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viernes, 11 de abril de 2025

APÉNDICE VIII

Se dará por supuesto y, más aún, por descontado sin verla, que la película que ha presentado Bernard MacMahon sobre la génesis de la banda británica Led Zeppelin, por el solo hecho de contar con la participación directa y el beneplácito de los tres miembros supervivientes a la fecha del estreno, 2025, es decir, Jimmy Page, Robert Plant y John Paul Jones, solo documenta un lado, el interesado y oculta, soslaya y quita todo lo inconveniente que pudiera afear su versión de su propia trayectoria. Como solo la ficción es indiscutible y de los hechos históricos hay tantos recuerdos como gente que los vivieron, es fácil no creer más que lo cada cual quiera. 

Tal vez a estas alturas no sirva ya de nada tratar de indagar en esta, una de las historias más deformadas e inexactas que nunca haya rodeado a una banda, un misterio en parte alimentado por su hermetismo, en tal vez la banda más amada y más odiada desde su nacimiento, pero tan exitosa que fue objeto desde 1968 de una catarata tan grande de elogios como de  maledicencias que ya se cernían sobre ellos desde antes incluso que hubiesen cambiado el provisional nombre por el que fueron conocidos, The New Yardbirds por el definitivo - cortesía de Keith Moon - y ya despertaban una atención inusitada entre quienes acudían a sus primeros conciertos.

Zeppelin, para ir al grano, diré que me parecen si no la mejor, como a menudo pienso, sí desde que tenía cuarenta años menos que ahora e invariablemente desde entonces, a pesar de haber ampliado mucho y en muchas direcciones mis gustos e, inevitablemente, mi perspectiva musical, una de las cuatro o cinco mejores bandas de rock de todos los tiempos. Extrañamente sin embargo siempre he encontrado muy absurdo tener que "defenderme" de ser seguidor del grupo, como de muchos otros, pero de ninguno más evidente en su grandeza.

Una de las muchas virtudes de este excepcional "Becoming Led Zeppelin" es precisamente no entrar en esa diatriba y no combatir a nada ni a nadie. Presentar como una casualidad, una entre mil o entre mil millones, el hecho de que a un par de músicos de sesión con agenda y prestigio suficiente como para vivir bien de ello (Page y Jones), les diera por juntarse con un agitador (Plant) y su amigo (John Bonham) en ese momento decisivo de finales de los años 60 en que el rock tuvo una relevancia, incluso social, que nunca más tendría ni tendrá. Pudieron haber sido Steve Marriott o Rod Stewart o hasta "nuestro" Mike Kennedy, pero algo vio Page en Plant que los demás no tenían y alguna conexión sintió Jones con Bonham - ese pie derecho... - para que dos concienzudos músicos, arreglistas y en el caso de Page - en mi opinión, con McCartney, el más dotado de los músicos británicos - productor y casi ingeniero de sonido, en apenas un mes de ensayos en un cobertizo se dieran cuenta de que tenían entre manos, contando con esos dos tipos de, literalmente, talentos salvajes y naturales, intuitivos, un monstruo que les obligaba a arriesgarlo todo.

Es hábil MacMahon en no decir pero dejar meridianamente claro por si a alguien aún se le escapa, que fueron la envidia por su rápido ascenso, ajeno además al circuito nacional porque triunfaron antes en USA, y la indiferencia o menosprecio de sus miembros hacia lo que la prensa dijera de ellos las razones por las que se hicieron correr las acusaciones de falsificación o directamente robo de la música de los negros y los hippies, esas dos plagas americanas, así como el hecho, bastante palmario, de que no contribuían a consolidar la fugaz supremacía británica en el rock que se había establecido hacia 1962 porque todas sus influencias venían de artistas norteamericanos.

Versiones de viejos bluesmen ya habían grabado Ten Years After, Cream, John Mayall & The Bluesbreakers o los primeros Fleetwood Mac de Peter Green antes de que nacieran Zeppelin y nunca fueron cuestionadas ni acusados sus miembros de apropiación cultural, algo por otra parte ridículo en un país invasor y refundador de la piratería como Inglaterra. Pero recordando un par de ejemplos más curiosos, nada negativo se dijo muy poco antes de la publicación del debut de la banda cuando otro "supergrupo" como el Jeff Beck Group también nacido de los seminales Yardbirds, grabó "Truth", que hasta llegaba a contener una misma canción ("You shook me" de Willie Dixon)... pero vendió algo así como veinte veces menos discos que "Led Zeppelin I". Y más intrigante aún es el caso de un disco teóricamente "entreguista" a la llama que ardía en las islas y de la que nació Zeppelin, como "Electric Mud" de Muddy Waters, que fue incluso ¡mejor recibido en UK que en USA! tal vez porque de alguien como Waters nadie nunca osó dudar cuando fue él propio genio de Mississippi quien más nervioso se sintió al impregnarse de toda esa psicodelia.

