martes, 5 de octubre de 2010

CIUDADANO FORREST

Año 2004.
Al mismo tiempo que la maquinaria Michael Moore llenaba los cines de medio mundo con "Fahrenheit 9/11" y trataba, entre lucrativas bromas, de "reflexionar" (en fin...) sobre los oscuros movimientos que permitieron a George Bush Jr llegar a la presidencia tras un apretado escrutinio en Florida, el escritor Philip Roth publicaba "The plot against America" recordando, y dando la vuelta, a un caso muy antiguo, que el gran público recordará vagamente, pero que pudo cambiar la historia de Estados Unidos.
En efecto, durante la segunda guerra mundial, antes de Pearl Harbor, el famoso aviador y héroe americano Charles Lindbergh se opuso públicamente al intervencionsimo americano en el conflicto que capitaneaba el presidente Franklin Delano Roosevelt, que siempre sospechó de las simpatías (y algo más) de Lindbergh y su America First Committee con el nazismo, sabedores estos últimos de que las posibilidades alemanas de victoria dependían del pacto de no agresión firmado con Rusia, que traicionaron, y la abstinencia americana de la guerra. Roth, judío, fantaseaba con la idea de qué hubiese pasado si Lindbergh llega a derrotar a Roosevelt y se convierte en Presidente.
George Cukor, el eterno artesano de la Metro - tan elegante y se suponía que aséptico ideológicamente que no tuvo ni enemigos: no estaban a su altura de todas formas - poco después de que esa intervención se convirtiera en una realidad, estrena en 1942 una película que dormita en las cubetas de saldo de grandes almacenes etiquetada como una más de las que sirvieron para dar lustre a una de las parejas más famosas de su época, Katharine Hepburn y Spencer Tracy.
Esa película, "Keeper of the flame" ("La llama sagrada" en España, como siempre aportando un matiz equívoco), de nula reputación, es seguramente uno de los más inteligentes y demoledores retratos nunca rodados sobre el poder de manipulación de las masas, además en un momento crítico, cuando la semilla del antisemitismo que se imponía en Europa, se propagaba por Estados Unidos camuflada de patriotismo.
La absorbente trama inquisitoria del film, desde que arranca con un entierro bajo la lluvia que trae a la memoria (y tal vez inspiró a Mankiewicz) a aquel que abría "The barefoot Contessa", se desenrrolla suave pero espectacularmente sin un sólo golpe de efecto y, ¡milagro!, eludiendo el flashback (modélico, genial, guión, uno de tantos, de Donald Ogden Stewart), dejando apenas espacio ni tiempo para advertir la hazaña cukoriana de desenmascarar (la especialidad del maestro, aunque se ocupó casi siempre de asuntos menos comprometidos) a personajes como Lindbergh y el daño que estuvieron y aún estaban a punto de causar a su país, que tanto los idolatraba como mal los conocía, absolutamente adulterados por los medios de comunicación.
Ausente, muerto en accidente de coche al comienzo del film el adorado Robert Forrest, con su viuda aún colocando flores siniestramente bajo sus retratos como si de altares se tratase y vetada a la prensa (salvo Tracy, que es más listo a pesar de tener mejor reputación que el resto de periodistas; eran otros tiempos) la verdad sobre su vida, toda su personalidad desconocida se refleja en un personaje que debería figurar por derecho propio en antologías de la creación cinematográfica: el obediente, fanático secretario, jefe de prensa, quizá también asesor (cómo saberlo a ciencia cierta) encarnado con milimétrica precisión por Richard Whorf, en una especie de variante diplomático-política de aquella inolvidable Mrs. Danvers de "Rebecca", que venera y protege el recuerdo del fallecido y lo hará hasta donde sea necesario.
Su retahíla educada y laudatoria para todo aquel que se acerca a sus amanerados dominios, hace entrar en trance a mediocres y despista a los que se creen avispados, todos convencidos de que están siendo tratados con el máximo respeto y libertad, porque en el fondo hay que comprender que lo más importante es que Robert Forrest, la llama que ilumina los caminos de tantos americanos, como le gusta decir, siga siendo un inmaculado mito.
La permanente tensión de este nublado film, donde todo es lo que parece a pesar de los ímprobos esfuerzos de sus habitantes por fingir, debería servir además para ampliar las fronteras de los terrenos perennemente asociados al nombre de George Cukor: la comedia, el musical y el melodrama. Más amplia que la estupenda "Gaslight", "Keeper of the flame" es junto a la muy extraña y fascinante "A woman´s face" su mejor film en el resbaladizo terreno del cine de misterio, tan realista en sus manos, sin los agujeros y trucos habituales y por desgracia tan poco apreciado por los que perdieron o nunca tuvieron inquietud por escuchar con atención y analizar sin dar por bueno todo lo que les dicen.
Pocas veces estuvo mejor Tracy, un actor que tan pronto supo poner cara al cuarto poder como al primero (¿o es el segundo?, por ejemplo en "The last hurrah", dieciséis años después); aunque más mundano, un personaje como el que tantas veces encarnó Henry Fonda, tan tranquilo y cívico como decidido y audaz, capaz de hablar como escribe y apenas revelar cuanto piensa sin decir nunca algo en lo que no cree.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendo, Jesús. Creo que es la primera vez que consigo leer un comentario elogioso - tan elogioso, al menos, como merece - esta extraña - pero, si se piensa un poco, no tanto, también "Bhowani Junction" o "The Chapman Report" lo pueden parecer - película de Cukor, a quien sin fundamento se ha atribuído frivolidad, colorismo, superficialidad, brillantez, decorativismo, esteticismo y otras lindezas condenatorias, olvidando (o no queriendo ver) el profundo sentido cívico y ético que late también, sin obviedades, tras "Holiday", "Rich ad Famous", "The Philadelphia Story" o "A Star Is Born", entre otras. Lo que no suele ser es esquemático, maniqueo, discurseante, panfletario o sensacionalista, sino sutil, discreto, civilizado y elegante siempre. Manteniedo siempre, se diría, el lema (allí iróico) de Donald O'Connor en "Singin' In The Rain": "Dignidad, siempre dignidad".
Miguel Marías

