lunes, 6 de julio de 2009

LA ÚLTIMA ILUSIÓN

El patito feo de la filmografía de Jean Renoir.
Dos años después de la muy complementaria pareja compuesta por “Le déjeuner sur l´herbe” y “Le testament du Docteur Cordelier”, que ya habían sido acogidas de forma muy poco justa (una variación innecesaria sobre “Une partie de campagne” la primera, un capricho raro la segunda; ni los esfuerzos de Douchet o Godard sirvieron de mucho: siguen siendo dos películas infravaloradas aún hoy día), Renoir parece darles la razón a los que le tachan de que no tiene nada más que ofrecer con “Le caporal épinglé”, una suerte de regreso a una de sus películas más populares, “La grande illusion” (1937), veinticinco años después.
Pero “Le caporal épinglé” poco tiene que ver con “La grande illusion”, aunque el esquema argumental tiene algunos puntos en común y sí se relaciona claramente con las dos obras precedentes y con el episodio final de su última obra, “Le petit théâtre de Jean Renoir”, estrenada siete años después.
Hagamos memoria. La visión del mundo de Renoir había cambiado poco con los años pero sí lo había hecho la forma de disponer sus pensamientos a la hora de acometer una nueva película, de manera que su estilo parece camaleónico, sin un patrón fijo.
Le déjeuner sur l´herbe”, su largometraje más grácil y libre, abordaba su eterna preocupación humanista desde el punto de vista más directo y cristalino. El impulso natural de los hombres, vivir en armonía con el mundo y con sus instintos naturales acababa triunfando sobre el estricto estilo de vida marcado por el pensamiento, que era, y no conviene olvidarlo, la base de la creación de la Europa del mercado común. ¿La más dionisiaca de las películas políticas? Ya no es una película expansiva de todas formas, su ingenuidad es apriorística; ya no se puede abordar el tema como antaño, porque nadie se tomaría en serio las conclusiones, que dejaron de ser una opción para convertirse en utopía.
Le testament…”, mi película favorita de su filmografía, se servía de un mito universal, el Dr. Jekyll, para mostrar como la represión de esos mismos instintos podía ser el más poderoso de los medios para conseguir hacer del hombre un monstruo. La crítica a lo que Renoir más detestaba es feroz, mucho más que ese Opale, reflejo en negativo de lo que somos. Su muerte, Renoir la filma como la del "Nosferatu" de Murnau, casi es una escena romántica, porque es una parte de nosotros la que desaparece.
Le caporal épinglé” se sirve del último gran acontecimiento que había vuelto a alterar el orden del mundo para reflexionar una vez más sobre dónde queda el hombre ante el futuro que le aguarda y dónde están los resquicios para seguir siendo él mismo.
Parece que Renoir hubiera perdido toda esperanza de que hubiera una posibilidad de reconducir este maltrecho mundo tras la Primera Guerra Mundial. El intento de fuga de “La grande illusion”, parábola de esa búsqueda de identidad humanística, queda multiplicado en “Le caporal épinglé” por seis, el número de veces que el “cabo atrapado” intenta fugarse. El empecinamiento keatoniano del personaje de Jean-Pierre Cassel por evadirse de “un sitio que no es peor que lo que te espera ahí fuera” como le dice uno de sus compañeros, deja bien a las claras lo que Renoir pensaba sobre el nuevo orden mundial.
Cabe preguntarse por qué siendo una película de 1961, Renoir no es aún más pesimista. ¿Dónde está el holocausto?, ¿Cómo es posible que aún pueda haber escenas donde oficiales alemanes juegan a las cartas con franceses? ¿Por qué nadie dispara al cabo cuando salta una tapia para fugarse de un campo de concentración y es detenido noblemente? Las respuestas están probablemente en la descompensación de la película denunciada por Renoir antes del estreno. Los insertos de los noticiarios, escogidos concienzudamente por su dureza y horror, fueron considerablemente recortados con el consiguiente enfado de Renoir, que no renegó del film pero si lamentó profundamente este hecho. Y es que “Le caporal épinglé” debía ser una película dual, no como “Paisá”, incardinando la ficción en la realidad, sino complementando, opinando, buscando mediante la ficción una posible escapatoria a esa realidad que todo lo abrasaba. “Le caporal épinglé” no es un fresco ni pretende serlo, sino un cuadro abstracto, donde cada elemento surge de la reflexión sobre la realidad, suficientemente desasosegadora como para que el cine pretenda hacerla más horrible, como "Once upon a honeymoon" de Leo McCarey, que además tuvo la audacia de hacer el mismo planteamiento durante el transcurso de la misma guerra.
Los gestos heroicos y la resistencia explícita, el ánimo de cambiar el curso de los acontecimientos, quedan para “This land is mine”, aquí se trata de seguir viviendo con dignidad aunque se sea consciente que ya nada será igual.
La fuerza de la penúltima escena en la frontera, con el campesino que nunca tuvo tierra propia y que se dispone a pasar el resto de su vida con una rusa a escasos cien metros de su patria (sublime plano acompañando a la chica, alguien que ha encontrado su lugar en el mundo, que, con una sonrisa cómplice, busca su almuerzo para dárselo a los prófugos) es extraordinaria.
Y los últimos planos en ese París neblinoso y solitario, tienen un cariz fantástico, es como si se regresara a un escenario familiar pero apenas reconocido, donde nada volverá a ser igual, un decorado que está en busca de nuevos personajes, los que vendrán con la nouvelle vague que arrancaba, con los de "Paris nous appartient" de Rivette por ejemplo.
Le caporal épinglé” probablemente haya que verla un poco parapetado detrás de sus carencias (algunas de ellas como se ha dicho, ajenas al propio Renoir) y tratando de descubrir sus múltiples virtudes, siguiendo el mismo espíritu que la recorre, una suerte de espera activa de los destellos de belleza que puedan quedar.
Siete años después y cerrando su última película, Renoir volverá a la Francia campesina en el episodio "Le roi d'Yvetot" para, en el postrero acto de su trayectoria, quitar hierro a todas estas miserias sociales que nos invaden.
La vida es un teatro.

2 comentarios:

Roberto Amaba dijo...

Hola, qué tal Jesús,

Con Renoir me pasa lo mismo que con Ophuls, no sé si me gusta más en los años 30, en los 40 o en los 50; en el caso de Renoir además el mudo y los 60. Coincido con todo lo que comentas sobre su última etapa, porque Cordelier es asombrosa (también entre mis favoritas), al margen de ser, tal vez, la mejor muestra de cómo un actor puede controlar su cuerpo.

Le Caporal es fantástica, con toda la profundidad y la dureza que metía Renoir y que no siempre se le reconoce, porque Renoir era demoledor, lo que pasaba era que no hacía alarde de ello.

Yo creo que, al margen de los datos que bien citas, Renoir no era más pesimista porque no le salía, debería fingirlo.

Un saludo.

Jesús Cortés dijo...

Sí, la interpretación de Barrault en "Cordelier" es de la mejores que he visto también. No es un actor que me guste tanto siempre, pero ahí estuvo fenomenal. Como la Magnani en "Le carrosse d´or" o Cassel aquí; les sacaba justo lo que la película necesitaba. Una Magnani tipo "Mamma Roma", aprovechando su exceso, hubiera dado un tono excesivamente falso a su personaje y a Cassel lo prefiero contenido, no estrafalario como en "Le mouton enragé" de Deville o gris como en "Nunca pasa nada".