UN BLOG COMME LES AUTRES
miércoles, 10 de febrero de 2021
ABILENE, U.S.A.
sábado, 6 de febrero de 2021
SER Y NO SER
Andrés Linares ha filmado seis películas en cuarenta años, tres en los diez primeros - habiendo codirigido su debut con José Luis García Sánchez, "Dolores" en 1981 - y otras tantas en los siguientes treinta, con largos periodos de inactividad, el último de los cuales ya dura casi una década y parece que será definitivo.
Si nada lo remedia, su nombre habrá aparecido por última vez en un deshilvanado trabajo a cuatro manos de 2012, "Dormíamos, despertamos" (gestada a raíz de las manifestaciones espontáneas del 15 de marzo de 2011 en Madrid) donde su aportación es difícil de calibrar y quizá solo tuvo un cariz paternal, porque poca cosa se prolonga, siquiera nominalmente, del espíritu que levantó su mucho más implicada "Alzados del suelo" en 2004. Una lástima, para los que creyeron de verdad, que hasta esto sea una performance.
De manera puntual, alguna de sus obras tuvo un cierto eco, más apagado si cabe cuando se trató de sus otros films, los de ficción, pero ya se sabe que hace falta que alguien grite para que funcione el efecto y de Linares poco se ha escrito y nada se dice. Como es habitual que sean sus propias palabras las que acompañen sucintamente a cualquier referencia localizable sobre su trabajo, no debe haber sabido venderlo muy bien o no se ha ocupado en absoluto de ello y en España eso es (pecado) capital, con lo que nadie le echa de menos y ahí yacen en bloque todas sus películas, tildadas - puede comprobarse con una breve exploración - como menores o insignificantes. Y, sin excepción, como singularmente conflictivas de filmar, tendenciosas a la postre, oportunistas o inoportunas, que ya es curioso como alguna gente no acierta nunca y ni siquiera ha sido capaz de acompasarse a alguna de las múltiples edades de oro y generaciones prodigiosas que proliferan en el cine español.
El hecho de que pudiera accederse con facilidad a sus películas y circulasen copias adecuadas para poder apreciarlas, que ni una cosa ni otra se dan hoy día, quizá alcanzaría para que se detectaran una serie de constantes temáticas - la traición y la delación, la amistad, el compromiso político, la obsesión por revertir los errores del pasado... - que en el mejor de los casos proyectarían de él una imagen coherente pero apuesto a que insuficiente para que se le pudiese catalogar como autor, ya que la muy heterógenea y en apariencia "utilitaria" estética externa de sus películas impediría mínimos consensos en ese sentido. Por supuesto, de confirmarse ese estatus, su cine se elevaría a una nueva esfera, pero no serviría absolutamente para nada: hay, ahora más que nunca, docenas de autores tan reconocibles y personales como abominables.
Evocación melancólica, quimérico lamento mejor dicho - aunque pueda parecer un contrasentido, pero se trata de algo en buena medida que pudo ser pero no fue - vestigio sentimental sustraído de la mala fortuna, las malas decisiones o la recta inocencia que no tiene camino por delante en un mundo torcido, "Doblones de a ocho" es también una aproximación no marinera, pero al borde mismo del mar, a "Treasure island" de Robert Louis Stevenson y como tal, una fantasía adolescente, solo que a su envés: no contagia las ganas en ningún momento de que se hubiese convertido en realidad.
Comunica en cambio una gran desazón su pequeña aventura iniciática y maldita la hora en que hubo que afrentarla para corroborar lo que todos menos el protagonista ya sabían. No hay bellos perdedores ni gloria en la derrota porque esta, como sucede en cualquiera de sus películas, parte de ella, vive en su enmarañado seno y aún tiene los arrestos para sacar algo en claro sin engañarse.
