miércoles, 22 de junio de 2011

ALL THOSE WASTED YEARS

Todos los años que vivió con aquella chica de juventud eterna, convertido en importante y respetado ciudadano, ocupado y preocupado por limpiar las calles de los que eran como él había sido, viviendo en esa mansión de muy dudoso gusto recargada de dorados y damascos rojos, no fueron más que un crédito ganado contra el tiempo. La traición a la amistad, que quiere hacer cobrar a quien únicamente incumbe, para no ser vencido por los que le habían encumbrado, se antoja poca afrenta cuando la única respuesta que encuentra es la más estoica indiferencia.
Sólo queda morir. Como un perro.
Sin noticias de su cine desde 1971 (la, como habitualmente, excesiva “Giù la testa”), el regreso y finalmente partida de Sergio Leone coronada por esa inolvidable clausura, es una de las películas más inesperadas de los años 80.
Imagino que era finalmente su película soñada, la que siempre pensó que sería capaz de hacer, si le dejaban.
Al fin y al cabo, si un joven e inexperto Coppola con sólo un par de musicales pasados de moda a sus espaldas fue capaz de afrontar el reto (por dos veces) diez años antes, si el aventurero Cimino volvió a conseguirlo a finales de los 70 (también por partida doble), si decían que Scorsese acababa de lograrlo con “Raging bull”, un romántico - arrinconado tal vez, más o menos voluntariamente - como él…
A la ecuación habría que sumar que Peckinpah había dejado un sabor de boca extraño con “The Osterman weekend” ese mismo año 1983, uno antes de su muerte y que ya quedaba lejos su último triunfo (poca atención se prestó a la magnífica “Cross of iron”), “Bring me the head of Alfredo Garcia”, resulta que el cine americano se había quedado definitivamente huérfano de “tergiversadores”. Qué tiempos.
Pero, en contra de toda expectativa y sin hacerse el menor eco del muy exitoso remake de “Scarface”, que invitaba a rizar el rizo del artificio y derrumbar lo que quedaba en pie del clasicismo brindando por los nuevos tiempos, mirando más que nunca hacia sus adentros, “Once upon a time in America” o como más me gusta, “C’era una volta in America”, atraviesa el tiempo, desde entonces, con su equilibrio y su reposo, con emoción y profundidad, sorteando mil trampas para conceder a su creador, para siempre, aún si in extremis, por mucho que antes hubiesen apuntado en esta dirección sin haber materializado plenamente el empeño, como a Huston o Rocha (quizá también a Welles y, con reservas, a Khutsiyev), una nueva dimensión y otro lugar entre los cineastas de su generación.
Era evidente que su estructura hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, su elenco de actores (alguno en la cima y no por ello menos identificado con ciertos papeles) y el tema que tocaba conllevaban un alto riesgo de haber abocado al film a ser una fotocopia desvaída - y mezclada, para asegurar el tiro - de varias exitosas sagas y frescos de la América del siglo XX, perpetrada por quien tuvo su maltrecha gloria muchos años antes y que trataría de demostrar en vano o patéticamente que era tan bueno como casi todos los jóvenes y de paso sacarse de encima la etiqueta de sepulturero oficial del western.
Resulta ser esta, una de esas películas con una tonalidad muy particular capaz de activar el placer y hasta conseguir volver a llenar de lágrimas los ojos, con un fotograma cazado aleatoriamente, si suena su música aunque sea de fondo en cualquier parte, incluso si alguien se refiere a ella de pasada, de las que se meten bajo la piel y acompañan toda una vida.
No sólo Clint Eastwood pareció tomar un buen puñado de cosas de Leone - más que de Siegel, su otro proclamado maestro y, a pesar de anteriores triunfos, algo decisivo cambia en su cine ya desde "Pale rider" poco después -, también De Niro en su gran debut "A Bronx tale" - de nuevo, afortunadamente para ese tipo de film, más que de Scorsese -, tan alabada coyunturalmente como poco tenida en cuenta luego, quedó prendado de este particular ritmo.
Parece lógico a poco que se piense en su filmografía, que Leone podía llegar tan lejos con esta historia de supervivencia de chicos descarriados que llegan por circunstancias a matones de barrio y mas allá.
El viejo Leone apenas aparece en la parte protagonizada por los chicos, porque el resto del film no se centra en la acción ni en su contracopia, la tensión, y se construye sobre el más poderoso elemento: el recuerdo, la rememoración de las circunstancias que aparecieron en la vida de Noodles y compañía, que las agarraron como a un clavo ardiendo, permitiéndole armar secuencias enteras con sólo una melodía introductoria, un gesto de complicidad entre quienes hace muchos años fueron amigos, un plano de lo que fue el escenario de la niñez o la adolescencia, fordiana, elegíacamente (la única palabra que encierra al mismo tiempo alegría y tristeza).
Pero no embellece ni condesciende Leone con esta historia; pocas buenas personas (no pueden serlo, no en ese mundo) ni conductas hay en ella y si las hay, pronto dejarán paso a los que expolian cuanto encuentran a su paso y sus malas artes, que nunca pueden bajar la guardia en la defensa de su posición, con uñas y dientes. 
Es el paso del tiempo que todo lo abrasa, el pálpito de la amistad dickensiana mientras fue sincera, la independencia ganada a sangre y fuego sin someterse a reglas sociales ni cívicas, lo que permite sentir algún tipo de nostalgia compartida por estos personajes y sus recuerdos. 

Dedicado a Sergio Sánchez (amordespuesdemediodia.blogspot.com