Al mismo tiempo que van saliendo a la luz algunas de las mayores películas silentes francesas descubiertas o recuperadas en los últimos años, se va removiendo poco a poco el panorama de aquellos años, un relato dominado desde hace lustros por rusos, prusianos, escandinavos y norteamericanos que tomaron y llevaron muy lejos el testigo de las dos parejas de hermanos "padres" de casi todo, Lumière y Méliès.
Los Feuillade, Capellani, Antoine, Epstein, Fescourt o De Gastyne que van apareciendo o remozándose en retrospectivas para festivales y las primeras copias domésticas que empiezan a circular, equilibran agradablemente el llamativo déficit de obras mudas importantes que parecía tener el cine francés hasta la llegada de tantos maestros que alcanzaron su verdadera plenitud en el sonoro. Faltaba y aún falta la épica, que apenas tiene a varios Gance y algún Feyder como representantes y no abundan tanto como en otras cinematografías las grandes obras realistas.
Las fundamentales "Germinal" o "L'assomoir" de Albert Capellani casi responden puntualmente a esas últimas carencias que mencionaba y las aún más gigantescas "Barrabas" y "Vendèmiaire" - ¿el "film del año"... casi cien después de rodarse? - de Feuillade enriquecen y, sobre todo, obligan a repensar otras muchas cosas dadas por buenas sobre estos cineastas, que cada vez parecen más amplios y originales, y su época, que se agranda con los años para equipararse a los 50 con cada vez más argumentos.
Tambien de Léonce Perret han ido sumándose poco a poco nuevas obras a las conocidas, desplegándose mágicamente desde los breves planos de recuerdo, muchas veces quebradizos, incluidos en documentales o recopilaciones del cine que fue. Películas breves e intensas de los albores de los años 10 o filmadas cuando tocaban a su fin, como la bella "The unknown love / Les étoiles de la guerre" del 19 o joyas de la siguiente década como sobre todo la prolija y apabullante "La femme nue", un monumento de fluidez y audacia de puesta en escena que nada tiene que envidiar de ninguna otra película de 1926.
Un concepto sin absolutos - no como la belleza o la armonía, más resistentes al largo paso del tiempo - como la modernidad, tan recurrente en determinados momentos de renovación de la Historia del cine, inunda cada plano de la "clásica" y nada postulada como "rompedora" "La femme nue", la obra que prefiero a día de hoy de Perret.
Si asombrosos resultan sus planos atestados de actores y actrices en movimiento y cómo capta la empatía o el desasosiego de alguno de ellos sin tocar el encuadre, sin subrayar ni esgrimir un dominio del recurso - tantas veces conducente a banales reenfoques o a insertos para asegurarse que se perciben por todos -, aún más impresiona su paciencia para ir al detalle de la historia íntima, lindante con Borzage o Griffith en la pobreza y con Stahl o Stroheim en la riqueza, que primero viven y luego separa a Lolette y Pierre, unos fabulosos Louise Lagrange e Iván Petrovich.
Poco tiene "La femme nue", pese a que así lo aparenta su apertura, de film sobre pintor y su modelo y no es de la elocuencia de esa parte de la que más deba sentirse orgulloso Perret.
Es la entrada en acción de la vampiresa (la más "auténtica" posible por cierto, con refugio en los Balcanes) interpretada por Nita Naldi la que, más que un triángulo afilado, comienza a dibujar sobre el film una obsesiva pirámide de escenas que no se cierran sino que se acumulan con creciente violencia, como tantos melodramas muy posteriores construidos sobre la espera y la incapacidad para resolver los conflictos, tensos, rotos sin desmoronarse.
Conforme se suceden, ella se empecina, decae y añora, mientras él se deja llevar, se falsifica a sí mismo y olvida. Tanto que le toma la mano y parece contar sus pulsaciones cuando convalece de un intento de suicidio, indiferentemente, hablándole sobre el amor y cómo cambia con el tiempo, dándole lo que nunca se darían quienes se quieren: un consejo. Para enseñarle a vivir sin él.
Sentada en la habitación de aquel hospital, Lolette parece sin embargo la paciente de un sanatorio, aún no colapsada, pero tan afligida como el Scottie de "Vertigo".
La crueldad de esos momentos es insoportable. Y también lo contrario. Hablan de lo que sintieron como si fuese otro, un tercero, un intruso que soliviantó sus vidas, algo que ni la fatua Princesa que ha venido a arruinarlo todo será capaz de borrar.
El sentimiento como un personaje, esculpido indeleble, amoralmente incluso, en la memoria. Una idea de Marker, Godard o Duras.
Léonce Perret, hacia 1920 |
Un concepto sin absolutos - no como la belleza o la armonía, más resistentes al largo paso del tiempo - como la modernidad, tan recurrente en determinados momentos de renovación de la Historia del cine, inunda cada plano de la "clásica" y nada postulada como "rompedora" "La femme nue", la obra que prefiero a día de hoy de Perret.
