Los habituales problemas de comunicación presentes a todos los niveles en el cine de Nicholas Ray alcanzan quizá su máximo "esplendor" en la penúltima de sus películas contemporáneas.
No lo parece desde luego por su escenario y la iniciática peripecia narrada, pero es evidente (por una canción que suena en su devenir, tan sorprendente como aquel tren que aparecía de la nada en "Akahige" de Kurosawa) que "The savage innocents" acontece en esos años 50 en que fue escrita la novela en que se basa ("Top of the world" del suizo Hans Rüesch) y filmada, contrastando con la, hasta la fecha, última incursión de Ray en los tiempos que le pertenecían, "Bigger than life".
Inspirador de tantas vocaciones y sentidas conexiones en forma de críticas, homenajes, referencias o declaraciones por algunos de los inminentes integrantes de varias vanguardias, Ray se encontraba en ese crucial año de 1959, antes que Rossellini, en un viaje nada buscado y sin retorno planeado, ya puesta bastante tierra de por medio con los urgentes retratos que habían entusiasmado a muchos por su clarividente visión de una generación (dos en realidad), donde parecía haberlo dicho todo y donde momentánea y extemporáneamente aún volvería, quizá demasiado tarde, con "We can´t go home again" en 1973.
Acude Ray a esta cita con sus tiempos se diría que con reticencia, en los confines del mundo, donde muy pocos espectadores iban a encontrar asidero alguno con que identificarse y con un propósito noble, el de captar la belleza de esos paisajes blancos, eternamente rectangulares con la ayuda de Aldo Tonti y situar allí una historia propia, que pensaba debía ser secundaria.
Será un detalle sin importancia pero sólo en un film de Nicholas Ray es preciso y no resulta redundante un título como este que califica como inocentes a los que viven de la naturaleza y no conocen la maldad antes o después de entrar en contacto con la religión, el comercio o las leyes.
Por ese detalle - pero bien predominante en la elección hecha: el prólogo del film muestra a un oso arponeado, manchando trágicamente de rojo la pureza del entorno y ni un contraplano de los cazadores, hombres sin motivo mayor para cometer tal acto que el de seguir viviendo - se anuncia una película que luego no veremos y que resume a su creador y cuanto buscó denodadamente.
Y es que cualquier intento de superponer lo sublimado físicamente de semejante escenario por el objetivo de la cámara a lo que ocurre entre los hombres y mujeres que habitan "The savage innocents", desafortunadamente estaba condenado a ser un bello fracaso.
Una abrumadora mayoría de las mejores escenas de su carrera habían sucedido en interiores, a menudo en penumbra, tantas veces con diálogos penetrantes y abstractos o silencios elocuentes y fugaces, un catálogo de miradas y gestos breves, momentos, en suma, de tal intensidad que casi hacían olvidar su contexto, la composición, el paisaje, los objetos.
En esos años donde acontece la explosión del neorrealismo y será recordado, en otra clave, también como un ejemplo de cine certero, audaz, vivo, Ray, como Minnelli, es también o hasta por encima de todo, un cineasta "de estudio", que había aprendido a sacar partido a las condiciones creadas para de ellas extraer la verdad que le interesaba.
Poco podían hacer entonces los icebergs violentamente despeñados sobre el mar, las planicies heladas y esa luz azulada mágica frente a uno cualquiera de los momentos en que resplandece la sensibilidad de su creador por boca o mediante los cuerpos de estos personajes primitivos.
Sobre conflictos de comunicación, como decía al principio, se había construido su cine, especialmente los de su director y protagonistas con su interior y el exterior y los de las películas que alumbró con las que vivieron a su par, a las que relativizaban o ponían en cuestión por el mero hecho de mirar de una forma tan lacerante a parecidos asuntos.
"The savage innocents" presenta además una barrera "insalvable", la de Ray con unos seres en los que era innecesario o imposible encarnar la complejidad de los que había hecho suyos, un reto que ya había afrontado parcialmente con los furtivos de "Wind across the everglades".
Restringido en primera instancia sólo al amor propio del esquimal interpretado por Anthony Quinn (un adaptado rebelde, contradiciendo un manido tópico) y más tarde al intercambio que protagoniza con el oficial al que da vida Peter O'Toole, Ray edifica admirablemente sobre la sencillez y el vacío (no hay pasado ni por tanto heridas) un film tolerante con sus criaturas y sin embargo tan rebosante de adhesiones como "Wild River" o "Run of the arrow", no por casualidad westerns más o menos modernos y casi últimos engarces del cine de su época con el de otras décadas.
