viernes, 30 de abril de 2021

FOCO 8/9

La revista brasileña FOCO publica un nuevo número (doble) después de más de seis años de silencio. Enhorabuena a los editores, Bruno, Valeska, Lucas y Matheus por el gran trabajo.

Se incluyen seis textos míos, tres de ellos inéditos.

- Dentro del especial dedicado a Richard Fleischer, va un texto sobre el film "Bandido" (enlace)

- En el monográfico sobre Sergio Sollima, escribo acerca de "La resa dei conti" (enlace)

- La sección Jornal reproduce las notas que escribí sobre Raffaello Matarazzo incluidas en el libro "Ojos Sin Rostro: Once Maletas para el Cine Europeo" (Ártica, 2017) (enlace)

- Igualmente, se traduce un comentario, ya publicado aquí (vínculo al original), sobre el film "The gun hawk" de Edward Ludwig (enlace

- Finalmente y sobre el cineasta canadiense Jean-Pierre Lefebvre, la revista ofrece dos textos, uno también reimpreso, sobre "Les dernières fiançailles" y otro nuevo sobre el film "Jusqu'au coeur" (enlace a ambos)

domingo, 18 de abril de 2021

LA TIERRA DE LA POCA LLUVIA

Si de los medios y condiciones ideales para alumbrar una película rara vez se habla salvo para lamentar no haber dispuesto de ellos, se repetirán una y otra vez las mismas historias. Desbarajustes presupuestarios, lamentos por no haber podido contar con tal o cual actriz o actor, la intervención de un maquiavélico productor con oscuros propósitos, cuando no de Ministerios alertados por difusas amenazas...

Ninguna leyenda acompaña a "Water and power" de Pat O'Neill, una de las más apasionantes composiciones fílmicas, que trata de concentrar un tiempo, unos ciento cincuenta años desde los días de la fiebre del oro hasta 1989 y un lugar, un perímetro no tan extenso, desde las estribaciones occidentales de la Sierra Nevada hasta la costa, un valle inestable tectónicamente, una herida caldeada en la tierra si se contempla a vista de pájaro y que no tendría mayor interés si no hubiese nacido allí una de las más monstruosas ciudades, Los Ángeles. 

Quizá sea más interesante dejar de lado esas ficciones y conspiraciones y pensar en todas las herramientas que son útiles para intensificar y completar, incluso para otorgarle un verdadero sentido a una película y en el caso de "Water and power" yo trataría de imaginar un visor con la capacidad de retrotraerse en el tiempo y también un precipitado, un time lapse, que hubiese permitido traer todas las imágenes y sonidos, un aluvión de ellos, para evocarlos o solaparlos sin esfuerzo. Esas debieron haber sido sus circunstancias.

¿Siglo y pico de qué? No de Historia como (in)discutible suma de descubrimientos, sucesos e hitos culturales, sí de historias y varias nos serán contadas en unos breves y evocadores rótulos, pero no son trascendentes. Anécdotas que quedaron en el olvido - la pantalla estará casi siempre en negro - y que sirven a O'Neill para, entre cualesquiera dos de ellas, superponer siluetas y huellas sonoras notoriamente inmateriales (por acontecer en cobertizos y otros escenarios utilitarios y por invocar otros tiempos), sobre zonas residenciales e industriales, monumentales obras de ingeniería o laberintos de autopistas que nadie echará de menos cuando desaparezcan. Lo viejo sobre lo nuevo y así sucederá también cuando O'Neill utilice viejas bobinas de películas. No solo los travellings eran cuestiones morales.

Y el agua, claro. 

Un encadenado de dos panorámicas, una de las remansadas corrientes que parece que no nunca vayan a querer descender hacia el mar - pero que nos damos cuenta que circulan a una velocidad impropia - y la ciudad de noche iluminada con las luces de coches, ventanas, neones y semáforos capturados también con el mismo frenesí, será uno de los pocos momentos explícitos que aúnan tanto el intercambio como la analogía que preocupan al film. Como el hielo resquebrajado sobre las aguas del mar que parecía filmado en blanco y negro y estaba en color de "Time and tide" de Peter B. Hutton, parece una imagen más y sin embargo es capital.

Cuando lo expuesto a esa alterada velocidad es un cruce de calles con su bullicio aún mas acentuado, en aparente cambio continuo y como contraste una cara marmórea de la montaña recorrida por el sol, dilatándose y contrayéndose, ni intercambio ni analogía parece haber y entonces es cuando cobra protagonismo la música. Pocas películas han contado con más adecuada banda sonora, en pocas ha modelado la música mejor las rimas y diálogos de imágenes y en pocas se ha acompasado rítmicamente mejor a ellas. La banda sonora incluso evita, por efecto de la desincronía (aparece unos segundos más tarde, sobre una escena de habitación con extraño misterio, a lo Jean-Claude Rousseau) la pueril y ramplona metáfora ecologista de naturaleza saqueada por el hombre, desde el primer plano, que es un suicidio anónimo desde un colosal puente también sin nombre, una apertura pre-créditos que empieza "por el final". El jazz de Albert Ayler y Lester Bowie (que es lo que más suena en la película, aunque también violines, coros y percusiones) como no podía ser de otra manera, no comentan ni mucho menos invitan a juzgar lo que hay en cuadro, sea un camión cargando miles de kilos de madera junto al río o la construcción de un nido sobre un pobre desecho que aguanta el envite de la marea y la razón es simple: la música es también una creación artificial y solo debería servir en cine para lo mismo que la iluminación o el montaje, para marcar una cadencia, un tono, un nexo entre fotogramas.