Sin titubear en cambio, "Led Zeppelin I" fue acribillado en enero del 69. Pensar que nadie estaba preparado para semejante debut, sería olvidar ese pecado original, que nada había en sus surcos que tuviese que ver con las bandas que representaban el orgullo patriótico y ni siquiera con los propios Yardbirds. Huelga decir que se trata de bandas contra las que ellos nada tuvieron, con las que compartieron a veces escenario pero con las que simplemente apenas coincidieron, no formaron parte de su memoria. Es muy simple: tenían veinte años y se acababan de recorrer Estados Unidos, antes de publicar el disco, fascinados por su música y nunca se habían identificado con nada de lo que habían oído en su adolescencia que no viniese de América. La pregunta es ¿a quién de esos, groso modo, paladines nacionales no le había sucedido lo mismo? ¿Ray Davies?, ¿John Lennon?, ¿Pete Townshend?, ¿Ronnie Lane?, ¿Rod Argent?, ¿Kiz Richards?, ¿Eric Burdon? ¿Alguno de ellos idolatraba a Lonnie Donegan por encima de Buddy Holly, Little Richard o Chuck Berry?  

En el colmo de las paradojas, hasta los propios grupos de la costa oeste estadounidense que influyeron en Zeppelin como Jefferson Airplane le debían bastantes cosas a la British Invasion. No hará falta recordar que hubo verdaderos ataques de patriotismo en forma de comentario musical cuando los Beach Boys cambiaron de ola en 1965 - bendito "Party!" - convirtiéndose al nuevo sonido y ya no digamos cuando declararon competir directamente (y según Brian Wilson, perder) con los Beatles en "Pet sounds", momento álgido y orgasmo colectivo de la música británica que estaba a punto de terminar y que han tratado de revivir, inútilmente nueve de cada diez veces, desde entonces.

Es muy divertido releer viejas reseñas de un álbum que ya queda fuera de lo que esta película narra, "Led Zeppelin III" y comprobar hasta donde llegaron los críticos británicos en su cruzada cuando advirtieron que "por fin el grupo tomaba una dirección acorde a su nacionalidad", cuando todas las sonoridades acústicas que tenía ya estaban en temas de, por ejemplo y de nuevo, los Airplane, como "Embryonic journey" de "Surrealisitic Pillow", uno de los álbumes de cabecera de Plant. Llamar folk británico a varios temas arreglados de tradicionales americanos o tan inspirados en uno compuesto por un, de nuevo, americano de padre finlandés (y musicalmente medio pakistaní) como Jorma Kaukonen costaría hasta calificarlo como arrebato de nostalgia colonialista porque es simple y llana ignorancia.

Siempre la baldía búsqueda de la originalidad, en cine y en música y no de la personalidad. Todo el mundo sabe que salvo Elvis Presley, que estaba inspirado directamente por Dios, siempre se trata de cadenas de influencias, diáfanas o rastreables a poco se quiera hacerlo. 

Pero bueno, mejor olvidemos a nuestros encantadores plumillas angloparlantes (debería mencionar a  algún americano que también se quedó a gusto con Zeppelin, como Lester Bangs, siempre presto a dar la nota), a esos tipos con cara del otro Elvis, Costello, en afortunada cita de David Lee Roth y vuelvo a "Becoming Led Zeppelin", que, milagro, sin cortar las canciones ni lucirse en el montaje, trae muchas imágenes por todos los fans conocidas, algunas muy poco vistas de un valor incalculable y unos entrañables audios inéditos de Bonham logrando transmitir la sensación de que algo revolucionario se gestaba y calaba incluso entre quienes se tapaban los oídos en sus apariciones en vivo o no entendían nada de lo que tenían delante, como esos privilegiados daneses que asistieron al nacimiento televisivo del fenómeno sentados como boyscouts alrededor de una hoguera... que era un fuego incontrolable, el aquelarre del blues rock que prendió Hendrix.  

Todo se detiene a las puertas del éxito masivo de público por fin en su país, después de la publicación del fastuoso "Led Zeppelin II" y de que la banda tratara, en vano, de que "Whole lotta love" no fuese un single, redoblando la apuesta lisérgica y no logrando otra cosa que cambiar la historia de los singles, como certificaron King Crimson que se atrevieran a probar como primera canción para darse a conocer con una barbaridad sónica titulada "21st century schizoid man" también en octubre del 69 o que a Black Sabbath no se les ocurriese otra cosa que lanzar un bonito EP de adelanto de su primer disco, encabezándolo con "Black Sabbath" - la canción fúnebre que abrió camino al estilo de música más festivo, el heavy metal - en febrero del año siguiente.

