lunes, 22 de junio de 2020

ALGO QUE DEBERÍA SABER

Con el contagiado brío de la mejor era del cine americano que acababa de conocer de primera mano, sustituye el mexicano Roberto Gavaldón al entonces mexicanizado Norman Foster, discípulo de Orson Welles, en "Sombra verde", película de 1954 aspirante a escándalo del año, achicado por la censura.
En efecto, lo más explícito del erotismo desplegado por la joven actriz Ariadna Welter y un interludio con prostitutas quinceañeras al principio, fueron cortados para salvaguardar al público de ellos mismos.
Hasta que circule la copia restaurada e íntegra, absurdos como siempre, los cortes molestan pero no mucho más que las malas elipsis - y supongo que aunque nunca lo pretendieron, deben resultar feministas porque no se ocupan de impedir que veamos profusamente el torso de Ricardo Montalbán -, con lo que no consiguen aminorar el poder de la película, la que prefiero de la muy interesante filmografía de Gavaldón.
Para no tener que volver más sobre mis pasos, prefiero listar de una vez las fáciles huellas que aquí pueden encontrarse del cine (y no es difícil que Gavaldón conociera en acción a más de uno in situ) de King Vidor, Cecil B DeMille, Anthony Mann, Raoul Walsh, Allan Dwan, John Sturges, Lewis R. Foster, Richard Thorpe, Edward Ludwig, Joseph Kane, William A. Wellman, Henry Hathaway, George Sherman, Hugo Fregonese...
Pero muy lejos de frontera alguna y por tanto renunciando al terreno en que muchos de esos ilustres colegas yanquis solían plantar la cámara, una mayoría de espectadores, incluso nacionales, carecían de referencias para lo más recóndito de la selva de Veracruz y ese hecho invita a la irrealidad.
La baza la explora a fondo el film porque la utiliza con orden, sin atajos; perdiendo de vista en su primera mitad la civilización, sale a flote en la segunda en un mundo desconocido.
Por un lado tenemos una gran precisión de ritmo y encuadres en la primera parte, donde cada acontecimiento tiene un lógico efecto. Como se trata de un viaje, es la actitud lo que convierte a la simple rutina en una potencial aventura para los personajes, porque es la sensación de fluidez y de rigor, mayor incluso si hay peligro o penalidades, la que produce un placer anticipatorio para el público. Un regocijo como pocas veces en el cine mexicano, tendente a la dispersión, al humor, al meandro.
Uno de los planos censurados
Uno de los fotogramas censurados
Cuando toque fondo el personaje de Ricardo Montalbán y renazca, es cuando Gavaldón tiene por delante verdaderas dificultades; no por tener que resolver un film de misterio, un tórrido melodrama y varios apuntes psicológicos, sino porque debe sobre la marcha ir estableciendo cómo los hace funcionar.
La niña-mujer asilvestrada de reacciones impredecibles que allí aparece, le podría haber arruinado la inercia alcanzada por la puesta en escena, que es aún mejor si cabe en los primeros minutos de esa segunda parte, cuando la ausencia de pistas para saber qué está ocurriendo trasvasan el film mentalmente al coetáneo "High green wall", aquel venerable mediometraje de Nicholas Ray que prefiguraba "The Twilight Zone".
A esas alturas ya se había perdido de vista por completo el pretexto del film - la expedición en busca de una materia prima abundante en esa zona para fabricar un medicamento, una raíz de un árbol cuyos frutos por cierto sirven para elaborar venenos... - y solo quedan atavismos: la supervivencia, el sexo, la mentira, el odio y su compañera la venganza.
El film pudo entonces permanecer externo y puritano, pero en cambio adopta el punto de vista del único personaje libre, la chica, que parecerá un puma entre tontos gatos domésticos, enloquecedora y de tan verdadera, un fastidio narrativo mayúsculo para poder cerrar en algo parecido a un final feliz convencional.
El elegido está a punto de ser sensacional, pero, otra vez por culpa de los espectadores, deviene en ¿telepático?
Roberto Gavaldón

