Recuerdo haber ido al cine con esa sensación de que sería la última vez. La proyección de “Les anges exterminateurs” en el Festival de Sevilla de 2006 ya traía consigo el eco del escándalo que había provocado el film en Francia y su carrera pendía de un hilo. ¿Una película escándalo a estas alturas?
Jean-Claude Brisseau había sido citado a juicio para defenderse de las acusaciones que habían hecho varias chicas aspirantes a participar en el film, presuntamente sometidas a pruebas vejatorias y deshonestas. Brisseau, no se me olvida, había declarado al juez que no era capaz de fabular sobre lo que no conocía y que para hacer un film como ése, una mirada a la intimidad, debía saber de primera mano “lo que sucedía en realidad”.
Consideraciones legales y morales a un lado, “À l´aventure”, su nuevo film, ha venido a confirmar que Brisseau hablaba en serio, que puede estar equivocado en sus métodos y que supongo que está mal “prometer” un papel a alguien y no dárselo; pero no es menos cierto que Brisseau no buscaba el escándalo (que por otra parte le ha perjudicado a él más que a nadie), ni es un aprovechado, ni se dedica a pervertir jovencitas con ganas de triunfar a toda costa. Lo que le interesa es algo cinematográfico, ser honesto consigo mismo y hablar de algo de lo que nadie habla y que poca gente puede haber conocido con un ánimo, digamos, teórico y sí por avatares de la vida. A Brisseau no le interesan los films encuesta, él quiere saber y experimentar por sí mismo lo que narra, aún a riesgo de ser calumniado con más o menos fundamento. “Mi deseo de saber está más allá que cualquier moral” dice Sandrine en un momento del film, una máxima de toda esta última etapa de su carrera y que deriva del leit motiv más presente en toda su obra: la ruptura de convencionalismos necesaria para encontrar la verdadera - aunque a veces efímera, peligrosa, asocial - felicidad, como maravillosamente se plasmaba en la “sobrenatural” “Céline”, su film más mágico y espiritual, su particular “Ordet”.
Jean-Claude Brisseau había sido citado a juicio para defenderse de las acusaciones que habían hecho varias chicas aspirantes a participar en el film, presuntamente sometidas a pruebas vejatorias y deshonestas. Brisseau, no se me olvida, había declarado al juez que no era capaz de fabular sobre lo que no conocía y que para hacer un film como ése, una mirada a la intimidad, debía saber de primera mano “lo que sucedía en realidad”.
Consideraciones legales y morales a un lado, “À l´aventure”, su nuevo film, ha venido a confirmar que Brisseau hablaba en serio, que puede estar equivocado en sus métodos y que supongo que está mal “prometer” un papel a alguien y no dárselo; pero no es menos cierto que Brisseau no buscaba el escándalo (que por otra parte le ha perjudicado a él más que a nadie), ni es un aprovechado, ni se dedica a pervertir jovencitas con ganas de triunfar a toda costa. Lo que le interesa es algo cinematográfico, ser honesto consigo mismo y hablar de algo de lo que nadie habla y que poca gente puede haber conocido con un ánimo, digamos, teórico y sí por avatares de la vida. A Brisseau no le interesan los films encuesta, él quiere saber y experimentar por sí mismo lo que narra, aún a riesgo de ser calumniado con más o menos fundamento. “Mi deseo de saber está más allá que cualquier moral” dice Sandrine en un momento del film, una máxima de toda esta última etapa de su carrera y que deriva del leit motiv más presente en toda su obra: la ruptura de convencionalismos necesaria para encontrar la verdadera - aunque a veces efímera, peligrosa, asocial - felicidad, como maravillosamente se plasmaba en la “sobrenatural” “Céline”, su film más mágico y espiritual, su particular “Ordet”.
“À l´aventure” viene a cerrar una trilogía iniciada con “Choses secrètes” en 2002, el primer film que conocí de su filmografía, tres películas que le convierten en el genuino “women´s director” de estos tiempos, con una trayectoria que me parece impecable.
