miércoles, 30 de diciembre de 2020

LARGA VIDA A LA VIUDA CHING

Como un cristal roto en mil fragmentos, entre los mitos, los sonidos, las recompensas, las penurias y desde el celibato aventurero que nos contempla, así se recuerda y así se recompone de nuevo ante nuestros ojos cada vez, la mejor película de piratas, quizá también la última, del siglo. 

Otras pulsiones y otros designios dictados por una moderna forma de saqueo y sometimiento de remotas islas y pueblos, podemos encontrar en la reciente "Buoyancy" de Rodd Rathjen, pero "Cantando dietro i paraventi" (2003) es la probable gran clausura de las tradiciones de más de cien años de cine. Que un cineasta como Ermanno Olmi, entonces en el inopinado mejor momento de una carrera muy larga, nunca muy apegada a géneros ni a la ficción siquiera, fuera su autor parecía muy improbable; menos aún si la película soñada por el septuagenario cineasta iba a tener tantos puntos en común con algunas, ya de hacía algunos años, firmadas por otro, el más interesado de sus contemporáneos por la palabra y la memoria en general y por mares y leyendas en particular, Raúl Ruiz.

Tanto cuidado y tanta pasión puso Olmi en restituir el espíritu de esta amalgama de sensaciones que brotaron desde páginas y páginas de novelas y desde metros y metros de celuloide de otras eras, que se quedó literalmente sin nada entre manos. No es por ello "Cantando dietro..." ni una reconstrucción - o sí puede serlo, pero eso queda en manos del atento espectador - ni desde luego un remedo, más bien un elixir, una retrospectiva de instantes y signos que se dan a contemplar con creciente incertidumbre y para la que se precisa saber escuchar y dejar hacer, dos virtudes de vaga consideración para el cinéfilo en cuanto se inicia cualquier proyección, quizá porque algo tengan de pequeña derrota para quien recibe la película, que debe sentirse a gusto sin poder ir por delante de las imágenes y no pudiendo saber adónde le llevarán.

Su carácter múltiple no sirve para ocultar información ni para engalanar una débil aproximación. Igual que hay personas que podrían haber vivido cualquier vida y que debieron o deberían vivir varias porque hacen bien varias cosas, a veces casi todo lo que se nos pueda ocurrir, también ocurre algo similar con algunas películas. El mejor maestro que conocimos tal vez fue un carpintero o un crítico de cine, quién sabe, el mejor juez quizá era aquel maestro atribulado por tantas cosas mientras trataba de enseñar y siempre se echa de menos la amabilidad, que también debiera ser un empleo retribuido, de un amigo o de un casi desconocido en tantas ocasiones como días se viven. Ante varios caminos posibles, en cualquiera de los que emprende podría permanecer "Cantando dietro i paraventi", tanto da si se entristece como si de repente se llena de música, si sigue observando desde el mismo punto de vista como si adopta otro diverso, si sigue en el pasado como si regresa al presente. En realidad no abandona del todo ninguno, pero cunde la sensación de que podría haber escogido uno solo, cualquiera de ellos, sin desmerecer el resultado: no salir de la representación teatral (y su sentido, a lo "Lola Montès") con que toma credenciales o volar hacia la leyenda a la que alude, adoptar el punto de vista del viejo capitán que parece conocerlo ya todo o el del púber o el niño para los que todo es nuevo, contar la historia del sanguinario Ching o la de su misteriosa mujer, ahondar en el relato de Jorge Luis Borges procedente de su "Historia universal de la infamia" o en las lindes con films de Jacques Tourneur, Frederick de Córdova, Mitchell Leisen o Nathan Juran que se dibujan a cada paso, retribuir en lo que debe a la pluma de Robert Louis Stevenson o John Steinbeck como a las evidentes deudas con la de compatriotas como Emilio Salgari y Rafael Sabatini, límite ese difuso, gracias al tiempo.

