En una paleta de colores que trae a la memoria los trabajos de Claude Renoir para su ilustre hermano Jean (desde “The river” hasta “Elena et les hommes”), el operador (casi debutante) Sergei Poluyanov pinta la más conmovedora película que conozco de Boris Barnet después de la guerra y su mejor obra tras aquella genial “U samogo sinego moria” del 36 (a su vez, con un blanco y negro que rivaliza con los de "The Scarlet Empress" o "L´Atalante " entre los más hermosos de aquella década) .
¿Qué es “Boriets i kloun”? Como los buenos cócteles, hay películas que dinamitan la clasificación de films por géneros; sin hacer brebajes intragables, parece que siempre estuvo ahí esa posibilidad y a nadie se le había ocurrido antes, pero todo encaja a la perfección.
“Boriets i kloun” es una comedia dramática (una comedia triste antes que una triste comedia), un film de aventuras, una historia de amistad, una película sobre un deporte que nos queda un poco lejos a la mayoría (la lucha – grecorromana, al parecer -), una deliciosa sátira política, un gran retrato del final del siglo XIX (sobre todo para un país como Rusia que parece que hubiese nacido cinematográficamente para muchos aficionados con el Potemkin y las huelgas) y, como siempre en todos los Barnet que conozco, un imprevisible carrusel de emociones, donde nada acaba siendo lo que esperábamos.
Hay un momento en particular que define a la perfección el carácter de esta singular película. El fornido luchador Ivan, enamorado de la trapecista (enferma del corazón) Mimi, se cita con ella por primera vez y la chica no aparece. Un niño le hace una broma mientras espera, que encaja de buena gana pese a que se intuye que lleva horas de pie con su traje y su sombrero, rígido, como pez fuera del agua. Llega ella, pero acude a la cita con otros dos integrantes del circo que se quieren pese a la oposición del dueño del espectáculo (ella es su hija); en realidad lo ha citado para que les ayude a buscar una solución. Cómo capta Barnet la expresión del rostro de Ivan cuando se encuentra en esa tesitura, rápidamente dispuesto a ayudarles, me parece extraordinaria: ese humor imperturbable de los recién enamorados. Se van y se quedan solos Ivan y Mimi. Con esa habilidad, ya perdida por completo, de llegar a la intimidad de los personajes simplemente cerrando el tamaño de un plano, ella recosta su cabeza (agradecida, sin que medie palabra) en el pecho de él. Sublime.
Apenas iniciada la historia de amor, ella morirá al caer del trapecio y, en un giro a lo DeMille (y la conexión, con “The greatest show on earth”, obvia; como aquella denostada obra maestra, "Boriets i kloun" es un tributo emocionado al cine como espectáculo, donde está prohibido aburrir), empezará una segunda película, una película de amor a un mundo, el del circo, que hasta ese momento era sólo una salida más para los que no tenían un horizonte mejor, estibadores de puerto, agricultores en éxodo de zonas rurales.
¿Qué es “Boriets i kloun”? Como los buenos cócteles, hay películas que dinamitan la clasificación de films por géneros; sin hacer brebajes intragables, parece que siempre estuvo ahí esa posibilidad y a nadie se le había ocurrido antes, pero todo encaja a la perfección.
“Boriets i kloun” es una comedia dramática (una comedia triste antes que una triste comedia), un film de aventuras, una historia de amistad, una película sobre un deporte que nos queda un poco lejos a la mayoría (la lucha – grecorromana, al parecer -), una deliciosa sátira política, un gran retrato del final del siglo XIX (sobre todo para un país como Rusia que parece que hubiese nacido cinematográficamente para muchos aficionados con el Potemkin y las huelgas) y, como siempre en todos los Barnet que conozco, un imprevisible carrusel de emociones, donde nada acaba siendo lo que esperábamos.
Hay un momento en particular que define a la perfección el carácter de esta singular película. El fornido luchador Ivan, enamorado de la trapecista (enferma del corazón) Mimi, se cita con ella por primera vez y la chica no aparece. Un niño le hace una broma mientras espera, que encaja de buena gana pese a que se intuye que lleva horas de pie con su traje y su sombrero, rígido, como pez fuera del agua. Llega ella, pero acude a la cita con otros dos integrantes del circo que se quieren pese a la oposición del dueño del espectáculo (ella es su hija); en realidad lo ha citado para que les ayude a buscar una solución. Cómo capta Barnet la expresión del rostro de Ivan cuando se encuentra en esa tesitura, rápidamente dispuesto a ayudarles, me parece extraordinaria: ese humor imperturbable de los recién enamorados. Se van y se quedan solos Ivan y Mimi. Con esa habilidad, ya perdida por completo, de llegar a la intimidad de los personajes simplemente cerrando el tamaño de un plano, ella recosta su cabeza (agradecida, sin que medie palabra) en el pecho de él. Sublime.
