lunes, 30 de diciembre de 2013

APROXIMACIONES

Poca fortuna ha acompañado a la tercera y última incursión de Jacques Tourneur en el mundo, el género en sí mismo que es, de Val Lewton.
Tan breve pero más pobre y "exótica" que sus dos predecesoras - no por lejanía geográfica o extravagancia precisamente, más bien por el mayor tanto por ciento de metraje protagonizado por estos mexicanos asentados en la que no muchos años antes había sido su tierra... y ahora albergaba Los Alamos -, apenas ha podido competir "The leopard man" con la fuerza icónica de "Cat people" y "I walked with a zombie", desmenuzadas de arriba abajo por mil cineastas que poco o nada aprendieron del muy sobrio y elegante Jacques Tourneur.
En realidad, tampoco el mismo Tourneur está completamente en esas películas.
Con la salvedad de la extraña y fría "Days of glory", el cineasta que surge a continuación de "The leopard man", particularmente entre "Experiment perilous" y su piedra rosetta, "Canyon passage", el mismo que se consolida hacia el final de esa década una vez dejada atrás la Segunda Guerra Mundial, que todo lo alteró, había aplicado abundantes recursos pero sólo una parte muy limitada de su mirada en aquellos tres primeros largometrajes, gobernados por el magnetismo irresistible de Lewton.
Será el subsiguiente proyecto de Lewton, "The seventh victim" (firmada por Mark Robson), la obra más radical y evolucionada de la fulgurante carrera del gran productor ucraniano, aunque no la última en que brilló su sello y no hace falta más que acudir a la postrera que lo lleva, la apasionante "Apache drums" de Hugo Fregonese.
El misterio, ambiental y ancestral, anclado en otras vidas, otras civilizaciones incluso, que irradian los fotogramas y proporciona un aura especial a "Cat people" y "I walked with a zombie", se transfigura vertiginosamente, en apenas meses, en terror "moderno", esporádico e insospechado, con una narrativa anti-tópica, sin respeto alguno por reglas establecidas, sin hilos conductores meditados para albergar romanticismos, un mecanismo alimentado por una fuerza más poderosa que miedo o leyenda alguna: la ignorancia.
Todas las acciones - viñetas, sí, pero ¿qué otra cosa podrían ser? -, dispuestas como en una carrera de relevos, de manera que cualquier desplazamiento espacial de un personaje, introduce al siguiente, están presididas por una dureza y una falta de sensibilidad que puede pensarse que responden a la "americanización" del cine amparado por Lewton y a su contagio del cine negro, pero que es por encima de todo un claro fruto de la incultura.
Nada paradójico tiene por tanto que sea el depositario del único ascua de conocimiento, el regente de ese Museo desangelado, el perfecto negativo de cuanto sucede en el film, salpicado de muertes y peligros sin culpables ni responsabilidades, tan naturales, tan inevitables como la lluvia o la noche, porque han encontrado el mejor aliado posible en la falta de luces de los habitantes del film, ya sean ricos o pobres, viejos o jóvenes, oriundos o forasteros. 
Esta pareja de buscavidas (incorporados por Jean Brooks y Dennis O'Keefe) expulsados de las grandes ciudades americanas - de las que sólo conocieron bien los peores barrios - que van en busca de oportunidades a costa de otros incautos, de turismo o que fueron a parar con sus huesos a ciudades fronterizas y los iletrados que muerdan el anzuelo de sus gimmicks, son la actualización de tantos y tantos ya vistos en viejos Tod Browning.
Ese mirada a un territorio donde se harán fuertes los Hank Quinlan del futuro, que aún parece naive, inconquistado, es el "punto débil" de este film, el elemento que impide sea trascendente y que quizá lo ha privado de ascendencia crítica.
Tourneur, exigido por esta estructura ingobernable, que no le debió resultar nada cómoda, no acentúa ni apenas esboza correlación de fuerzas que dote a cada acción de su correspondiente consecuencia, aplicándose de verdad en pequeños detalles de delineación de personajes.
No hay ley ni por tanto márgenes para salirse de ella (un policía se desentiende de su tarea porque lo fundamental es tener los zapatos lustrosos), buenos ni malos (y hasta algún plano revela que tampoco nada profano ni sagrado, como ese momento fugaz en que vemos a la adivinadora de cartas ante el espejo, por un segundo caracterizada como una Madonna antes de dar una calada al cigarro), sólo una sucesión de movimientos inesperados - aún sin emisario, para eso habrá que esperar a "The seventh victim" - de esa sombra negra que es la muerte.
Producto de esa tarea que emprende Tourneur, resulta no forzada ni postiza, sino perfectamente ajustada cómo filma la redención de los protagonistas, los únicos personajes que de alguna manera Tourneur se esfuerza por comprender.
Desde que aparecen en escena, egoístas y aprovechados, hasta la escenificación final en la procesión, media el único proceso tourneriano, tan inexplicado y subterráneo como perfectamente plasmado en la oposición moral a todo lo que implícitamente combate y trata de rechazar: el desorden, el destino.

