lunes, 15 de mayo de 2023

PARA MERECER ESTO

Una fría y agazapada violencia acecha tras cada plano de "Vengeance is mine", penúltimo film del independiente Michael Roemer, lejanamente célebre en los años 60, cuando cualquiera lo pudo confundir con un cineasta de color combativo por "Nothing but a man", un hito de la lucha contra el racismo. Filmado para televisión y recuperado recientemente, "Vengeance is mine" sin duda es el film por el que debiera ser recordado, su obra maestra.
 
La tensión narrativa, la capacidad para comunicar un control ilusorio siempre a punto de quebrarse, de poco sirve si no se sabe luego qué hacer con los pedazos que caen, cómo recomponerlos si cabe hacerlo. Ya a ningún cineasta, en la era de las desafecciones, parece interesarle, pero en realidad es que no saben hacerlo,

Alemán de nacimiento, Roemer sí sabe, pero hace cuarenta años - tiene ahora noventa y cinco - podría parecer ya un tanto desubicado en medio de la estridente década de los 80 con un film tan poco amable y tan radical como este. Ese es el destino de los que caminan por su cuenta, no solo que nadie les acompañe, sino que nadie les vea pasar; por esos senderos abandonados transitaba Paul Newman y se paseará Bernard Émond. Dicen que, a medio camino de ambos, una vez también lo hizo Margaret Tait

"Vengeance is mine" serpentea en territorio conocido, la América de la trastienda perpetua de los grandes sueños, (Delaware, pero podría ser en cualquier esquina del mapa) un lugar donde buscar una nueva vida es ritual cuando la anterior colapsó por los mil motivos de costumbre, qué mas da quién tuvo la culpa. Los colores del horizonte, la música, el mar, tanto aire sin contaminar... extraño paraíso habitado por deprimidos y desengañados.

La primera película de las dos que contiene "Vengeance is mine", parte del rostro de Jo (Brooke Adams), en el que se dibuja una bonita sonrisa cuando la sombra que se apresura a cubrirle el rostro desde cualquier ángulo permite que aparezca quien pudo ser: una chica feliz, que sin embargo no tiene madre o mejor que no la tuviese para lo que le dice o cómo la mira, no tuvo hijos - se los quitaron - y mejor que tampoco hubiese conocido a los hombres que conoció. Con inteligencia Roemer la dirige relajada, acomodada en posiciones corporales como una gata que encontró el rincón mullido de la habitación y por eso cada golpe, verbal o físico, se siente más terrible, más desasosegante. La filma Roemer como se filmaría a alguien que se tranquilizaba de niña pensando en que estaba muerta y así cesaba la falta de cariño que la ahogaba.

En una casa frente al mar, junto a nuevos amigos, creyó que comenzaba algo, pero era un espejismo, como todas las esperanzas que tuvo antes en su vida. Las complicaciones propias empezarán a mezclarse, compensarse y finalmente anularse con las ajenas, que presenciadas en una impúdica primera línea, aturden tanto como si se sufrieran directamente. Ahí comienza la segunda película, más intensa aún, pero diferente. Si antes funcionaba "Vengeance is mine" de afuera hacia adentro, ahora lo hará al revés, como una onda expansiva.

Está magnífica en las escenas domésticas de ruptura y mutuos desagravios, unas escenas secas, sin música, impresionantes y lo estará a partir de ese momento todo el resto del metraje, la hermana mayor que Jo creyó haber encontrado, Donna (Trish van Devere), ambigua y doliente por algo que hace más mal a los demás que a ella misma. Desde que aparece, la película se desliza por el filo de sus laberintos y primero Roemer prueba la resistencia sentimental de ambas protagonistas, que a veces no pueden ni mirarse para poder decir lo que quieren decir, como Naruse Mikio, Henry King y los grandes planificadores de diálogos desde lo callado y desde los silencios. Muy pocas veces en el cine ha sido dada una enfermedad mental como la que padece Donna de una manera tan lacerante.

Más tarde, cuando se constata que nadie va a ganar nada porque ya todos perdieron demasiado, aparece lo primario, extraordinariamente decantado por Roemer, que tenía material de sobra para un grand guignol o para un melodrama arreglalotodo. Fiel al drama, surge no lo fácil, tampoco lo obvio, sino lo auténtico: la inocencia, la moral, la capacidad para rebelarse contra la injusticia, la defensa de la pureza y todo lo que es solo si muere sin contaminarse de la podredumbre de este mundo o nunca lo será.

El último plano es de Bergman o de Godard. Honor a quien lo conjuga y no lo toma prestado.

sábado, 13 de mayo de 2023

APÉNDICE VII

Muy poco se puede escribir porque muy poco se puede ver de la filmografía de la, sobre todo, actriz Grace Cunard, activa como creadora durante el periodo silente y una de las mujeres precursoras del cine más desconocidas.

Que fuese la compañera (artística y sentimental durante unos años también) de Francis, el hermano mayor de John Ford, que interpretase tantas de sus cintas y que luego participase en películas de directores como Frank Borzage, Lewis Milestone, Sam Wood o John M. Stahl, no le granjearon el menor reconocimiento y su nombre no tiene explicación que pasase desapercibido, se repite uno sin descanso cuando al fin repara en ella, un tanto ingenuamente.

Y si como actriz debió destacar nada más ponerse delante de una cámara, como cineasta solo haría falta ver el arranque de una de sus breves películas, una de las muy pocas que han llegado a nuestros días - apenas tres de las diecisiete en que se acredita su autoría - para hacerse una idea de la injusticia en torno suyo. Me refiero, claro, al plano de apertura de "Unmasked" de 1917, digno del mejor Ernst Lubitsch o incluso diría que mejor que ninguno por él filmado hasta esa fecha. Y hay más, todos asombrosos de fluidez, de inventiva visual, de una desconcertante modernidad, como no encontraba desde el gran descubrimiento hace unos años de las obras de Evgenii Bauer. Mientras, otras cineastas, a veces mucho menos importantes, van saliendo del olvido en que permanecieron durante décadas.

Hay que ver también los episodios, pésimamente conservados a veces, lo que queda en pie en realidad, del serial "The purple mask" (1916), con Francis como codirector y protagonista junto a ella, inopinadamente apropiado como un Douglas Fairbanks o un Édouard Mathé, con un aliento aventurero a priori no muy caro al muy opacado hermano del gigante de Maine. No fueron buenas como se sabe (más o menos, sobre todo por Francis) las relaciones entre ambos por largo tiempo, pero lo cierto es que (entre)viendo otros de sus films, sobre los que urgiría una restauración, de ahí puede descender, como por otra parte es natural, aunque a la contra a veces (el tratamiento dado a los antagonistas, la visión de la Historia), una buena parte del cine del primer Ford.

Y no hay que dejar escapar "A daughter of the law" de 1921, donde Grace, con una seguridad, una tranquilidad y una gracia reservada a unas cuantas elegidas, filma e interpreta un misterio que ni siquiera lo es, noble y naive, pleno de dominio del espacio cinematográfico, sorpresivamente "nórdico" en muchos aspectos.