lunes, 13 de marzo de 2017

YO, TÚ, ÉL, ELLA

La gran película alumbrada por la cultura del hip hop.
Si improbable resultaba, numéricamente al menos, que fuese un tardío film francés de 1998 - aunque la verdad es que la competencia americana nunca fue gran cosa, ni siquiera en los 80, los años en que explotó este movimiento a todos los niveles -, más insólito aún es el hecho de que lo protagonice una chica blanca de trece años y sus amigos también adolescentes, acostumbrados como estamos desde hace mucho a la preponderancia del gangsta rap y sus mafias straight outta Compton. Por si no fuese suficiente singularidad, viene la película firmada por un director muy poco relacionado con el cine "del extrarradio" (tópicos imprecisos y de difícil demostración como social, realista o "de denuncia" no solían aparecer cerca de su nombre), Jacques Doillon, arriesgando conforme levanta este proyecto, el relativo prestigio alcanzado con "Ponette" en 1996.
"Petits frères" gustó poco.
Y a pocos seguidores - la mayoría recién ganados, después del pequeño éxito internacional mencionado - de un cineasta ya por entonces de carrera larga, enfilando la segunda mitad de la cincuentena, de maneras cinematográficas contenidas, pocas palabras y una intensidad elíptica y discreta.
A poco que se piense, en realidad "Petits frères" es una variación sobre las historias de desamparo de Doillon pese a su apariencia insensible y sin ética, una mirada incluso menos "impropia" que en varias obras suyas anteriores, pero, he ahí la diferencia, es un film torrencial, sin preciosismos, un ejemplo de resistencia frente a una jauría de problemas presentes y el futuro más descorazonador. Un film admirablemente paralelo a esa música edificada a partir de otras que lo invade, una música nacida para divertirse pero que muy pronto se convirtió en la mejor forma de expresión de marginados de todas partes, canciones de entre y contra la inestabilidad.
Estaría bien poder medir cuánto tiene que ver el malentendido - ¿su descuido?, ¿su intranscendencia?, ¿su vulgaridad? - que arrincona al film, con la simplificación poco atenta de quien no percibe otra cosa que palabrería monocorde y refrito de ritmos en esta, la última gran música negra.
No me consta un pasado como pandillero de Doillon, pero sin duda durante el rodaje del film obtuvo de estos chicos lo que sólo puede generar una clase de complicidad situada a la distancia justa para mirar con ellos.
Así, no evita filmar robos, peleas, traiciones o (sólo sus consecuencias) abusos sexuales porque son elementos que condicionan la puesta en escena, pero debe ser "Petits frères" la única película de la historia del cine callejero donde nadie bebe ni fuma ni se droga, pienso que debido a que Doillon no necesita "ambientar" externamente las escenas ni tampoco hacer exhibición alguna de las peligrosas derivas de la vida desordenada. Filmar lo necesario, necesitar filmar.
Por las mismas razones, los policías que acechan a la pandilla son poco más que sufridos persecutores de gamberros de barrio, resolviendo casos tan apasionantes como la denuncia de un repartidor de pizzas, hombres que resultan, al menor descuido, apalizados por una turba de niños y que aunque pongan mil ojos en cada esquina, saben que no van a resolver nunca la falta de educación, las situaciones familiares y las expectativas masacradas de esta generación y las que vengan a empeorar el panorama.
Lógicamente, cuando uno de los chicos, hace la broma de presentarse en una comisaría para preguntar cómo se hace uno policía y vuelve chistosamente mareado por los tecnicismos que allí escucha, como ha sido equitativo mirando a un lado y a otro de la ley, le es sencillo a Doillon hacer notorio que ellos mismos se dan cuenta de la exigua distancia - unos papeles - que hay entre su zascandileo diario y el de los tipos que están ahí para controlarlos. 
Por todo ello me parece "Petits frères" el film de Doillon más cercano a Kiarostami, el más épico y conmovedor, el más concentrado y certero. Ni un plano "de director" para señalar que se rueda rápidamente y con cambios de luz fuertes, haciendo patente el "esfuerzo" de la cámara para captar todo, ni uno desviado de la infantil excusa que pone en marcha el film (un perro robado) para tratar de conducir los comentarios de los espectadores a otro nivel más importante, el mismo tacto y afecto que demostró en "La fille de 15 ans", "La drôlesse", "La femme qui pleure", "La vie de famille", "La puritaine" y sus otras mejores películas, para abordar las relaciones afectivas por heterodoxas que fuesen.  
 