Tanto es así que en muchos momentos resulta tan grata la estricta contemplación de los escenarios - los barcos bajo la lluvia, el escenario preparado con antorchas, sedas y dorados, los libros y legajos, los estandartes de vivos colores - como cuanto sucede en y desde ellos, no importando demasiado que el meandro o el descanso se prolongue o incluso que se volviese un film absolutamente oral, guiado solo por la voz de Carlo Pedersoli, al que tampoco esta vez permitieron dejar de usar su alias, Bud Spencer, por esas convenciones comerciales que la misma película dinamita con insolencia.   

Reír con los dones y no quejarse demasiado de los impedimentos, parece ser el propósito de todo cuanto quiere comunicar "Cantando dietro i paraventi", lo cual introduce un elemento no moral ni vital, ninguna aleccionadora moraleja, sino uno puramente cinematográfico, el del aprovechamiento del tiempo. En este cine de engarces, con tanta atención puesta en cualquier fuerza, surja de un diálogo, de un destello de luz, de un silencio o de una expectativa, se densa el metraje hasta el punto de que si en vez de alcanzar noventa y tantos minutos, hubiese finalizado a los cincuenta, solo nuevas bellezas hubiesen quedado ocultas. Volviendo a Ruiz y su marinera aventura en cuatro partes "Litoral", el juego de flashbacks y evocaciones, a veces manifiestamente increíbles, podría terminar en el primer episodio o alargarse seis más, porque el universo ya habíamos visto qué bien giraba al poco de empezar. O mirando al anterior film de Olmi, "Il mestiere delle armi", Giovanni de Medicis llevaba escrito desde el primer fotograma en que aparece, que será al mismo tiempo el héroe y la víctima, el conductor y el depositario, un adelantado entre los que le rodean y el último de una saga y en nada se resiente la película por esos conflictos tantas veces sobrexpuestos si no puede resolverlos, si se vuelven intrascendentes vencidos por el paso del tiempo que todo lo ignora.

No olvida sin embargo "Cantando dietro i paraventi" uno de los asuntos centrales, si no el más importante, de toda película pirata que se precie, la política. Ladrones y asesinos, sí, pero a la intemperie del mar y de una andanada enemiga al salir de cualquier ensenada, no de los que van protegidos por leyes y privilegios; escoria por supuesto, pero cualquiera les puede identificar y ponerse a salvo si puede, no miserables infiltrados que violan la tranquilidad y tratan "estadísticamente" a sus supuestos ciudadanos; una raza bárbara a extinguir, pero ¿por otra?. Qué noble deposición de armas ofrece la película en desagravio.


lunes, 21 de diciembre de 2020

AZUL ELÉCTRICA EMOCIÓN

La explicación, al mismo tiempo que la posible cumbre del género pinku eiga o roman porno o simplemente de la deriva más explícita del cine japonés, que fue una de tantas exploitations que proliferaron en cuanto llegaron los años 70 del pasado siglo, me parece "Akai kyôshitsu" de 1979, segunda parte de una tetralogía llamada "Tenshi no harawata", filmada en sus dos primeras entregas por Sone Chûsei

Fallecido en 2014, muy poco se conoce de Sone, salvo que aprendió como ayudante en la Nikkatsu de uno de los más controvertidos directores nipones, Suzuki Seijun, pero ni a la misma lista negra - de la que alguna vez puede caber una restitución - lo apuntaron; simplemente, para llegar a dirigir tuvo que arreglárselas con las enloquecedoras circunstancias de su tiempo y cargar para siempre con la pésima fama del pequeño mundo en que veía consumirse su carrera.