A un primer film ya más que interesante, “La vie comme ça” del 78, le suceden consecutivamente y a falta de conocer “De bruit et de fureur” del 87 y un par de trabajos para televisión, cinco de las mejores películas de los últimos 25 años, la increíble (¿Franju+Lang+Freda?) “Un jeu brutal” (83), las desgarradamente conmovedoras “Noce blanche” (88) y la citada “Céline” (92), la muy hitchcockiana “L´ange noir” (94), alcanzando su punto cumbre en la originalísima “Les savates du bon Dieu” (99).
A un primer film ya más que interesante, “La vie comme ça” del 78, le suceden consecutivamente y a falta de conocer “De bruit et de fureur” del 87 y un par de trabajos para televisión, cinco de las mejores películas de los últimos 25 años, la increíble (¿Franju+Lang+Freda?) “Un jeu brutal” (83), las desgarradamente conmovedoras “Noce blanche” (88) y la citada “Céline” (92), la muy hitchcockiana “L´ange noir” (94), alcanzando su punto cumbre en la originalísima “Les savates du bon Dieu” (99).
“À l´aventure” es lo mejor de Brisseau desde “Les savates…” para mi gusto y una prueba de resistencia en unos planteamientos que han estado a punto de llevarlo a la tumba de celuloide que en su caso es tanto como referirse a la de verdad, porque no puedo imaginarme a Jean-Claude Brisseau haciendo otra cosa que cine, algo más que una profesión y hasta que una catarsis existencial: su auténtico lenguaje, su única forma de comunicarse con el mundo.
Tanto es así que el resultado de esta película fabulosa es que donde otros buscan y encuentran vaguedades, psicología de dominical y un catálogo de tópicos sin la menor profundidad vital ni sentimental, Jean-Claude Brisseau emociona, hace temblar los límites del encuadre, explora sin tapujos, llega hasta el final y acaba resultando violento y demasiado privado, llenando ese espacio (y más visto el abandono de Catherine Breillat) que dejó el gran Maurice Pialat, ese escueto espacio que tiene todavía la aventura personal en este codificado mundo.
Silenciado Michael Cimino y llevado por otros designios Abbas Kiarostami, Brisseau, cual moderno Anthony Mann, es el gran paisajista que le queda al cine contemporáneo, el que aún es capaz de arrancar un escalofrío de un cielo estrellado, una panorámica sobre un valle atravesado a toda velocidad por un coche, una casa en el bosque que se convierte en algo más que un inesperado refugio, un campo de trigo en que hunde la cabeza un personaje, escenas que son siempre significativas, necesarias, nada decorativas, como bien saben sus colegas “urbanos” (las calles de Garrel, los tejados de Sharunas Bartas, las habitaciones de Claire Denis, los edificios abandonados de Tsai Ming-liang).
Si algo no son sus películas es desde luego sórdidas y feístas, a Jean-Claude Brisseau no le hace falta crear ambientes desasosegantes, no recuerdo que tocase nunca el zoom, ni un salto de eje, ni una luz estroboscópica, ni una textura forzada, ni un plano a cámara lenta, todo sucede en ambientes cuidados, perfectamente iluminados, armoniosamente encuadrados, con la ayuda inestimable de Maria Luisa García, su “estética” mano derecha, que, junto a los directores de fotografía con que ha contado (sobre todo el gran Romain Winding, hasta 2002, a partir de ahí, Wilfrid Sempé) llevan impregnando sus películas de una gama de matices y colores cercano al Hitchcock de la etapa más arriesgada, la que va de “Vertigo” a “Marnie”, que puede recordar al Nicholas Ray de la última etapa o al Resnais más preciosista.