sábado, 20 de junio de 2020

SINIESTRA FORTUNA

Oficialmente, el cine moderno, en los años 50, quizá antes, finiquitó al cine de parejas. Cuanto sucedía hasta que se formaban centró una vez todo el interés, en buena medida por una herencia literaria que con los años decayó. 
Algunos de aquellos cineastas, de todas partes, habían ido más allá de la muerte, al infierno si fue necesario, investigando y defendiendo la validez de esa particular idea, que era también una idea del mundo.  
No se acaba desde luego ahí el romanticismo y de hecho si hay un cineasta que es el paradigma del cambio, ese es Jean-Luc Godard y tiene varias y al menos una de las películas más profundamente preñadas por ese viejo compás ("Pierrot le fou")
En la gran época propicia para contar estas historias, es donde abundan los especialistas, mas no fue uno de estos últimos el norteamericano de ascendencia y adopción germana Arthur Robison, del que sin embargo cuenta la leyenda que, como si se tratase de una inquietante rima con el plano final de su última película, la muerte le embaucó y no pudo ver terminada "Der student von Prag", la película con la que consiguió adentrarse más desaforadamente en las varias fronteras de ese, digamos, anhelo.
Sucedió en 1935, cuando solo contaba cuarenta y siete años, unas pocas semanas después de completado el rodaje y la penumbra retórica y anticuada en que se sumergen tanto la generación a la que pertenece como el lustro largo de tránsito del cine mudo al sonoro, hicieron el resto.
En 2020 ninguna de esas sombras han sido despejadas y más bien parece que devinieron en negras manchas. A nadie le interesa Robison ni en el fondo tampoco el arte de doblegar el espacio mediante contraluces más allá que para catalogar reputados "fósiles" como "Schatten, eine nächtliche halluzination" de 1923. Tampoco hay manera de derribar el tópico sobre la manida difícil adaptación de un lenguaje a otro, por más que sean legión las obras que lo desmienten con rotundidad.
"Der student von Prag", que también podría ser un famoso film de terror, ya nada más es un dato, una cifra, en concreto la tercera versión de un relato "a la Goethe" que había conocido mayor atención en las dos respectivas décadas anteriores. Uno de tantos desapercibidos finales de carreras alargadas fuera de su contexto.
Se pasa así de largo delante de una película fantasmagórica, ni a este ni a aquel lado de la cordura, tangente al cine de Abel Gance y a las historias en noches en vela de Alexandre Astruc hasta alcanzar incluso a Leos Carax y Philippe Garrel
Como sobre todo varios Gance contemporáneos (y hasta posteriores: pienso incluso en "Vénus aveugle"), "Der student von Prag" invade el cine sonoro, sometiéndolo sin la inseguridad que debiera haber acomplejado a tantas películas que se abrían paso desde los últimos y más libres y perfectos films mudos. Con la resistencia de Robison, del citado maestro francés, de Chaplin, Sternberg, Murnau y Stiller si hubiesen vivido, Dreyer, Griffith y Stroheim si se lo hubiesen permitido, Eisenstein, Browning, Pabst, Vertov, Sjöstrom o varios japoneses y con la complicidad de Pagnol, Cukor y varios debutantes, cabe soñar con un paralelo cine mudo muy vivo al menos hasta la guerra y una evolución natural del cinematógrafo, no dictada por razones comerciales.
No fue así y el retroceso imparable de todo lo que se muestra poco o se da a ver mal, arrasa a cineastas sensibles como Robison y a películas como esta, armada con interpretaciones salidas de la noche de los tiempos como la de este diabólico ser, Carpis, que incorpora Theodor Loos, con escenas de trucajes "primitivos" (pero que creo más imaginativas que muchas posteriores) y con pobres ingenuos como Balduin (un apuesto Anton Walbrook, aún con su nombre germánico en las marquesinas) como infausto protagonista.
Quizás y solo quizás aún impresionen las lámparas iluminadas en las calles, esa cortina del casino soplada por el averno, el duelo - que tanto recuerda a varios de Ophuls -, la aparición en el carruaje y otros ornamentos de pura artesanía en blanco y negro
Menos entusiasmantes son las mujeres, ni la fascinadora (Dorothea Wieck), primera víctima de Carpis y una puerta de paso hacia la famosa obra de Gaston Leroux "Le fantôme de l'Opéra", que encuentro una prima donna sin misterio, ni la fascinada (Edna Greyff), demasiado sumisa. Pero quizá se trate de algo intencionado, porque en la confusión de los deseos y en el acto de caer en la cuenta que se codicia algo solo para poder prescindir de ello, está la mayor tragedia del film.