Los mismos actores y actrices, inolvidables en manos de unos pocos y cromos repetidos en los de la mayoría (Omero Antonutti, Icíar Bollaín, Emma Penella, Luis Ciges, Fernando Guillén padre e hijo, Loles León...), la misma época tantas veces retratada por películas españolas (los años 60, reconocibles por cualquiera), un suceso que apenas valdría para periódicos comarcales... nada extraordinario parece ofrecer esta película de aire aturdido y ensimismado, pero bien escrita, determinada, orgullosa, emotiva y dura, muy dura, devastadora si se complementa con las demás que ha hecho, que deben conocerse para no tener la idea equivocada que puedan dar algunas elipsis sobre los momentos más dramáticos, pues si hay un cineasta que no ha eludido filmar crudamente lo que los demás callan, es este, una y otra vez, señalando lo que muchos vivieron o bien saben y han preferido olvidar.
Tal vez ese atrevimiento es el que ha pagado Linares sin saltarse un plazo, en pesetas y en euros, a tirios y troyanos, con intereses pendientes aún hoy, que tan espuriamente como de costumbre, nos dicen que todo ha cambiado y ¿acaso alguien lo duda? a los que olvidaron también los olvidarán.
domingo, 31 de enero de 2021
LOS DÍAS DE MAÑANA
Un torrente de ellas.
El arranque de Satyajit Ray con el plano desde el mapa hasta el pupitre de Hoojan. El interior de la pequeña nevera con sus polos de colores azul cielo y naranja, un inserto hermanado mágicamente con otros que se filmaban al noreste, para "Tóngnián wangshì". El atardecer, tomado prestado de "Inazuma", que cae sobre la pequeña casa con la montaña al fondo. Las tres flores amarillas de Kiarostami sobre la mesa de la maestra que no quiere que el chico deje los estudios. El carrito de helados que entra en plano y se interpone entre Hoojan y los niños, como hubiese sucedido en "Mon uncle". Ese momento electrizante en que aparece la sombra de los niños traficantes de arroz que caminan sobre el techo del tren. El paseo en rickshaw bajo la lluvia con las luces azules al fondo, el más hermoso que nunca rodó Patrick Tam. La muleta del padre que ha quedado lisiado apoyada en la pared. La primera vez que Minpe aparece arreglada y ya no es una niña porque camina más despacio. Una barca que pasa bajo el puente cuando los chicos caminan sobre él. El baile espasmódico de Naka al ritmo de "Highway star". La grúa que trepa por el edificio hasta la habitación de la prostituta. El plano a pie de calle extraviado en el desfile de mariposas de papel. La muerte de Naka, que lleva en volandas a "American graffiti". El beso.
viernes, 15 de enero de 2021
HISTORIA DEL ÚLTIMO CRISANTEMO
Presentación para la Biblioteca Pública de Ciudad Real de la película "Zangiku monogatari" (1939) de Mizoguchi Kenji:
miércoles, 30 de diciembre de 2020
LARGA VIDA A LA VIUDA CHING
Como un cristal roto en mil fragmentos, entre los mitos, los sonidos, las recompensas, las penurias y desde el celibato aventurero que nos contempla, así se recuerda y así se recompone de nuevo ante nuestros ojos cada vez, la mejor película de piratas, quizá también la última, del siglo.
Otras pulsiones y otros designios dictados por una moderna forma de saqueo y sometimiento de remotas islas y pueblos, podemos encontrar en la reciente "Buoyancy" de Rodd Rathjen, pero "Cantando dietro i paraventi" (2003) es la probable gran clausura de las tradiciones de más de cien años de cine. Que un cineasta como Ermanno Olmi, entonces en el inopinado mejor momento de una carrera muy larga, nunca muy apegada a géneros ni a la ficción siquiera, fuera su autor parecía muy improbable; menos aún si la película soñada por el septuagenario cineasta iba a tener tantos puntos en común con algunas, ya de hacía algunos años, firmadas por otro, el más interesado de sus contemporáneos por la palabra y la memoria en general y por mares y leyendas en particular, Raúl Ruiz.