jueves, 5 de diciembre de 2013

DÉCIMO SEFF

Crónica para la Revista Détour acerca de lo visto en el X Festival de Cine de Sevilla celebrado el pasado mes de noviembre.
Enlace aquí.

martes, 3 de diciembre de 2013

MIENTRAS DUERMES

Oculta entre dos de sus películas más famosas, "A place in the sun" y "Shane", que alguna vez fueron, sobre todo la segunda, enarboladas por la crítica americana como hitos de su cinematografía, ejemplos de que desde sus códigos y ancestros llegaban tan lejos como los europeos - inmigrantes o no -, "Something to live for" es la obra más emocionante y realista filmada por George Stevens en muchos años.
Tal vez a finales de esa década de los 50 su delicada partitura de piano hubiese sido sustituida por una balada de saxofón, sus escenarios y peripecias nos parecerían modernos, contemporáneos y ahora estaríamos hablando de un clásico, de un film eterno.
En contrapartida a esa pérdida, definitiva si nada lo remedia, queda una obra tan íntima y exultante en sus corrientes apariencias como inabordable a la caricatura, protegida por una especie de aura que no permitiría hacer de ella un "mal" uso.  
Estos dos amantes al filo del alcoholismo son la personificación misma del deseo.
No ya de estar juntos; de vivir, de seguir, de sentirse mirar hacia adelante con la misma convicción de quien recapitula.
La prodigiosa escena paralela en que se encuentran es el mejor ejemplo de ese ansia. Llamadas telefónicas que no llegan por instantes a conectarlos, ella que se siente al fin con fuerzas para tirar el trago de bourbon por la ventana, él que en la excitación de verla, casi recae en viejos vicios, la lluvia, el teatro en penumbra...
Nada puede haber más realista que un trozo de celuloide como ese, que a uno le parece haberlo vivido nada más verlo. Buena paradoja si pensamos que lo filmó uno de los cineastas más adosados a un concepto de fatuo enlatado hollywoodiense, especialmente aquí en Europa, donde no hubo con él ni piedad ni sosiego.
Esto ya poca importancia tiene.
Al final del día solo quedan las grandes películas en la memoria; paupérrimas como "Echoes of silence" o ricas como "My sister's keeper", contagiosas y entusiasmantes como "Le temps de l'àventure" o intimidantes y oscuras como "We are what we are".
Si ya parecía "pasado de moda" Stevens cuando hacía "Penny serenade", "The more the merrier", "Vivacious lady" o "Bachelor bait", injustas perdedoras todas frente a los elixires de las screwball comedies y los melodramas más vigorosos de los 30 y 40, ¿quién iba a esperar nada verdaderamente grande de su cine en 1952 si nadie había reparado siquiera en su "Nazi concentration camps"?
La calma elegante de este otrora brillante publicista "caído" en la abstinencia, Alan, que de repente se siente inspirado de nuevo - por un par de botas, por una mañana cualquiera - (Ray Milland) y la esperanza de rehabilitación que atisba en dos tardes junto a él Jenny, actriz de segunda encorvada sobre su propia debilidad (Joan Fontaine), se combinan en un efecto intangible pero difícilmente soportable para la sensible mujer de él, Edna (Teresa Wright), que querría ser Penélope y descoser de noche lo cosido durante el día.
Y no pensar, ni en ellos, ni en el bebé que trae dentro, ni en la chica que él encontró tirada en una habitación y ayudó sin intereses particulares, corporativamente.
Maravillosamente dialogada, con esa amplitud para ser igual de efectiva en escenas con dos personajes o en otras con múltiples relaciones cruzadas (la escena de la fiesta en casa del insufrible Baker - Douglas Dick, "especialista" desde "Rope" y "The accused" -, un modelo de disposición espacial), "Something to live for" se mantiene en todo momento contenida, agazapada detrás de las barreras de los sentimientos no expresados.
Sus tristezas y sus decepciones se intuyen en el futuro mayores, cuando se vuelva la vista atrás y se recuerden los episodios pasados.
Edna probablemente habrá conquistado un nuevo lugar, uno que nunca supo debía tomar al comenzar el film, cuando vencida con su ayuda, de antemano, la gran batalla de él, había adquirido "en propiedad" ese sucedáneo de lo que anhelaba, el agradecimiento.
Alan, que de haber sido libre, pudo parecer una versión tranquila del Jack Lemmon de "The apartment", probablemente se marchitará como el Fred McMurray de "There's always tomorrow".
Quedará Jenny, allá arriba en las tablas, renacida. Y parecerá invicta, hasta que un día deje de girar la rueda.