Tanto es así que el resultado de esta película fabulosa es que donde otros buscan y encuentran vaguedades, psicología de dominical y un catálogo de tópicos sin la menor profundidad vital ni sentimental, Jean-Claude Brisseau emociona, hace temblar los límites del encuadre, explora sin tapujos, llega hasta el final y acaba resultando violento y demasiado privado, llenando ese espacio (y más visto el abandono de Catherine Breillat) que dejó el gran Maurice Pialat, ese escueto espacio que tiene todavía la aventura personal en este codificado mundo.
Silenciado Michael Cimino y llevado por otros designios Abbas Kiarostami, Brisseau, cual moderno Anthony Mann, es el gran paisajista que le queda al cine contemporáneo, el que aún es capaz de arrancar un escalofrío de un cielo estrellado, una panorámica sobre un valle atravesado a toda velocidad por un coche, una casa en el bosque que se convierte en algo más que un inesperado refugio, un campo de trigo en que hunde la cabeza un personaje, escenas que son siempre significativas, necesarias, nada decorativas, como bien saben sus colegas “urbanos” (las calles de Garrel, los tejados de Sharunas Bartas, las habitaciones de Claire Denis, los edificios abandonados de Tsai Ming-liang).
Si algo no son sus películas es desde luego sórdidas y feístas, a Jean-Claude Brisseau no le hace falta crear ambientes desasosegantes, no recuerdo que tocase nunca el zoom, ni un salto de eje, ni una luz estroboscópica, ni una textura forzada, ni un plano a cámara lenta, todo sucede en ambientes cuidados, perfectamente iluminados, armoniosamente encuadrados, con la ayuda inestimable de Maria Luisa García, su “estética” mano derecha, que, junto a los directores de fotografía con que ha contado (sobre todo el gran Romain Winding, hasta 2002, a partir de ahí, Wilfrid Sempé) llevan impregnando sus películas de una gama de matices y colores cercano al Hitchcock de la etapa más arriesgada, la que va de “Vertigo” a “Marnie”, que puede recordar al Nicholas Ray de la última etapa o al Resnais más preciosista.
Pero no hay que llevarse a engaño porque aún vestida con estos ropajes tan hermosos, "À l´aventure" es la película más nihilista de cuantas ha hecho y es importante encontrar el sentido global del film enlazando los pequeños discursos del profesor retirado que conversa con Sandrine porque de otra manera la banalización de todo cuanto rodea y la mirada de estos desnortados, autocomplacientes, irresponsables personajes, quedaría predominante e inútil. El castillo irreal y alucinatorio, el éxtasis místico, la búsqueda de no se sabe muy bien qué placer definitivo, las decisiones caprichosas y sin sentido... todo delata la estupidez humana y el vano afán por encontrar un equilibrio ilusorio e imposible que sólo parece existir si no miramos las cosas lo suficientemente cerca.
6 comentarios:
Veo que casi siempre estamos muy de acuerdo. Y celebro comprobar que hay alguien más igualmente interesado por ese cineasta único, verdaderamente personal y arriesgado, que es Brisseau. Trata de ver "De bruit et de fureur", es - como la mayoría de las suyas -impresionante.
Miguel Marías
Bueno, he visto tu lista de 50 favoritos para la encuesta de One Line Review y debe haber más de 20 coincidencias, aparte de los directores de los que nombramos películas distintas. Me ha sorprendido un poco que nombres "The iron mask" y no sé qué pensarás de "Bubu de Montparnasse".
Musicalmente sin embargo no te imagino disfrutando con los Plasmatics, ¿no?
En efecto, Jesús, ni sé quiénes son los Plasmatics, aunque eso no quiere decir que no pudieran gustarme, simplemente quedan por ahora fuera de mis zonas de cobertura. "The Iron Mask" de Dwan me parece una de las más emocionantes y hermosas películas de aventuras, ya en 1929"crepuscular" y reflexiva (como, por lo demás, Dumas padre); creo que de ahí viene el final de "The Searchers". Es difícil decidirse sólo por un Dwan. "Bubù" la voté entre las no recuerdo cuántas mejores europeas en algo que preguntó la Cinemateca Portuguesa hará 20 años, y por lo demás soy admirador de Bolognini, antaño sobrevalorado por unos, hoy olvidado por todos.