Un buen paseo por la montaña de películas eróticas, voyeurísticas o sadomasoquistas en sus más diversas variantes, producidas durante esa época en el país y que prácticamente coinciden con el periplo como cineasta de Sone, tanto da que sean de verdad depravadas o poco más que inofensivas, puede llegar a saturar al más paciente de los cinéfilos y hasta sorprenderlo preocupado por no haber pensado alguna vez cómo hubiesen navegado por estas corrientes tantos viejos maestros que se retiraron en las décadas anteriores y que bien pudieron haber dado con sus prestigiosos huesos en semejante torbellino; quizá con poco fundamento, porque todos se las habían visto ya en situaciones hasta incluso más comprometidas: transición mudo-sonoro, varias guerras, caída de sistema de estudios...
Fue llegar estos años y empezar a proliferar de verdad los atrevimientos que años atrás quedaban solo en los márgenes de la gran industria, en cuanto se le hizo saber al público generalista que al fin podía contemplarse lo que largamente le había sido ocultado y hasta podían acudir a salas ad hoc para explayarse. 
 
Haciendo un pequeño inciso para mirar a los cineastas veteranos aún en activo, a algunos como Luis Buñuel, los nuevos aires le sentaron tan bien que, con naturalidad, se lucieron entre aplausos; una mayoría fue comedida y no se dejó impresionar gran cosa por las nuevas licencias, puesto que ya se las habían ingeniado para tomárselas cuando lo creyeron conveniente (John Huston, Ingmar Bergman, Billy Wilder, Robert Aldrich, Stanley Kubrick, Mauro Bolognini, Federico Fellini, Richard Fleischer, Kurosawa Akira, Joseph L. Mankiewicz, Sam Fuller, Stan Brakhage, Vittorio Cottafavi, Henry Hathaway, Terence Fisher, Luchino Visconti, Fred Zinnemann...); hubo algunos, como Alfred Hitchcock, a los que bien que les habría gustado superar el reto, pero terminaron frustrados por las expectativas que los cercaban y hasta hubo quienes permanecieron bastante incólumes (Satyajit Ray, Robert Bresson, Roberto Rossellini, Ermanno Olmi, Ritwik Ghatak, Jacques Tati...). Está muy bien quedar a salvo de modas inconvenientes cuidándose de cerrar mucho los intereses o perdurar poco y dejar un recuerdo inmaculado, pero a menudo toca lidiar con retrocesos, compañías no deseadas y músicas que le suenan a uno mal, no quedando más remedio que aprovechar el tiempo para reafirmarse en los fundamentos, replantearlos si merece la pena hacerlo... o tratar en vano de "modernizarse", como desde entonces les viene sucediendo a tantos cineastas que regresan tras ausencias prolongadas tratando de reverdecer pasadas glorias o están empeñados en no perder vigencia a toda costa y acuden puntuales a su cita, pero siempre sacados de paso por el último y urgente peaje del presente. 
 
Sone, como Tanaka Noboru, (autor de la tercera parte de esta serie escrita por Ishii Takashi, "Tenshi no harawata 3: Nami", igualmente magnifica y aún más extrema y alucinante) dignifica y hasta llega, como en este caso, a elevar a una altura, que ya quisieran para sí muchas películas de buena cuna, cada fotograma de esta obra y lo hace sin tratar de compensar con elementos nobles las obligatorias escenas de desnudos y vejaciones de todo tipo - tradicionalmente, las favoritas de los nipones y otros asiáticos, nunca supe por qué -, ni tampoco vistiendo con ropas menos cochambrosas a la habitual fauna de pervertidos indigentes que pueblan sin remedio estas películas. "Akai kyôshitsu" no puede ser más sucia, violenta, triste y enfermiza pero tampoco más seria y más consecuente con dónde nace y de dónde toma sus ideas. Así, cuanto arma la puesta en escena viene del thriller de yakuzas, el giallo, el terror o el cine de artes marciales, no precisamente las fuentes más respetadas. 
Varias escenas, las más verdaderamente impresionantes son también las más duras y surgen de o convergen hacia las supuestamente gratuitas. Y ni unas ni otras debieran suponer prueba alguna para los remilgos de nadie medianamente consciente de la podredumbre moral sobre la que se edifica buena parte de este mundo, pero me temo que sí lo son.

