sábado, 9 de febrero de 2013

NO TAN PEQUEÑO

Es imposible no sentir simpatía por él.
Siempre con una sonrisa en los labios, observando con afecto cuanto le rodea, con ideas disparatadas o gozosamente inverosímiles, relajado y humorístico, Kidlat Tahimik da la impresión de ser uno de los cineastas más felices que ha habido.
Y uno de los más grandes que han salido de Filipinas.
Su momento de gloria, allá por finales de los 70, cuando entró en contacto con la American Zoetrope de Coppola - que perdía la paciencia por esos dominios suyos rodando "Apocalypse now" - y le ayudaron a estrenar por fin su film de debut, que debía llevar más de tres años proyectándose en Super 8 itinerantemente de aldea en aldea, unido a su testimonial intervención como actor en un film tan emblemático para el nuevo cine alemán como "Jeder für sich und Gott gegen alle" de Werner Herzog, han quedado más que como el inicio de un exitoso camino, como anécdotas enterradas en el tiempo. 
Y es que ese debut en 1977, "Mababangong bangungot", más conocido como "Perfumed nightmare" desde que recorre festivales como un highlight de algo que llamaron el cine neocolonialista y "Turumba" de 1981, las dos asombrosas obras localizables (ha rodado varias más y aún no se ha retirado) para comprobar su talento, tan poco relacionables con la mayoría de las más conocidas de sus compatriotas "aceptados" internacionalmente, deberían ser famosas y haber inspirado tantas risas como vocaciones.
Toda una personalidad, es paradójico que hasta un "tergiversador" de parte de lo que Kidlat abordó con naturalidad, sin método alguno, ni rastro de provocación crossover, ni sentido "de autor" como pueda ser Kahvn (antes de la Cruz, ahora ya no) goce de mayor predicamento entre nuevas generaciones de interesados por el cine de ese país.
En cualquier caso, esa mezcla imposible de Jean Rouch con Jerry Lewis, esa espontaneidad perfectamente montada y musicalizada, esos colores y esos monólogos llenos de verdad primitiva y sencilla, no permitirían confundir a Kidlat Tahimik con nadie.
Un crítico neoyorkino describió "Turumba" como un panfleto marxista para niños de cinco años. Erró la edad. Kidlat escribió tal cosa con once años, "Los demonios del comunismo" y hasta le dieron un premio.
Nada de esa superioridad tan típica de muchos que deben lidiar desganadamente con el cine del tercer mundo - debe ser duro aceptar que este indígena es, además de chamán, un distinguido economista y ya pronunciaba conferencias, antes de rodar un solo plano, en la Universidad que te expidió el título de periodista - hay por contra en el cine de Kidlat, que "defiende" orgulloso el ancestral modo de vida de sus amigos y vecinos, sus tradiciones y costumbres, percibiéndose al instante que no las cambiaría por nada, por más que mire embelesado a las hazañas y maravillas que traía la invasión occidental, especialmente la americana: la conquista de la Luna - desde un sitio mágico, Cabo Cañaveral, la puerta de las estrellas -, las zapatillas de deporte, "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band", las centrales hidroeléctricas, las autopistas (ideales para secar el cereal, total a costa de perder un carril de los dos) para hacer circular los modernos jeeps que sustituyan por fin a los que quedaron de la guerra, cien veces reciclados... capaces de captar su atención tanto como las leyendas narradas oralmente, los cuentos infantiles, las procesiones religiosas hasta escarpados riscos, los ensayos de las bandas de música o los mercadillos ambulantes. 
Apasionantes y excéntricos, desvergonzados como un niño, los fotogramas que integran estas dos películas cumplen esa máxima que recordaba Godard en "King Lear", la de ser significativos por sí mismos, sin depender de los que les rodean, algo lógico cuando se trata de cineastas con talento innato que deben acostumbrarse a la inactividad y las penurias presupuestarias para terminar sus películas, pero retoman instantáneamente ese pulso en cuanto la cámara vuelve a funcionar, impresionando lo escrito, pensado o soñado con una fuerza y determinación extraordinarias. Las voces en off superpuestas - como se ve, no un elemento de estilo, sino más bien un recurso necesario para ensamblar lo acumulado - harán el resto.
Mientras "Mababangong bangungot" parece concebida como su "única" película, con múltiples sketches, ambicionando abarcar cuanto le rondaba por la cabeza, quizá convencido de que la victoria definitiva y suficiente sería terminarla - Kidlat la protagoniza y conduce, habla de su vida y recoge su viaje a París - "Turumba", en la que ya él no sale ni aparentemente presenta nada autobiográfico, fantasea, más homogéneamente y con una facilidad narrativa pasmosa, sobre la posibilidad que pudo haber tenido una familia que se dedicaba en pleno a hacer figuras de papel maché pintado, de convertirse por casualidad en proveedores de souvenirs para la anual Oktoberfest y hasta para fabricar en serie mascotas para las Olimpiadas de Munich del 72.

2 comentarios:

Miguel Marías dijo...

Aunque yo no he visto más que la primera, comprendo lo grato de la sorpresa (y eso que en el cine filipino abundan) y la muy peculiar simpatía que despierta una película tan loca, tan personal, tan inventiva, tan directa, tan sencilla pero imprevisible, tan confesional pero nada pedante, tan pobre pero tan eficazmente expresiva, tan cómica y sin embargo emocionante. Se puede ver maravillado de principio a fin.

Jesús Cortés dijo...

"Turumba" es más armónica y honda, menos autocrítica con la pobreza y las limitaciones del desarrollo, más orgullosa en cierto sentido. Y contiene más imágenes hermosas.
Gran cineasta.