domingo, 12 de diciembre de 2010

PARK ROW

¿Realmente alguna vez fue así?
Quiero decir una pasión, una escuela de la vida, un ideal, una posibilidad de conseguir ser escuchado sin someterse a los poderosos, ser chiquito pero capaz de tumbar al fuerte con un sólo arma, la verdad.
Ahora todo parece cosa del pasado.
Es tal la cantidad de información, los intereses que la dirigen (la filtran, censuran y al final la tergiversan), la competencia tanto en papel como en internet, la velocidad con la que crea alarma o permite sedar a millones de personas... que no sólo no hay forma de saber quién se arriesga a ser sincero y quién miente, sino que se ha vaciado casi por completo de contenido el espíritu que la vio nacer en todas partes.
"Park Row", que pronto tendrá sesenta años, y como tantas obras de Sam Fuller, no tiene estrellas.
La estrella es el empuje arrollador de la cámara, cómo se introduce en habitaciones, iluminadas o a oscuras, sale de ellas y grita en la calle, cómo capta en una conversación rapidísima y casi en clave (en cine clásico esto quiere decir: comprensible para cualquiera; de otro modo estaria mal hecha y no hubiese visto la luz), la esencia misma de la libertad o propina puñetazos que todos quisiéramos dar alguna vez a quienes engañan, se aprovechan de los demás, ocupan puestos que no merecen y encima tienen la desfachatez de querer dar ejemplo.
Por ello es probablemente la película de las suyas que más se hace querer y la que más veces - y cada vez por más razones - viene a la memoria, dibujando una sonrisa diría que orgullosa hasta para los que no pertenecemos al gremio. Una sonrisa que no deriva de una nostalgia tipo "cualquier tiempo pasado fue mejor" sino de un permanente aviso (consejo, si aún quedan valientes) de que se debe y además tiene que ser posible vivir sin un amo.
La emoción y el sentido del humor con que Fuller escribe y filma este homenaje (que suena a recordatorio) a la pureza de una profesión que amaba, en medio de la virulenta cruzada del Comité de Actividades Antiamericanas, no se traducen sin embargo en un retrato hagiográfico e idealizado del cuarto poder, vigilante de todas las injusticias, con derecho per se a decir lo que quiera sin asumir responsabilidades.
Más bien se trata de un agudo (por lo extrapolable a la época en que se estrenó, a esta que vivimos y a las que vendrán) retrato social de la América del turn of the century pícara, donde no había sitio para perezosos, combativa en buena lid, con oportunidades para los que tenían ganas de comerse el mundo, una vindicación del instinto por encima de cualquier clase de "habilidades negociadoras" pero aún con recompensas - y no siempre materiales: el respeto, el reconocimiento, el silencio que se hace cuando se toma la palabra o el que atrona cuando admitimos la posibilidad de cambiar de opinión al escuchar a quien demostró saber - esperando a los rectos, los honestos, los justos.
Contrastando con esa rapidez que mencionaba, la película sin embargo es de una precisón, variedad y belleza formal asombrosas para estar rodada en la redacción de un periódico y el decorado de una calle, que parecieran el centro mismo del universo.
Este extremo ya lo probó Fuller desde su fulgurante debut hasta el punto de superar con un sólo film todo los logros acumulados pacientemente, con sus avances y retrocesos, en toda una década por otro alquimista del blanco y negro: Anthony Mann
"Park Row" cuenta tres historias de amor. La de Fuller por el periodismo, la del editor Mitchell por su periódico (la persona que le da dinero para empezar pronuncia la mejor frase del film: "sus sueños no me dejan dormir") y la de la fría competidora, dueña del Star, Charity Hackett,  por el propio Mitchell, en apenas 80 minutos y es difícil saber cuál de las tres resulta más interesante.
En cualquiera de ellas hay declaraciones explícitas, nada rudas, pensadas y dichas desde las entrañas sin temor a resultar vulnerable, que debiera ser siempre un atributo de quienes se ocupan de contar historias, los cineastas, los periodistas, los cómicos, los escritores.
30