La película presenta lógicamente a Page como el artífice del grupo, quien ideaba los siguientes pasos a dar, como si ya estuviesen escritos, así que lo único que se puede echar de menos es más material, detalles sobre lo que sucedió después, del canónico "Led Zeppelin IV" en adelante y, sobre todo de mi preferido, "Physical graffiti", cincuenta años ya este 2025 y donde alcanzaron sus cumbres más irreales, pero esa es otra historia. Y qué historia.

sábado, 13 de mayo de 2023

APÉNDICE VII

Muy poco se puede escribir porque muy poco se puede ver de la filmografía de la, sobre todo, actriz Grace Cunard, activa como creadora durante el periodo silente y una de las mujeres precursoras del cine más desconocidas.

Que fuese la compañera (artística y sentimental durante unos años también) de Francis, el hermano mayor de John Ford, que interpretase tantas de sus cintas y que luego participase en películas de directores como Frank Borzage, Lewis Milestone, Sam Wood o John M. Stahl, no le granjearon el menor reconocimiento y su nombre no tiene explicación que pasase desapercibido, se repite uno sin descanso cuando al fin repara en ella, un tanto ingenuamente.

Y si como actriz debió destacar nada más ponerse delante de una cámara, como cineasta solo haría falta ver el arranque de una de sus breves películas, una de las muy pocas que han llegado a nuestros días - apenas tres de las diecisiete en que se acredita su autoría - para hacerse una idea de la injusticia en torno suyo. Me refiero, claro, al plano de apertura de "Unmasked" de 1917, digno del mejor Ernst Lubitsch o incluso diría que mejor que ninguno por él filmado hasta esa fecha. Y hay más, todos asombrosos de fluidez, de inventiva visual, de una desconcertante modernidad, como no encontraba desde el gran descubrimiento hace unos años de las obras de Evgenii Bauer. Mientras, otras cineastas, a veces mucho menos importantes, van saliendo del olvido en que permanecieron durante décadas.

Hay que ver también los episodios, pésimamente conservados a veces, lo que queda en pie en realidad, del serial "The purple mask" (1916), con Francis como codirector y protagonista junto a ella, inopinadamente apropiado como un Douglas Fairbanks o un Édouard Mathé, con un aliento aventurero a priori no muy caro al muy opacado hermano del gigante de Maine. No fueron buenas como se sabe (más o menos, sobre todo por Francis) las relaciones entre ambos por largo tiempo, pero lo cierto es que (entre)viendo otros de sus films, sobre los que urgiría una restauración, de ahí puede descender, como por otra parte es natural, aunque a la contra a veces (el tratamiento dado a los antagonistas, la visión de la Historia), una buena parte del cine del primer Ford.

Y no hay que dejar escapar "A daughter of the law" de 1921, donde Grace, con una seguridad, una tranquilidad y una gracia reservada a unas cuantas elegidas, filma e interpreta un misterio que ni siquiera lo es, noble y naive, pleno de dominio del espacio cinematográfico, sorpresivamente "nórdico" en muchos aspectos.  

jueves, 9 de diciembre de 2021

APÉNDICE VI: THE BEATLES GET BACK

Tan gastado está el apelativo de "documento extraordinario", que pierde un poco el sentido denominar así a lo que es, esta vez sí, uno de los más inusuales y esclarecedores films nunca editados sobre una banda de rock, este "The Beatles Get Back" montado por Peter Jackson sobre las filmaciones que en enero de 1969 dejó archivadas Michael Lindsay-Hogg y de las que se extrajo el previo "Let it be" en 1970, de escasos setenta minutos frente a estos monumentales cuatrocientos setenta.

Se venía hablando desde hace años de este material, del que únicamente era célebre una parte (el emblemático concierto en la azotea del edificio de Apple Records en Saville Road) y de la posibilidad de que viese la luz más de cincuenta años después de su filmación y de la disolución de la banda, acaecida unos meses después. 

Y por fin sucedió. 

Jackson lo hace muy bien. Tal vez debiera haberse denominado (en inglés) "conductor" antes que "director", pero la verdad es que no es intervencionista ni se dedica a dejar señales que lo identifiquen, limitándose a revisar, cortar lo que se presume reiterativo, hacer unas transiciones de aspecto vintage acordes al momento y acentuar el carácter de diario que tenían las imágenes y sonidos captados, más del doble en cuanto a duración estos últimos que los primeros. Cuando se anunció el proyecto y apareció su nombre, recordé su film "Forgotten silver" de 1995, aquel emotivo mockumentary sobre el ficticio gran cineasta neozelandés Colin McKenzie y no me dio mál pálpito. Todo el mundo tiene un pasado y Jackson una vez fue director de cine.

Y no era tan fácil porque estas bobinas no captan precisamente una celebración como por ejemplo de la que se ocupó Martin Scorsese en "The last waltz". Como es obvio, se trata de un momento extraño para The Beatles, tres largos años después de que dejaran de tocar en directo - y con una mezcla de inquietud y vértigo por volver a hacerlo - preparando un disco o un programa de tv o una película y ensayando canciones que finalmente irían a parar a por lo menos seis discos si mis cuentas no fallan: los dos últimos de la banda ("Abbey road" y "Let it be"), los dos primeros en solitario de Paul McCartney, el primero de George Harrison y el segundo de John Lennon, más una serie de improvisaciones sin nombre o con uno "de trabajo" que no cristalizaron en tema alguno.