Es en esa última parte de la película en que ambos se encuentran, de tan poco peso cuantitativo en su conjunto - veinte minutos sobre más de cien -, sin detenerse un momento más de lo preciso, cuando más intenso resulta lo comunicado.
Casi no haría falta ni un metro más de celuloide para definir qué fue lo que distinguió a Ray.
Especialmente inolvidables son el encadenado de esos pasajes en que Inuk apremia a su hijo a "aprender rápido" con su detención por violar unas normas que desconoce, la muerte por congelación del compañero de O'Toole - sosteniendo el plano once prodigiosos segundos -, tres o cuatro diálogos bajo la ventisca (guardada hasta ese momento esa baza, la de la palabra, resuena ahora, impresionante) y la escena en el iglú con un O'Toole, no parece nada casual, recordando en movimientos, ropas, peinado y dicción al malogrado James Dean; cuánto le hubiese gustado a Ray tenerlo con él.
Inspirador de tantas vocaciones y sentidas conexiones en forma de críticas, homenajes, referencias o declaraciones por algunos de los inminentes integrantes de varias vanguardias, Ray se encontraba en ese crucial año de 1959, antes que Rossellini, en un viaje nada buscado y sin retorno planeado, ya puesta bastante tierra de por medio con los urgentes retratos que habían entusiasmado a muchos por su clarividente visión de una generación (dos en realidad), donde parecía haberlo dicho todo y donde momentánea y extemporáneamente aún volvería, quizá demasiado tarde, con "We can´t go home again" en 1973.
Acude Ray a esta cita con sus tiempos se diría que con reticencia, en los confines del mundo, donde muy pocos espectadores iban a encontrar asidero alguno con que identificarse y con un propósito noble, el de captar la belleza de esos paisajes blancos, eternamente rectangulares con la ayuda de Aldo Tonti y situar allí una historia propia, que pensaba debía ser secundaria.
Será un detalle sin importancia pero sólo en un film de Nicholas Ray es preciso y no resulta redundante un título como este que califica como inocentes a los que viven de la naturaleza y no conocen la maldad antes o después de entrar en contacto con la religión, el comercio o las leyes.
Por ese detalle - pero bien predominante en la elección hecha: el prólogo del film muestra a un oso arponeado, manchando trágicamente de rojo la pureza del entorno y ni un contraplano de los cazadores, hombres sin motivo mayor para cometer tal acto que el de seguir viviendo - se anuncia una película que luego no veremos y que resume a su creador y cuanto buscó denodadamente.
Y es que cualquier intento de superponer lo sublimado físicamente de semejante escenario por el objetivo de la cámara a lo que ocurre entre los hombres y mujeres que habitan "The savage innocents", desafortunadamente estaba condenado a ser un bello fracaso.
Una abrumadora mayoría de las mejores escenas de su carrera habían sucedido en interiores, a menudo en penumbra, tantas veces con diálogos penetrantes y abstractos o silencios elocuentes y fugaces, un catálogo de miradas y gestos breves, momentos, en suma, de tal intensidad que casi hacían olvidar su contexto, la composición, el paisaje, los objetos.
En esos años donde acontece la explosión del neorrealismo y será recordado, en otra clave, también como un ejemplo de cine certero, audaz, vivo, Ray, como Minnelli, es también o hasta por encima de todo, un cineasta "de estudio", que había aprendido a sacar partido a las condiciones creadas para de ellas extraer la verdad que le interesaba.
Poco podían hacer entonces los icebergs violentamente despeñados sobre el mar, las planicies heladas y esa luz azulada mágica frente a uno cualquiera de los momentos en que resplandece la sensibilidad de su creador por boca o mediante los cuerpos de estos personajes primitivos.
Sobre conflictos de comunicación, como decía al principio, se había construido su cine, especialmente los de su director y protagonistas con su interior y el exterior y los de las películas que alumbró con las que vivieron a su par, a las que relativizaban o ponían en cuestión por el mero hecho de mirar de una forma tan lacerante a parecidos asuntos.