lunes, 6 de diciembre de 2010

DOBLE CULPABLE

Sin contar el episodio que rodó para el film colectivo "Le streghe" - por su bien y el de los demás que intervinieron en él, salvedad hecha del genial, casi la cumbre de Pier Paolo Pasolini y del gran Totó, "La terra vista dalla Luna" -, los dos únicos largometrajes rodados por Luchino Visconti en la década de los 60 tras el omnubilador éxito conseguido por "Il Gattopardo", cayeron en el olvido desde su estreno por razones difíciles de comprender a poco que se contemplen de nuevo.
A priori excéntricos, poco vistos y menos identificables con esos grandes rasgos que han acabado definiendo a su autor - a estas alturas nadie debe acordarse de quién se creyó con autoridad para decir que eran "inapropiados" los materiales en que se basan pero la coletilla se repite de memoria - y supongo que aún sonando un lejano eco de críticas desfavorables, ahí siguen más de cuarenta años después "Vaghe stelle dell´Orsa" y "Lo straniero / L´etranger".
El efecto de sombra (y de algo parecido a la saciedad) que sólo puede venir relacionado con aspectos como su duración, su carácter, su ambición, su vasto anecdotario, no por contener todo Visconti, ejercido por "Il Gattopardo" ha acabado siendo pernicioso, como suele pasar tantas veces.
No es desde luego el único caso de film bandera al que sin faltarle esos atributos que otorgan duradera fama, sigue siendo visto en olor de santidad, indiscutidamente.
Cada cual tendrá sus propios ejemplos, tan privados como se quiera y aún con partidarios acérrimos ( "Citizen Kane", "2001: A space odyssey", "Fellini 8 1/2", "The gold rush", "La grande illusion", "Taxi driver", "Jules et Jim", "Blue velvet", "Casablanca", "Sanshô dayû", "Annie Hall", "Sleuth" ... algo menos ya quizá "Lawrence of Arabia", "Metropolis", "Rashomon", "Shane", "L´avventura", "Bronenosets Potyomkin", "La passion de Jeanne d´Arc", "On the waterfront" o "Stagecoach") pero aunque algunos no lo tengamos por el mejor, ni siquiera, acotando, por uno de los tres mejores de la producción de su autor, "Il Gattopardo" se las ha arreglado para copar con persistencia y pasadas varias, incluso muchas generaciones, todas las miradas y convertirse en el que la mayoría señala como clave.
En mi opinión "Vaghe..." y "Lo straniero" no son sólo dos de sus mejores películas, sino que esta última es una de sus obras máximas.
El reconocimiento a "Lo straniero" ha encontrado siempre dos grandes obstáculos.
Por un lado y sobre todo su inaccesibilidad. Cuesta verla en V.O. y las dos copias que más han circulado - una de ellas con audio alemán (!) - tienen un desastroso color virado. Una tercera, que restituye el ratio original 1.66:1 y por fin en italiano (falta una en francés, que es como más probablemente se rodara), está disponible y hasta se habla de una edición en DVD restaurada que haremos bien en no creernos hasta el día que la pongan a la venta.
También juega en su contra que Visconti, no pudiendo consumar su plan inicial (al parecer con Delon como protagonista), habló mal en público de su propia obra, casi renegando de ella y sirviendo en bandeja de plata el (todavía) veto ejercido sobre los derechos que han derivado en esa dificultad para revisarla.
La verdad es que como adaptación de una novela tan opaca, minuciosa en las ambientaciones, interiorizada, de las que se dicen "infilmables" como la de Camus, la opción (material de partida y tratamiento dado) elegida por Visconti es tan arriesgada que es lógico que se haya resistido a cualquier tipo de consenso y acarrease al final el peligro de "derroche de prestigio" que me parece en el fondo suponía un reto para su autor.
Ahora, y quizá sea ya tarde, el film parece claramente un paso adelante en la dirección que años despues exploró Antonioni en "The passenger / Professione: reporter" y con parecida suerte crítica.
