Tuvieron que pasar veintiocho años para que el chileno Patricio Guzmán empezara por el principio.
Sería una bonita conjetura la de atribuir un valor especial a aquella visita sorpresa que le hizo Chris Marker - se presentó un día de 1971 en su casa, sin avisar, para decirle que le había gustado mucho y quería dar a ver en París su debut "El primer año"; más tarde le ayudó a completar "La batalla de Chile" - y así suponer que estaba latente, pendiente de "completarse", el efecto en su cine del maestro francés, pero lo cierto es que no fue hasta 1999 cuando Patricio, aprovechando un encargo sin aparente trascendencia, cayó en la cuenta de que el territorio en que el escritor Daniel Defoe había situado su célebre novela "Robinson Crusoe" existía en realidad y era una isla volcánica chilena, a un par de horas en avioneta de Santiago.
Para alcanzar el "gran angular" de Marker - y así evitar convertirse en otro Lanzmann -, Guzmán no necesitaba seguir afinando la pericia de su mirada hacia el pasado reciente de su país y hacia otros motivos históricos, sino volver a un estado básico - no por común, por desgracia - de su oficio y observar a su alrededor, contemplar el cielo, volver a sus libros, fabular, modular su inconfundible voz, hablar de sus pasiones.
Cunde desde entonces la sensación de que, a pesar de haber vuelto en varias ocasiones sobre los pasos de Allende y Pinochet y no haber perdido nunca la perspectiva o cambiado de opinión, quizá no necesitara Guzmán decir ya nada más sobre ello, pero sin embargo sigue desplegándose su faceta aventurera, arrecian las preguntas (que no necesitan imperiosas respuestas) sobre astronomía o geografía, prosiguen las pequeñas investigaciones sobre asuntos grandes, se ha ralentizado el pulso de sus imágenes y sus palabras y tal vez sin darse del todo cuenta de ello, se ha acercado como pocos directores en activo a los que siempre debieran ser los iguales de un cineasta, quienes construyen con sus manos y quienes piensan en la luz y el movimiento.
"Isla de Robinson Crusoe", el film en buena medida iniciático de cuanto ahora produce su cine, es un documento de hechuras discretas, una invitación al viaje antes que una guía, placentero de ver diría que como de filmar y uno de tantos ejemplos, antaño abundantes, de cómo las condiciones restrictivas en cuanto a duración, tema o carácter de una película, no tienen por qué ser palos en sus ruedas y pueden despertar nuevas habilidades, alumbrar un camino.
Es interesante cómo su proceder virgen y entusiasta contrarresta la decepción de ver un hotel allí instalado, barcos del ejército de maniobras o un artefacto al mismo tiempo tan extrañamente futurista para ese pedazo de tierra y ahora ya tan anticuado para nosotros como una cabina telefónica.
Como se sabe, hubieron no uno sino varios náufragos allí - un indio caribeño, un contramaestre abandonado por un barco inglés, un marino escocés... - viviendo varios años y en los que se inspiró Defoe para su novela, con lo que el acto de pisar la arena de la playa para recrear la huella del hombre solitario que se inventa una civilización, es en parte un homenaje al mito y en no menor porcentaje, un gesto incomprensible para todos los nuevos habitantes de la isla.
Ni, tal vez, al octogenario librero Victorio, ni, probablemente, al superviviente del hundimiento del Dresden frente a la bahía, ni, con toda seguridad al alemán que fue confundido con un nazi escondido allí, se les ocurriría llamar paraíso a lo que inexorablemente tanto tiempo y esfuerzo cuesta levantar.
Cunde desde entonces la sensación de que, a pesar de haber vuelto en varias ocasiones sobre los pasos de Allende y Pinochet y no haber perdido nunca la perspectiva o cambiado de opinión, quizá no necesitara Guzmán decir ya nada más sobre ello, pero sin embargo sigue desplegándose su faceta aventurera, arrecian las preguntas (que no necesitan imperiosas respuestas) sobre astronomía o geografía, prosiguen las pequeñas investigaciones sobre asuntos grandes, se ha ralentizado el pulso de sus imágenes y sus palabras y tal vez sin darse del todo cuenta de ello, se ha acercado como pocos directores en activo a los que siempre debieran ser los iguales de un cineasta, quienes construyen con sus manos y quienes piensan en la luz y el movimiento.
Así y entre otros, hemos conocido de su mano al entrañable "telescopero" fordiano Guillermo Fernández de "Astrónomos de mi barrio" (2010), alguna pequeña lección aprendimos para simplificar el cosmos con "José Maza, el viajero del cielo" (2010), rastreamos a los modernos exploradores que revivían los viajes imaginarios de Jules Verne - y Karel Zeman - en "Mi Julio Verne" (2006), nos adentramos en el inhóspito desierto de Atacama en "Nostalgia de la luz" (2010) o, últimamente, en la Patagonia glaciar en busca de "El botón de nácar" (2015).
