
“Maynila sa mga Kuko ng Liwanag”, en 1975, es la película más emblemática de su carrera, la piedra angular de su cine.
De todas las obras realizadas en los años 70 por Brocka que he podido ver, las igualmente excelentes “Insiang”, “Tinimbang ka ngunit kulang”, “Ina, kapatid, anak” y “Ang tatay kong nanay”, todas tienen un fuerte componente popular y sentimental. En ese sentido es curisoso que “Maynila…”, que para muchos quizá sea la película que enseñarían a cualquiera de fuera para presumir (con razón) de su cinematografía, sea significativamente menos melodramática que el resto.
“Maynila…” está a medio camino entre esos films y un retrato de las grandes ciudades (con una gran presencia, mucho más que un decorado en todo caso y más ampliamente que en las otras) que crecían sin parar y engullían a recién llegados con ganas de abrirse camino o simplemente sobrevivir.
Reducida a su esqueleto argumental quizá lo más sencillo sea relacionar "Maynila..." con “Taxi driver”, “Hardcore”, “Midnight cowboy” y todas aquellas películas, con un marcado carácter iniciático, crónicas de descensos a infiernos publicos y privados, que tienen un elemento de fascinación (y que suelen terminar en algún tipo de venganza o tragedia) por la vida en las grandes urbes, si no de los protagonistas, de los propios directores y guionistas.
Son más útiles o al menos lo son para mí y sin que eso signifique que sean claramente mejores (estas y aquellas son todas, al menos, buenas películas) para entender el enfoque de "Maynila.." otros films que miran a la ciudad como un escenario hostil, con desubicación (incluso si es la propia ciudad donde nacieron o viven sus realizadores), sin que parezca un lugar donde buscar oportunidades, donde el concepto de hogar queda en un espacio tan interior y a veces íntimo que puede que no se comparta con nadie, películas, fragmentos y recodos de films de Chantal Akerman, Abel Ferrara, Jim Jarmusch, Robert Kramer, Jonas Mekas, Philippe Garrel, Adolfo Arrieta, Raoul Ruiz, Alain Tanner, Jean Eustache, Frederick Wiseman o Robert Bresson. No será por casualidad, todos son independientes por (o sin otra) opción.
Es el punto de vista de Lino Brocka, el espíritu, lo que marca la gran diferencia.
Recuerdo a Maurice Pialat diciendo algo que, la primera vez que lo leí (en un viejo número de la revista Papeles de cine, Casablanca de principios de los 80 que cayó en mis manos) me pareció una boutade: casi se marcha del cine durante la proyección de "Taxi driver" cuando vio que Scorsese montaba una plataforma para rodar a De Niro deambular por las calles de Nueva York.
No sé si ahora lo entiendo mejor o quizá lo interpreto peor que nunca, pero he recordado inmediatamente lo que decía Maurice (alguno pensará que celoso del éxito de otro) viendo "Maynila..."
Todo se reduce a una cuestión básica. Cómo mirar y cómo se puede y se debe acompañar a un personaje. ¿Qué es el director para él? ¿un amplificador? ¿un observador? ¿un experimentador que utiliza cobayas para sacar conclusiones?
“Maynila…”, no por falta de medios (es un cine pobre, pero no pobretón) no tiene una duda en ese aspecto. El recorrido del ingenuo Julio en busca de su novia Ligaya (muy bien Bembol Roco y Hilda Koronel), que salió del pueblo engañada y ha terminado cayendo en las redes de la prostitución, es contado por Lino Brocka con una aproximación sumamente episódica (coherentemente además, porque se basa en un serial de Edgardo Reyes) y no es acumulativo, prefigurando otra de las obras clave del cine filipino, la impresionante “Manila by night” de Ishmael Bernal en 1980.
“Maynila…”, no por falta de medios (es un cine pobre, pero no pobretón) no tiene una duda en ese aspecto. El recorrido del ingenuo Julio en busca de su novia Ligaya (muy bien Bembol Roco y Hilda Koronel), que salió del pueblo engañada y ha terminado cayendo en las redes de la prostitución, es contado por Lino Brocka con una aproximación sumamente episódica (coherentemente además, porque se basa en un serial de Edgardo Reyes) y no es acumulativo, prefigurando otra de las obras clave del cine filipino, la impresionante “Manila by night” de Ishmael Bernal en 1980.
La razón es sencilla: es una búsqueda y eso implica avances y retrocesos.
