lunes, 3 de junio de 2024

EL MAL EXISTE

Como el entierro de alguien a quien despreciamos y tanto nos daría que estuviese aún vivo en el ataúd antes de que lo metan bajo tierra para siempre, inaudibles sus gritos y súplicas, invitados a no decir nada, no por respeto sino por indiferencia... quizá esa no sea la mejor de las disposiciones para empezar a ver ninguna película, ni siquiera esta, la más radical de las obras del cineasta mexicano Felipe Cazals, "La manzana de la discordia" (1968), pero al cabo de unos minutos es difícil no refugiarse en esos pensamientos.
 
Huelga decir que instalada en ese tono tan ajeno a captar la atención del espectador que busca complicidades con lo que se le muestra, no contó apenas nada para el prestigio del que disfrutó su autor en los años setenta del pasado siglo. Es evidente que lo que después de este debut se dijo de él y cuantas veces se le relacionó con el patrón gringo Sam Peckinpah, en el muy aventurado caso de que no fuesen vanos los elogios dedicados a su vez al californiano, eran medias verdades.
 
"La manzana de la discordia" ya elevaba al máximo exponente lo mejor del cine de Cazals, algo no muy del gusto corporativo de industria alguna porque se trataba de un film rodado en un par de semanas, al margen de la profesión, en los más indigentes escenarios: un burdel, un convento, una carretera polvorienta y una casa en ruinas. Cazals debía estar en unas condiciones bastante críticas para cometer este atentado contra todo lo establecido, incluido su propio oficio, del que bien podía haberse despedido en ese mismo instante. Los sindicatos, siempre prestos a defender a la colectividad, quisieron lincharlo. De no mediar unas condiciones generales de heterodoxia y un momento social y político convulso, lo hubiesen conseguido, por el bien de todos, qué duda cabe.

"La manzana de la discordia" no busca agradar ni buscar partidarios. Es un incómodo y vergonzante ejemplo de que no hace falta ayuda ni casi presupuesto, nada más que arrestos y fe, para hacer gran cine, como sucede con tantas películas de Luc Moullet, Júlio Bressane o Jon Jost, que también nacieron con el único fin de llorar, patalear y no dejar dormir a nadie, como un bebé insoportable que nunca será otra cosa que eso y que sin embargo es, nos guste o no, la esencia misma de lo humano.

Ni de izquierdas ni de derechas es el asunto central del film, el exterminio de caciques y déspotas de toda clase, que es (fue) un principio moral de hombres de bien ejecutado por perros, a cambio de mucho dinero o por una asquerosa botella de tequila, tipos sin escrúpulos como estos tres parias que no dudarían en matarse también entre ellos. Cazals no narra su historia, ni está interesado en reflexiones psicológicas de ninguna clase. Registra y corta, a veces cuando el efecto termina, otras para que lo haga y poder pasar a la siguiente estampa. Observa desde una distancia y a continuación pareciera querer introducir la cámara por la boca de estos personajes que no forman parte de nada, ni son síntomas de una enfermedad social concreta.

La decisión de dejar abierta la conclusión y no cerrar con un baño de sangre o la intervención de la autoridad, ahonda el desasosiego. Hay que considerar la inquietud que provocó la falta de ambigüedad de la película, el hecho de que todo sucedía allí y en esos momentos. Y volvería a hacerlo en cualquier momento porque reverberan las palabras de la víctima, recordando que como él los había a docenas y serían cada vez más.

La agresividad de la película sin embargo nada tiene que ver con la ruindad o el desprecio a toda sensibilidad imaginable, sino con su quietud, su falta de explicaciones, sus silencios, su incoherencia y, especialmente, por cuanto usurpa sin rubor del género al que, más o menos, pertenece, el más noble de todos, el western. De ahí toma gran parte de su itinerario, pero no enarbola ninguna de las tergiversaciones de las variantes italo-españolas tan en alza en esos años. Esto es: no tiene sentido del humor, no tritura mitos ni arquetipos, no es posible establecer conexiones con el cine de blaxploitation o de artes marciales (menos aún con el de samuráis) y no lo acompaña en ningún momento una música apropiada, solo ruidos estrepitosos y a veces una banda sonora atonal. 
 