Es interesante cómo su proceder virgen y entusiasta contrarresta la decepción de ver un hotel allí instalado, barcos del ejército de maniobras o un artefacto al mismo tiempo tan extrañamente futurista para ese pedazo de tierra y ahora ya tan anticuado para nosotros como una cabina telefónica.
Como se sabe, hubieron no uno sino varios náufragos allí - un indio caribeño, un contramaestre abandonado por un barco inglés, un marino escocés... - viviendo varios años y en los que se inspiró Defoe para su novela, con lo que el acto de pisar la arena de la playa para recrear la huella del hombre solitario que se inventa una civilización, es en parte un homenaje al mito y en no menor porcentaje, un gesto incomprensible para todos los nuevos habitantes de la isla.
Ni, tal vez, al octogenario librero Victorio, ni, probablemente, al superviviente del hundimiento del Dresden frente a la bahía, ni, con toda seguridad al alemán que fue confundido con un nazi escondido allí, se les ocurriría llamar paraíso a lo que inexorablemente tanto tiempo y esfuerzo cuesta levantar.
8 comentarios:
Casualidades: justo acaba de ver “Nostalgia de la luz”. Obra sorprendente (maravilla cómo pasa gradualmente de un tema a otro con el que en principio –bien se encarga Guzmán de continuamente enlazarlos- no tiene ninguna relación), serena y turbadora, amplia (cósmica) e íntima, de belleza plástica deslumbrante, llena de paralelismos, ecos y contraposiciones.
Y, vaya, todo esto lo retoma en “El botón de nácar” superándose a sí mismo al añadir el tema, inesperado, de la persecución a los indígenas: un nuevo asunto y un nuevo motivo de reflexión que trastorna la seguridad con que hasta ese momento contemplábamos la película.
Supongo que en sus acercamientos a Robinson y a Verne prevalece su lado, ya apuntado en esas obras, más autobiográfico y personal. Haré lo posible por conocerlos.
Cada vez son mejores sus películas y es una suerte porque está por terminar la trilogía que empezó y siguió con las dos que citas, a las que va añadiendo cortometrajes.
La hija, Camila, también dirige o al menos lo hacía. Hay un film de 2005 sobre Cuba, "El telón de azúcar", que aún no he visto.
Creía que Raúl Ruiz o Cozarinsky podían explorar mejor este territorio, pero trabajos posteriores de Guzmán como "Mi Julio Verne" o sus limpias indagaciones sobre el firmamento deberían haberme predispuesto en su favor. Esta excursión a la isla de Robinson tiene algo admirable, y que cada vez se echa más en falta: la sencillez. Ni siquiera es un documental, sino un diario de viaje, la obra de alguien que no filma para trasladar conocimientos adquiridos, sino para aprender algo sobre el terreno.
No veo ningún Cozarisnky desde "Ronda nocturna" y no encontré los últimos a la altura de varios magníficos de los años 90, que creo es su mejor época. Ojalá hubiese seguido en aquella clave.
Ruiz ha frecuentado fantasmas hasta cuando se ha adentrado en terrenos asimilables a los de Guzmán. Su carrera es tan vasta e interesante que cuesta elegir lo mejor, pero quizá menos cuando se trata de disponerlo cerca de Patricio, ya que está la magistral "Litoral" como gran referencia.
El viaje de Guzmámn efectivamente tiene, por encima de todo, la pulsión de compartir lo vivido, incluso si no llegaba ni a partir hacia la isla, como parecía al comienzo, por las condiciones del viento. Si se hubiese quedado en Valparaíso filmando su animada noche, planeando cómo abordar en otra ocasión el viaje, ya hubiese valido la pena.
Me encantan sus confidencias, miedos y aprehensiones, que son los del hombre que propone el viaje al espectador... y que también puede frustrarlo. Es verdad que como documentalista podría ahorrarnos sus temores, pero nos los traslada, como se los trasladaría al joven auxiliar que le acompaña y que a punto está de dormirse en el avión, descuidando la vigilancia del "jefe". Tiene PG una relación muy limpia y honesta con el espectador, característica que "Robinson" comparte con sus últimos largometrajes. Ah, "Litoral"... llevo años detrás de ella. Terminará apareciendo en la red, pero ya le está costando.
De momento, "Litoral" sólo se puede cazar en proyecciones de festivales, retrospectivas y demás. O si tienes acceso a quien tratara o conociera a Ruiz, claro. No sé que haya copia digitalizada.
Sí he encontrado una vía para acceder fácilmente a "Isla de Robinson Crusoe" sin siquiera bajarla.
Quien quiera echarle un vistazo:
http://www.arcoiris.tv/scheda/it/14688/
Extraordinaria obra: entra en materia desde el mismo comienzo y, a continuación, divaga recurriendo de continuo a placenteras y certeras digresiones. Y, siguiendo la lógica de la digresión, en el momento en que no hay nada más que añadir, corta y finaliza la película.
Hemos compartido el viaje de Guzmán, y lo hemos hecho en muy buena compañía.
Ya que fui yo quien lo dijo, vista "El telón de azúcar" de Camila Guzmán Urzúa y ha resultado ser absolutamente magnífica, tan buena como las mejores del padre.
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