Explicación decía y es que este es un film sobre su propio subgénero - también sobre la fotografía y el modelaje que acompañan a la pornografia cinematográfica "soft" desde que ésta nació, pero a menor escala - y sobre el mismo cine, sobre sus límites concéntricos mirando hacia lo más hondo del subconsciente y con la seguridad de poder responder a una pregunta clave: ¿quién necesita siquiera de un público o unas precisas indicaciones de marketing sobre por dónde van los gustos de quien ocupa las butacas, si se trata de filmar las desviaciones, inclinaciones o (in)confesadas fantasías sexuales y todas las demás que cualquiera ya lleva como puede consigo? Pudo ser la pornografía el más libre de los cines, como entendió Andy Warhol, pero cayó corrompida desde el mismo cine mudo en la búsqueda de un espectador furtivo y hoy día, adaptada a los tiempos, ya no produce películas con tramas que no interesan a nadie, solo escenas; tal vez hacia eso van todos los demás cines también.
La libertad de la mirada es la obligación de mirar cada acontecimiento sin distorsionarlo y pocas veces una película ha virado entera a partir de una sola escena como lo hace "Akai kyôshitsu" con la antológica en un solo plano del apartamento con la caída de la noche donde la prostituta Nami (tan espléndida y singular y "enfrentada" a la misma película Mizuhara Yûki como la Romy Schneider de "L'important c'est d'aimer") encuentra una ilusoria razón para cambiar de vida. Nami es una mantis religiosa para inaprensivos que no saben que son pasto de una inasequible desazón por encontrar un poco de pulso vital a través del sexo, pero también una pobre chica que espera bajo la lluvia el tren que no pasa por su vida pese a estar anunciado.
Su colapso se lleva por delante la poca humanidad que queda en cuantos la rodean, probablemente con la inestimable ayuda de drogas que nunca vemos o botellas vacías que aparecen como atrezzo por los rincones del decorado.
La mirada, durísima, de Sone Chûsei, ni la salva ni la condena, pero la atiende y trata de comprenderla. No la justifica, solo la contempla mientras ella elige quedarse inmóvil porque sabe que ya no distingue cuánto mide el siguiente escalón hacia abajo. 

sábado, 12 de diciembre de 2020

APÉNDICE IV

Finaliza 2020 y es el momento de hacer un repaso musical a los favoritos del año. 

He tratado de concentrar mis preferencias de entre lo escuchado en un Top 7. No estamos en 1994 ni en 1983 ni en 1970, donde habrían salido un mínimo de 35 discos, claro. Antes me gustaría hacer algunas menciones honoríficas: "Fetch the bolt cutters" de Fiona Apple, "Hate for sale" de The Pretenders, "Rattle" de Wailin Storms, "The unraveling" de Drive-by Truckers y su hermano "Reunions" de Jason Isbell and The 400 Unit, "Titans of creation" de Testament, "The Universe inside" de The Dream Syndicate, "Letter to you" de Bruce Springsteen, "Power up" de AC/DC, "Ohms" de Deftones, "Blvds of splendor" de Cherie Currie, "Random desire" de Greg Dulli.

Lo primero, dos sucesos. 

El más emotivo, "Wildflowers and all the rest", la bonita edición que la Warner ha sacado del gran (pero no el mejor para mí) disco de Tom Petty, con un puñado de canciones inéditas y otras que incluyó en la banda sonora de la película de Edward Burns "She's the one" (uno de mis favoritos suyos). Sus melodías y su voz, que siempre fueron un bálsamo, suenan ahora tras su muerte a música de cuando vivimos otra vida, música para escapar de la indigencia moral insoportable que lo ahoga y lo aniquila todo. 

El otro, igualmente importante, "Homegrown", el album recuperado por Neil Young de la época de "On the beach" y "Tonight's the night", los días perezosos, los días de los efluvios sureños y negros en su música. Ningún nuevo gran clásico, pero un buen complemento para seguir armando el inmenso puzzle de la obra del canadiense.

