martes, 30 de abril de 2019

LA MÚSICA DE LA CARRETERA PERDIDA

Se publica un nuevo libro de la editorial Shangrila, coordinado por Roberto Amaba y dedicado íntegramente al film de David Lynch "Lost highway".
Uno de los textos incluidos, dedicado a su banda sonora, lo he escrito yo.

viernes, 19 de abril de 2019

EL HOMBRE QUE DESENMASCARÓ A GENTLEMAN JIM

A cuarenta años de la muerte de Wild Bill Hickok, treinta y cinco desde el duelo de OK Corral o el asesinato de Billy the Kid, veinte desde que Calamity Jane comenzara su gira por toda América que le llevaría a la tumba en 1903, después, mucho después de que decayera el mito del salvaje Oeste pero el mismo año que John Ford erige el que se suele tomar - con la venia de Porter y Hart -, como el film fundacional del género, "Straight shooting", filma Ruth Ann Baldwin su última película y la única que le sobrevive, "'49-'17". Parecen perdidas sin remedio casi una docena previas.
Ni rastreando archivos bibliográficos se puede averiguar gran cosa acerca de qué fue de esta cineasta - y sobre todo guionista y montadora - en los años sucesivos, ni por qué no siguió dirigiendo ni relacionada con el cine. Su pista se difumina hacia 1925.
Los vientos cambiantes de las reivindicaciones no se han cruzado aún con su largometraje, ni por ser un western - una reconstrucción más bien de su espíritu - ni siquiera por haberlo dirigido una mujer, que tan pocas acreditan obra en estos años.
Sospecho que nunca lo harán o difícilmente como merece y me temo que una de las razones actuales, quizá la de más peso, es simple y decepcionante: no es una película inequívocamente femenina.
Tanto como el extremo opuesto - que el film de un director sea inequívocamente masculino - debería importar ese hecho y sí que sea claramente comparable al de Ford o, como sin duda pienso, superior a él. Pocas veces sucede, pero quizá sea pertinente el paralelismo en esta ocasión ya que se estrena muy poco después, hay algún punto de contacto (un comentario) argumental y al hilo de ella hasta puede leerse alguna reseña que dice que "'49-'17" ¡es una parodia suya!
Si el cine recorre en pocos años, a toda velocidad, los distintos conceptos que tuvieron otras artes, de los primeros "griegos" a quienes nadie dio valor o uno meramente técnico (Mélies, Lumière) en dos décadas hemos llegado a la Edad Media y los artistas eran lo que ahora diríamos artesanos y éstos no existían. Hará falta esperar a las Academias - los ocho o nueve años antes del cataclismo del cine mudo - para que llegue el Renacimiento y con él los reconocimientos generales a los primeros genios... y para que se empiece a mirar atrás en busca de los que se tomaron en vano. Valga la boutade para afirmar que Ruth Ann Baldwin, si fue una de las pioneras tras una cámara en esos años, es que era, como la abrumadora mayoría y con poquísimas excepciones, hábil, capaz e inquieta. 
El hecho de que no hayan sobrevivido por desgracia los westerns que filmaron Lois Weber, Dorothy Arzner o Grace Cunard, es no obstante un aval relativo para "'49-'17", un aliciente puramente nominal, porque si por algo de veras valioso merece la pena ver la obra de Baldwin, es por su talento para encuadrar, componer en profundidad y conjugar ideas en planos o por su mirada crepuscular, tan refinada como lo había sido la de David W. Griffith en "As it is in life" siete años antes o lo sería la de Allan Dwan en "The Iron Mask" doce años después.
Y por encima de todo y para dejar claro que no se trata de un esbozo de astucias aprendidas trabajando con otros sin dotarlas de mayor entidad, asombra la maestría para mover esta estructura de una historia dentro de otra, adelante y atrás en el tiempo, con una claridad, una fluidez y un dominio asombroso del espacio y de la dirección de actores. 
 
 
El insólito elemento de desmitificación de una era al que aludía, tan temprano, no remite a lo que entonces era incipiente y proliferará por doquier en el cine sonoro: la idealización cinematográfica de los héroes de la conquista, de los pistoleros rápidos y los forajidos que fueron acribillaron en duelos, de las gestas conduciendo ganado miles de kilómetros hacia tierras vírgenes enfrentando las más sanguinarias tribus indias...
"'49-'17" recuerda más bien que lo que estaba sucediendo en Hollywood - un pueblo fundado sesenta años antes y que llevaba solo seis produciendo películas - era muy parecido a lo que aconteció allí mismo, en la California de la fiebre del oro del 49 y que, como entonces, estaba atestado de aficionados, de intrusos, de aprovechados y de melindrosos, obnubilados por el brillo del éxito sin saber una palabra de nada.
En la troupe de extras que es contratada para escenificar el capricho nostálgico del juez Brand, es así lógico que coincidan los que se quedaron varados en su pasado y los patanes recién llegados, aunque quizá el mayor extraño es el mismo "homenajeado", que algo va a conocer del sabor que quedará en la garganta cuarenta y cinco años más tarde a nuestro querido Ransom Stoddard.