"The savage innocents" presenta además una barrera "insalvable", la de Ray con unos seres en los que era innecesario o imposible encarnar la complejidad de los que había hecho suyos, un reto que ya había afrontado parcialmente con los furtivos de "Wind across the everglades".
Restringido en primera instancia sólo al amor propio del esquimal interpretado por Anthony Quinn (un adaptado rebelde, contradiciendo un manido tópico) y más tarde al intercambio que protagoniza con el oficial al que da vida Peter O'Toole, Ray edifica admirablemente sobre la sencillez y el vacío (no hay pasado ni por tanto heridas) un film tolerante con sus criaturas y sin embargo tan rebosante de adhesiones como "Wild River" o "Run of the arrow", no por casualidad westerns más o menos modernos y casi últimos engarces del cine de su época con el de otras décadas.
Es en esa última parte de la película en que ambos se encuentran, de tan poco peso cuantitativo en su conjunto - veinte minutos sobre más de cien -, sin detenerse un momento más de lo preciso, cuando más intenso resulta lo comunicado.
Casi no haría falta ni un metro más de celuloide para definir qué fue lo que distinguió a Ray.
Especialmente inolvidables son el encadenado de esos pasajes en que Inuk apremia a su hijo a "aprender rápido" con su detención por violar unas normas que desconoce, la muerte por congelación del compañero de O'Toole - sosteniendo el plano once prodigiosos segundos -, tres o cuatro diálogos bajo la ventisca (guardada hasta ese momento esa baza, la de la palabra, resuena ahora, impresionante) y la escena en el iglú con un O'Toole, no parece nada casual, recordando en movimientos, ropas, peinado y dicción al malogrado James Dean; cuánto le hubiese gustado a Ray tenerlo con él.
9 comentarios:
Creo que equilibra perfectamente la parte documental-paisajista con la parte dramática y hasta lírica. Especialmente bien montada (y eso que dicen que parte de lo rodado se perdió en un accidente), fotografiada e interpretada (no me imagino a nadie más adecuado para el papel que Anthony Quinn). No tengo el mismo grato recuerdo de su pariente exótica, "Wind Across the Everglades", aunque tendría que revisarla.
Ángel
Yo no sé cuál de las dos me gusta más, siendo de las más emparentables y hasta paralelas de las que hizo.
Ambas entre mis seis o siete favoritas en cualquier caso.
Lo perdido de "TSI" debió ser de segunda unidad.
Cuando la veo la asocio con Buñuel. El Buñuel etnólogo, que mira intrigado y con respeto otras culturas y sus costumbres. Está también su interés por la violencia y por la brutalidad y por la inocencia. Y la mirada directa y el sarcasmo (la frase "Son tan primitivos que no saben ni siquiera mentir" que dice de pasada al comienzo el narrador, podría pertenecer a "Las Hurdes"). También es mutua su desconfianza hacia la religión organizada y hacia nuestra civilización.
Buñuel no juzga, y se mantiene a cierta distancia. Ray busca (y consigue) comprender al otro y, lógicamente, se acerca a él. Si para Buñuel el otro es un enigma, para Ray es un hermano.
Buñuel no busca la belleza, pero sus películas son justas y en consecuencia bellas. Ray la busca pero parece como si la olvidara al enfrentarse a los personajes, que captan toda su atención... pero, dejada a un lado, está ahí y surge continuamente.
Andaba Buñuel un poco errático estos años hasta la momentánea vuelta a España y desde luego no es (por "excéntrica" y cercana en el tiempo) "The young one" asimilable ni a "TSI" ni a Ray, pero sí, hay bastantes conexiones anteriores con todo lo distintos que fueron sus intereses.
En Ray no suele haber nunca escapatorias ni una distancia suficiente con sus personajes para permitir ese humorismo típico de Buñuel y eso que buena parte de "TSI" es una especie de comedia y hasta puede recordar a Jerry Lewis en ocasiones. Hay numerosos momentos curiosos, acentuados con esa voz en off "etnográfica". No encuentro sin embargo que sea divertida ni siquiera ligera y cuando llega el drama, el tono cambia poco.