El interés del material es inmenso para un seguridor de la banda o del rock y el pop del prodigioso final de la década de 1960, no sé si incluidos mitómanos, que suelen encajar bien los indicios, los detalles y los "refuerzos" a su idolatría, pero no sé si tan bien dosis tan excesivas de realidad como la de contemplar a los fab four sin aparente interés en otra cosa que la música, sin glamour, sin el filtro de la producción de George Martin - una figura decorativa todo el metraje y bien poco más pudo hacer con la mitad de estas canciones, que cayeron en las garras de Phil Spector -, riéndose de todo y de todos (de ellos los primeros, como el muy divertido y diría que necesario pasaje sobre la India, que echa abajo el relato trascendental que nunca fue), más bien agobiados y apremiados por circustancias, que creando libremente y mirando a la Historia.    

Y sin embargo, asistimos perplejos a la creación de algunas de sus canciones, cómo progresan con esa mezcla, imposible incluso para profesionales y sé bien de lo que hablo, entre técnica - acordes, modos, tempos, armonías - y entendimiento instantáneo de una mirada, un efecto, un cambio o cualquier elemento que atrapan al vuelo para conseguir pulir estas ideas que son pura leyenda de la música. Es evidente que la familaridad que puede empezar a sentirse conforme pasan los minutos y el hecho de que llegue un momento en que ya no asombre ver cómo se despliega su música, deja con ganas de contemplar el "gran misterio", la composición, las musas bajando domésticas y cotidianas a saludarlos. 

Entre el final de la primera de las tres partes y el comienzo de la segunda, se encuentra el momento cinematográficamente más intrigante del film, cuando amaga George Harrison con dejar la banda. 

Es realmente divertido pensar que después de cien teorías al respecto, mil cruces sobre la cabeza de Yoko Ono - que debía ser muy activa como elemento desintegrador fuera de cámaras, pero absolutamente pasiva delante de ellas - y una buena batalla de trastos a la cabeza lanzados mutuamente por Lennon y McCartney durante buena parte de la siguiente década en forma de canciones, alusiones, desmentidos y furtivos detalles deslizados a la prensa, resulta que aparece un nuevo sospechoso en el pequeño universo que es en sí mismo el final de los de Liverpool. 

Efectivamente, el cine también pudo ser el asesino. La presencia de cámaras coarta conversaciones, censura otras y como punto álgido, provoca un importante enfado en Harrison cuando Lennon le pide que toque de manera sencilla y empieza a poner de ejemplo al brillante guitarrista de Blind Faith (y antes de Cream, The Bluesbreakers y The Yardbirds), Eric Clapton, al que llega a sugerir como su sustituto. Reducido a ese episodio, se trata de una anécdota, pero habría que pensar que durante esos minutos en que se vuelve incluso violenta la contemplación de las imágenes y hasta surge una inesperada chispa de conexión con "Lightning over water" de Nicholas Ray y Wim Wenders, la idea de este escrutinio es la peor imaginable para una banda con problemas.

El mismo concierto mítico en la azotea se revela ahora un gesto aún más absurdo y lúdico, una broma más de las muchas que hacen y ya prácticamente no queda casi nada del hito mediático que siempre trató de promocionarse. Es el extraño colofón a un proceso parcialmente improductivo y abandonado a medias.

Y por otras pistas deslizadas (el manager depredador que acecha y seduce a Lennon, Harrison anunciando que tiene canciones que se quiere "quitar de encima", McCartney y su disciplina sin gran o ningún eco en los demás...) definitivamente ningún bien le hizo al grupo saber que en este momento de recapitulación y abandono de la línea de experimentación continua en el estudio, la cual habían llevado a una de sus más altas cotas, estaban siendo expuestos a los ojos de todos, los débiles, cambiantes y divergentes lazos que aún les unían.  

