miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL HIJO DEL DOCTOR JEKYLL

Un primer plano inundado de luz de una mujer recién embarazada, que sucede a otro que alumbra las tinieblas en que ha quedado otra, aterrorizada, podrían bastar para ilustrar una de las mejores bazas de "El extraño caso del hombre y la bestia", primera versión en castellano de la célebre novela de Robert Louis Stevenson, dirigida por el argentino Mario Soffici en 1951.
En ese encadenado sorprendente y ambiguo se inscribe una buena porción del espíritu de esta, una de las más originales variaciones - y quizá la más buñueliana de todas -, filmadas partiendo de la fantasía imaginada por el gran escritor escocés.
Por un lado, el deseo de no rendir cuentas, de comprar lo que se vende y lo que no, de deshacerse sin miramientos de lo que se desprecia o apenas molesta y de no tener que seguir normas de educación, vestido o aspecto, que asaltan y hacen estallar de ansiedad a la corista que incorpora Olga Zubarry. Por el otro y frente a él, pero solapado por efecto de la continuidad narrativa, la felicidad largamente anhelada y finalmente alcanzada por la acomodada señora a la que da vida Ana María Campoy. Ambos, frutos de las dos caras del mismo hombre y lo que es más importante, en el único rasgo de la conducta que las aúna, el de la liberación del sexo. Sexo coaccionado e insatisfecho frente a sexo ordinario y consumado.
Los incontables remedos y sainetes a costa de los mitos del terror clásico podrían hacer pensar fácilmente que ese hijo que nace será un elemento humorístico para presentar el texto de Stevenson con alguna "novedad" extravagante y como mínimo innecesaria, pero "El extraño caso del hombre y la bestia", escrito por Ulises Petit de Murat - que muchos años antes había iniciado su prolija andadura en el cine precisamente de la mano de Soffici, con "Prisioneros de la tierra" - es un film serio y tan breve como intenso.
Soffici, que es además el actor que interpreta el doble papel, busca en la paternidad de este personaje ya maduro - es el Jekyll de mayor edad que recuerdo - el efímero contrapeso para su dolorosa quimera antes de que se convierta en demencia incontrolable e incurable. Un "antídoto" que le dura unos tres años.
La alternativa "existencialista" para explicar la deriva sociópata de Jekyll que argumentan Murat y Soffici - desde el mismo arranque del film, en que se califica de poco menos que de "moda nauseabunda" la corriente filosófica por entonces aún en la base de mucha de la literatura y el teatro de éxito - no podría tener ciertamente peor "enemigo" que ese hijo que le impele a estar más tiempo con su mujer, a dejar los experimentos, a volver, a sus años, a jugar y en definitiva a olvidar la evasión individualista que buscaba cuando tomó la decisión de abandonar su profesión.
Convencido de poder encontrar una droga suficientemente fuerte para desinhibir por fin al "verdadero" ser humano y su comportamiento sin ataduras sociales, no esas porquerías que toma la gente y que sólo conducen a vicios, Jekyll realmente se queda a un paso del mayor de sus triunfos si hubiera podido ser capaz de apaciguar a la bestia como en esos años en que se entrega a su vida doméstica.
Cuando vuelve el monstruo, el film destruye todo lo edificado y se entristece y agoniza. Es el momento de cambiar de punto de vista, mostrar el laboratorio, las transformaciones, las huídas, la angustia, la culpa y todo cuanto antes quedaba en off.