jueves, 8 de septiembre de 2022

ENTRE ÁLBUMES

Cuando en 2003, Mariana Otero reveló la reconstrucción de su pasado en una película intensa y misteriosa como "Histoire d'un secret", de alguna manera cumplía con el mandato interior que le hizo convertirse en cineasta.
No tardó en suscitarse la idea, por el mero hecho de que levantaba públicamente ese acta sobre asuntos privados, de que no iba a necesitar filmar nunca más: no era su debut, pero parecía su última película y tal vez la única. 
Cerrar un capítulo significa poco si no se pasa al siguiente y ese impulso original afortunadamente le enseñó que cuanto hay de impúdico y de "ajuste de cuentas" en mostrar asuntos privados ni limita ni agota la mirada. En cuanto se posó de nuevo en un territorio ajeno, comprendió que un buen aprendizaje para ver puede ser y hasta debe ser en muchos casos, empezar por mirarse a uno mismo.
La paciencia, el interés por los mínimos detalles, el callado entusiasmo por los avances, conexiones o sugerencias hallados y que permiten hilar un relato, la idea en definitiva de que es la forma de abordar algo y no su naturaleza lo que le confiere entidad cinematográfica, ha cristalizado en otras obras y ha alcanzado un punto verdaderamente álgido en "Histoire d'un regard" (2019), su más reciente película.
En ella escruta las fotografías de Gilles Caron, un reportero de Paris Match y otras revistas de los años 60, desaparecido en Camboya sin dejar rastro y por suerte y a diferencia de lo que ocurre siempre en estos casos, no son una excusa para recorrer banalmente los tumultuosos años de la década prodigiosa y tratar de sacar provecho de la fotogenia de sus iconos, sino más bien el barro sobre el que moldear una de las más fascinantes investigaciones sobre la capacidad para impresionar en un encuadre la personalidad de quien mira.
Desde un punto de partida puramente personal, como el de "Histoire d'un secret", una interpelación todo lo subjetiva que se quiera a su propia memoria, Otero busca entre los carretes de Caron los fotogramas que faltan para comprender cómo, dónde y por qué fueron impresionadas sus, a menudo, famosas instantáneas sobre la Guerra de los Seis Días, la de Vietnam, las protestas de mayo del 68, las de los independentistas en Belfast o, finalmente, en el infierno rojo de Pol Pot donde se perderá su pista cuando había cumplido apenas treinta años.
Esa súbita desaparición, como la de la madre de la cineasta en "Histoire d'un secret" cuando ella tenía solo cuatro años de edad, es un elemento de suspense pese a ser conocido desde el mismo momento en que se ponen en marcha las películas, porque de nuevo lo primordial es la actitud frente al material. Un material que precisamente por no ser inventado, es siempre discutible y se debe someter a versiones de otros testigos, admitir nuevas pruebas que puedan aducirse, saltar por encima de equívocos y mentiras, como corresponde a todo hecho real. Más definitiva que la mayor verdad histórica es la menor de las ficciones, pues esta última no hay manera de contradecirla.
Y como suspense, "Histoire d'un regard" escoge caminos quizá aventurados, a veces por pistas interpretadas con osadía y acertará a veces y se equivocará otras, pero mantiene una tensión exponiendo con claridad cada dato o teoría y un respeto a la inteligencia del espectador que si no es ya un arte perdido, va camino de serlo. Cada rollo que inspecciona, mapa en mano, apoyándose en alguna entrevista grabada o solo con ayuda de su intuición con las imágenes, le abren nuevas posibilidades gracias al rigor, la pasión y la ética de su protagonista.
De esos atributos del trabajo del fotógrafo saca buena ventaja Otero pero no sé hasta qué punto es consciente de otro, más sustancial y es que, de ser cineasta, Gilles Caron hubiese sido uno de aquellos que solo fueron abundantes en épocas pasadas y que montaban con la cámara, no desperdiciaban un metro de película y eran un engorro para los productores y censores que querían manipularles el material filmado. 
Hombre de pocas fotografías, ninguna planificación ni tanteo, disparaba solo cuando sabía que sucedía - o estaba a punto de suceder, como recordaba a modo de acertijo Chris Marker - algo significativo, tal vez no comprensible o no en ese momento, pero dotando a cada instante de tiempo detenido de una rara entidad corpórea, tangible.
Tal vez dentro de unos años - hace cincuenta habría que haber dicho siglos -, cuando ya no queden imágenes dignas de llamarse evidentes, alguien deba practicar sobre el propio cine una búsqueda de similares propósitos. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Se ha muerto Godard.

Jesús Cortés dijo...

También Tanner, vaya racha.

Luis S. dijo...

Pues sí, vaya racha. Hay que añadir a Javier Marías, gran cinéfilo. Recomiendo su recopilación de artículos "Donde todo ha sucedido: al salir del cine" (de 2005), con prólogo de Miguel Marías (a quien desde aquí envío mis condolencias).
Luis

Anónimo dijo...

Hola Jesús, con eso de "de ser cineasta, Gilles Caron hubiese sido uno de aquellos que solo fueron abundantes en épocas pasadas..." , supongo que te refieres a los que trabajaron en la industria de Hollywood más férrea, pero desde mi desconocimiento de este fotógrafo y sin haber visto el documental, no lo relacionarias más con cineastas como Emile De Antonio, que trabajaron sobre el documental y de una forma más libre

Jesús Cortés dijo...

Me refería a los cineastas que dominaban la economía narrativa fuesen de los considerados más personalistas (Hitchcock, Hawks) o los más incrustados en una maquinaria (Tourneur, Dwan) o incluso artesanos. Pero acotaba la conexión a esa característica de su firma de captar un acontecimiento, porque quizá - incluso puede ser obvio, filtro político aparte - que de haber rodado en esos años, un film de Caron hbiese formado parte "oficialmente", por temas, intereses y demás, del mismo círculo que integró D'Antonio.