domingo, 26 de septiembre de 2021

APÉNDICE V: AMÉRICA, AMÉRICA

Tan seco y duro como impresionante, "Hostiles", el, de momento, último film de Scott Cooper, parece que no tuvo ni estreno en salas y me temo que en otras épocas hubiese sido un cartucho de vídeo arrinconado en un estante con aspecto de subproducto para nostálgicos. 
En 2017 quizá era peor aún, porque un simple trailer disuasorio o una breve reseña, tan breve como esta, de un viaje hacia el norte, desde New Mexico a Montana, para trasladar a un indio enfermo y su familia por parte de los soldados que los habían combatido, corría el serio riesgo de confundirse con un exabrupto patriótico y de reescritura de ciertas cosas que no fueron contadas como era debido, aprovechando que comenzaba la infausta era Trump.
Nada que ver. 
Película sin vencedores ni vencidos, sin una imprecisión, extrañamente sobria - quizá demasiado: los diálogos resultan casi inaudibles -, digna y solitaria, como los géneros de los que se desgaja, el western otoñal y el cine bélico de los años 70 del pasado siglo. 
Cada nueva muesca en esos viejos revólveres solía traer de vuelta la "actualidad" de los mismos, las injustas comparaciones con el pasado y los aún más desproporcionados vítores a poco que recuperasen la gloria de entonces, poco o mucho, como si esa fuese su función.
Ahora da la impresión de que nunca existieron, que este territorio está inexplorado, que es más cierta que nunca la extrema libertad de los códigos, que las posibilidades son tan vastas como las que podría deparar una ciencia abandonada.
Excelentes los actores y actrices y gran foto del interesante Takayanagi Masanobu
 
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El más reciente disco del cada vez más inclasificable Scott H Biram, "Fever dreams" (2020) va camino de correr la misma suerte que los anteriores once y la que acompañó a los de Hank III (nieto del mito Hank Williams), que parece haber tirado la toalla para vergüenza de todos.
A Scott parece no importarle nada no importarle nada a casi nadie. Le abandonaron los que lo seguían en el circuito country cuando empezó a distorsionar guitarras, mezclar su música blanca con las negras y hacer en definitiva lo que le dictaba su conciencia. Más solo cada año que pasa, graba en su estudio tocando todos los instrumentos y se autoproduce. Lejos de tratar de paliar el fracaso comercial que le espera, no se publicita en redes sociales ni hace promoción. 
En las cada vez más escasas entrevistas que concedía declaraba su deuda con Lightning Hopkins y con King Crimson (!) lo que tampoco ayudaba precisamente a ubicarlo; pero ya no habla. En su lugar lo hacen estas trece canciones cortas e hirientes, una de las colecciones, si no la colección más apasionante de su carrera. 
Le hace justicia a un tema de Townes Van Zandt nada menos ("Highway kind") y entrega algunas de las más lúcidas composiciones de su vida: "Hobo jungle", que podría estar en cualquiera de los grandes discos de Iggy Pop, "Drunk like me", la sacudida punk de "Watcha gonna do?" o mi favorita, "Everything just slips away".

sábado, 12 de diciembre de 2020

APÉNDICE IV

Finaliza 2020 y es el momento de hacer un repaso musical a los favoritos del año. 

He tratado de concentrar mis preferencias de entre lo escuchado en un Top 7. No estamos en 1994 ni en 1983 ni en 1970, donde habrían salido un mínimo de 35 discos, claro. Antes me gustaría hacer algunas menciones honoríficas: "Fetch the bolt cutters" de Fiona Apple, "Hate for sale" de The Pretenders, "Rattle" de Wailin Storms, "The unraveling" de Drive-by Truckers y su hermano "Reunions" de Jason Isbell and The 400 Unit, "Titans of creation" de Testament, "The Universe inside" de The Dream Syndicate, "Letter to you" de Bruce Springsteen, "Power up" de AC/DC, "Ohms" de Deftones, "Blvds of splendor" de Cherie Currie, "Random desire" de Greg Dulli.

Lo primero, dos sucesos. 

El más emotivo, "Wildflowers and all the rest", la bonita edición que la Warner ha sacado del gran (pero no el mejor para mí) disco de Tom Petty, con un puñado de canciones inéditas y otras que incluyó en la banda sonora de la película de Edward Burns "She's the one" (uno de mis favoritos suyos). Sus melodías y su voz, que siempre fueron un bálsamo, suenan ahora tras su muerte a música de cuando vivimos otra vida, música para escapar de la indigencia moral insoportable que lo ahoga y lo aniquila todo. 

El otro, igualmente importante, "Homegrown", el album recuperado por Neil Young de la época de "On the beach" y "Tonight's the night", los días perezosos, los días de los efluvios sureños y negros en su música. Ningún nuevo gran clásico, pero un buen complemento para seguir armando el inmenso puzzle de la obra del canadiense.

Y bueno, sin más preámbulos:

7 "When the cold truth has worn its miserable welcome out" es uno de los discos más extraños de los últimos años, aunque nada que salga de la mente de Phil Anselmo ha sido nunca ni estándar ni cómodo para nadie, el primero para él mismo. En Minor, este nuevo proyecto, lo acerca, quién lo hubiera pensado tras patearse los más extremos parajes musicales (sludge, hardcore punk, doom, grindcore, thrash, black) a Nick Cave and The Bad Seeds o Mark Lanegan. Resulta chocante verlo en vivo quieto y sin su característico - en afortunada acepción de Ozzy, aunque referida a Max Cavalera - "calcetín en la garganta".   