Caben la extrañeza y el desamparo, por muy conocida que sea cada calle y cada costumbre; Brocka no nos habla de su ciudad sino que su ciudad habla a través de los vericuetos de la historia y se muestra en toda su dureza porque así la ve Julio, confuso, sorprendido, más desnortado y pendiente de comer a diario y encontrar un sitio donde dormir que obsesionado por encontrar a Ligaya, que sabe que habrá cambiado y no será la chica que conoció en cuanto él mismo experimenta en primera persona lo difícil que es encontrar un trabajo digno y lo fácil que es hacer malas compañías.
Brocka respeta siempre el tempo de las acciones y nunca embellece ni apoya el dramatismo ni con música ni con voces en off (nunca las usó que yo sepa) interiores o exteriores .
Cuando el propio Julio, despedido de la empresa de construcción en la que trabajaba (donde cobraba una miseria), da con sus huesos casi sin darse cuenta en el mismo agujero en el que se teme debe estar ella, donde se gana fácilmente un buen dinero, en su rostro ya no se refleja otra cosa que hastío y pérdida irreparable de dignidad. Ya no esperará nada del futuro. Cómo capta Brocka este callejón sin salida y ese tremendo final es algo que hay que ver.
La fotografía de Mike De Leon, también director y que no trabajó para casi nadie más que Brocka, sin usar casi ningún filtro, recoge todo el arco iris de colores y matices igualando (y no es fácil, pocos están a su altura) los portentosos trabajos del maestro Conrado Baltazar.
Me parece interesante mencionar que la película cubre todas las horas del día. Pese a su título, no es nocturna más que en una parte y no es un muestrario ni de fauna callejera ni de depravaciones lo que multiplica el efecto de las (muy escasas, medidas y frontales, sin adornos) escenas de violencia y especialmente ese último intento a la desesperada de Julio por recuperar el control de la realidad que lo masacra sin merecerlo.
Hay en Brocka una tranquilidad expositiva por muy escabroso que sea lo narrado y un saludable “amateurismo” que llega hasta sus obras finales (“Makiusap ka sa Diyos” del 91 podría ser la primera o la decimocuarta de sus películas) que no debe confundirse con la falta de evolución. Brocka sólo sabía hablar de lo que había visto y conocido, sin preocuparse por repetirse o resultar previsible. No es que su cine tenga “componentes autobiográficos”, es que sospecho que no hubo otra vida aparte de la que vemos impresionada en celuloide.
El gran Lino Brocka sólo hizo un trabajo fuera de su país, un episodio para el último film de su vida en 1993, “Comment vont les enfants”, que también sería paradójicamente la última para Jerry Lewis. También andaban por allí Godard y A. M. Mieville.
Cuando el propio Julio, despedido de la empresa de construcción en la que trabajaba (donde cobraba una miseria), da con sus huesos casi sin darse cuenta en el mismo agujero en el que se teme debe estar ella, donde se gana fácilmente un buen dinero, en su rostro ya no se refleja otra cosa que hastío y pérdida irreparable de dignidad. Ya no esperará nada del futuro. Cómo capta Brocka este callejón sin salida y ese tremendo final es algo que hay que ver.
La fotografía de Mike De Leon, también director y que no trabajó para casi nadie más que Brocka, sin usar casi ningún filtro, recoge todo el arco iris de colores y matices igualando (y no es fácil, pocos están a su altura) los portentosos trabajos del maestro Conrado Baltazar.
Me parece interesante mencionar que la película cubre todas las horas del día. Pese a su título, no es nocturna más que en una parte y no es un muestrario ni de fauna callejera ni de depravaciones lo que multiplica el efecto de las (muy escasas, medidas y frontales, sin adornos) escenas de violencia y especialmente ese último intento a la desesperada de Julio por recuperar el control de la realidad que lo masacra sin merecerlo.
Hay en Brocka una tranquilidad expositiva por muy escabroso que sea lo narrado y un saludable “amateurismo” que llega hasta sus obras finales (“Makiusap ka sa Diyos” del 91 podría ser la primera o la decimocuarta de sus películas) que no debe confundirse con la falta de evolución. Brocka sólo sabía hablar de lo que había visto y conocido, sin preocuparse por repetirse o resultar previsible. No es que su cine tenga “componentes autobiográficos”, es que sospecho que no hubo otra vida aparte de la que vemos impresionada en celuloide.
El gran Lino Brocka sólo hizo un trabajo fuera de su país, un episodio para el último film de su vida en 1993, “Comment vont les enfants”, que también sería paradójicamente la última para Jerry Lewis. También andaban por allí Godard y A. M. Mieville.