Tanto cuidado y tanta pasión puso Olmi en restituir el espíritu de esta amalgama de sensaciones que brotaron desde páginas y páginas de novelas y desde metros y metros de celuloide de otras eras, que se quedó literalmente sin nada entre manos. No es por ello "Cantando dietro..." ni una reconstrucción - o sí puede serlo, pero eso queda en manos del atento espectador - ni desde luego un remedo, más bien un elixir, una retrospectiva de instantes y signos que se dan a contemplar con creciente incertidumbre y para la que se precisa saber escuchar y dejar hacer, dos virtudes de vaga consideración para el cinéfilo en cuanto se inicia cualquier proyección, quizá porque algo tengan de pequeña derrota para quien recibe la película, que debe sentirse a gusto sin poder ir por delante de las imágenes y no pudiendo saber adónde le llevarán.
Su carácter múltiple no sirve para ocultar información ni para engalanar una débil aproximación. Igual que hay personas que podrían haber vivido cualquier vida y que debieron o deberían vivir varias porque hacen bien varias cosas, a veces casi todo lo que se nos pueda ocurrir, también ocurre algo similar con algunas películas. El mejor maestro que conocimos tal vez fue un carpintero o un crítico de cine, quién sabe, el mejor juez quizá era aquel maestro atribulado por tantas cosas mientras trataba de enseñar y siempre se echa de menos la amabilidad, que también debiera ser un empleo retribuido, de un amigo o de un casi desconocido en tantas ocasiones como días se viven. Ante varios caminos posibles, en cualquiera de los que emprende podría permanecer "Cantando dietro i paraventi", tanto da si se entristece como si de repente se llena de música, si sigue observando desde el mismo punto de vista como si adopta otro diverso, si sigue en el pasado como si regresa al presente. En realidad no abandona del todo ninguno, pero cunde la sensación de que podría haber escogido uno solo, cualquiera de ellos, sin desmerecer el resultado: no salir de la representación teatral (y su sentido, a lo "Lola Montès") con que toma credenciales o volar hacia la leyenda a la que alude, adoptar el punto de vista del viejo capitán que parece conocerlo ya todo o el del púber o el niño para los que todo es nuevo, contar la historia del sanguinario Ching o la de su misteriosa mujer, ahondar en el relato de Jorge Luis Borges procedente de su "Historia universal de la infamia" o en las lindes con films de Jacques Tourneur, Frederick de Córdova, Mitchell Leisen o Nathan Juran que se dibujan a cada paso, retribuir en lo que debe a la pluma de Robert Louis Stevenson o John Steinbeck como a las evidentes deudas con la de compatriotas como Emilio Salgari y Rafael Sabatini, límite ese difuso, gracias al tiempo.
Tanto es así que en muchos momentos resulta tan grata la estricta contemplación de los escenarios - los barcos bajo la lluvia, el escenario preparado con antorchas, sedas y dorados, los libros y legajos, los estandartes de vivos colores - como cuanto sucede en y desde ellos, no importando demasiado que el meandro o el descanso se prolongue o incluso que se volviese un film absolutamente oral, guiado solo por la voz de Carlo Pedersoli, al que tampoco esta vez permitieron dejar de usar su alias, Bud Spencer, por esas convenciones comerciales que la misma película dinamita con insolencia.