Jesús Cortés dijo...

Sobre "The Chapman Report" convendría volver cuando sea posible encontrar una copia completa y en VO. Es uno de los Cukor buenos de verdad peor tratados y extrañamente inasequibles.

Anónimo dijo...

He tenido que ir a ver qué película era The Chapman Report al IMDB para identificarla con "Confidencias de mujer"(horrendo título, a partir de ahora será The Chapman report). Esta película la vi en mi infancia cinéfila, hace como 20 años. Recuerdo que me encantó, y me frustró mucho ver que tenía malas críticas (en la revista TP o alguna de esas, no existía Internet). Yo entonces creía que las críticas eran sagradas e infalibles, y pensé que mi inexperiencia me había jugado una mala pasada. Toda esta parrafada para decir que me alegra ver que mis buenos recuerdos de la película quizá no eran infundados.

Ricardo

Jesús Cortés dijo...

No, nada infundados.
Yo nunca he entendido que tuviese no sólo mala fama crítica (se puede entender que está más o menos conseguida) sino auténtica contra-interpretación, hasta malintencionada y como queriendo encontrar la prueba definitiva de que el término "analista" le venía grande a un director que se tiene sólo por un perspicaz observador. Hasta Almodóvar, que tanto ha procurado acercarse en distintas épocas a su cine, ha cosechado mayores elogios habíendose quedado siempre entre lejos y muy lejos de alcanzar ese nivel.

Anónimo dijo...

"The Chapman Report" (con algunas otras de Cukor) es (a mi entender)una de las grandes obras mutiladas del cine, tan buena que hasta sus restos, forzosamente imperfectos y "desequilibrados" quizá, contienen varias de las escenas (e interpretaciones, femeninas y masculinas) más impresionantes que recuerdo (y no olvido, pese a lo difícil que es revisarla). Por lo demás, el efecto de conjunto de lo que queda, tal como está, es demoledor, perceptivo y generoso a la vez. Lejos de "explotar" nada, lo que hace es explorar los rincones de la intimidad, los sentimientos y la sensualidad. Siempre me ha chocado mucho que no sea una obra de referencia para los admiradores (entre los que, obviamente, me cuento) de Cassavetes, Rouch o Godard.
Miguel Marías