectada a todos aquellos que se dedican a la educación o su variante dura, la reeducación. Y a todos los que alguna vez han pensado en que castigar es el método para enseñar a quién parece que nunca quiso aprender.
Alan Clarke sortea todas las trampas posibles para elevar a “Scum” a un nivel irrespirable para casi todas las películas que alguna vez han intentado reflejar el sinsentido de la privación de aquellas cosas que nos hacen humanos: la libertad, el orgullo, la dignidad, la palabra… y lo hace precisamente dándole el valor preciso a los escasos y precarios momentos en que alguno de los chicos conquista un ápice de las mismas. Los mejores momentos de este film son aquellos en los que se aprecia el valor de poder tomarse el tiempo para responder una pregunta, decidir en qué creer y qué pensar, rebelarse ante los abusos.
Alan Clarke no se detiene en lirismos como Charles Burnett en “Killer of sheep” (1977), otra gran película hecha al margen de los circuitos comerciales, ni utiliza una clave en cierto sentido “metafórica” como la impresionante “Salò o le 120 giornate di Sodoma ” de Pasolini, su cine conecta más con el de Jean Eustache, Barbara Loden, Bill Douglas o el Fassbinder más directo y pudoroso. Sólo muestra.
Ni las más espeluznantes escenas son filmadas con afán de provocar una toma de partido por las víctimas, pero tampoco hay superioridad alguna por parte del director sobre lo que cuenta. Cómo y cuando se detiene el objetivo escrutador de la cámara, qué y por qué razón queda registrado cada acontecimiento: ése es el discurso del film y su razón de ser.
Está claro qué opina Alan Clarke. No hay más que ver la escena entre Archer y el funcionario o cómo éste le lee la carta a su compañero de celda, cómo otro de los guardas ignora la llamada de auxilio de Davis, cómo es contemplada impasiblemente su violación a través de los cristales del invernadero por el sádico Mr. Sands, cómo rueda la revuelta en el comedor (sublime travelling lateral recorriendo las mesas) o ese tremendo final con los chicos alineados en el patio.
Todavía iría más allá Clarke con “Elephant” en 1989. Suprime las palabras y en apenas media hora presenta un aquelarre de asesinatos cometidos en Irlanda del Norte; en cada caso la cámara sigue a un personaje sin que a priori sepamos si es la víctima o el asesino. Daría para un buen debate proyectarla en un programa doble con “Ecologia del delitto” (Mario Bava, 1971).

viernes, 23 de enero de 2009

MUR OTI VIVE!

Morir, dormir… tal vez soñar” debe ser la película más difícil de ver de la historia del cine español.
La persecución puede durar años y la recompensa llegar de la manera más rocambolesca. Yo la encontré en un Instituto de Secundaria gallego. Al parecer alguien la pudo grabar en un pase televisivo (único) de finales de los 70, cuando un aparato de VHS era tecnología punta y le donó su colección al centro.
La que fue en 1976 la última obra para el cine , no precisamente por voluntad propia, del antaño niño prodigio Manuel Mur Oti (el Orson Welles español lo llamaban con sorna los avispados que nunca advirtieron su talento) es desde luego un film único, sin apenas parecido con nada hecho en España… excepto con la obra de esos otros directores raros y “poco españoles” que tienen tendencia a respetar idiomas originales cuando ruedan y hacen cine “como si fueran extranjeros”: Gonzalo Suárez, Antonio Drove y José Luis Borau.
Es una película fantasmal, con olor a muerte, circular y con un gran anclaje en el pasado. Por sus imágenes se filtra “Rebecca” de Hitchcock (el arranque la recuerda poderosa y sorprendentemente), el cine de casas encantadas típico de los años 40, Visconti, Wyler, hasta Riccardo Freda… y sin embargo la historia es tan original (un episódico “éternel retour” a un tiempo pasado, una amalgama de recuerdos, con azules de Resnais y encaje negro) que no parece un homenaje a un cine pasado de moda sino más bien un salto al vacío de quién, siempre que pudo, supo muy bien lo que estaba haciendo y no miraba las carteleras para inspirarse, un director que escribía sin parar y pensaba día y noche en contar historias, alguien que seguro que hubiera defendido con los puños aquella frase que decía Arturo de Córdova en “Los peces rojos” (José Antonio Nieves Conde, 1955): “la fantasía es la mayor cualidad del hombre”.
Morir, dormir… tal vez soñar” se ve con una sensación de extrañeza. Incluso diría que incomodidad. El protagonista es tan pasivo y deja escapar tantas veces la felicidad para luego regodearse en el recuerdo que casi parece que prefiere rememorar a vivir, como si fuera plenamente consciente de eso que dice Eduardo Punset de que siempre vivimos en el pasado porque hasta el presente se tarda unas milésimas en asimilar por el cerebro. Y sin embargo, cada episodio de los múltiples flashbacks que la pueblan contiene algo extraordinario. A veces es un diálogo, otras un movimiento de cámara. Hay algunos sencillamente prodigiosos, como el de la noche en el dormitorio junto a una preciosa Jane Seymour, cuando se escuchan de fondo las bombas de la guerra civil, quizá lo más conmovedor rodado jamás (junto a “Alumbramiento” de Erice) sobre ese conflicto que tantas malas películas ha producido, un momento que parece salido de “A time to love and a time to die” de Sirk (quizá no por casualidad).
A pesar de algunas deficiencias (la música en algunos momentos y siempre en la apertura de cada escena, un ruido ¿sideral? muy molesto), “Morir, dormir… tal vez soñar” es una de las mejores películas de Mur Oti, tal vez la más personal y muy cercana a sus primeras obras maestras: “Cielo negro” (1951) y “Orgullo” (1955).
Una reedición en DVD, tan improbable como posible (el film existe, esto no es “Home before dark”) pondría al alcance de todos una de las (pocas) películas españolas verdaderamente importantes de su época y permitiría sacar del olvido a este gran director.