Sobre la legitimidad nada se diría que "Water and power" quiere resolver, asumiendo la intromisión que todo film tiene en el entorno que capta, por muy a cubierto que quiera sentirse su realizador. Valga más esa precaución que todos los intentos de falsear la belleza que ejecutan quienes se creen con ambos derechos, el de saber y el de poder.

domingo, 4 de abril de 2021

TREINTA DÍAS

"La Tierra del Fuego se apaga" de 1955 no debe ser una de las grandes películas de Emilio Fernández.

Desde luego no lo es históricamente, porque no se menciona en recuento alguno sobre lo más memorable del cine mexicano. Incluso llega a olvidarse en el catálogo de obras de su autor, pudiendo estar justificada esa ausencia en parte al haberse dado por perdida durante cincuenta años. 
Costaría explicar en cambio por qué cuando fue recuperada no ha sido muy revisitada y también que no exista edición digital, que yo sepa; extrañas circunstancias, porque pocas veces aparece un negativo original en tan buen estado como para poder reponerse y distribuirse sin costosas restauraciones y otra prueba en contra de que algo semejante a la memoria colectiva de los cinéfilos haya existido alguna vez; si no es buen reclamo un atractivo añadido al film como que el célebre maestro de la luz Gabriel Figueroa miraba en esta película por primera y única vez a Ushuaia, el fin del mundo...
 
Tampoco parece, una vez arrancada la proyección y establecido su camino, que sea una de esas obras señeras. No se atisba nada distintivo por trasladarse al inhóspito territorio argentino que vaya a elevarla singularmente sobre otras filmadas por el Indio en México, nada que no hubiésemos visto desde "Flor silvestre" o "María Candelaria". Ahí están sus picados y contraluces, el peso soviético de los planos exteriores, un baile o el pertinaz desdén por todo lo que menoscaba al orgullo, solo que dados con tan pocas palabras, que puede resultar la película incluso adusta, tan anti-turística que prescinde de las más elementales cortesías para con el espectador, resignado además a que no le sirva de mucha ayuda consultar la pieza teatral que le sirve como puro pretexto al film.  

Se podría mencionar para situarla, aún en fechas tan tardías, al cine mudo al que permaneció tan apegado toda su vida Fernández, tanto como lo estuvo un Abel Gance. Recordar ese nombre o los de Alexsandr Dovzhenko o David W. Griffith serviría a continuación para pensar por ejemplo en cuánto perdió el cine al renunciar a componer, cuando en apariencia solo se registraban, los naturales consentimientos de la vida, pero inmediatamente parecería que lo que se invoca es la nostalgia.

Quizá algo más oportuno sería tirar las redes hacia delante y decir que "La Tierra del Fuego se apaga" anuncia "The savage innocents" de Nicholas Ray, pero no sería buena pista (quizá sí lo sea citar a Ruy Guerra, Sam Peckinpah o Ingmar Bergman) porque más allá de algunas coincidencias, en el fondo se estaría uno refiriendo a, básicamente, un común rasgo entre grandes cineastas, a la capacidad que tuvieron, no solo los primeros, para, cada vez, aprehender un rostro o un paisaje como maravillado por un descubrimiento. 

Una vía más angosta es la que no se separa un centímetro de la misma película, sin tener en cuenta nada de lo dicho, ni desagravios, ni raíces, ni aventuradas conexiones.

Cómo va a ser esta una de las mejores películas de Emilio Fernández si el drama se le queda tan patentemente chico a este taciturno Maciste que podría salir en busca de la Atlántida o bajar al infierno a ajustarle las cuentas a Satanás y en cambio solo debe cuidarse de unos cuantos despreciables lugareños y salvar a una pobre prostituta, tan incapaz como él de adaptarse e ilusionarse, linchada cada día desde hace tres años por marineros y pastores. Incluso un gran tema como la codicia por el oro, que solía ser fundamental, queda al fondo y sirve apenas para mover un resorte. Pocas veces se presentó y nunca antes de 1955 al codiciado metal como a un secundario y a la penosa profesión de ella tan crudamente, con esa brutal escena en el prostíbulo.

A lo único que puede uno asirse y a lo que dedica Fernández todo su sentimiento, es a las conversaciones entre Alba y Malambo, a sus arrebatos, a sus silencios, a cómo miran a los demás si se muestran acompasados, ya que ellos no saben. Ahí están las pocas cartas del film para trascender, porque solo Figueroa, como debe ser, advierte la belleza salvaje de estos remotos parajes, que para ellos son solo un condenado desierto arreciado por el viento y porque Fernández además prescinde de un narrador que aparece al comienzo del film y que abre la película en falso, con un didactismo que súbitamente desaparece, redoblando el misterio. Al estilo desprolijo del escritor Coloane (chileno y buen conocedor de estas tierras) no le pone el Indio ni un acento, sustituyendo en tantas ocasiones la mínima comunicación entre personajes por estampas hieráticas, de larga exposición, quizá las más inquietantes que nunca rodó y que dejan al film al borde mismo del giro hacia el cine fantástico.

Le son ajenos los placeres de la vida a Alba y Malambo y la misma sensación de que el otro le comprende un poco, les desconcierta. No se les puede filmar urgiéndolos a que le pongan palabras a cuanto les pudiera haber sanado.