Y bueno, sin más preámbulos:

7 "When the cold truth has worn its miserable welcome out" es uno de los discos más extraños de los últimos años, aunque nada que salga de la mente de Phil Anselmo ha sido nunca ni estándar ni cómodo para nadie, el primero para él mismo. En Minor, este nuevo proyecto, lo acerca, quién lo hubiera pensado tras patearse los más extremos parajes musicales (sludge, hardcore punk, doom, grindcore, thrash, black) a Nick Cave and The Bad Seeds o Mark Lanegan. Resulta chocante verlo en vivo quieto y sin su característico - en afortunada acepción de Ozzy, aunque referida a Max Cavalera - "calcetín en la garganta".   

6 El último álbum - no habrá más - de The Pretty Things, "Bare as bone, bright as blood" es un desnudo y puro disco de blues blanco. Los slides de Dick Taylor y la voz del recientemente desaparecido Phil May, alumbran una colección de canciones nocturnas y sencillas, surgidas de la nada en la que estaban desde los años 60 para quienes los olvidaron, que somos casi todos nosotros. Belleza y congojo a partes iguales.

5 Mucho revival veo en todas partes del metal clásico, fans salidos y llegados de todas partes proclamando su amor a Black Sabbath y Iron Maiden, vinilos a precios desorbitados, camisetas por doquier... pero Armored Saint siguen sin vender un maldito disco. Algo no cuadra. ¿Dónde estaban todos en los 80 y en los 90 y en los 2000 y en lo 2010? Nada ha cambiado para las admirables bandas de segunda fila y tampoco nada para los discos menos populares e influyentes de las punteras y eso es el 99% de esta música. "Punching the sky" es otro excelente disco sin concesiones pese a los años que llevan sin salir del circuito de clubes más duro que se pueda uno imaginar. Fantástico como siempre en la voz John Bush, una de las más inexplicables expulsiones de un miembro de una banda (Anthrax) de la historia del rock.

4 "Good souls, better angels" de Lucinda Williams, del que ya hablé hace meses.

3 El más "indisciplinado" guitarrista de los 80 y su disco en solitario más cercano a las facetas que prefiero de Sonic Youth. Las canciones de "By the fire" de Thurston Moore se arrastran a veces por las arenas de Kyuss, otras se hunden en los pantanos de Bauhaus, otras vuelan entre velos y serpientes como las de John Frusciante, a veces pesan toneladas como las de Robert Fripp y otras parecen ingrávidas, como las de Nick Drake. Cuando se le va la mano ("Locomotives", "Venus"), se le va de veras, como era previsible conociendo sus tendencias y está bien que sea así porque ahí está la impresionante "Cantaloupe" para compensar cualquier enredo.

2  "Rough and rowdy ways" ha generado seguramente las reseñas más prolijas y divertidas del año. Dylan sigue dejando con pocos argumentos a los que tratan o tratamos de escribir sobre su música, tan esquiva, rebelde e inasible como lo era en los 60. No sé si ya más buñueliano que godardiano, el genio puede, si quiere, reirse de lo lindo con la impotencia de cuantos se acercan a estos temas extrañamente contagiosos, laberínticos, saciados en fuentes que obligan a tirar del hilo y llegar hasta la música de los años 30 del pasado siglo. Absolutamente nadie ha sido tan relevante a lo largo de una carrera, en todos y cada uno de sus recodos, como Bob Dylan.

1 Cuarto disco y sigue en ascenso la carrera de Chris Stapleton. Ese aspecto suyo a lo Ronnie van Zant y ese aparente desinterés por la innovación vocacional, se abra su música por donde se abra, no deberían despistar respecto a "Starting over", su mejor y más ambicioso disco hasta la fecha. La ayuda de Mike Campbell y Benmont Tench es importante, pero sobre todo lo es más el atrevimiento de Chris (y Morgane) para mezclar el country y el folk con el soul, el funk, el hard rock, el blues o el pop. Aires a The Band, The Doors o incluso Terence Trent D'Arby aquí y allá, pero sobre todo, la autenticidad que empezarán a sustraerle - al principio con halagos y anecdóticos desvíos - a poco no se ande con ojo.