Un primer plano inundado de luz de una mujer recién embarazada, que sucede a otro que alumbra las tinieblas en que ha quedado otra, aterrorizada, podrían bastar para ilustrar una de las mejores bazas de "El extraño caso del hombre y la bestia", primera versión en castellano de la célebre novela de Robert Louis Stevenson, dirigida por el argentino Mario Soffici en 1951.
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Por un lado, el deseo de no rendir cuentas, de comprar lo que se vende y lo que no, de deshacerse sin miramientos de lo que se desprecia o apenas molesta y de no tener que seguir normas de educación, vestido o aspecto, que asaltan y hacen estallar de ansiedad a la corista que incorpora Olga Zubarry. Por el otro y frente a él, pero solapado por efecto de la continuidad narrativa, la felicidad largamente anhelada y finalmente alcanzada por la acomodada señora a la que da vida Ana María Campoy. Ambos, frutos de las dos caras del mismo hombre y lo que es más importante, en el único rasgo de la conducta que las aúna, el de la liberación del sexo. Sexo coaccionado e insatisfecho frente a sexo ordinario y consumado.
Los incontables remedos y sainetes a costa de los mitos del terror clásico podrían hacer pensar fácilmente que ese hijo que nace será un elemento humorístico para presentar el texto de Stevenson con alguna "novedad" extravagante y como mínimo innecesaria, pero "El extraño caso del hombre y la bestia", escrito por Ulises Petit de Murat - que muchos años antes había iniciado su prolija andadura en el cine precisamente de la mano de Soffici, con "Prisioneros de la tierra" - es un film serio y tan breve como intenso.
Soffici, que es además el actor que interpreta el doble papel, busca en la paternidad de este personaje ya maduro - es el Jekyll de mayor edad que recuerdo - el efímero contrapeso para su dolorosa quimera antes de que se convierta en demencia incontrolable e incurable. Un "antídoto" que le dura unos tres años.
Convencido de poder encontrar una droga suficientemente fuerte para desinhibir por fin al "verdadero" ser humano y su comportamiento sin ataduras sociales, no esas porquerías que toma la gente y que sólo conducen a vicios, Jekyll realmente se queda a un paso del mayor de sus triunfos si hubiera podido ser capaz de apaciguar a la bestia como en esos años en que se entrega a su vida doméstica.
Cuando vuelve el monstruo, el film destruye todo lo edificado y se entristece y agoniza. Es el momento de cambiar de punto de vista, mostrar el laboratorio, las transformaciones, las huídas, la angustia, la culpa y todo cuanto antes quedaba en off.