6 El último álbum - no habrá más - de The Pretty Things, "Bare as bone, bright as blood" es un desnudo y puro disco de blues blanco. Los slides de Dick Taylor y la voz del recientemente desaparecido Phil May, alumbran una colección de canciones nocturnas y sencillas, surgidas de la nada en la que estaban desde los años 60 para quienes los olvidaron, que somos casi todos nosotros. Belleza y congojo a partes iguales.

5 Mucho revival veo en todas partes del metal clásico, fans salidos y llegados de todas partes proclamando su amor a Black Sabbath y Iron Maiden, vinilos a precios desorbitados, camisetas por doquier... pero Armored Saint siguen sin vender un maldito disco. Algo no cuadra. ¿Dónde estaban todos en los 80 y en los 90 y en los 2000 y en lo 2010? Nada ha cambiado para las admirables bandas de segunda fila y tampoco nada para los discos menos populares e influyentes de las punteras y eso es el 99% de esta música. "Punching the sky" es otro excelente disco sin concesiones pese a los años que llevan sin salir del circuito de clubes más duro que se pueda uno imaginar. Fantástico como siempre en la voz John Bush, una de las más inexplicables expulsiones de un miembro de una banda (Anthrax) de la historia del rock.

4 "Good souls, better angels" de Lucinda Williams, del que ya hablé hace meses.

3 El más "indisciplinado" guitarrista de los 80 y su disco en solitario más cercano a las facetas que prefiero de Sonic Youth. Las canciones de "By the fire" de Thurston Moore se arrastran a veces por las arenas de Kyuss, otras se hunden en los pantanos de Bauhaus, otras vuelan entre velos y serpientes como las de John Frusciante, a veces pesan toneladas como las de Robert Fripp y otras parecen ingrávidas, como las de Nick Drake. Cuando se le va la mano ("Locomotives", "Venus"), se le va de veras, como era previsible conociendo sus tendencias y está bien que sea así porque ahí está la impresionante "Cantaloupe" para compensar cualquier enredo.

2  "Rough and rowdy ways" ha generado seguramente las reseñas más prolijas y divertidas del año. Dylan sigue dejando con pocos argumentos a los que tratan o tratamos de escribir sobre su música, tan esquiva, rebelde e inasible como lo era en los 60. No sé si ya más buñueliano que godardiano, el genio puede, si quiere, reirse de lo lindo con la impotencia de cuantos se acercan a estos temas extrañamente contagiosos, laberínticos, saciados en fuentes que obligan a tirar del hilo y llegar hasta la música de los años 30 del pasado siglo. Absolutamente nadie ha sido tan relevante a lo largo de una carrera, en todos y cada uno de sus recodos, como Bob Dylan.

1 Cuarto disco y sigue en ascenso la carrera de Chris Stapleton. Ese aspecto suyo a lo Ronnie van Zant y ese aparente desinterés por la innovación vocacional, se abra su música por donde se abra, no deberían despistar respecto a "Starting over", su mejor y más ambicioso disco hasta la fecha. La ayuda de Mike Campbell y Benmont Tench es importante, pero sobre todo lo es más el atrevimiento de Chris (y Morgane) para mezclar el country y el folk con el soul, el funk, el hard rock, el blues o el pop. Aires a The Band, The Doors o incluso Terence Trent D'Arby aquí y allá, pero sobre todo, la autenticidad que empezarán a sustraerle - al principio con halagos y anecdóticos desvíos - a poco no se ande con ojo. 

lunes, 31 de agosto de 2020

APÉNDICE III

Será por la capacidad de su director para ser paciente filmando y sagaz montando, por haber sabido escuchar, mirar y propiciar la fluidez, será por su modestia para no subrayar los instantes en que se delatan contradicciones o asoman posibilidades que se podrán aprovechar más adelante, pero lo cierto es que "Adolescentes" de Sébastien Lifshitz (filmada entre 2013 y 2018, terminada en 2019 y varada aún a la espera de un estreno en cines) parece la película más certera posible sobre esa edad de la vida. Sin ejercicios de nostalgia ni expedientes informativos (es decir, ni apelando al pasado de cada espectador ni a lo que puede revivir en sus hijos), impresiona "Adolescentes" la única vibración que de verdad importa comunicar en toda investigación justa sobre un grupo humano, la ilusoria detención del tiempo. Quiero decir que las circunstancias familiares, tan opuestas, de estas dos chicas que polarizan la puesta en escena, apenas les importan a ellas y así las acompaña Lifshitz, que con toda facilidad les pudo haber tomado ventaja y dirigir el film a padres, educadores, políticos, sociólogos y a todos cuanto pudieran evaluarlas - o ni molestarse y solo mirarlas apáticamente - desde su experimentado punto de vista y no con el de ellas, pero no lo hace. Sencillo parece el secreto del entendimiento.

