Media docena de correos llenos de ocurrencias y de buen humor por su parte es todo cuanto conservo de mi breve correspondencia con el cineasta Patrick Tam, al que localicé cuando se "retiró" del cine en 2006 para ser profesor, tras filmar "Fu zi", la primera película suya que vi.
Por suerte no ha sido tanto así, quiero decir que no cumplió su palabra y ya parece que por fin se distribuirá el film colectivo fechado en 2020 donde le acompañan viejos colegas como Ringo Lam (que ya no podrá verlo en las marquesinas), Tsui Hark o Johnnie To y que aguardaba estreno desde hacía años.
Él nunca lo aclaraba del todo, me daba la impresión de que tenía demasiado orgullo sinceramente entendido como modestia, pero siempre pensé que aquella decisión de cambiar de oficio mucho tuvo que ver con que hubiera esperado otra acogida para esa su primera obra en quince años; más aún teniendo en cuenta que la última que había conseguido terminar es la que él mismo consideraba su gran hito, "Sha shou hu die meng", de 1989, con lo que no se trataba de una intentona baldía y extemporánea por parte de quien ya debiera haber entendido que lo que hacía no valía nada. Entre veras y bromas, decía que nadie estará completamente olvidado hasta que deje de importarle a él mismo.
Son muy pobres las excusas para justificar la indiferencia que rodeó a "Fu zi", una de las grandes películas asiáticas de este siglo y uno de esos pretextos - que en plena marea alta de la gran ola de un nuevo cine asiático quedaba muy lejos aquel cine hongkonés de los años 80 - es sintomático de que en cine lo nuevo entierra a lo viejo, hablemos de mainstream o de lo más minoritario que pueda imaginarse. Simplemente falso es otro de ellos, que todo ese cine violento y malabarístico de la corriente que lo vio nacer no interesaba a nadie; no hay cine que interese a más público que el más llamativo y superficial, pero ni eso fue el cine de Tam en los días de "Ming jian (The sword)" o "Zui hou sheng li (Final victory)" ni eso era, ni remotamente, "Fu zi".
Lo que no había cambiado para Tam aunque fuese 2006 y el mundo mirase a Hong Sang-soo, Suwa Nobuhiro, Raya Martin, Hou Hsiao-hsien, Jia Zhang-ke, Apichatpong Weerasethakul, Wong Kar-wai, Kawase Naomi, Tsai Ming-liang, Lav Diaz, Kurosawa Kiyoshi, etc. (qué pena dónde quedan algunos ya) era el complicado, imposible a veces, balance de sus "peligrosos romances profanos" (en peligro más bien creo yo, pero no era cuestión de contradecirle), ese en el que nunca, como solía comentar, supo qué pesaba finalmente más en plano de esos tres aparentemente combinables elementos pero que solo por parejas habían funcionado bien desde los albores del cine. Por supuesto era consciente que era uno de ellos, la violencia, el que distorsionaba el conjunto, pero cómo evitar, cómo evadirse de la memoria, de mil historias escuchadas, de los propios recuerdos.
Utilizar la luz, la música o el montaje para encontrar un equilibrio de fuerzas fue su batalla y volver de nuevo, por enésima vez a la más bella de todas ellas, "Sha shou... (My heart is that eternal rose, en su bonito título internacional)", no ayudará gran cosa a paliar el desagravio, pero sí reconfortará. Por ver a Tam en plenas facultades, exuberante y exacto donde lo tentador era ser muy rápido y muy espectacular, minucioso hasta con los más hilarantes o brutales actos de sus, a menudo, totalmente irreflexivos personajes, pero dispuesto a tirarse de cabeza a por un brillo o un momento fugaz de emoción sin pensar en ridículos o sonrojos.
De ingenuos salvajes como Patrick Tam debiera estar lleno el cine.
De poco sirvió decírselo - no tenía la menor inclinación musical hacia el rock y sospecho que debía sonarle peor aún el más duro -, pero siempre creí que su cine era
tan puro como los grandes discos de metal del momento. Y qué momento: "Rust in peace",
"Cowboys from hell", "Painkiller", "Never, neverland", "Lucifuge",
"Seasons in the abyss"... casi nada.
De los cuatro actos de que consta "Sha shou hu die meng", el segundo está en elipsis y el tercero se compone de dos largas escenas que conectan al resto del film y le dan sentido, con lo que tan solo asistimos a la presentación y el desenlace, quedando el corazón del film limitado a unos flashbacks y a una carta que recuerda Rick, el protagonista, cuando vuelve del habitual punto de partida - o a veces el central - de su cine, el exilio.
Pocas veces por cierto un retorno ha sido dado mejor en cine, en un plano en el que por un metro o un segundo, no coincide con la chica que quiso. Un plano que no es y un plano que lo es todo.
Habría que ir más lejos. Es lo que no se ve, lo que queda en duda, lo que permanece inexpresado o se frustra, lo que eleva al film muy por encima de su premisa y su desenlace, que muy poco se apartan del canon de venganzas mafiosas con absurdos (porque suceden por cualquier motivo y nunca solucionan nada) baños de sangre.
No es que Tam sea el único cineasta de su generación "con entrañas", en realidad y en contra de la idea de un cine coreografiado, primario y banal sembrada por quienes no consiguieron sacudirse los prejuicios ni viendo algunos films (y especialmente por los que no vieron ninguno completo y ya sabían todo), raro es el cineasta de esta célebre hornada que no es crítico e inteligente, raro el que no vibra con la justicia, la recuperación del honor, la estrepitosa caída de abyectos mafiosos o de sus esbirros.
Quizá Patrick Tam sea simplemente el que más abiertamente se arriesga a centrarse siempre en parejas o alguno de sus componentes, amores complicados o malogrados, muriendo si es necesario con tal de no ver en pie cuanto odian.
La pareja de "Sha shou hu die meng" casi ni se toca en todo el film y quizá ni siquiera lo sea a ojos de muchos a quienes tampoco servirá de nada decirles que no los comprendo ni los envidio.
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