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lunes, 15 de marzo de 2010

EL ESTADO CONTRA WILHELM GRIMM

Cuando en 1959, André de Toth se incorpora, como tantos otros directores a la TV, para volver luego esporádicamente al cine, finaliza un periodo de  quince años en Estados Unidos plagado de espléndidos westerns ("Day of the outlaw" y "The Indian fighter" sobre todo, de la que ahora se han acordado algunos por "Avatar"; para algo ha servido), melodramas (la magnífica "The other love" pero también la aparentemente menor y más puramente aventurera "Slattery´s hurricane", que merecería una reconsideración) o thrillers (mis favoritos: "Pitfall" y "Crime wave", también la muy Siodmak "Dark waters").
"None shall escape" en 1944 es su segundo trabajo americano tras "Passport to Suez" y, junto a él completa un inusual díptico fantasioso-especulatorio sobre la Segunda Guerra Mundial por desgracia muy poco difundido.
"Passport to Suez", en 1943, se ocupaba de fabular juguetonamente sobre qué hubiese ocurrido si los alemanes tomasen - aún era posible - el control de la salida del Mediterráneo hacia el Mar Rojo.
"None shall escape", sin aventuras ni comedia, fue publicitada por su parte como la película que auguraba el futuro que esperaba a los nazis que por fin iban a pagar por sus atrocidades y se estructura en flashbacks a partir de unos futuros Juicios de Nuremberg por crímenes de guerra a un oficial germano incorporado con una gama de recursos admirable por Alexander Knox.
Me gustaría saber cuántos "autores" creerán haber llegado tan lejos como el "artesano" De Toth en "None shall escape" en la vieja tentativa de plasmar ese lado oscuro de la condición humana que aflora en el transcurso de una guerra.
La larga sombra del neorrealismo italiano parece haber conminado a todo el cine bélico y derivados hecho en USA durante estos años (y al de otros países ocupados o afectados por la locura nazi, tachado insistentemente de burdamente propagandístico) a una especie de "segunda categoría", imagino que - no faltan argumentos apriorísticos ni películas que los corroboren - por edulcoramiento, por un acabado industrial, por maniqueísmo, etc.
"None shall escape", menos melodramática, más realista y dura incluso que sendos Lang, Sirk, Zinnemann, Dmytryk o Walsh y casi tan amplia como varios emblemáticos Borzage y un genial Lubitsch en clave de comedia, fulmina las objeciones para contar lo que estaba ocurriendo de verdad en Europa y curiosamente tal vez acercándose en el intento a la película que Frank Capra nunca rodó sobre el conflicto.

Wilhelm Grimm no es ningún símbolo y esto multiplica, por simple asimilación a cualquiera de los mandos intermedios y pequeños de esta y de todas las guerras, el efecto del film. No tiene una gran personalidad ni inteligencia, es sólo uno de los muchos arribistas y aprovechados que en estos años "mabusianos" encuentran en el ascenso del nazismo - si no hubiese sido por ellos, Hitler ni figuraría en los libros de Historia - una oportunidad de oro para comer caviar aún encarcelado, cobrar notoriedad aún a costa de traicionar a quienes lo quieren e imponer una autoridad que ni sabe de dónde emana para dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
Apoyándose en este personaje despreciable pero gris y sin carisma, causa verdadero asombro ver como De Toth consigue contar, pausada y certeramente, en poco más de ochenta minutos, cómo se gesta la semilla del odio antisemita y el movimiento nacionalsocialista recién terminada la Gran Guerra, la ocupación de un pequeño pueblo polaco y el eco en Munich de la histeria por la figura de Hitler, cómo se ponía en marcha la maquinaria propagandística, el inicio de las deportaciones a campos de concentración y el nacimiento de la resistencia sin moverse un ápice de los parámetros y la planificación del western y el cine de género; se diría que involuntariamente, por puro rigor de la puesta en escena y conocimiento del oficio: es una obra crisol.
No irrumpe De Toth en el cine americano de los 40 con el ruido de Welles ni el atrevimiento de Fuller, ni el éxito de Wilder, ni la impronta culta europea de Sirk o, sin serlo, Mankiewickz y Lewin, ni los buenos contactos de Wise... aunque tal vez no sea tarde para restituir su nombre y el de sus grandes películas.  