Si asombrosos resultan sus planos atestados de actores y actrices en movimiento y cómo capta la empatía o el desasosiego de alguno de ellos sin tocar el encuadre, sin subrayar ni esgrimir un dominio del recurso - tantas veces conducente a banales reenfoques o a insertos para asegurarse que se perciben por todos -, aún más impresiona su paciencia para ir al detalle de la historia íntima, lindante con Borzage o Griffith en la pobreza y con Stahl o Stroheim en la riqueza, que primero viven y luego separa a Lolette y Pierre, unos fabulosos Louise Lagrange e Iván Petrovich.
Poco tiene "La femme nue", pese a que así lo aparenta su apertura, de film sobre pintor y su modelo y no es de la elocuencia de esa parte de la que más deba sentirse orgulloso Perret.
Es la entrada en acción de la vampiresa (la más "auténtica" posible por cierto, con refugio en los Balcanes) interpretada por Nita Naldi la que, más que un triángulo afilado, comienza a dibujar sobre el film una obsesiva pirámide de escenas que no se cierran sino que se acumulan con creciente violencia, como tantos melodramas muy posteriores construidos sobre la espera y la incapacidad para resolver los conflictos, tensos, rotos sin desmoronarse.
Conforme se suceden, ella se empecina, decae y añora, mientras él se deja llevar, se falsifica a sí mismo y olvida. Tanto que le toma la mano y parece contar sus pulsaciones cuando convalece de un intento de suicidio, indiferentemente, hablándole sobre el amor y cómo cambia con el tiempo, dándole lo que nunca se darían quienes se quieren: un consejo. Para enseñarle a vivir sin él.
Sentada en la habitación de aquel hospital, Lolette parece sin embargo la paciente de un sanatorio, aún no colapsada, pero tan afligida como el Scottie de "Vertigo".
La crueldad de esos momentos es insoportable. Y también lo contrario. Hablan de lo que sintieron como si fuese otro, un tercero, un intruso que soliviantó sus vidas, algo que ni la fatua Princesa que ha venido a arruinarlo todo será capaz de borrar.
El sentimiento como un personaje, esculpido indeleble, amoralmente incluso, en la memoria. Una idea de Marker, Godard o Duras.
8 comentarios:
Días después de volver a verla sigo alucinado con "La Femme nue", un Perret "tardío" (1926) que no esperaba, ni siquiera siendo desde hace mucho un ardiente admirador de "L'Enfant de Paris"(1913). ¿Quién iba a esperarlo, tras recibir el impacto, igualmente imprevisto, de un film de Feuillade apenas visto, casi solo mencionado para hablar mal de él, como "Vendémiaire"(1918), que resulta ser, sin embargo, quizá el mejor de su autor, y el germen o antecesor de casi toda la vena realista del cine francés posterior - de Epstein a Grémillon, de Renoir a Becker, de Antoine a Vigo - y tal vez el más serio antecedente del neorrealismo (junto a algún film de Shimazu o de Shimizu, que no parece que pudieran haber visto los italianos de 1945)? Las lagunas están por todas partes, y son mayores que el mar de Aral, los Grandes Lagos de América y no sé si el Océano Pacífico, y plantea la necesidad imperiosa de ir reescribiendo la entera historia del cine, y de dar la puntilla a mitos como la decadencia de Griffith tras "Way Down East", la invalidez del Keaton sonoro y otras monsergas reiteradas que parecen, más de errores de juicio, pruebas de pereza e infundada fe en lo leído. Lo siento, pero no me valen los Leprohon, Fernández-Cuenca, Bardèche & Brasillach, etc., apenas y con reservas los Sadoul, Zúñiga y Mitry (y Burch y Deleuze y Bordwell). Resulta que en 1926 Perret era tan grande como Borzage, Feuillade en 1918 superior a Stroheim...
Cuando empecé en la adolescencia a leer historias del cine, a pesar de ignorarlo todo, recuerdo la sensación de hastío que me daba comprobar que muchos juicios estaban copiados como en serie. Hablo de finales de los 80 y primeros 90, cuando ya existía el vídeo, y la posibilidad de ver y analizar películas empezaba a separarse del capricho de los distribuidores, en una especie de segunda revolución industrial (de alcance mucho mayor que la de la TV). Muy poco después llegó la tercera revolución, la de internet, que ha dejado a la segunda en la prehistoria. Y sin embargo, vemos cómo los cánones apenas cambian, las opiniones se siguen repitiendo, la crítica se confunde con la promoción publicitaria, y a la dictadura de la actualidad sólo se opone una nostalgia que está más allá de todo juicio. Desde luego, hacen falta nuevas historias del cine… pero, en este contexto, ¿quién las apreciará hasta justificar el trabajo ímprobo, casi imposible y al alcance de muy pocos, de escribirlas?
Será por el concepto personal que tengo de las nuevas tecnologías, porque soy eso que se llamaría un "integrado", en contraposición a los "apocalípticos", que no me parece preocupante que no se escriban nuevas historias del cine en papel. El cambio ya está aquí, es real, se ha producido desde que empezaron las descargas a través de blogs, redes sociales, publicaciones digitales etc etc. No va a haber un cambio aún más "real". Quizás no ha sido o no será en breve todo lo radical que se quisiera, pero lo que publicáis cuenta y que "Ciudadano Kane" ya no sea la mejor película de la Historia del Cine cuenta no es casual, y no porque lo sea "Vertigo", sino porque hay en ese relevo un cambio de parámetros importante y porque en la lista afloran muchos títulos que hace unos años hubiese sido impensable que estuvieran allí, entre pasiones de juana de arco, roma abiertas y acorazados potemkins.
