martes, 19 de enero de 2010

BIENVENIDOS AL PARADISE

Tan divertida como precisa.
La primera "comedia internacional" de Abel Ferrara, como a él le gusta llamarla, "The Go Go Tales" rebaja considerablemente la carga dramática de sus últimas películas para venir a demostrar un hecho evidente: nadie rueda en el cine americano con esa soltura, ni siquiera Eastwood, que precisa de mejores y mayores guiones.
Ferrara se lleva atreviendo con todo, sobre todo en el terreno de lo transcendente y lo oscuro, desde que deslumbrara a la crítica con la tremenda "Bad Lieutenant" hace ya casi 20 años. Una de las más inquietantes y misteriosas películas de vampiros, "The addiction", la cumbre de su cine para mi gusto, con un final antológico, viene a la memoria al contemplar esta pequeña historia de amistad (y trabajo), más que nada porque es lo opuesto temática y anímicamente.
Da gusto ver un film tan lleno de entusiasmo. A Ferrara no le debe preocupar demasiado que lo acusen de disperso e histérico, dos de los más injustos calificativos que se vienen aplicando a su cine. Sabe muy bien adónde va (y es capaz de pasarlo bien en el camino, no veo nada de malo en ello) y desde luego conoce perfectamente el mundo del que habla, ¿por qué tendría que aproximarse con una mirada oblicua y distanciada? ¿para alinearse con el espectador políticamente correcto tal vez? Los personajes hablan a gritos, acostumbrados al ruido, no son reflexivos ni calmados, actúan rápido y llevan toda la vida viviendo como si siempre fuese de noche, como los de "The killing of a Chinese bookie" de Cassavetes.
La concentración del film (de detalles, gags, incluso dramática) contrasta llamativamente con la dosificación que - ahora mucho más acrecentada en esta supuesta "era dorada" - está presente en muchas de las series televisivas que han encumbrado a HBO como el nuevo Hollywood.
Me interesa, la verdad, mucho más la capacidad para construir una galería de personajes a partir de un esquema puramente musical y a base de gags de Ferrara que temporadas enteras de "The wire" y compañía.
La diferencia entre el cine y la televisión era, en su origen, el radio de acción y un elemento puramente instructivo, ilustrativo (he estado tentado de decir educativo) sobre temas que el cine no trataba... todo relacionado en definitiva con el aprovechamiento del nuevo formato (y no hablo sólo de las dimensiones de la pantalla, sino de hábitos, una nueva cultura en suma) y contando siempre como algo básico con el dato de que la imagen se recibía directamente en el hogar de cada espectador. Así lo entendieron Rossellini, Cottafavi, Serling, Mulligan y compañía. Incluso debió transformarse en el medio "culto" por excelencia.
El carácter peyorativo que tuvo y sigue teniendo cualquier secuela (¡hasta "The Godfather, part II"! y no digamos la tercera) se basa en la mismas razones que han encumbrado a muchas series: repeticiones, imposibles piruetas narrativas, desvirtuación de ideas, innecesaria prolongación de hallazgos, introducción de nuevos y discutibles elementos... Terence Fisher presentaba a Dracula o Frankenstein como un personaje nuevo en cada una de las películas que rodó sobre esos personajes, no por menospreciar la memoria del público o intentar venderles como nuevo algo conocido, por si captaba nuevos adeptos, sino porque una película es plana y cerrada, una mirada a un universo (mucho o quizás muy poco) conocido.
Imaginarse "The Go Go Tales" como el episodio piloto (o el resumen, los highlights) de una serie sirve para entender mejor su valor, precisamente por lo que falta: cómo se puede conocer a un personaje con sólo verlo unos minutos (el manager de sala que interpreta Bo Hoskins), cómo puede transmitirse el orgullo del inconmensurable Ray Ruby (Willem Dafoe) a base de presentaciones de chicas que entretienen bailando a orientales - o en la extraordinaria escena final donde reivindica su sueño - o qué tipo de vida lleva cualquiera de ellas. No hace falta que digan ni que hagan nada más y esa es la belleza del film.
Y no hablo de concentración y ritmo queriendo decir que debe traducirse en intensidad y velocidad, lo mismo puede suceder en la, ay, indigerible, pesada y pedante "Melancholia" de Lav Diaz (qué desfachatez hacer una película de siete horas y media, quién se créerá que es para hacernos perder el tiempo de esa manera, bla, bla, bla) - una de las mejores, más amplias y emocionantes, películas que haya visto en los últimos años - o en el bellísimo corto de Jia Zhang-ke "Heshang aiqing".
Abel Ferrara, siempre desaliñado, sospechoso de mil adicciones y hasta un poco intimidante, ha tratado con suma inteligencia, sutilidad y arrojo un buen número de asuntos de esos que parecen reservados a intelectuales (auto)proclamados y encima ha sido capaz de eludir la tendencia que ha acabado engulliendo el cine de Jarmusch, Gilliam y en menor medida (las expectativas obligan) Almodóvar, Scorsese o Lynch, reinventándose en sus posibles amaneramientos a cada nueva película con toda la naturalidad del mundo, negándolos incluso, sin ahondar en lo que se le alaba más que en lo que se le critica, o mejor dicho, obviando las opiniones ajenas para hacer lo que siente.
Aquí incluso se permite infrautilizar a Asia Argento, caricaturizar a Matthew Modine y hasta dejar caer claramente en segundo plano a medida que avanza el film el leit motiv que en teoría debería hacer girar toda la trama, el billete de lotería extraviado que los sacará de la pobreza a todos, porque lo más importante es que el espectáculo no se detenga.