lunes, 5 de mayo de 2008

ELDÍA DE LOS FORAJIDOS (Day of the outlaw, 1959)- ANDRÉ DE TOTH

Cualquiera que tenga a André de Toth por un artesano competente (variedad: con pedigrí europeo) debiera ver sobre todo este extraño y árido western de 1959, para mí la cumbre de su cine y una de las películas del oeste más secas, decantadas y misteriosas de la historia del género.
Es la película de De Toth más cercana a Nicholas Ray. Incluso podríamos establecer un curioso paralelismo con "Wind across the everglades"(1958), no en la base argumental pero sí en tres puntos importantes: la presencia de un temible Burl Ives, la relación que establece (en contra de cualquier canon narrativo clásico) con el personaje de Robert Ryan y la presencia de la naturaleza como escenario de vida y muerte por encima de los hombres.
Una banda de ladrones ha robado la paga del ejército y se atrinchera huyendo de la caballería en un helado poblado entre montañas. Allí, Blaze (Robert Ryan), un hombre que llegó antes que los ganaderos, cuando el territorio era salvaje e inexplorado, vive los últimos coletazos, amargos y contradictorios, de su historia de amor con Helen (Tina Louise), que ya se casó con un granjero (Hal), un hombre mayor que ella y que encabeza el enfrentamiento con el propio Blaze por la colocación de alambradas para la crianza del ganado.
El conflicto tiene resonancias de otras películas importantes: "Man without a star"(1955) de King Vidor - crianza de ganado en un territorio que alguna vez fue escenario de una conquista - y "Gunman´s walk"(1958) de Phil Karlson, - enfrentamientos generacionales entre pioneros y nuevos ciudadanos - sobre todo, pero también buena parte de la obra de Anthony Mann en los 50.
Cuando la tensión entre ellos está a punto de estallar entra en acción la banda encabezada por Burl Ives (el capitán Bruhn). Un extraordinario travelling introduce a los nuevos personajes. Blaze desafía a Hal y los ganaderos a enfrentarse a él haciendo rodar una botella de whisky vacía por la barra del bar. Cuando la botella caiga disparará. En ese momento entra en plano por la izquierda Bruhn que coge la botella. La escena anuncia ya un elemento que será fundamental en el desarrollo del film. Bruhn no quiere que sus hombres pierdan el control y les prohibirá beber; una sencilla metáfora que señala dos puntos importantes sobre los que se construirá la acción: el dominio precario de las situaciones que va a tener Bruhn, simepre a punto de ser traicionado por su banda (más aún porque está herido de bala en el pecho) y el extraño lazo que se establece entre él y Blaze, que será el motor de la segunda mitad del film.
Recordemos a Burl Ives en la película de Ray. Christopher Plummer reconocía al villano pero también al hombre libre de prejuicios sociales, al monstruo y al hombre sin domesticar que en el momento de su muerte apelará a la propia crueldad de la naturaleza como su verdugo. Preferirá morir a manos de quien le permitió ser libre. Cuando Blaze se ofrece a guiar a la banda de Bruhn a través de un inexistente paso entre las montañas que les permita escapar de la ley (una ley que en el poblado parece encarnar el propio Blaze), Bruhn comprende que es la única forma de morir sin someterse a ninguna regla. Morirá sobre su caballo (el veterinario que le extrae la bala ya lo advierte sin que él lo sepa) o congelado, pero no se sentará ante ningún juez. Esta última parte de la película, que se alarga cuando creemos que toca s su fin es la que hace de este film una obra maestra.
Muchos directores se hubieran conformado con cerrar con el plano en el que Blaze sale a caballo del pueblo con la banda detrás: asume su destino y se sacrifica por la comunidad, pero la película depara dos giros argumentales más: morirá Bruhn y Blaze parece erigirse en jefe de la banda y el giro final cuando Blaze regresa al pueblo para inicar una nueva andadura. Esta última parte, fulleriana en su desarrollo (a Fuller le encantaría el detalle de que el forajido Tex no pueda matar a Blaze porque sus dedos se han congelado cuando lo tiene encañonado) es lo mejor que rodó de Toth en toda su carrera. Es tan vívido el sufrimiento de los caballos, el frío, la violencia contenida de los personajes, la muerte rondando sus cabezas...
Un film extraodinario