Pues yo sí que observo conexiones entre la olvidada (salvo por Rosenbaum) The youn one y la extraordinaria Wind Across the Everglades, por sus fugas humorísticas, por la presencia de lo telúrico y por la violencia de los instintos más primitivos, la lucha por la supervivencia del individuo contra los elementos.... Aunque la estructura de esta obra maestra de Ray me recuerdo, reconozco que un tanto locamente y sin razones objetivas, al Peckinpah de Bring Me the Head of Alfredo Garcia, veo en ambas una primera mitad aparentemente caótica (sólo aparentemente) que cobra sentido a partir de la segunda mitad (algo que intentó Kubrick muchas veces sin tanta fortuna aunque con más predicamento crítico en buena parte de su obra, por ejemplo su última película), veo la misma poesía desgarradora, el mismo desarraigo vital, la msiam búsqueda de una última oportunidad, tan fallida como todas; recuerda a ciertos hemingways, al Claudio Rodríguez de Alianza y condena, a algunos libros de Baroja o relatos de Aldecoa, no necesariamente los más conocidos.
En cualquier caso este díptico aventurero de Ray supone los últimos cartuchos, junto Bitter Victory y Party Girl de ese gran poeta que fue Ray. España y la Universidad de California fueron sus panteones antes de que Wenders se dedicara a saquear la tumba. Lástima que no quedase nadie de la banda de Cottonmouth para disparar al alemán por tan abyecta conducta.
Baroja y Ray (o Walsh o DeMille) es buena mezcla.
Yo pienso que lo que hizo Wenders en "Lightning..." es discutible, contase o no con permisos y beneplácitos diversos.
Siendo poco o nada mitómano, preferiría que esa película no existiese, la verdad, pero ya que está ahí, no siento desprecio por ella ni los que la hicieron.
Aborda aspectos no muy diversamente que varias de Stephen Dwoskin que también me incomodan ya las considere insípidas, veraces, buenas o excepcionales.
Jesús, la conexión que estableces al final entre Peter O'Toole y James Dean me ha hecho pensar en la relación de esta película con el resto de la obra de Ray.
Como el personaje de Dean (y tantos jóvenes rayanos), el de O'Toole es un individuo inestable, aunque por edad está más cerca de tantos otros protagonistas adultos del autor (también escindidos, o insatisfechos).
Frente a él se encuentra la pareja madura cuyo miembro dominante trata una y otra vez de ayudarle (y a quien aquí está a punto de traicionar, aunque sin llegar a hacerlo como en los otros casos).
En "The Savage Innocents" el joven aprende y madura reconociendo y valorando a otra civilización pretendidamente inferior. La pareja adulta despierta nuestra simpatía y a la vez, al pertenecer a otra cultura, nos es extraña. Y nos chirría comprobar que los razonamientos lógicos y civilizados del joven no nos convencen.
No sé si Inuk y Asiak son mayores que el oficial que interpreta O'Toole; los esquimales, con esa dieta y ese nomadismo, imagino que parecerán pronto viejos. En todo caso están asentados en un vínculo y tienen, más importante, un sentido de pertenencia del que este personaje (sin nombre, que yo sepa) carece y de alguna manera ansía, como cualquiera. Pertenencia a un sentido de la vida, a una cultura, no estrictamente a un lugar.
O'Toole acaba admirando la sabiduría ancestral de un ser que entiende como superior, pese a ser un primitivo, justo cuando deja de repetir ese soniquete legal que recita para protegerse.
Desde que Dean se mató en el 55, Ray creo que lo "buscó" en varios personajes. Cómo los hubiera interpretado y sentido, no sé si sobrevalorando a un actor perfecto para su película pero con ciertos ticks de TV y de Brando, quizá incurables.
Un poco hay en el Christopher Plummer de "Wind..." (y su Inuk particular es obviamente Cottonmouth) y una especie de transposición algo más adulta en este de "The savage innocents" y en el de James Mason de "Bigger than life".
No hay nadie más grande que Nicholas Ray, en el western, en el noir, en el bélico, en las aventuras para mí sus películas son las mejores, los hitos de esos géneros, sus películas se gestaban desde las entrañas quizá sólo Cassavetes se le puede comparar en ese aspecto de fundir sus personajes con su propia vida con su propio sentir lírico y desgarrado. No sé sí su vida habrá sido feliz o desgraciada pero no me queda la menor duda de que habrá sido solitaria porque sólo un solitario puede construir esos personajes tan en disputa con el mundo y sus normas. Veo a Sal Mineo en "Rebelde sin causa" y lo veo a él o Robert Mitchum en "Hombres errantes" y lo sigo viendo al maestro Ray. Mi director favorito.
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