 

Al escuchar el tema de apertura, "This forgotten town", algo de la brisa que aún desciende de sus cimas, "Tomorrow the green grass" de 1995 y "Rainy day music" en 2003, mueve los surcos de "XOXO" (qué título horroroso), el nuevo álbum de The Jayhawks, una de las bandas - de mi tiempo - que más de cerca he seguido. Aún recuerdo aquellos viajes a Granada, Cádiz o al Puerto de Santa María para verlos en directo, cómo les echábamos una mano con el merchandising, la foto que conservo con Gary Louris y su hijo Henry una de aquellas noches... Han pasado los años y me alegro que cosechen elogios, pero no me volverá a doler tanto la dulce derrota de los días en que se frustraban por no tener el reconocimiento que merecían, los tiempos en que componían, inadvertidas para el mainstream, canciones dignas de haber aparecido en "GP" o "#1 Record". Nada será igual, pero me alegro de tener noticias de ellos cada cierto tiempo, con aquel vaso que suponía un pleito constante ya siempre medio lleno y nuevas melodías flotando.


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Cuando menos lo esperaba aparecen rescatados, por fin, los textos de Manolo Marinero, escritor sin par, caso raro en el que tan importante es lo que piensa del cine (que es lo que en exclusiva se requiere de un crítico) como su postura vital y lo que, sin pretenderlo, trasluce de sí. Si a uno, agradecido ante una selección tan amplia y rigurosa de sus escritos (tanto artículos como poemas y relatos) no se le ocurriría pedir nada más, la edición de Sergio Casado supera lo imaginado: buen gusto, cuidado por el más ínfimo detalle, primor en la maquetación y en la impresión y un prefacio tan inesperado como emocionante. Manolo Marinero, vital y combativo primero, golpeado pero resistente después, cansado y melancólico al fin, noble siempre. Desde que leí su definición del frontera lo estimo como a pocos. Sé que bastantes más también.

Rodrigo Dueñas

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miércoles, 1 de julio de 2020

APÉNDICE II

Dados por muertos y sin embargo, aún viven.
Disfrutaron de su pequeña o gran época dorada hace unos años ¡o hace unas décadas! y a más de uno no les quedan ya ni detractores. La muy antigua "bula crítica" fue derogada desde que opera la desmemoria colectiva.
Como la inercia invitaría a no conocerlos u obviarlos, razón de más para seguir adelante.

"L'adieu à la nuit" de André Techiné (2019)
Temible argumento de retorno a casa y (re)descubrimiento de personalidades con afinidades peligrosas, filmado con la falta de acentos sociológicos y el estoicismo necesarios. No hay apenas planos, solo escenas, como si se acabara el tiempo y la pulcritud de las imágenes - con un contraste de luz excesivo y hasta molesto - y el aire vintage de todo lo que toca Deneuve harían desistir a los pocos minutos.
Pero el film se concentra hasta resultar inquietante, conforme ha establecido sus muy comunes bases y sobre todo, ha dejado ver su lógica dirección. Preguntas nuevas y respuestas viejas, afortunadamente abiertas ambas; la decencia poco puede hacer frente a la necedad de todas formas. 


"Da 5 bloods" de Spike Lee (2020)
Bastante sorprendente obra de Lee, quizá la mejor de su carrera y en el momento más inesperado. Un film con minutaje de efectos disuasorios - pero lleno, no hinchado - una idea descabellada llevada al paroxismo y un final "capriano" pasado de toda moda aprovechable... carnaza fácil para quien tenga unos muy justificados prejuicios conociendo su trayectoria reciente o en su totalidad. A veces todo es tan sencillo como que algo, que no debería hacerlo, funciona. Un río desbordado de imágenes donde flotan sus habituales alforjas - collage de texturas al ritmo de la omnipresente música, humor, reivindicación de su raza - junto a otras novedades, a estas alturas poco esperables por su parte: comprensión, calma, emoción. Un aluvión en tiempos de minimalismo del black power.  


"Demain et tous les autres jours" de Noémie Lvovsky (2017)
Sensible e imaginativa crónica sobre la orfandad de facto de una niña con una madre con problemas mentales - interpretada por la propia cineasta - y un padre ausente, retirado de la vida familiar ante la intolerable vida que compartía junto a ella. Con el atrevimiento perdido hace dos décadas por Lvovsky, la película es aérea, sutil y queda expuesta en todo momento a caer en el ridículo, que no parece ni conocer, ni mucho menos importarle. 
Lírica, divertida y excéntrica, no sé si debieran verla los niños, pero seguro que serían los que mejor la comprenderían.


"Who" de The Who (2019)
Si al final, como se dice, se acaban pareciendo todas las canciones de los integrantes de una generación, por muy diversos que hubiesen sido en sus comienzos, este es el álbum con el que The Who alcanzan, cuarenta años después, a Paul McCartney.
Con la partida de John Entwistle en 2002, todo parecía estar finalizando para la banda, pero he aquí, trece años después del discreto "Endless wire", a Daltrey y Townshend, cumplidos los 75, publicando sus mejores temas en cuarenta años, como "Ball and chain", "Rockin' in range" o, cuánta razón, "Got nothin to prove".
Buena ayuda de grandes músicos como Pino Palladino o Benmont Tench, un espectro en la escala de fa mayor desde la muerte de Tom Petty.


