jueves, 9 de octubre de 2014

MAÑANA, EN PORTA MAGGIORE

Los muchos años y las obligaciones familiares, la mala administración de su poco dinero y el hecho de que con sus quehaceres cotidianos aún se sienten útiles para hacer funcionar sus casas, han convertido a la pareja que fueron Elvira y Gino en una sombra de lo que fueron.
Se repartieron hace mucho entre sus hijos, a los que deben estar agradecidos por darles el sitio que los bancos les negaron cuando no podían pagar su casa, pero separados como están, se esfumó su intimidad.
Cuando se telefonean, siempre les urgen a dejar la línea libre por si hay una llamada "importante"; les regañan si los ven fumando; cada mañana les quieren sacar del baño porque alguien llega tarde a algún sitio.
Son psicólogos, caseros, estrategas comerciales, canguros, maestros particulares, recaderos, diplomáticos y cocineros.
No tienen horarios y hasta de madrugada Gino acecha con unas tijeras en ristre al nieto rebelde mientras duerme para cortarle el flequillo.
Cuando se quedan solos es porque nadie los reclama y allí en una esquinita de sus habitaciones, aún se repiten en silencio lo que antes se decían uno a otro.
Un día Gino toma una determinación para hacer reaccionar a Elvira y reunirse de nuevo: ¡separarse de una vez por todas!.
Una brevísima "infidelidad" de ella - un tipo la besó hace cuarenta años - es la excusa perfecta... 
Con tanta gracia como sentimiento, "Buon Natale... Buon Anno" es una de las épicas pequeñas historias que tanto gustaban a Luigi Comencini.
A poco que se piense, quizá sea también una especie de complemento, un lustro después, a la monumental - pero tan discreta - serie "Cuore" rodada por el maestro lombardo en 1984: los primeros pasos en la vida y los últimos fueron los que más le interesaron.
Y como ocurría con los chicos de aquella gran miniserie, toda la penuria - nada parecido a una maldición personal, antes bien una compañera renqueante con la que se acostumbra uno a vivir - que hay al fondo del encuadre no tiene el menor protagonismo frente a las enérgicas "niñerías" de estos inolvidables Virna Lisi y Michel Serrault, que no saben ni una palabra más acerca del amor que una pareja de novios adolescentes pero sí muchas sobre la ausencia.
Tanto les fastidia el afecto perdido por culpa de la distancia como lo hace el tener que ejercer un contacto físico "acorde" a la edad que tienen y que parece deba ser - para no escandalizar a nadie - el que media entre dos amigos entrañables por mucha pasión que haya habido entre ellos en el pasado.  
Se trata entonces, de la misma aventura de recuperar las cosas importantes que veíamos en los grandes Borzage y McCarey (es obvia la conexión con "Make way for tomorrow" y tampoco está muy camuflada la que tiene con el dúo "Love affair"/"An affair to remember") cincuenta años antes, una quimera o un logro que borra la edad y que los conservará para siempre jóvenes.
El mejor ejemplo de cómo los mira Comencini podría ser el de una escena sin diálogos en que "bailan" mientras viajan de pie en un autobús de línea. Asidos el uno al otro para no caerse, las curvas y los frenazos del trayecto los zarandean cómicamente como si fuesen alguno de aquellos personajes que inmortalizaron tantas veces Charles Chaplin y Edna Purviance, improvisando un vals que les otorga por un instante "un lugar en el mundo", la gran aspiración de la comedia desde que el cine es cine.
Los objetos, las rutinas, el tiempo... maleables por la euforia del ensimismamiento.
Ahí ya no importa ni el aspecto ni la situación económica ni quién mira ni si llueve o hace sol.
Cuando se instala el film en esa clave, parecerán una misma cosa - a los ojos de cuantos se cruzan en su camino y de cuantos espectadores los miren con vana superioridad - la solidaridad sincera y la maniobra más extravagante, la valentía y el ridículo, la necesidad verdadera y el capricho repentino.
Y por supuesto no cabe victoria ni lección, únicamente, de nuevo, la satisfacción de haber podido ganar una partida al destino.