miércoles, 22 de abril de 2020

UNOS DÍAS ANTES DE NAVIDAD

Los hechos principales en que se basa "Kisapmata" acaecieron realmente, veinte años antes del estreno del film y según relató el muy reconocido articulista - con seudónimo cervantino - Quijano de Manila.
La fruición con que se dice eran leídas sus columnas dibuja un imaginario panorama de caras estupefactas frente a lo que era entonces, a comienzos de los años sesenta del siglo pasado y aún continuaba siendo en 1981 cuando se rodó el film, un caso excepcional, si bien buena parte de las circunstancias y el punto de vista fueron mudados para la filmación.
Tanto impacto tuvo el estreno que no resulta descabellada la consideración como film de terror que precede a esta obra, conectada críticamente hasta con "The shining" de Stanley Kubrick, lo cual entiendo que refleja el considerable desasosiego emocional causado a los espectadores, porque un par de escenas pesadillescas a ralentí y blanco y negro, que la verdad me hacen pensar mucho antes en Luis Buñuel, no deberían ser las culpables de esa rebuscada abstracción.
En todo caso, la admirable capacidad del director Mike de Leon para evitar el sensacionalismo y narrar con implacable lógica esta historia, debería hacer a un lado la búsqueda de ascendientes y conceder a esta película monstruosa la atención que merece.
En pocas ocasiones se presentan hechos tan tremendos como los de "Kisapmata" y el horror que está en plano, el que queda en off y el que enlaza con certeza al pasado, son expuestos al mismo tiempo y con tal intensidad.
La corrupción de la policía filipina en tiempos de Marcos nunca se personificó tan bien como en este Sargento jubilado con cincuenta y pocos años (un excelente Vic Silayan), de impronta vidriosa pero maneras tranquilas por el puro ejercicio libre de la impunidad más absoluta, cuando estaba en las calles y cuando volvía a casa con su mujer y su hija, que es la que aún practica al haber sido privado del placer de la que ejercía profesionalmente. Sentado en su butaca, de Leon pone pocas palabras en su boca, taimadas incluso y ninguna historia de los viejos tiempos, pero se le sabe capaz aún de la mayor violencia apenas reprimida por algo de confusión por mor de la culpa. La opción inteligente de dejar en off toda la ristra de abusos de autoridad que le deben contemplar recarga la necesidad que tiene de adaptarse a un espacio tan absurdo como su propia casa, donde no hay motivos para "corregir" conductas y ahí le nacieron los vicios, los innombrables abusos. 
Compensando con su presencia cada estancia que él ocupa, muchas veces situada simétricamente en esquinas opuestas, en la penumbra frente a la lámpara que a él lo ilumina, está el personaje clave del film, su mujer (Charito Solís), siempre al margen, secundaria en esta historia porque parece haberlo elegido así el personaje y no debido a lo dispuesto por la película. Cuántos años deben contemplarla sentada frente a su máquina de coser, qué farsa la suya de tener que disimular la sumisión, con solo un intento de fuga del que acordarse y una montaña de reproches apilados sobre sí misma por conciencia.
No son tanto los celos, parece, como los de "Él", ya que mencionaba a Buñuel y vienen a la memoria varias retorcidas estratagemas de su enajenado célibe (eterno en realidad, porque ni poseyendo dejará de serlo y hasta en mayor medida querrá tener para él solo) en varios momentos, pero sí el mismo mecanismo de dominio y administración de los compromisos del engaño el que opera - sin humor, claro y más lejos aún estaría la ironía suprema de "Tristana" o "Cet obscur objet du désir" -, tanto entre ellos como sobre todo entre él y el tercer personaje en liza, la hija, a la que ya no se le ha ocurrido otra cosa para tratar de tener una oportunidad que embarazarse para escapar con un compañero del Banco en que trabaja.
Tenía que intentarlo la chica (Charo Santos-Concio), taciturna y penitente, prolongación de todo lo malo que ha crecido en su familia y ha dado ese paso inesperado a sabiendas del riesgo, porque ni los titulares de los altarcitos a los que enciende velas en su habitación, ni ninguno de los novios con que emprendía relaciones hasta que papá cortaba por lo sano, iban a ser suficientes.
Por esa extraña transmisión de personalidades entre películas que lleva cada actor o actriz consigo, aún más creíble y secreto es el mutismo de ella si antes se la ha visto interpretando a la poseída de "Itim" de 1977, película que por cierto conviene ver y no precisamente porque lleve adherida otra etiqueta superficial - y supremacista, si no fuera porque fue difundida por los propios filipinos - que no es otra que la de ser la "respuesta" patria a "Blow up" de Antonioni, con el que tiene tan poco que ver Mike de Leon como con Kubrick.
El chico (Jay Ilagan), es la tercera víctima encadenada, penalizado por no ser lo bastante inquisitivo y tomar por una crisis matrimonial lo que era un sordo grito de desesperación de su mujer imantado hacia el abismo. Un agujero negro que él no verá ante sus propios ojos hasta el último segundo.
Todos en algún momento, el padre incluido, al tomar la iniciativa, desplazan el equilibrio de la mirada y multiplican el efecto no de sus avances, sino de sus concesiones, sus huidas hacia delante, sus impotencias, impidiendo que crezcamos junto a ninguno o les justifiquemos. A esto es a lo que llamó Rossellini objetividad.
Ante esta construcción de caracteres tan fuerte, no tiene que suceder nada para que se torne densa cualquier escena doméstica y de una atroz intimidación las que operan con varios de ellos compartiendo encuadre, con mayor efecto cuanto más alejados de su entorno.
Una consulta médica, la misma boda en que se desposan los chicos, las cenas en casa del preocupado consuegro, cualquier escenario es propicio para que de Leon y enlazando al maestro de Calanda con su apreciado Hitchcock, mire y consiga que miremos con simultáneo estremecimiento.
El último confín de la película, la casa, un miserable bastión que defender para quien durante años hizo y deshizo a su antojo en todas partes donde estuvo, se convierte con el paso de los minutos también en un personaje dentro del cual habita otro, una criada que de Leon asimila con mucha astucia a la mujer del ogro, mediante dos "herramientas de comunicación" indescifrables, salvo entre ellos: el uso, siempre despectivo o a gritos, de un dialecto indígena y los malos tratos físicos.
La presencia del edificio, sin el menor truco lumínico o de sonido, progresa fascinantemente para que advirtamos que dentro de la prisión, en la habitación donde empezó todo, estaba también el patíbulo. 
 