Apenas iniciada la historia de amor, ella morirá al caer del trapecio y, en un giro a lo DeMille (y la conexión, con “The greatest show on earth”, obvia; como aquella denostada obra maestra, "Boriets i kloun" es un tributo emocionado al cine como espectáculo, donde está prohibido aburrir), empezará una segunda película, una película de amor a un mundo, el del circo, que hasta ese momento era sólo una salida más para los que no tenían un horizonte mejor, estibadores de puerto, agricultores en éxodo de zonas rurales.
Es “Boriets i kloun” desde ese momento, como “U samogo sinego moria” una casi irreal (mejor que casi ideal) declaración de amor a una tierra, a eso que llamaban antes patria, con comidas fordianas, siestas bajo los árboles de Renoir, siegas de trigo vidorianas, un pequeño romance con la chica que quedó en el pueblo a lo Donskoi, un divertido interludio en una fiesta puramente slapstick y la vuelta a las lonas, al lugar al que siempre perteneció, sacada de “Gentleman Jim”. Nada menos.
Como DeMille, el más audaz de los directores que no parecen audaces, Barnet es capaz de combinar todo eso con toda la naturalidad del mundo, haciendo colisionar las más opuestas texturas narrativas hasta el punto de insuflar un hálito de normalidad a lo que de otra manera resultaría increíble. Recordaba Adrian Martin en el libro que coordinó Chris Fujiwara, “Defining moments in movies” aquel momento de “U samogo sinego moria” donde un muerto volvía a la vida, el hecho era celebrado con una danza y el espectador lo aceptaba perfectamente. Cuando un director consigue hacer sensible un momento como ese, es que se trata de un grande, porque en casos así no se puede recurrir a un guión ni a un actor (pese a la sumamente engañosa capacidad de los que habitan en “Boriets i kloun”, mejores y más versátiles de lo que pueda parecer).
Barnet no regatea emociones pero las sirve siempre a su manera. Qué fácil hubiera sido acercar el plano cuando lo niños descubren el poster de Mimi que celosa pero discretamente guarda Ivan y qué súbitamente descubrimos que éste último no sólo se ha percatado sino que corresponde a las constantes miradas de la campesina que no le quita ojo de encima… “Boriets i kloun” está repleta de momentos así.
Como DeMille, el más audaz de los directores que no parecen audaces, Barnet es capaz de combinar todo eso con toda la naturalidad del mundo, haciendo colisionar las más opuestas texturas narrativas hasta el punto de insuflar un hálito de normalidad a lo que de otra manera resultaría increíble. Recordaba Adrian Martin en el libro que coordinó Chris Fujiwara, “Defining moments in movies” aquel momento de “U samogo sinego moria” donde un muerto volvía a la vida, el hecho era celebrado con una danza y el espectador lo aceptaba perfectamente. Cuando un director consigue hacer sensible un momento como ese, es que se trata de un grande, porque en casos así no se puede recurrir a un guión ni a un actor (pese a la sumamente engañosa capacidad de los que habitan en “Boriets i kloun”, mejores y más versátiles de lo que pueda parecer).
Barnet no regatea emociones pero las sirve siempre a su manera. Qué fácil hubiera sido acercar el plano cuando lo niños descubren el poster de Mimi que celosa pero discretamente guarda Ivan y qué súbitamente descubrimos que éste último no sólo se ha percatado sino que corresponde a las constantes miradas de la campesina que no le quita ojo de encima… “Boriets i kloun” está repleta de momentos así.
La fabulosa historia del luchador Ivan Poddubny, gloria nacional, nos acaba resultando tan cercana como la de cualquier personaje de nuestra cultura.
¿Cabe mayor elogio?
5 comentarios:
Ajá, veo que por fin has logrado ver esa maravilla barnetiana, su mejor obra de madurez y no de juventud. Curioso cómo los grandes tienen sus mejores logros en los 30, los revisan en los 50 y, si duran en activo, los rehacen o superan aún en los 60, y da lo mismo que sean japoneses, americanos, franceses, alemanes o rusos.
Miguel Marías
Sí, la conocí el año pasado, de una grabación de la RAI y ahora en Karagarga han divulgado una excelente copia en DVD que la engrandece aún más. La he visto ya cinco veces en apenas año y medio y es maravillosa, inspiradora, de esas películas que acentuan aún más las ganas por ver más y más cine. ¿Habrá más de estas en la última parte de su filmografía?
Hola, qué tal,
Huy, me has puesto los dientes largos. Todavía no la he visto, aunque la tengo con todo el material estupendo de Barnet que pillé de KG.
By the Bluest of Seas para mí es como la Partie de Campagne soviética, le tengo un cariño especial, es maravillosa.
Un saludo.
Para mí "U samogo sinego moria" está al mismo nivel que "Partie de campagne" o "Toni", mis dos Renoir favoritos de los 30.
Tu admirado Tarkovsky debió verla un par de veces para su (estupenda, mi favorita de su filmografía, de la única que me sale hablar sin parecerme que cito a otro) "Ivanovo detstvo"
Desgraciadamente, y aunque a pesar de los persares y las imposiciones todavía hizo muy buenas películas, no hay nada comparable a "Boriets i kloun" en los años finales de la carrera de Barnet. Pero casi todas tienen algo maravilloso.
Miguel Marías
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