La más grande historia de amor contada por Raoul Walsh, tan intensa y absoluta que quizá le hubiese otorgado un lugar de privilegio si hubiese sido él uno de los jóvenes cineastas que debutaban en el cine americano por aquellos años, la protagoniza el personaje femenino más admirable de su obra, tanto y tan irreprochablemente como el Ben Allison de "The tall men" o el Socks Barbarossa de "Glory alley", por mencionar dos difíciles de olvidar una vez se les conoció.
Tal vez Ann Sheridan era la otra actriz más adecuada, aparte de Ida Lupino, para interpretar a la cabaretera de esta película, "The man I love", que no suele contarse entre los monumentos de su trayectoria, supongo que por puro exceso de obras extraordinarias. El fulgor de "Pursued", su siguiente película, la relega a un segundo plano, como le ocurrirá en buena medida a una de las maravillas que la suceden, "Silver River".
Secreto documental sobre la música de su tiempo (arranca con una gran balada de Gershwin, de la que toma su título y le marca el tono como si de una clave se tratase y luego está flanqueado por canciones y arreglos de, nada menos, Rodgers & Hammerstein, Jerome Kern, Johnny Green, Max Steiner o Hugo Friedhofer, sonando íntegramente, en los ambientes en los que cobraron notoriedad, de costa a costa), esa historia de amor entre Petey Brown (Lupino) y el torturado San Thomas (Bruce Bennett) "evita" además que el film sea también una inopinada crónica sobre la vida corriente en los Estados Unidos hacia 1946.Y no parece un film ambicioso y quizá no lo sea, porque a lo que presta verdadera atención no es a ese exuberante panorama del jazz de la posguerra con sus múltiples conexiones sociológicas ni tampoco se postula como una "respuesta" al neorrealismo que por entonces había prendido en Europa y que demuestra dominar Walsh desde los estudios de la WB tan bien como el mejor de los italianos (y casi antes que todos; nada extraño porque allá por los tiempos de la depresión de los 30 fue uno de los cineastas que había batido ya ese terreno), preocupaciones que parecen pequeñas, relegadas al fondo de la puesta en escena, en cuanto aparece, de espaldas, en una comisaría, un hombre.
Muchas veces hemos visto a actores y actrices enamorarse en pantalla, plausible, románticamente, con una disposición para tal encuentro, un foco que los alumbraba, hasta en adversas circunstancias.
A veces por juventud, otras por ímpetu entregado a absorbentes quehaceres de alguno de ellos y las más de las veces por un simple planteamiento ideal, no aparecía la búsqueda, la trayectoria de fracasos o triunfos finiquitados, necesaria para que surgiera precisamente entre ellos y en ese momento preciso, ese sentimiento.
Veíamos cómo se producía y nos abstraíamos con ello. Una sublimación de la pureza, tan bellamente contada, perfectamente irreal.
El cine de Nicholas Ray, la misma Lupino y compañía precisamente se plantó ante las dudas y el vacío de las más variadas parejas formándose, de cualquier edad y condición, esas que sólo el cine negro había traído a escena precariamente, con la coartada de la fugacidad.
En "The man I love", sin desentenderse de sus otras tramas paralelas, Walsh es capaz de contar como pocos, antes o después, una posibilidad de bajarse en marcha de este mundo que no vale la pena y que de repente - no importa dónde si se tiene con quién - podría ser un buen sitio para quedarse.
Un film como este, sobre los equilibrios emocionales, es asombroso cómo se retroalimenta del mayor de los terremotos del corazón, investida ella ya no con aquella luz expansiva de Murnau o Borzage, reconciliadora y gozosa, sino con la vibración que "pertenece" a los últimos Dreyer, Ford o Donskoi, sentida hacia los adentros y sólo percibida por los iguales, donde quiera que estén.
10 comentarios:
Cierto, una de las ¿demasiadas? obras grandiosas de Walsh, tantas que buena parte de ellas se ven, forzosamente, preteridas. Se olvida que, además de uno de los grandes directores de acción, de westerns, de films de guerra y de aventura, era capaz de hacer dramas, melodramas, comedias, musicales e híbridos genéricos admirablemente bien mezclados. Debiera resultar ya cómica la ridícula tendencia, tan frecuente hace unos años, a plantearse si Walsh fue o no un "autor" o "tan sólo" un simple artesano, falso dilema para uno de los más grandes. Eso sí, era modesto en extremo, carecía de pretensiones, y no se autopublicitaba; por eso sigue siendo uno de los grandes cineastas más subestimados y subvalorados.
Estoy seguro de haberla visto hace unos 25 años, empujado por la referencia musical del título y por Ida Lupino, más que por Walsh. Lamento no recordar gran cosa a pesar de que seguramente tuve muy buena impresión, como la tuve por entonces de alguna otra obra de Walsh como "A lion in the streets".
A mí "A lion..." es de las pocas - no la única: "A private's affair", "The sheriff of...", "Marines, let's go!" - que me parecen menos logradas de su última década, que afortunadamente finaliza en uno de sus puntos más álgidos con "A distant trumpet".
Le queda a uno una sensación agridulce. Por un lado ponerme a hablar de "The man I love" o de "A lion in the streets" tiene mucho de ciencia ficción porque a esta distancia no puedo decir nada de ellas ni dar ningún motivo, y por otro sientes que no puedes obviarlas, que estás muy seguro de haberlas visto y forman parte de tu experiencia. Como tampoco querrás obviar dentro de 25 años lo que ves ahora y no te dé tiempo de revisar. De "A distant trumpet" tengo un recuerdo más adulto y efectivamente un punto álgido.
Yo me he acabado acostumbrando a no fiarme mucho de mi memoria, que siempre he creído buena - sólo para el cine, para lo demás suele ser una calamidad -, aunque me obligue a volver a ver lo que ya doy por trillado.
Estoy de acuerdo en el desapego hacia “A lion in the streets” (que más bien parece un empeño de Cagney por hacer un papel “serio” en una película “importante”), pero no respecto a “The sheriff of Fractured Jaw”, un western cómico con humor de buena ley, una obra menor ante tantas obras magnas que hizo Walsh pero grande si se compara con la mayoría de las películas (incluidas las de entonces)realizadas por otros. Un Walsh a descubrir que se contempla con una continua sonrisa en todo el metraje.
Desapego no es un término que cuadre mucho con lo que yo siento por ningún Walsh, ni siquiera respecto a los que me gustan menos, que son relativamente muy pocos.
Sólo quise decir que ninguno de esos tres me parece cerca - y a veces andan muy lejos - de "The tall men", "Band of angels", "The naked and the dead" y otras obras maestras.
Es un western imaginativo y divertido "TSOFJ" desde luego.
Poco margen tendrían con Walsh los productores a los que gustaba hacerse con la película tras el rodaje, retocándola y podándola. Walsh consigue que todo sea imprescindible al concentrar al máximo cuantos elementos conforman el relato: es imposible cortar una escena o parte de ella sin que se note el agujero. Nada sobra en una historia que, además, Walsh narra con un brío que corta el resuello. Y, nueva vuelta de tuerca en la maestría, encarnada en unos personajes consistentes y complejos, con unos protagonistas que viven el presente (que luchan el presente, se podría decir) y que tienen, bien lo cuentas, Jesús, un pasado determinante.
Como narrador puro, sin duda, el mejor o de los mejores de la historia del cine, pienso. Ya "El ladrón de Bagdad" es de mis favoritas del cine mudo.
No he visto las películas de sus géneros menos predilectos, por así decirse. Mucho que ver.
Yo de las mudas la que prefiero es la "rusa" del 28, "The red dance".
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