jueves, 26 de diciembre de 2019

PINTAR EL SOL

Se pone a la venta "Pintar el sol: Víctor Erice", un libro retrospectivo sobre el cineasta vizcaíno.
Escriben para hacer un recorrido cronológico por su obra Miguel Marías ("El sur, 1983"), Javier Oliva ("El sol del membrillo, 1992"), Paulino Viota ("Alumbramiento, 2002"), Pablo García Canga ("La Morte Rouge, 2006") y José Andrés Dulce ("Vidros partidos, 2013"). Yo me ocupo de su debut, "El espíritu de la colmena" (1973).
Puede adquirirse en la web de Casa Ruiz Morote o contactando telefónicamente con ellos. Es una edición propia y la tirada es muy reducida.
 

viernes, 20 de diciembre de 2019

TICKET DE IDA A LOS ANGELES

La vuelta del célebre actor Fritz Kortner a Alemania tras su exilio forzoso provocado por el ascenso al poder del Partido Nacionalsocialista, se produjo en 1949, dieciséis años después de haber marchado.
El público aún recordaba su temible silueta en los clásicos de la UFA, pero ya no había podido seguirlo en su periplo americano, donde trabajó con algunos ilustres cineastas autóctonos o expatriados como él (Edgar G. Ulmer, Joseph Leo Mankiewicz, Edmund Goulding, George Sherman, John Brahm, Jacques Tourneur) y, por razones obvias, mucho menos pudo verlo como azote del nazismo en películas de John V. Farrow o James P. Hogan.
Si no cayó en el olvido fue en parte gracias al ministro Goebbels, que no dudó en recurrir a icónicas caracterizaciones siniestras suyas de antaño para enrolarlo sin su permiso en "Der ewige jude" de Fritz Hippler, junto a otros judíos tan peligrosos como Albert Einstein, Charles Chaplin (!) o Ernst Lubitsch.
Un documental sobre su retorno ya hubiese sido interesante y más aún lo es "Der ruf" una película de Josef von Báky donde Kortner escribe e interpreta, fabula con hechos, imagina algunos y predice otros, para urdir una trama que en lugar de concernirle solo a él o por extensión a los artistas o los intelectuales, resulta tan pesimista como lúcida acerca de un país entero, un lugar donde parece que realmente solo hubiesen quedado caníbales y cobardes, como alguien le advierte en la comodidad de su hogar californiano cuando ya ha decidido volver.
El equilibrio de puesta en escena entre el reconocimiento alcanzado tan lejos de su tierra y la añoranza por ella, otorga a esos minutos iniciales tal dulzura que no importaría que la película se hubiese detenido más tiempo en esta fiesta de aniversario o quedado allí para siempre. Sobre todo por ellos, los jóvenes inoculados de la música de la vieja Europa, que combinan con la contemporánea, no tanto por los rijosos mayores, enfrascados en otra eterna disquisición sobre Goethe.
Pero el ambiente enrarecido de, por ejemplo, una de las últimas obras americanas en las que participó, "Berlin Express", acompañará, en cuanto comience el viaje, a estos fotogramas que no necesitan de ninguna clase de realismo para comunicar con verosimilitud la mayor de las desconfianzas sociales, políticas o culturales. Ni al italiano ni al francés ni al inglés: el cine alemán de la posguerra, facturado en el corazón del páis que provocó el neorrealismo, se parece como ninguno... al americano de los emigrantes.
 
 
 
Los puntos de vista diversos, la mezcla continua - está hablada más en alemán que en inglés conforme se acerca al paraninfo que una vez le repudió, pero los alterna todo el tiempo - es clave en "Der ruf", que dibuja un panorama desolador del presente y para el futuro, como si no hubiese sido suficiente con lo que había sucedido o, peor aún, como si nada hubiese sucedido. Las mismas intrigas, las mismas envidias, los mismos de siempre aprovechándose de los que no dudan porque no les enseñan a pensar.
Tan dramático es el paisaje que queda al clausurarse "Der ruf" que poco más quedó a Kortner por decir y a partir de entonces se dedicaría por completo al teatro, lo cual no debe llevar a pensar que utilizó al taquillero von Báky para disimular parte del discurso o venderlo mejor. No hace falta más que echarle un vistazo a la espeluznante "Via Mala" (1945, estrenada en 1948 tras ser prohibida) para advertir la complicidad que debió tener con lo que pasaba por la mente del cineasta húngaro, marcado como tantos otros por no haberse ido y haber filmado bajo órdenes del Reich.
De esta clase de reconciliación inexcusable es de la que habla precisamente el film.