El contraste con la otra película subversiva del año en su país, es tan iluminador como deprimente. 
 
De "La manzana de la discordia" no habla nadie y no es fácil de encontrar, a veces ni aparece en filmografías de su autor. "Fando y Lis" (Alejandro Jodorowsky, 1968), en cambio cuenta con varias ediciones a lo largo de los años al alcance de cualquiera y está "de plena actualidad"; de hecho aún no ha sido alcanzada por el cine de uno de sus máximos subproductos, el aclamado Yorgos Lanthimos, que deberá tratar de ser más daliniano si quiere ser digno de acometer alguna vez un Arrabal. El carnaval de escenas "impactantes" de ese debut, nada tiene que ver con la suicida tentativa de ascética anarquía de Cazals. Las imágenes de Jodorowsky se olvidan conforme se ven, las de Cazals permanecen en el recuerdo, como muertos.

8 comentarios:

Luis S. dijo...

Muy bueno y justo tu último párrafo sobre Jodorowsky, tocando de refilón a su compañero de batallitas Arrabal. Este último, en lo que a mí respecta, es un bluf total, alguien que, por cierto, también dirigió películas, que adivino temibles y probablemente plagadas de necedad. Mi experiencia con él es breve y literaria, y muy penosa. Sus ganas locas de "épater le bourgeois" y de escandalizar dándoselas de libertario eran ya bastante patéticas hace unas cuantas décadas. Por cierto que, no sé si habrá sido el caso también de Jodorowsky, pero es penoso constatar aún hoy el trato y los honores dispensados a Arrabal desde la (por tantos motivos) admirada Francia. Provocan sonrojo. En España, quién lo duda, hacemos unas cuantas cosas mal, pero por lo menos la estafa que supone la obra de este Auteur-Auteur ha llegado mitigada.
En cualquier caso, esto de Francia tiene como mínimo para mí una consecuencia saludable y es que me hace relativizar y, aún más, desconfiar de cierta "grandeur" pasada de vueltas del país vecino. Francia: a quien muchos hemos visto en diversos momentos de nuestra vida (ya no) como el país modelo en muchos sentidos, por su independencia creadora, su talento civilizatorio y hasta por su proteccionismo, ese país orgulloso que no se equivocaba (o se equivocaba menos) a nivel literario, cultural, cinematográfico… O será que, claro, solo se equivoca a lo grande.
Mis disculpas por este doble excurso un tanto airado.

Jesús Cortés dijo...

No soporto a Arrabal tampoco yo, pero su predicamento en Francia no me sorprende en absoluto. Hay docenas de ejemplos similares.

Rodrigo Dueñas dijo...

En su ciego deambular, en la cutrez de los escenarios, en la mediocridad y mezquindad de los personajes (aunque todo ello bastante más acentuado en la obra de Cazals) me ha recordado a "Tres tristes tigres", la película que Raúl Ruiz hizo justo entonces y cuyo título bien podría valer para ésta.

Jesús Cortés dijo...

Sí, es buena conexión. También a algunos Godard de unos años antes recuerda ligera o poderosamente, sobre todo "Le petit soldat" y "Les carabiniers"

Anónimo dijo...

¿Lo más interesante de Cazals te parecen estos primeros filmes, incluyendo Familiaridades? ¿Crees que al industrializarse más pasados los años perdió fuerza como director?

Jesús Cortés dijo...

Sí, hasta "El año de la peste" están las que encuentro mejores, aunque hay varias de las más recientes que no he visto.
Se politizó rápidamente y cayó en un discurso anarco-gramsciano si tal cosa existe, alimentado todo por el predicamento que adquirió. Lástima que no creciera en lo cinematográfico a ese mismo ritmo.

Anónimo dijo...

Hola Jesús me gustaría saber con qué películas te quedas del cineasta portugués Joao Pedro Rodrigues. Gracias

Jesús Cortés dijo...

Me gusta mucho lo que hizo hasta "Morrer como un homem" y nada lo que ha hecho desde entonces.
La última sin ir más lejos la encontré abominable.
Lo entrevisté una vez, a medias con la (entonces futura) mujer de Adrian Martin, Cristina Álvarez, para una revista.