sábado, 14 de agosto de 2010

NINIVEH

Han pasado ya seis años desde el estreno de "Adieu", la, de momento, obra central de la filmografía de Arnaud des Pallières, que llegará muy probablemente a la cincuentena con tan sólo tres películas en su haber, camino de convertirse en otra promesa truncada o realidad desencajada, tanto da, que no hay manera de explicar lógicamente - no en estos tiempos y menos aún en Francia - pero es un hecho que esta película extraordinaria, durante largos trechos insuperable en su terreno, ha caído en desgracia.
Hay que recuperar "Adieu".
Porque defragmentada en los múltiples cristales fílmicos que la forman, no sé si su autor sería capaz de volver a componer emocionalmente algo de este calibre, una obra que de no mediar milagro y habrá que contar con ello por pura fe (no estaba a su altura "Drancy avenir" del 97, muy buena de todas formas y quizá el tiempo juegue a favor de la extrañísima y de muy cuestionable casting "Parc" de 2007), va a quedar como una película irrepetible.
Cuando se habla de películas necesarias, importantes, parece haber predilección por los informes detallados, como si alguna vez fuesen a servir a alguien (esa tendencia a las adhesiones por puro resultadismo que tanto ha alejado al gran público de algunos cineastas que observan sin la recompensa o siquiera el propósito del hallazgo) para dar testimonio de un tiempo y un lugar, completa y conscientemente integradoras de distintas opiniones, aún si contradictorias, pero donde prime un sentido de lo justo y lo mejor para el futuro y para esa noción informe de la que sentimos que formamos parte cuando nos conviene, la colectividad, más allá de que sacrifique a sus personajes ante nuestros ojos en su nombre.
Atendiendo a esos términos, "Adieu" es una calamidad: errática, muy seria (la emoción se filtra por sus imágenes o ilumina de repente la pantalla, pero en todo caso surge siempre sin previso aviso), "primitiva" (a vueltas con la existencia y la presencia de Dios, el pasado y el olvido nublando el presente y el futuro...) pero sin embargo poco accesible, difícil como un viaje a donde nadie quiere estar, sin conclusiones definitivas y agarrada a esperanzas intangibles y utópicas.
Pero pocas películas de los últimos diez años se perciben tan bien compuestas.
La BSO de Martin Wheeler logra conjugar, sin que suenen a exceso, los aires puramente Tindersticks que llenan las películas de Claire Denis, de la que no anda lejos toda la peripecia de "Adieu" (no me explico cómo sus fans no han puesto énfasis en ella) y el uso de la música sinfónica típicamente godardiano. Deben escucharse bien alto los tres bloques con que se inaugura el film, a un volumen atronador si es posible, para penetrar de lleno en la intrincada mecánica del film: la fábrica de camiones - aséptico, prístino, perfecto engranaje que crea los medios en que más tarde pueden transportarse ilegalmente "sin papeles" de todas clases -, la lectura de la primera carta de Ishmael a su mujer, que introduce con significativo silencio y en una pincelada todo el sinsentido de la sospecha político-religiosa que carcome el mundo árabe y cómo se enlaza con la llamada telefónica a Dora en la que se le comunica la muerte de Simon y el subsiguiente dictado a sus alumnos donde persiste la misma melodía de violines mientras en sus palabras ya se introduce el estado de ánimo del viejo Serge, el motor de la segunda historia. Uno de los mejores arranques del cine reciente. 
El inquietante montaje hecho por el propio director, que distribuye pesos y señala, sin subrayar una palabra ni un ángulo (Oriente en la cabeza: Hou, Suwa, Kiarostami, Weerasethakul...), qué tienen de esencial las dos historias que paralelamente, pero en direcciones opuestas, nos cuenta y el control del diálogo, la fuerza a veces devastadora de las palabras, digno de Bergman o Desplechin, todo me parece inmenso en esta reputadamente, dicen quienes la miraron sin verla, pedante, abstracta, arrítmica y falsamente caleidoscópica "Adieu".
Quizá el poco entusiasmo generado por el film, incluso entre quienes en teoría debían haberlo abrazado y hasta elegido en sus listas de mejores de la década, tenga que ver con su punto de vista.
Des Pallières, como Godard cada vez con menos vuelta atrás, presenta un film de múltiples texturas que parece presidido por una visión muy desangelada de la realidad y como si se observara en retrospectiva, perdida desde el primer fotograma toda esperanza de encontrar resquicios por donde vislumbrar lo que de bonito o agradable pueda tener la vida más allá de cómo se sepa contar con imágenes. Algo así como un puzzle de un erial o un aquelarre al que sólo la música o la habilidad para contraponer ideas pueda sonsacar algún destello de belleza. En Godard las claves superpuestas (filosóficas, poéticas, pictóricas... y también tan simples como su voz sobre letreros, la pantalla en negro, el silencio) suelen deslumbrar pero también desviar la atención o incluso ocultar gran parte de las auténticas intenciones (pocas reflexiones económicas o políticas a posteriori genera o yo no las encuentro) y casi parece que cuanto más críptico y culto se hace su cine mejor es aceptado y hasta explicado (!) y parece gustar más ahora que hace quince o veinte años cuando aún era (muy) residualmente "narrativo" y contaba hasta con ¡actores!
Des Pallières, que en muchos momentos parece compartir con el maestro una cierta mirada sobre la realidad, renuncia a ese protagonismo y elimina toda clase de asideros - porque no concibe su cine desde ellos y no por renunciar a adornarse con ellos, que no es lo mismo - dejando en bruto, sin "dirigir", al buen ojo del espectador, toda la carga emotiva del film, que puede ser extremadamente emocionante a poco que se traspase o entienda su particular tempo.
Pocas veces y hace mucho tiempo que conceptos clásicamente solemnes y sobre los que se suele pasar de puntillas o abordar tangencialmente como la muerte, el exilio, la espiritualidad y la justicia habían sido filmados tan de cerca.