martes, 20 de enero de 2009

LOS NIÑOS DE COMENCINI




Luigi Comencini nunca tuvo la suerte de ser sobrevalorado.
Como otros directores italianos que iniciaron su carrera en los albores del neorrealismo pero que luego tomaron los más diversos caminos, su legado ha quedado sepultado bajo un mar de nuevas olas que invadieron el cine europeo desde principios de los años 60.
No se trata de un maestro del cine, su trayectoria es demasiado irregular (algo que también tiene en común con la mayoría de sus compañeros de generación), pero rodó una serie de películas realmente valiosas, entre las que apenas han dejado un recuerdo duradero las que hizo muy al principio de la “década prodigiosa”: “Tutti a casa” del 60, “A cavallo della tigre” del 61 y “La ragazza di Bube” del 63 (esta última señalada por Godard en su día como importante, pero con escaso eco; ni así pudo cobrar notoriedad).
Parece que Comencini se dio pronto cuenta que no debía satisfacer las expectativas de un público ávido de sus obras y emprende un camino zigzagueante que alternará desde entonces obras personales con trabajos puramente de encargo.
Las dos películas en las que se vuelca más a fondo son dos aproximaciones al mundo de la infancia sumamente originales y por desgracia bastante olvidadas hoy día.
“Incompreso” de 1966 y “Le avventure di Pinocchio” del 72, forman un díptico casi invisible de obras, raramente o nunca mencionadas entre las grandes películas sobre el mundo de los niños. Nada que ver con el prestigio (merecido) de “Pather panchali”, “High wind in Jamaica”, “Mouchette” o algunas obras del reciente cine iraní.
“Incompreso” es su obra maestra. Sólo por haber sido capaz de rodar semejante obra hay que conceder a Comencini un puesto entre los grandes directores italianos de su época. Tierna, discreta, nada altisonante, pero profunda y emocionante (en algún momento, épica, fulgurante), no hay muchos dramas en el cine europeo a su altura.
El niño Stefano Colagrande, que nunca más volvió a ponerse delante de una cámara (ahora es profesor de Física en la Universidad de Florencia, en un bonito giro del destino) perdurará para siempre en la memoria de cualquiera que se acerque a este carrusel de emociones sobre la pérdida (su madre) y el doloroso paso a la edad adulta de quien no puede ser más que un niño. La escena del derrumbe de su tío al conocer la noticia que desencadena el antológico final de esta película es inolvidable. Un momento de cine sublime.
“Le avventure di Pinocchio” es en realidad una miniserie de televisión de 5 episodios refundida en una especie de resumen atropellado de poco más de dos horas (325 minutos originalmente) que ilustra el famoso libro que Carlo Collodi publicó por entregas en “Il Giornale dei Bambini”, el primer periódico para niños editado en Italia hacia 1880.
Contando con guión de la gran Suso Checchi D´Amico nada menos, es un film muy distinto formalmente a “Incompreso”, lleno de fantasía e inocencia, pero no por ello menos complejo y conmovedor.
Es realmente un film que no esconde un reverso de la aventura lleno de amargura y pesimismo. Dice Gepetto en un momento hacia el final que el mundo no depara nada bueno a gente como ellos, los pobres de una Toscana fría y hambrienta, calles de piedra, harapos y pan duro, nada que ver con la imagen de esta región que se suele vender turísticamente.
No es extraño que sea una de las películas favoritas de Hayao Miyazaki. Varias partes son casi miméticas con la estética que tanto se identifica con el gran director japonés, especialmente el episodio del país de los niños (al que se accede por supuesto en carroza y no precisamente de oro), la fiesta con panecillos y chocolate en casa del hada (una adecuada Gina Lollobrigida con melena azul) y el viaje a lomos del atún que cierra el film cuando Gepetto y Pinocho deciden darle otra oportunidad a una vida que no les ha tratado bien.
Quedan otros personajes en el recuerdo: el niño malo Lusignolo (un primer plano de su rostro cansado y con cicatrices lo dice todo), los torpísimos animadores del circo que intentan robar a Pinocho ¡y hasta ahorcarlo! o el juez que cuando está a punto de compadecerse de él, lo envía a la cárcel.
Para terminar, decir que merece igualmente una reconsideración “Infanzia, vocazione e prime esperienze di Giacomo Casanova, veneziano” de 1969 y también con guión de D´Amico, rememoración de una Venecia libertina y de ensueño que es desafortunadamente tan difícil de ver como las anteriores.

