El asunto no parece demasiado original: un robo de un banco en un pueblo de Arizona. Paralelamente, historias cruzadas de gente corriente. Una de tantas películas americanas de los 50, cinemascope, cadillacs, el Country Club, la sombra ya un poco lejana de la guerra… “Violent Saturday” parece una película pequeña. Pero “Violent Saturday” es grande.
Sólo por haber sido capaz de rodar esta película, Richard Fleischer ya merecería un lugar de privilegio en la historia del cine, manidas teorías de artesanos y autores aparte, de una vez y para siempre. ¿Desde cuándo hace falta comparar un diamante con otros para saber que no es un burdo cristal? La crítica de cine debió fijarse más en la gemología.
“Violent Saturday” es una de las películas de mayor violencia contenida que conozco. El cúmulo de circunstancias que vertebran la historia contiene tal cantidad de elementos potencialmente generadores de conflicto que - yo diría que espectacularmente - sólo una exactitud y dosificación perfecta de la puesta en escena consiguen hacerlas parecer cotidianas.
Sólo por haber sido capaz de rodar esta película, Richard Fleischer ya merecería un lugar de privilegio en la historia del cine, manidas teorías de artesanos y autores aparte, de una vez y para siempre. ¿Desde cuándo hace falta comparar un diamante con otros para saber que no es un burdo cristal? La crítica de cine debió fijarse más en la gemología.
“Violent Saturday” es una de las películas de mayor violencia contenida que conozco. El cúmulo de circunstancias que vertebran la historia contiene tal cantidad de elementos potencialmente generadores de conflicto que - yo diría que espectacularmente - sólo una exactitud y dosificación perfecta de la puesta en escena consiguen hacerlas parecer cotidianas.
En la película hay alcoholismo, cobardes hurtos, voyeurismo, infidelidades, crueldad, represión sexual, quebrantamiento de creencias religiosas, asesinatos… tanto es así que en las escenas del día anterior al intento de atraco, el duro Lee Marvin, nervioso y sin poder pegar ojo, con un pijama a rayas y recordando a su mujer a los pies de la cama del cabecilla de la banda, resulta hasta tierno, una de los momentos más originales del film, pródigo en ellos.
La mayor carga de violencia del film y a pesar del plano de Lee Marvin pisando la mano de un chico o de todo lo que acontece tras el atraco, es verbal y psicológica. Hay en particular dos conversaciones, una entre la enfermera que incorpora Virginia Leith y la mujer de Fairchild, Margaret Hayes, en casa de esta última y otro momento en el bar, con el alcoholizado Richard Egan y el apocado director del banco Tommy Noonan, a la que luego se incorpora Leith (culminada en un plano del manager reflejado en el espejo de detrás de la barra), que deben figurar por derecho propio en los anales de las escenas más duras de la historia del cine americano y los personajes ni se tocan, ni se gritan ni casi se miran.
De hecho esa noche del viernes previa al robo, se revelará fundamental para conocer a los personajes, de los que se nos da una pincelada suficiente para impedir que se conviertan en máscaras cuando las pistolas no dejen ver nada más. Así, vemos al director del Banco paseando al perro una vez más bajo la ventana de la enfermera que se desviste impúdicamente con la ventana abierta, una chica que apura los últimos cartuchos que le quedan para alcanzar sus altos objetivos matrimoniales antes de ser ya para siempre eso, una enfermera; o el millonario Fairchild, intentando reconstruir la vida con su mujer, después de reiterados engaños por las dos partes. Impresionante escena en la escalera de su mansión, que ella no puede subir por dos veces, paralizada por la culpa. Flesicher lo soluciona en un solo plano lateral, con el pasamanos en primer plano; hubiese sido un error tomarlos desde abajo, ese solo cambio de plano indicaría solución definitiva al problema, liberación y perspectiva ascendente.
“Violent Saturday” es difícilmente “intelectualizable”, como igualmente ocurre con el cine de Allan Dwan, con el que tiene muchos puntos en común. Cualquier referencia que pueda hacerse relacionada con la composición de un plano y lo que pueda recordar a una pintura de Edward Hopper o todo intento de buscar pretensiones y segundas lecturas en el diálogo queda desmentido, difuminado por la dirección de Fleischer, siempre esforzado en integrar y hacer coherente y no en individualizar o resaltar los aspectos más trabajados del film a nivel estético o estructural (clase maestra de montaje paralelo). Resulta así una película sorprendentemente relajada pese a la enorme carga subterránea que arrastra, en la que si no se observa con atención, ni se advierte la presencia de Ernest Borgnine o Sylvia Sydney en roles secundarios, sin primeros planos, que ni hace ruido ni es exhibicionista, como uno de esos forzudos que podrían destrozarlo todo de un manotazo y que gastan maneras amables y educadas.
Y la verdad es que tiene los suficientes hallazgos y toma riesgos de sobra como para haberse postulado y haber sido sido tratada como una película adelantada a su tiempo, sin que esto signifique que el policiaco de los 70, donde Fleischer dejó aquella impresionante “The new centurions”, sea cualitativamente ni mejor ni más rico, pero sí diferente. Aquí encontramos ya esos personajes mezquinos (con la honrosa excepción del que interpreta Victor Mature, que de tan poco cínico, parece menos listo que el resto), ese concepto de sociedad deshumanizada, reverso tenebroso de los felices 50 (no hay un protagonista, acrecentándose la impresión de película coral, de radiografía de una época) y esa “liberación” del cine negro de los 40, de las luces y las sombras, los sombreros y las calles mojadas, de alguna manera "antifatalista", porque las consecuencias de todas las historias no se nos anticipan en ningún caso: si por algo se distingue el moderno film policiaco (y fuera de los límites del género), es porque el destino no significa ya gran cosa, el orden social que marcaba el recorrido de un personaje desaparece y cualquier cosa es posible, vaciando de contenido conceptos como justicia o castigo. La mezcla de thriller diurno, western y melodrama es químicamente perfecta.