"Slowdive" de Slowdive (2017)
Primer album en veintidós años de Slowdive, evaporado el sueño del shoegaze a mediados de la década de los años 90. Debe ser el sino de las bandas que practicaron este sonido, pocos discos y con largos periodos de gestación o abandono. Ahora parece que todo quedó circunscrito al icónico "Loveless" de My Bloody Valentine, otros dirán al "Ferment" de Catherine Wheel.
Por la banda de Neil Halstead parece que no hubiese pasado no ya el tiempo, ni tan siquiera su tiempo. He visto gente llorando de emoción en sus conciertos y un visitante se preguntaría por qué. La respuesta es muy sencilla y muy complicada. Hubo un tiempo en que esta marea de guitarras estilizadas alumbró otra posibilidad, la más inesperada, para que el pop recuperara el brillo de Love, de Television o de Prince, por citar tres décadas y tres grandes nombres. ¿De veras sucedió?  

miércoles, 17 de junio de 2020

APÉNDICE I

Bueno, inauguro sección, aún sin nombre definitivo, donde iré recopilando algunas referencias breves a films, discos o libros recientes de los que algo quiera comentar.
No tendrá una periodicidad establecida ni nada similar, saldrá en cualquier momento, quizá para cubrir lagunas o espacios en los que no haya textos nuevos. Tampoco extensión dada, pero espero sea heterogénea.
Vamos allá.

"Buoyancy" (2019) de Rodd Rathjen
Debut largo de este cineasta australiano, pero hablado en thai, y una de las mejores y más desasosegantes películas recientes. Deudora de las novelas de Joseph Conrad, mojada en las mismas aguas por las que surcaron tantos personajes suyos, sobria, durísima. La constatación de una realidad - la esclavitud en el sudeste asiático - es la menos "importante" de las cosas que esta película debiera dar a ver. No es ese su cometido, pero como ni una concesión hizo al respecto, mala difusión le espera. Brilla la narración dibujada como solían hacerlo tantos cineastas del pasado, que no se dedicaban a la exposición proselitista de la aventura, que si resultaba serlo, era marginal y contradictoriamente. La épica que surge de mil golpes en el bajo vientre.   

"Good souls, better angels" (2020) de Lucinda Williams
Album número catorce ya en estudio de Lucinda Williams y en mi opinión, lo mejor suyo desde el ya lejano "Essence" de 2001 o como poco desde "World without tears" (2003). No sé cuántos hubiesen pensado en una carrera suya tan larga a finales de los 90, cuando parecía haber llegado por fin en vez de estar saliendo de ninguna parte. Los cambios de humor, las depresiones o explosiones de plenitud y todos los elementos emocionales que marcaba su música hace años, cuando de repente accedió a un público más numeroso que cruzaba los dedos cada vez que entraba en el estudio de grabación o se subía a un escenario, ha ido poco a poco dejando paso - ha cumplido ya 67 - a un mantenido estado de lucidez combativo, sin el derrotismo de antaño. Más áspera y no por ello con más guitarras ni bases robustas, la vieja tensión de tener una buena canción entre manos aflora como pocas veces en su música.  

"Oh baby" (2018) Rian Johnson para LCD Soundsystem
Extrañamente, viniendo de este director bastante inoperante por lo conocido, un buen clip para un tema mediocre del grupo electrónico LCD Soundsystem, lejos ya de su momento de mayor popularidad allá por 2005, cuando Daft Punk eran su vago "señuelo". 
Protagonizado por David Strathairn y Sissy Spacek.
Sigo prefiriendo mirar denostados videoclips a películas de Ben Rivers.

"Bishkanyar deshot" (2019) de Manju Borah
Una de las más interesantes cineastas actuales y su nueva obra, otra vez situada en la remota región india oriental de Assam, de donde procede. Nada espectacular ni transgresor parece que recorra sus, en apariencia, impenetrables imágenes o vaya a descollar entre sus palabras, pero se me ocurren pocas carreras contemporáneas - desde que partió Cherd Songsri - que, sin arrogarse importancia alguna, permitan acceder y pongan en escena (porque el sustantivo de compartir es comunicación) a un mundo extraviado pero contemporáneo, revestido como aquí, de ¡política y espionaje!. Gozosa sensación la de sentirse uno imbuido por fotogramas intrascendentes y de repente y lo que es mejor, repetidamente, quedar atravesado por un haz de verdad o un hondo verso sin haber aún entendido del todo la compleja peripecia. En esa preparación del camino que hay entre sucesos memorables, reina la claridad, la economía narrativa, el control.