viernes, 16 de enero de 2009

UN AÑO DE CINE


Bueno, no son todas precisamente de 2008, pero estas son las mejores películas, relativamente recientes y más o menos en orden de preferencia, que he podido ver durante el año que ha terminado:

1.- Le petit Lieutenant (Xavier Beauvois, 2005)
2.- Kagami no onnatachi (Yoshishige Yoshida, 2002)
3.- Sharasojyu (Naomi Kawase, 2003)
4.- Un conte de Noël (Arnaud Desplechin, 2008)
5.- La vie nouvelle (Philippe Grandrieux, 2002)
6.- Le chignon d´Olga (Jérôme Bonnell, 2003)
7.- Mr. and Mrs. Iyer (Aparna Sen, 2002)
8.- Fu zi (Patrick Tam, 2007)
9.- La question humaine (Nicolas Klotz, 2007)
10.- Tout est pardonné (Mia Hansen-Løve, 2005)
11.- Les amours d´Astrée et de Céladon (Eric Rohmer, 2007)
12.- Solntse (Aleksandr Sokurov, 2005)
13.- Un couple parfait (Suwa Nobuhiro, 2005)
14.- Haebyonui yoin (Hong Sang-soo, 2006)
15.- Maicliang pelicula nañg ysañg indio nacional (Raya Martin, 2005)
16.- Kagadanan sa banwaan ning mga Engkanto (Lav Diaz, 2007)
17.- Hei yan quan (Tsai Ming-liang, 2006)
18.- Wuyong (Jia Zhangke, 2007)
19.- Autohystoria (Raya Martin, 2007)
20.- Paranoid Park (Gus Van Sant, 2007)
21.- Kakushi ken oni no tsume (Yoji Yamada, 2004)
22.- Le voyage du ballon rouge (Hou Hsiao-hsien, 2007)
23.- Changeling (Clint Eastwood, 2008)
24.- Sing kung chok tse sup yut tam (Herman Yau, 2007)
25.- Zwartboek (Paul Verhoeven, 2006)
26.- L´heure d´eté (Olivier Assayas, 2008)
27.- Into the wild (Sean Penn, 2007)
28.- Predstavlenie (Sergeí Loznitsa, 2008)
29.- We own the night (James Gray, 2007)
30.- Changhen ge (Stanley Kwan, 2005)
31.- Klimt (Raoul Ruiz, 2005)
32.- Ana y los otros (Celina Murga, 2003)
33.- Boarding gate (Olivier Assayas, 2007)
34.- Centochiodi (Ermanno Olmi, 2008)
35.- Die stille vor Bach (Pere Portabella, 2007)
36.- Old joy (Kelly Reichardt, 2006)
37.- Retour en Normandie (Nicolas Philibert, 2007)
38.- La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008)
39.- El prado de las estrellas (Mario Camus, 2007),
40.- Appaloosa (Ed Harris, 2008)
41.- My blueberry nights (Wong Kar-wai, 2007)
42.- Las variaciones Marker (Isaki Lacuesta, 2007)
43.- The Queen (Stephen Frears, 2005).

Imposibles de ver, muchas, desde "La vie moderne" a "Un lac", pasando por "Aquele querido mês de agosto", "Nanayomachi", "Tulpan", "El cant dels ocells", "35 rhums", "Er shi si cheng ji", "Le silence de Lorna", "Bam gua nat", "Le genou d´Artémide", "Itinéraire de Jean Bricard", "Shirin", "Hunger", "La frontière de l´aube", "Liverpool", "L’Aimée", "He Fengming" …