Así de bonita lucirá "Kisapmata" cuando circule su restauración

lunes, 20 de abril de 2020

NEGRO SOBRE NEGRO

No corren vientos favorables, pero Shangrila Ediciones publica un nuevo libro, titulado "Para rondar castillos", coordinado por José Luis Márquez Núñez.
Contribuyo al mismo con un texto sobre dos films de Pere Portabella, "Cuadecuc vampir" y "Umbracle", ambos filmados en 1970. 
Se puede adquirir online como siempre en su web y hay entrada en el blog de la revista durante el lanzamiento. 

jueves, 9 de abril de 2020

PEQUEÑO BLUES EN LA CIUDAD

Desde la publicidad para las marquesinas, pasando por los anuncios en revistas y hasta llegar a las entrevistas promocionales de televisión, todo cuanto rodeó en su momento al estreno de "Innocent blood" fue un intento por revivir o al menos aprovechar la estela dejada por "An American werewolf in London", la película más amada de John Landis en la década anterior.
Comprensible estrategia solo si estaba dirigida a un nuevo público, porque dudo que nadie que la hubiese visto había podido olvidar aquella maravillosa fantasía; quizá sí los celebrados maquillajes y efectos, superados ampliamente en los diez años transcurridos, pero no desde luego aquel desgarrador final con la enfermera a la que daba vida Jenny Agutter desecha ante el cadáver del chico.
Como poco sentido tiene despreciar la importancia del marketing cinematográfico por muy poco que interesen sus tácticas, habría que decir que muy ambiciosa de todas formas no era la idea ese año de 1992 en que "Innocent blood" coincidía en las carteleras con otro thriller perturbador y surreal como "Twin Peaks: Fire walk with me" de David Lynch, al que incluso superaba y cuando estaba aún muy fresco el recuerdo de "Goodfellas" de Martin Scorsese en las pantallas, a la que, además de poner del revés, sacaba varios colores y sobre todo uno fundamental, el de la comicidad.
Supongo que con un background tan poco serio como haber debutado con films cafre-musicales protagonizados por un fanático del soul y del rnb que era la personificación del punk como John Belushi y luego haber reincidido con otras estrellas del mítico programa Saturday Night Live - ¿con los que también rodaron Jim Jarmusch, Paul Thomas Anderson, Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Robert Altman, Terence Davies o los hermanos Coen? - continuar con videoclips para un entertainer tan legendario ahora como poco respetado entonces llamado Michael Jackson - ¿no cayeron también en tan vulgar medio, sin ir más lejos, el propio Scorsese con el Rey del Pop o Lynch con NIN? -, y especialmente teniendo tan reciente en su haber de 1991 un film llamado "Oscar" ... candidato a varios Razzies que ni siquiera ganó, Landis no podía ni debía aspirar a tanto.
Pero como una película es lo que resulta ser y no lo que se esperaba de ella o de su director y a veces el inescrutable destino reserva laureles a quienes los merecen, contra todo pronóstico (¿para qué sirven los pronósticos?) "Innocent blood" fue y sigue siendo una de las obras más brillantes de su tiempo y una de las más divertidas.
 
 
La apertura en el apartamento, una de las más perfectas introducciones a una película - solo tres acordes: la angustia y la soledad en off que serán claves hasta poder encontrar una oportunidad de aparecer, el carácter inverosímil del film normalizado y el humor -, con la bellísima vampira Anne Parillaud pensando en aprovechar la ola de crímenes de la mafia neoyorkina para encubrir sus incursiones nocturnas, quizá sea lo mejor filmado nunca por Landis.
Y qué sensacionales escenas con grúas - que, ay, pierden parte de su poder en pantallas pequeñas - y cuántas cosas admirables más que podríamos recordar con la condición de que no comparezca la aborrecible indulgencia reservada a films cómicos y films de terror (más extendida aún, a la mezcla de ambos), nadie vuelva a sentirse un niño - ¿quién se hace más preguntas que un niño y quién quiere ser un niño con Parillaud en imagen? - y todas esas patrañas que la rebajarían al instante.
A Landis hay que pedirle la misma fe en sus imágenes que a los demás, de la misma manera que él confía en las de Terence Fisher, Tod Browning o Alfred Hitchcock que desfilan por su película un poco como advertencia a incrédulos o en la presencia de Forrest J. Ackerman como extra.
Las caricaturas y las bromas debieran ser tan sólidas como las escenas dramáticas y no es mala señal precisamente que resulte llamativo que en la persecución por el puente se note mucho la típica disposición de los coches figurantes para que maniobren los de los protagonistas, una nimia decepción espacial casi impropia para el film.
Lo que no debiera extrañar a nadie es que, tal y como sucedía en "An American...", ese respeto ganado por "Innocent blood" escena a escena, su entusiasmo en escenificar lo imposible y su cuidado para salvaguardar lo auténtico, florezcan en una breve, intensa y por fortuna esta vez no trágica, historia de amor.