Miguel
Lo que te dije de "The iron mask" es porque creía que preferías la última etapa de su carrera, a mí también me parece una de las 5 mejores que conozco suyas. Bolognini creo que es uno de los mejores realizadores "medianos" del cine europeo, de los que tienen bastantes buenas películas, algunas flojas y pocas realmente importantes y ahí es donde entra "Bubù" para mí. Otras que me gustan mucho son "L´ereditá Ferramonti", "Per le antiche scale" o "La corruzione". El problema quizá venga cuando en algunos sitios te dicen que es tan bueno o mejor que Lang o algo parecido y lo mismo pasa con Fisher y otros. El "valor medio" de cada cineasta no es, por desgracia (nos ahorraríamos decepciones) la media aritmética de sus mejores obras, sino de todas las que hizo.
De Dwan me gustan todas las épocas que conozco, las peliculitas y los peliculones, lo épico y lo cotidiano, lo joven y lo viejo, lo pobre y lo rico. La tortuga se acomodaba a todo. Y creo que Bolognini, en cierto periodo sobre todo (no el último) era casi siempre entre muy bueno y muy interesante, a veces superior a Visconti en su terreno. Me gusta "Bubù" sobre todo, claro, una de las máximas visiones cinematográficas del "amour fou"... pero hay varias excelentes. Donde no estoy muy de acuerdo es en lo del valor medio (que además depende de mil circunstancias externas): me importa más de lo mejor que es capaz (aunque sea una vez) un cineasta; de fracasar o cometer errores pocos se libran, y no siempre son los fallos interesantes ni siquiera debidos al exceso de ambición. En la medida en que viven de ello, encuentro excusable un film decepcionate y hasta indigno. Pero hay muchos directores de regularidad suiza y relojera, impolutos y con "dignidad, siempre dignidad", que al final ni aportan ni mi importan gran cosa, mientras que otros merecen ser recordados por una o dos películas, hasta por una escena genial e inédita. Y como no se le puede pedir lo mismo a Brisseau que a Ophuls ni a King Vidor que a Preminger, hay que aceptar a cada cineasta valioso con su personalidad, que incluye tanto sus defectos como sus virtudes, sus limitaciones como sus excesos; es difícil, pero es apasionante. Lo que importa de Freda no es lo bastate mediocre que hizo, sino lo excente que de vez en cuando alcanzaba (y casi nunca está claro hasta dónde era suyo o de Mario Bava).
Miguel
Bueno, yo me refería (no es un criterio mío si es lo que has entendido) a esa tendencia de las revistas y entre ellas una española muy señera a empezar reivindicando algo realmente bueno de alguien y acabar montando teorías amplísimas sobre la superioridad de, pongamos por caso la obra dentro del giallo o del spaguetti western, sobre la de otros cineastas que no tuvieron la suerte de poder expresarse siempre en el marco de un género "derivativo" o con unas condiciones que les beneficiasen, cuando por lo demás la experiencia demuestra que muchos están mejor cuando deben vencer dificultades y tratar de imponer una visión que cuando dan rienda suelta a todo lo que se les pasa por la cabeza.
Esto quizá explique esas oleadas de "abajo fulanito, viva menganito" que han acabado imponiendo la costumbre de que el cine, al contrario que la música, va avanzando por etapas y si alguien hace un film mudo o un musical es un retrógrado o un listillo.
A mí también me interesa más el punto máximo alcanzado que el nivel medio, de otra manera no pondría ahí a Bolognini, pero yo hablaba de simples matemáticas. Ya me gustaría que todas las películas de Milestone fuesen tan buneas como "The strange love of Martha Ivers". De Freda voy a escribir ahora, no sé ni dónde aún, y no conozco muchas pero adoro "I vampiri" o "L´orribile segreto..." entre otras y para mí ya es suficiente para ver todo lo que encuentre de él, que es poco y en regulares condiciones.
Publicar un comentario