 
 
 
A mí lo que me gustaría saber ahora son cosas de la enérgica Talia, como si aún viviese fuera del film.
Cómo le fue en la casa de acogida con su hermana.
Si alguien le dio su merecido al cerdo de su padrastro.
Si volvió a ver a Iliès.

jueves, 9 de marzo de 2017

VG

Con la publicación del manifiesto por un "free cinema", hace ahora 61 años, un buen número de retrógrados intolerables que gustaban del cine de género, como Val Guest, vieron coartada su evolución. Trece años llevaba rodando películas Guest cuando, mientras rodaba el thriller internacional "The weapon", le fue comunicada su mala praxis.
Películas musicales, de aventuras, policiacas, comedias o de misterio a un ritmo de cuatro al año últimamente... y ni una cumplía con los dogmas de Reisz, Anderson, Richardson y compañía, que ya es mala suerte.
Si la célebre misiva de Truffaut había relegado al desván de los chismes viejos a Delannoy, Autant-Lara y compañía, de esta nueva proclama se extraía que gente como Guest eran hasta ¡antipatrióticos! por no reflejar la diversidad de la moderna Gran Bretaña.
Lo cierto es que, como conviene desconfiar de cualquier generalización y hacer caso omiso de dogmas de toda clase, muy especialmente en el caso de Val Guest conviene ver todas sus películas antes de que le afectara negativamente la moda, ya que luego no fue nunca tan libre, ni tan interesante cineasta, ni estuvo tan atinado en mirar críticamente a cuanto filmó, para terminar cayendo en varias trampas y comodidades de las que por supuesto no se libraron tampoco sus "antagonistas".
Y ya que hablamos de justicia, si estos últimos no se hubiesen autoproclamado muertos en el 59 con un segundo comunicado - que sonaba a truco -, los hubiese ahogado de todas formas cualquier nueva ola de las surgidas a partir de entonces o, mejor aún, hubiesen sucumbido al verdadero tsunami que, esta vez sí, se levantaba en su país: basta mirar, hacia 1962 o 1963, por un lado a los entumecidos efectos del movimiento en los films que rodaba Joseph Losey allí y por otro cómo de alegre y excitantemente mezclaban músicas americanas las canciones de The Beatles, The Kinks, Small Faces, The Zombies o The Who para cambiar para siempre la cara del rock y el pop. Poco más habrá que decir si el mismo mes que la polvorienta "The servant" llega a las carteleras americanas, se graba en el Marquee de Londres "Five live Yardbirds", aún emblema de la modernidad dos años después cuando Antonioni rueda "Blow up".
No hay una gran distancia entre las mejores y las menos inspiradas de las películas iniciales de Val Guest que conozco, de modo que cualquiera serviría para mirar a sus virtudes, que nunca proclamó y hasta es probable que le sonara raro que alguien glosara. Por otra parte, hay varios puntos en común en su trayectoria con la del venerable Terence Fisher, así que quizá sea buena idea asomarse a los films más alejados de cuanto les une. Musicales y comedias.
Vale la pena ver "Penny princess" de 1952, la fantasiosa - divertida como un ataúd de bebé, en palabras de Dirk Bogarde, su muy desubicado protagonista -, y única película en color que rodó Guest con su mujer, Yolande Donlan, un caso de colaboración digamos "simbiótica" parecido al de Paul Czinner con su primera actriz Elisabeth Bergner. Si se estrenase ahora, muy pocos dudarían que la imaginaria Lampidorra era en realidad un muy conocido paraíso fiscal.
Aunque mucho mejor ver la encantadora "Give us the moon", rodada en plena guerra y barajando una idea que parece irónica pero no lo es: en la creencia de ganar el conflicto (y con la distancia física, claro, una vez cesaron los bombardeos), fue la época de mayor empleo, menor conflictividad y mejores posibilidades para los jóvenes, que hasta podían pensar en un futuro sin tener que trabajar.
Es, como tantos de estos años, un film nacido de seriales radiofónicos, donde prima la inventiva oral o la capacidad para ambientar con un sonido, un elemento visual o un detalle, precisamente de lo que iba a empezar a adolecer el cine inglés en cuanto trató de recuperar el ímpetu documental de otros tiempos... y cayó en la teatralidad.
Tampoco deja indiferente la muy astuta sátira "William comes to town" de 1947, a vueltas con un tema muy explotado por los "angry directors" que llegaban, el de la educación. Tres o cuatro gags del film, nada políticamente correctos, resultan más ilustrativos de lo que ninguna denuncia de represión podría conseguir.
Queda la misma sensación al verla que la que asalta al ver un film (a ratos o no constantemente) asombroso como "Two thousand women" de otro cineasta damnificado por los nuevos tiempos, Frank Launder.
Y me refiero fundamentalmente a que quienes tratan de enterrar los usos cinematográficos del pasado, primero deben conocerlos.