Si Perret tiene otras tres o cuatro obras a la altura de “La femme nue” (algo nada descabellado pues ésta, de las ciento y pico películas suyas que se conservan, no era una de las más reputadas en su momento, que fue la única época en que se le valoró), nos encontramos ante un maestro.
El sabio aprovechamiento de los grandes presupuestos, su elegancia y cuidado del detalle, en especial en decorados y ambientación o la descripción precisa del lujo y de las clases altas me recuerdan a los melodramas y comedias de DeMille. Por otro lado, en el interés en detenerse y contar todos los aspectos de la historia, en el rechazo de la elipsis, se asemeja a Stroheim. Si toda la película está repleta de momentos y escenas eminentes, quisiera al menos señalar dos: el doble flechazo (uno directo, como es lógico, pero el otro no; encima, los futuros amantes se han encontrado un poco antes y ninguno se ha fijado en el otro) al comienzo y ese final digno, sí, de Borzage y que, sorprendentemente, incluye un inserto del “tercero” tan justo como noble.
Al hilo de lo que comentáis sobre "historias del cine", leyendo hace poco la "Story of Film" de Mark Cousins me preguntaba cuál era el criterio más justo de un autor para seleccionar unos filmes y directores y desechar otros. Por ejemplo, en el cine norteamericano de los setenta, si no recuerdo mal, Cousins se centraba bastante en directores como Altman y Hopper porque le parecían los más "atrevidos" políticamente. Supongo que será un criterio como cualquier otro pero...
Desde mi punto de vista, y no me refería a "Historias del Cine" en papel necesariamente (y menos aún a la de Mark Cousins, ni en papel ni en videos), es mucho lo que tendría que "rehacerse", y dudoso que se haga, por múltiples razones, entre otras que ya casi nadie en solitario puede cubrir 120 años de cine (como sí podría con 50 ó 60), y por lo difícil que encuentro que las historias "colectivas" que ahora se llevan más, resulten mínimamente coherentes, aparte de por aplicar criterios diferentes, por especializarse en periodos, países o géneros y carecer de visión de conjunto. También habría que relativizar el criterio de la primacía cronológica, dominante en la historiografía, pero temo que quizá no del todo coherente en arte. Empresas más artísticas y autobiográficas, más creadoras, como las "Histoire(s) du Cinéma" de Godard (y sus apéndices y notas a pie de página posteriores) están cargadas de sugerencias, pero no proponen tampoco un modelo a seguir (no le hubiera servido ni a Rivette, ni a Rohmer, ni a Truffaut, creo yo). Simplemente, haría falta que ya (y desde hace mucho) NADIE se atreviese a atribuir a "Citizen Kane" o a Orson Welles (menos aún a Herman J. Mankiewicz) la invención de ciertas estructuras narrativas, más aún el uso de la profundidad de campo: "Vendémiaire"(1918) de Feuillade, el Perret del 1926 aquí comentados, entre otras muchas, en Alemania, Francia, Japón, Suecia, etc., deberían condenar a la lata de la basura a cualquier historia que siguiera repitiendo semejante falacia, que ni ha pensado, ni ha verificado, y meramente ha copiado...
Más que una cuestión de formatos, lo que creo que sucede (insisto que desde mi punto de vista de optimista integrado que no tiene por qué tener razón, o no al menos plenamente), es que se está produciendo un vertiginoso cambio de paradigma en la gestación y gestión del conocimiento. De la antigua verticalidad en la que uno o varios especialistas instruían hacia abajo, pasamos a un modelo horizontal y colaborativo no exento de riesgos y pedregosas dificultades, claro. Lo que estáis comentado sobre este cineasta, Perret, está quedando registrado en la red como material de consulta de alcance universal. Difícilmente va a gestarse ningún otro material en ningún formato que tenga el poder de difusión y de transformación de ideas que tiene esta entrada (y no lo digo como elogio, que el elogio está fuera de toda duda, sino como constatación de una nueva realidad). Sí, claro, seguirán redactándose tesis en comunicación audiovisual, escribiéndose libros y publicaciones, pero la turbina de lo que se cuece por aquí es mucho más rápida y poderosa. Sólo hay que ver cómo las descargas han resituado ellas solitas todo el cánon pétreo que habían fijado las historias de cine en papel y las emisiones televisivas. Habrá que filtrar luego y utilizar el sentido crítico, claro, para ver qué de lo que se publica es valioso o prescindible. No es una nueva realidad fácil o cómoda, pero el cambio ya está aquí. Sonroja que en muchos colegios se siga diciendo que estamos en la Edad Contemporánea que empieza en 1789.
Estupenda noticia: por fin se publica un Feuillade en España. "Fantomas", nada menos.
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