jueves, 11 de abril de 2019

RESERVADO

La fragilidad de un film aparentemente frívolo como "Foxfire" de Joseph Pevney, condenado hasta hace muy poco a circular recortado y deficiente de sonido e imagen, ha confinado aún más si cabe su reputación a melodrama de tercera o cuarta categoría dentro del exuberante panorama del género en los años 50.
Si se contempla además doblado, al menos que yo haya comprobado en español e italiano, puede llegar a parecer incluso lo opuesto a lo que es: una parodia - involuntaria - de los grandes Vidor, Mankiewicz Walsh del momento y una prueba incuestionable de que no todo el monte era orégano en aquel paraíso horizontal y multicolor que hacía virar westerns, comedias, films domésticos, thrillers o dramas históricos hacia esa "exaltación poco elaborada de los sentimientos" como se define académicamente al melodrama. Nunca un concepto ha quedado tan asida a las épocas en que peor fama tuvo.
Me temo que ni a Pevney ni a tantos otros que jugaron a contar impetuosamente, con astucia y firmeza estética historias como la que desarrolla "Foxfire" se les catalogará ya como "especialistas" - en el caso de que tal acento arbitrario en las habilidades de alguien mientras no se conozca todo cuanto filmó, equivalga a un reconocimiento - ni cuando afloren en sus verdaderas dimensiones obras como esta, tan ligeras de equipaje narrativo como apasionantes en cada color, ángulo, movimiento de cámara o encuadre elegido.
De Pevney como mucho han quedado buenas impresiones macmahonianas de cuatro o cinco películas como las que circundan a esta,"Six bridges to cross" o "Female on the beach" y nada más.
Felizmente rescatada, sin excusas que valgan, ahora puede ser más grave el caso "Foxfire" si cabe, porque se pueden hacer de menos fácilmente y hasta tomar por manieristas, por "demasiado elaborados para no querer decir mucho" (la historia no puede ser más simple: alguien a quien nunca han amado, alguien que nunca ha amado y una mina de oro que es un sueño y una excusa al mismo tiempo), casi cada uno de sus verdaderos fotogramas.
Los estragos que señalaba al principio y que menoscababan a las copias en circulación afectaban sobre todo a la coherencia y al ritmo interno del film; ningún encuadre rimaba, las panorámicas estaban incompletas, no se escuchaba el desierto, ni siquiera parecía tórrido el corte de pelo (como el que lucieron en algún momento de esplendor sexual Marilyn Monroe, Ava Gardner, Kim Novak, Janet Leigh, Liz Taylor, Anne Baxter, Simone Simon...) de Jane Russell.
Distraían, pero sobre todo no dejaban admirar, dentro de la discreta armonía del film, las audacias temáticas, cromáticas e interpretativas expuestas con una patente ausencia de psicologismo. Prima lo dicho, lo hecho, lo consumado antes que las intenciones o las pulsiones, también y tan bien expuestas como ellas, sugeridas o reprimidas.
Del torrente de ideas plásticas del film se infieren amplificaciones, una gran lupa que permite ver mejor lo que sucede entre los personajes.
Es fuerte la tentación de montar este texto entero en función del tratamiento del color amarillo en la película, pero haríamos de menos al rojo, al blanco, al negro y al gris de las sienes de Jeff Chandler, que nunca tuvieron el prestigio de las de Stewart Granger.
El encantamiento de la mirada heredado de los cineastas más lacónicos y los más penetrantes desde los tiempos silentes y que seguía surtiendo efecto entre los espectadores que no se empeñaban en querer ser más astutos que la película que tenían delante, es condición aún más necesaria incluso hoy día para verla, en que se ha perdido el impacto de la gran pantalla.
Aún así y por muy pequeña que deba verse ya, nada más alejado de un pastiche puede ser "Foxfire", que deja bien al descubierto todas sus imágenes, sigue con lógica y sin apartes la acción - por muy errados o inconscientes que sean los personajes y lo son casi todos en algún momento - y dignifica como ninguna otra película de Pevney que conozca, los materiales perfeccionados que utiliza.
Como varios Richard Fleischer y Budd Boetticher contemporáneos, westerns en su mayoría aún si urbanos o modernos - esto es "Foxfire" en buena medida -, aquí está toda la maquinaria  - no hablo de estrellas o presupuestos, me refiero a los técnicos, la libertad, el espíritu de conquista absoluta de un arte - al servicio del cine más adulto que haya existido, impensable en teoría como experiencia iniciática, aunque hayan sido elocuentes guías en la infancia y la adolescencia de tantos.