Visconti opta por contar con imágenes estáticas y muy poco diálogo toda la carga dramática del relato, comunicando esa reducción al absurdo de cualquier tipo de comportamiento social (incluso en contra de los propios intereses del protagonista) del original apenas con alusiones, angulaciones, silencios, vaguedades y un ritmo sinuoso, reptil.
Así, lejos de aristocracias y crepúsculos burgueses tan caros a su nombre (argumentos muy discutibles: sólo la mencionada "Il Gattopardo", "Senso" y el corto "Il lavoro" para "Bocaccio 70" siguen esa línea, lo que equivale a menos de un tercio de su obra anterior; habrá que esperar a los 70 para encontrar una continuidad en esa línea), en una sucia y peligrosa Argelia - más real y directamente que en las excelentes "Muriel ou Le temps d´un retour" o "Le petit soldat" a pesar de no ser contemporanéa de ellas pues permanece la acción en los años previos a la Segunda Guerra Mundial; tendrá que llegar "Liberté, la nuit" en 1983 para aunar, en aquellas latitudes, tanta precisión y sabiduría - y muchos años antes de que los medios de comunicación empezaran a publicitar que por encima de todo puede encontrarse enriquecedora multiculturalidad donde tantas veces no hay más que desubicación y extrañeza, Visconti bate el rostro del extranjero Marcello Mastroianni en busca de plasmar qué se siente cuándo se pierden las referencias y se deja de pertenecer a algún sitio, incluso al que se provenía.
Sí ya difícil ha sido siempre poner cara a los rebeldes sin esquematizarlos ni hacer de ellos una máscara, aún más complicado era conseguir que percibamos que piensa y calla un "anti-rebelde", que acepta lo que le tenga que pasar porque no le importa ni cree en nadie ni en nada ni en él mismo.
La proverbial elegancia de la puesta en escena viscontiniana, que alcanza aquí uno de sus puntos máximos - demostrando que no necesitaba adornos lujosos, funcionando con la misma precisión y suavidad en espacios neutros, cárceles malolientes y puertos llenos de enloquecedores ruidos - casi no necesita más que ese rostro y el contraplano de lo que ve, para cavar un enorme agujero de desconfianza en la mente del espectador.
Un espectador me temo que tristemente más identificado ahora que entonces con alguien - parafraseando a Chris Marker - sin nostalgia del futuro, viendo la deriva que toma todo; con un personaje que, sin indignarse, desprecia las convenciones, porque ha advertido sin vuelta atrás que no son sino un sistema que beneficia a unos pocos listos: ¿un pre-derrotado del mayo del 68 que estaba a punto de llegar?.
Cinematográficamente es interesante cómo consigue reflejar los dos dramas que angustian al protagonista, el proceso y la muerte de su madre, conjugándolos en un sólo plano dramático.
Para ello utiliza sobre todo dos armas.
En primer lugar prescinde a voluntad de la voz en off, superando el obstáculo de que creamos saber calibrar los efectos y la distinta importancia que concede a cualquiera de esos dos hechos. Cuando aparece es extrañamente neutra, incorpórea, como si estuviese hablando de un tercero. Ni en un caso ni en el otro sabemos si sus acciones son consecuencia de la pena, el hastío o el miedo, pero en todo caso le conducen a un comportamiento tan incoveniente como del todo "sospechoso".
Por otro lado, desacelerando sus movimientos, que resultan en algún momento exasperantemente pasivos, indecisos, consigue además que parezca que tampoco le preocupa mucho lo que con él pueda pasar, entregado sin gran apego a los placeres que se disfrutan mejor cuando todo puede terminar mañana, haciéndolo más fuerte a los ojos de quienes deben juzgar sus actos, que se mostrarán implacables.