martes, 12 de enero de 2010

ÉRASE UNA VEZ EN TIANYUN

El 18 de octubre de 2008, a los 85 años, murió, donde había nacido, el cineasta chino Xie Jin. Dentro de unos meses, supongo, debe estrenarse su último trabajo póstumo, “One 2008th”, un film de cuatro episodios donde le acompañan otros tres directores, alguno de ellos discípulo directo me parece, Chen Kaige, Stanley Kwan y Tsui Hark.
Sólo conozco dos películas de Xie Jin y ambas de la misma época, de hace 30 años, con lo que no puedo saber cómo habrá evolucionado su carrera y qué puede ofrecer ahora.
Sólo sé que una de esas películas al menos (la otra, “Mu Ma Ren” del 82 la recuerdo muy vagamente aunque sospecho que tenía mucho que ver con ella) “Tian yun shan chuan qi (La leyenda de la Montaña de Tianyun)”, de 1980, es una obra maestra.
Haber nacido en un lugar como la provincia de Zhejian, en el este del país, y haber vivido en primera persona como le sucedió a Xie Jin, la instauración del régimen de Mao en los 50, permite tener una buena imagen de cómo eran las zonas más pobres de China y qué tipo de revolución llegó realmente a ellas.
Es interesante hacer el esfuerzo mental de calzarse los zapatos del protagonista, el intelectual exiliado (entendió mal "el mensaje" y tomó inciativas que disgustaron al Partido; cometió el error de tener ideas y para colmo no las abandonó) a la remota región de Tianyun, para hacerse una idea de cuál es el destino de los disidentes.
Luo Qun nos es presentado progresivamente, en uno de los mejores retratos “compuestos” (no sólo cuando sale y habla, también mediante libros olvidados en un desván, rumores de terceros, cartas desde el ecuador del film, fotografías...) que haya dado el cine, y esto ayuda sobremanera a comprender el objetivo del film, que es, aparte de contar una historia de amor malograda y recordada, retratar qué fue - y qué queda - de los que tuvieron la personalidad suficiente para tener voz propia aunque supiesen que les iba a costar su propia felicidad. Decían en “J´entends plus la guitare” que no todas las grandes historias tienen grandes finales y ese sentido de derrota reduce el impacto del sentimentalismo y otorga al film un carácter vívido, casi anti-elegíaco, si tal cosa existe.
Abordando el relato desde un prisma muy distinto a cómo lo hizo el Francesco Rossi de “Cristo si è fermato a Eboli” y en cambio recordando a algunas obras de otro cineasta tan poco conocido, para desgracia de todos los que llevamos años rastreando en vano sus films, como el ruso Marc Donskoi, hay en esta película maravillosa (una de las mejores filmadas sobre el desarrollo de un pueblo) un intenso sentimiento, más allá de consignas políticas, de pertenencia a una tierra, tan hostil y que ofrece tan pocas oportunidades a los ojos occidentales como la China comunista, terminando el relato justo en el punto en que empiezan a llegar los cambios que tan amplia e inteligentemente retrata Jia Zhang-ke en la monumental “Zhantai”.
Xie Jin no hace un retrato preciosista y embellecido de esta historia.
Poca gloria hay en tener que vivir una vida (la de él) coartada por las circunstancias y menos aún en sentir que la vivida ha resultado (para la chica que se marchó y renunció a él, Song Wei) tan cómoda como árida.
A Xie Jin le falta - voluntariamente - la distancia suficiente para resultar épico y además prefiere no dar el paso atrás y mirar desde la atalaya del que alecciona sobre su experiencia, esperando impresionar al espectador. Siente la historia demasiado cercana y le afecta tanto como a cualquiera que entre en contacto con ella para pretender adoptar otra postura más fácilmente asimilable a lo autoral y mirarse el ombligo. A ello contribuye el extraordinario trabajo de ambientación del film, nevado en el momento del relato, primaveral en el recuerdo de ella, rápido y dinámico, sin vano paisajismo ni ambiciosas reflexiones históricas en primer plano.
La película materializa de alguna manera la fantasía de "La vida en un hilo" de Edgar Neville: ¿cómo sería la vida de seguir un camino opuesto al tomado? La paciente y callada historia de sacrificio de Feng Qinglan, la amiga de la protagonista, que dedica 20 años de su vida a acompañar al paria Luo Qun no es un camino de rosas pero sí resulta más plena que la de Song Wei, casada todos esos años con el alto funcionario Wu, que no la quiere.
Pertenece Xie Jin a esa estirpe de directores que son capaces de enlazar inextricablemente el presente y el pasado, lo que ha quedado con lo que pudo haber sido, reflejando un sentido de fugacidad de la vida, que es contemplada en continuidad y además es capaz de transmitir todo eso cinematográficamente con herramientas sencillas, cristalinas, comprensibles por cualquiera, nada crípticas.
En pocas películas se refleja tan bien el paso (y el peso) de los años y las decisiones que se tomaron para encaminar la vida.
La Song Wei que recuerda sentada en su despacho, como Gertrud, es y a diferencia del sentimiento de orgullo intacto de esta última, uno de los personajes más derrotados que yo recuerde.
Ni siquiera el final, de alguna manera redentor y que trae nuevas esperanzas, consigue borrar tantos años malgastados.

lunes, 11 de enero de 2010

JUGANDO CON FUEGO

Para la revista Transit, un texto sobre "Jerichow" de Christian Petzold.