miércoles, 17 de junio de 2020

APÉNDICE I

Bueno, inauguro sección, aún sin nombre definitivo, donde iré recopilando algunas referencias breves a films, discos o libros recientes de los que algo quiera comentar.
No tendrá una periodicidad establecida ni nada similar, saldrá en cualquier momento, quizá para cubrir lagunas o espacios en los que no haya textos nuevos. Tampoco extensión dada, pero espero sea heterogénea.
Vamos allá.

"Buoyancy" (2019) de Rodd Rathjen
Debut largo de este cineasta australiano, pero hablado en thai, y una de las mejores y más desasosegantes películas recientes. Deudora de las novelas de Joseph Conrad, mojada en las mismas aguas por las que surcaron tantos personajes suyos, sobria, durísima. La constatación de una realidad - la esclavitud en el sudeste asiático - es la menos "importante" de las cosas que esta película debiera dar a ver. No es ese su cometido, pero como ni una concesión hizo al respecto, mala difusión le espera. Brilla la narración dibujada como solían hacerlo tantos cineastas del pasado, que no se dedicaban a la exposición proselitista de la aventura, que si resultaba serlo, era marginal y contradictoriamente. La épica que surge de mil golpes en el bajo vientre.   

"Good souls, better angels" (2020) de Lucinda Williams
Album número catorce ya en estudio de Lucinda Williams y en mi opinión, lo mejor suyo desde el ya lejano "Essence" de 2001 o como poco desde "World without tears" (2003). No sé cuántos hubiesen pensado en una carrera suya tan larga a finales de los 90, cuando parecía haber llegado por fin en vez de estar saliendo de ninguna parte. Los cambios de humor, las depresiones o explosiones de plenitud y todos los elementos emocionales que marcaba su música hace años, cuando de repente accedió a un público más numeroso que cruzaba los dedos cada vez que entraba en el estudio de grabación o se subía a un escenario, ha ido poco a poco dejando paso - ha cumplido ya 67 - a un mantenido estado de lucidez combativo, sin el derrotismo de antaño. Más áspera y no por ello con más guitarras ni bases robustas, la vieja tensión de tener una buena canción entre manos aflora como pocas veces en su música.  

"Oh baby" (2018) Rian Johnson para LCD Soundsystem
Extrañamente, viniendo de este director bastante inoperante por lo conocido, un buen clip para un tema mediocre del grupo electrónico LCD Soundsystem, lejos ya de su momento de mayor popularidad allá por 2005, cuando Daft Punk eran su vago "señuelo". 
Protagonizado por David Strathairn y Sissy Spacek.
Sigo prefiriendo mirar denostados videoclips a películas de Ben Rivers.

"Bishkanyar deshot" (2019) de Manju Borah
Una de las más interesantes cineastas actuales y su nueva obra, otra vez situada en la remota región india oriental de Assam, de donde procede. Nada espectacular ni transgresor parece que recorra sus, en apariencia, impenetrables imágenes o vaya a descollar entre sus palabras, pero se me ocurren pocas carreras contemporáneas - desde que partió Cherd Songsri - que, sin arrogarse importancia alguna, permitan acceder y pongan en escena (porque el sustantivo de compartir es comunicación) a un mundo extraviado pero contemporáneo, revestido como aquí, de ¡política y espionaje!. Gozosa sensación la de sentirse uno imbuido por fotogramas intrascendentes y de repente y lo que es mejor, repetidamente, quedar atravesado por un haz de verdad o un hondo verso sin haber aún entendido del todo la compleja peripecia. En esa preparación del camino que hay entre sucesos memorables, reina la claridad, la economía narrativa, el control.