Reír con los dones y no quejarse demasiado de los impedimentos, parece ser el propósito de todo cuanto quiere comunicar "Cantando dietro i paraventi", lo cual introduce un elemento no moral ni vital, ninguna aleccionadora moraleja, sino uno puramente cinematográfico, el del aprovechamiento del tiempo. En este cine de engarces, con tanta atención puesta en cualquier fuerza, surja de un diálogo, de un destello de luz, de un silencio o de una expectativa, se densa el metraje hasta el punto de que si en vez de alcanzar noventa y tantos minutos, hubiese finalizado a los cincuenta, solo nuevas bellezas hubiesen quedado ocultas. Volviendo a Ruiz y su marinera aventura en cuatro partes "Litoral", el juego de flashbacks y evocaciones, a veces manifiestamente increíbles, podría terminar en el primer episodio o alargarse seis más, porque el universo ya habíamos visto qué bien giraba al poco de empezar. O mirando al anterior film de Olmi, "Il mestiere delle armi", Giovanni de Medicis llevaba escrito desde el primer fotograma en que aparece, que será al mismo tiempo el héroe y la víctima, el conductor y el depositario, un adelantado entre los que le rodean y el último de una saga y en nada se resiente la película por esos conflictos tantas veces sobrexpuestos si no puede resolverlos, si se vuelven intrascendentes vencidos por el paso del tiempo que todo lo ignora.
No olvida sin embargo "Cantando dietro i paraventi" uno de los asuntos centrales, si no el más importante, de toda película pirata que se precie, la política. Ladrones y asesinos, sí, pero a la intemperie del mar y de una andanada enemiga al salir de cualquier ensenada, no de los que van protegidos por leyes y privilegios; escoria por supuesto, pero cualquiera les puede identificar y ponerse a salvo si puede, no miserables infiltrados que violan la tranquilidad y tratan "estadísticamente" a sus supuestos ciudadanos; una raza bárbara a extinguir, pero ¿por otra?. Qué noble deposición de armas ofrece la película en desagravio.
lunes, 21 de diciembre de 2020
AZUL ELÉCTRICA EMOCIÓN
La explicación, al mismo tiempo que la posible cumbre del género pinku eiga o roman porno o simplemente de la deriva más explícita del cine japonés, que fue una de tantas exploitations que proliferaron en cuanto llegaron los años 70 del pasado siglo, me parece "Akai kyôshitsu" de 1979, segunda parte de una tetralogía llamada "Tenshi no harawata", filmada en sus dos primeras entregas por Sone Chûsei.
Fallecido en 2014, muy poco se conoce de Sone, salvo que aprendió como ayudante en la Nikkatsu de uno de los más controvertidos directores nipones, Suzuki Seijun, pero ni a la misma lista negra - de la que alguna vez puede caber una restitución - lo apuntaron; simplemente, para llegar a dirigir tuvo que arreglárselas con las enloquecedoras circunstancias de su tiempo y cargar para siempre con la pésima fama del pequeño mundo en que veía consumirse su carrera.
sábado, 12 de diciembre de 2020
APÉNDICE IV
Finaliza 2020 y es el momento de hacer un repaso musical a los favoritos del año.
He tratado de concentrar mis preferencias de entre lo escuchado en un Top 7. No estamos en 1994 ni en 1983 ni en 1970, donde habrían salido un mínimo de 35 discos, claro. Antes me gustaría hacer algunas menciones honoríficas: "Fetch the bolt cutters" de Fiona Apple, "Hate for sale" de The Pretenders, "Rattle" de Wailin Storms, "The unraveling" de Drive-by Truckers y su hermano "Reunions" de Jason Isbell and The 400 Unit, "Titans of creation" de Testament, "The Universe inside" de The Dream Syndicate, "Letter to you" de Bruce Springsteen, "Power up" de AC/DC, "Ohms" de Deftones, "Blvds of splendor" de Cherie Currie, "Random desire" de Greg Dulli.
Lo primero, dos sucesos.
