El gran regreso de Paulo Rocha a las marquesinas.
Terriblemente rural, "O rio do ouro" - l贸gicamente su nativo Rio Douro - en 1998, huele a sangre desde la primera escena, una remansada conversaci贸n que anticipa la calma con que Rocha filmar谩 una agreste historia.
Nueve a帽os hab铆an pasado desde el segundo gran "eclipse" de su carrera, algunos m谩s desde que finaliz贸 sus labores consulares en Jap贸n a principios de la d茅cada anterior y ya muchos desde que fue designado promesa de una cinematograf铆a que justo antes acababa de virar cientos de grados con "Acto da Primavera" en 1962 y al poco de llegar, desapareci贸.
En el camino que lleva hasta "O rio..." y su prolongaci贸n en busca de un final memorable - "Se eu fosse ladr茫o, roubava" (2011), que ya aparece aqu铆 en variadas formas, no s贸lo como canci贸n - se quedaron las obras m谩s ambiciosas de Rocha, sobre todo la profusa, fr铆a y secreta "A ilha dos amores", la que me parece su obra maestra, "O desejado ou As Montanhas da Lua" o la breve y sin embargo m煤ltiple "M谩scara de a莽o contra Abismo Azul", filmadas all谩 por 1982, 1987 y 1989 respectivamente, tan distintas y personales respecto a aquellas primerizas "Os verdes anos" o "Mudar de vida" marcadas por el esfuerzo, tan frustradas por no poder henchir los pulmones.
Nunca le interesaron mucho a Rocha las descripciones muy perfiladas ni las palabras que las adornan, s贸lo el poder de las im谩genes para sustituirlas.
Aqu铆, el r铆o no es un caudal ni una fuente con la que se establecen relaciones, no parece siquiera tener vida y s铆 la misi贸n de arrebatar las que pueda, devolviendo el trato que recibe, dragado su fondo a dentelladas hasta convertirlo en puro fango. Ni rastro de magia tel煤rica, una trampa.
Y una mujer como Carolina (Isabel Ruth: en su rostro est谩 todo el cine de Rocha, el que fue y el que pudo ser) tampoco cumple con ning煤n papel habitual. Impulsiva e indescifrable, no quiere ni necesita, posee.
Rocha podr铆a haber optado por sublimar, elevar incontroladamente la gradaci贸n de los colores, adornar con una banda sonora a semejanza de la m谩quina de huesos de Tom Waits, detonar una catarata de ajustes de cuentas.
En lugar de ello, se mantiene fiel a los recuerdos de su tierra, a los acordeones de los ciegos y a los ensordecedores vencejos, a esa normalidad aburrida o violenta convertida siempre en folklore, l谩nguida, tan afectada siempre por lo exterior, que no precisa ser invadida, s贸lo perturbada.
Carolina y la peque帽a femme fatale Melita (Joana B谩rcia, que no habla apenas y a la que solo veremos en primer plano justo al final), escenifican la tragedia, de una manera tan poco pagnoliana como menos hitchcockiana, sin aparente conciencia de en qu茅 medida afectar谩 a los personajes, pero tampoco al espectador.
Carolina se pasea por la habitaci贸n de los hechos restregando sus manos ensangrentadas por las paredes y los quicios de las ventanas - producto de una certera y 煤nica pu帽alada, la sa帽a es para los que no est谩n seguros o no saben lo que hacen - y ni siquiera entonces Rocha la mira con "otra" distancia, recurso que tambi茅n aplica a las dos escenas mudas en que Melita es besada, al reanimarla con un poco casto boca a boca y de nuevo succionado el veneno de una abeja inoculado en su pecho, las dos veces por parte del viejo Ant贸nio (Lima Duarte), v铆ctima "noble" y 煤nico nexo de uni贸n de la historia con el pasado, con el r铆o al que se vuelve para morir.
Terriblemente rural, "O rio do ouro" - l贸gicamente su nativo Rio Douro - en 1998, huele a sangre desde la primera escena, una remansada conversaci贸n que anticipa la calma con que Rocha filmar谩 una agreste historia.
Nueve a帽os hab铆an pasado desde el segundo gran "eclipse" de su carrera, algunos m谩s desde que finaliz贸 sus labores consulares en Jap贸n a principios de la d茅cada anterior y ya muchos desde que fue designado promesa de una cinematograf铆a que justo antes acababa de virar cientos de grados con "Acto da Primavera" en 1962 y al poco de llegar, desapareci贸.
En el camino que lleva hasta "O rio..." y su prolongaci贸n en busca de un final memorable - "Se eu fosse ladr茫o, roubava" (2011), que ya aparece aqu铆 en variadas formas, no s贸lo como canci贸n - se quedaron las obras m谩s ambiciosas de Rocha, sobre todo la profusa, fr铆a y secreta "A ilha dos amores", la que me parece su obra maestra, "O desejado ou As Montanhas da Lua" o la breve y sin embargo m煤ltiple "M谩scara de a莽o contra Abismo Azul", filmadas all谩 por 1982, 1987 y 1989 respectivamente, tan distintas y personales respecto a aquellas primerizas "Os verdes anos" o "Mudar de vida" marcadas por el esfuerzo, tan frustradas por no poder henchir los pulmones.
Nunca le interesaron mucho a Rocha las descripciones muy perfiladas ni las palabras que las adornan, s贸lo el poder de las im谩genes para sustituirlas.
Aqu铆, el r铆o no es un caudal ni una fuente con la que se establecen relaciones, no parece siquiera tener vida y s铆 la misi贸n de arrebatar las que pueda, devolviendo el trato que recibe, dragado su fondo a dentelladas hasta convertirlo en puro fango. Ni rastro de magia tel煤rica, una trampa.
Y una mujer como Carolina (Isabel Ruth: en su rostro est谩 todo el cine de Rocha, el que fue y el que pudo ser) tampoco cumple con ning煤n papel habitual. Impulsiva e indescifrable, no quiere ni necesita, posee.
Rocha podr铆a haber optado por sublimar, elevar incontroladamente la gradaci贸n de los colores, adornar con una banda sonora a semejanza de la m谩quina de huesos de Tom Waits, detonar una catarata de ajustes de cuentas.
En lugar de ello, se mantiene fiel a los recuerdos de su tierra, a los acordeones de los ciegos y a los ensordecedores vencejos, a esa normalidad aburrida o violenta convertida siempre en folklore, l谩nguida, tan afectada siempre por lo exterior, que no precisa ser invadida, s贸lo perturbada.
Carolina y la peque帽a femme fatale Melita (Joana B谩rcia, que no habla apenas y a la que solo veremos en primer plano justo al final), escenifican la tragedia, de una manera tan poco pagnoliana como menos hitchcockiana, sin aparente conciencia de en qu茅 medida afectar谩 a los personajes, pero tampoco al espectador.
Carolina se pasea por la habitaci贸n de los hechos restregando sus manos ensangrentadas por las paredes y los quicios de las ventanas - producto de una certera y 煤nica pu帽alada, la sa帽a es para los que no est谩n seguros o no saben lo que hacen - y ni siquiera entonces Rocha la mira con "otra" distancia, recurso que tambi茅n aplica a las dos escenas mudas en que Melita es besada, al reanimarla con un poco casto boca a boca y de nuevo succionado el veneno de una abeja inoculado en su pecho, las dos veces por parte del viejo Ant贸nio (Lima Duarte), v铆ctima "noble" y 煤nico nexo de uni贸n de la historia con el pasado, con el r铆o al que se vuelve para morir.