El más emotivo, "Wildflowers and all the rest", la bonita edición que la Warner ha sacado del gran (pero no el mejor para mí) disco de Tom Petty, con un puñado de canciones inéditas y otras que incluyó en la banda sonora de la película de Edward Burns "She's the one" (uno de mis favoritos suyos). Sus melodías y su voz, que siempre fueron un bálsamo, suenan ahora tras su muerte a música de cuando vivimos otra vida, música para escapar de la indigencia moral insoportable que lo ahoga y lo aniquila todo. El otro, igualmente importante, "Homegrown", el album recuperado por Neil Young de la época de "On the beach" y "Tonight's the night", los días perezosos, los días de los efluvios sureños y negros en su música. Ningún nuevo gran clásico, pero un buen complemento para seguir armando el inmenso puzzle de la obra del canadiense.Y bueno, sin más preámbulos:
6 El último álbum - no habrá más - de The Pretty Things, "Bare as bone, bright as blood" es un desnudo y puro disco de blues blanco. Los slides de Dick Taylor y la voz del recientemente desaparecido Phil May, alumbran una colección de canciones nocturnas y sencillas, surgidas de la nada en la que estaban desde los años 60 para quienes los olvidaron, que somos casi todos nosotros. Belleza y congojo a partes iguales.
5 Mucho revival veo en todas partes del metal clásico, fans salidos y llegados de todas partes proclamando su amor a Black Sabbath y Iron Maiden, vinilos a precios desorbitados, camisetas por doquier... pero Armored Saint siguen sin vender un maldito disco. Algo no cuadra. ¿Dónde estaban todos en los 80 y en los 90 y en los 2000 y en lo 2010? Nada ha cambiado para las admirables bandas de segunda fila y tampoco nada para los discos menos populares e influyentes de las punteras y eso es el 99% de esta música. "Punching the sky" es otro excelente disco sin concesiones pese a los años que llevan sin salir del circuito de clubes más duro que se pueda uno imaginar. Fantástico como siempre en la voz John Bush, una de las más inexplicables expulsiones de un miembro de una banda (Anthrax) de la historia del rock.
4 "Good souls, better angels" de Lucinda Williams, del que ya hablé hace meses.
3 El más "indisciplinado" guitarrista de los 80 y su disco en solitario más cercano a las facetas que prefiero de Sonic Youth. Las canciones de "By the fire" de Thurston Moore se arrastran a veces por las arenas de Kyuss, otras se hunden en los pantanos de Bauhaus, otras vuelan entre velos y serpientes como las de John Frusciante, a veces pesan toneladas como las de Robert Fripp y otras parecen ingrávidas, como las de Nick Drake. Cuando se le va la mano ("Locomotives", "Venus"), se le va de veras, como era previsible conociendo sus tendencias y está bien que sea así porque ahí está la impresionante "Cantaloupe" para compensar cualquier enredo.
2 "Rough and rowdy ways" ha generado seguramente las reseñas más prolijas y divertidas del año. Dylan sigue dejando con pocos argumentos a los que tratan o tratamos de escribir sobre su música, tan esquiva, rebelde e inasible como lo era en los 60. No sé si ya más buñueliano que godardiano, el genio puede, si quiere, reirse de lo lindo con la impotencia de cuantos se acercan a estos temas extrañamente contagiosos, laberínticos, saciados en fuentes que obligan a tirar del hilo y llegar hasta la música de los años 30 del pasado siglo. Absolutamente nadie ha sido tan relevante a lo largo de una carrera, en todos y cada uno de sus recodos, como Bob Dylan.
1 Cuarto disco y sigue en ascenso la carrera de Chris Stapleton. Ese aspecto suyo a lo Ronnie van Zant y ese aparente desinterés por la innovación vocacional, se abra su música por donde se abra, no deberían despistar respecto a "Starting over", su mejor y más ambicioso disco hasta la fecha. La ayuda de Mike Campbell y Benmont Tench es importante, pero sobre todo lo es más el atrevimiento de Chris (y Morgane) para mezclar el country y el folk con el soul, el funk, el hard rock, el blues o el pop. Aires a The Band, The Doors o incluso Terence Trent D'Arby aquí y allá, pero sobre todo, la autenticidad que empezarán a sustraerle - al principio con halagos y anecdóticos desvíos - a poco no se ande con ojo.