Siendo probablemente el más importante de los cineastas no norteamericanos que alguna vez se adentraron en el territorio del western - por encima para mi gusto, en conjunto y "libra por libra", de Lang, de Toth, Preminger, Fregonese, Ulmer, Wyler, Leone, Dieterle, Zinnemann, Corbucci... - es extraño que una de esas cinco películas (más la posible asimilación de "Way of a gaucho") dirigidas por Jacques Tourneur, "Stranger on horseback", haya tenido tan poca difusión.
Habrá que pensar que, al igual que le sucede a "The leopard man", ha sido tomada justo por lo que no es: un complemento, adjunto o prolongación (probablemente reiterativa se pensará si no se ha visto o se recuerda mal) de lo ya conocido y quizá orillada por razones parecidas.
De un cineasta tan obsesionado por la depuración, por utilizar el menor número de planos y escenas para que resulte comprensible lo que quiere comunicar, denso en la más simple planificación (ese misterio puro de unir fotogramas que es el más inasible y secreto), hasta el punto de que rara vez sus films sobrepasan los 90 minutos, la brevedad (apenas 66 minutos en ambos casos) debería ser no sé si un atractivo pero al menos no un elemento disuasorio a la hora de considerar sus películas.
Imagino que la responsabilidad no puede recaer esta vez en nadie más que en los editores, que persistentemente han obviado su lanzamiento durante muchos años pese a las plegarias de tantos cinéfilos y a eso se ha añadido la posterior falta de subtítulos para que pueda expandirse su conocimiento a buena parte de Europa.
"Stranger on horseback" no será una revelación fulgurante para quien por fin pueda acceder a ella (no es seguramente una de las mejores que hizo: para mí lo son "Canyon passage", "Wichita" y "Great day in the morning", a un nivel tan alto que cuesta ordenarlas), pero sí un western magnífico, estilizado y por momentos tan falsamente relajado como sus mejores obras en el cine negro y de misterio, preludiando la fusión de ambos géneros que cristaliza ya un poco después en por ejemplo "Man in the shadow" de Jack Arnold con la que comparte un concepto de la justicia poco beneficioso para quien se dedica a hacerla cumplir, contraproducente, casi quimérico.
Rodada en un raro sistema Ansco Color, que potencia rojos, azules y verdes como el Trucolor de "Johnny Guitar" o "Montana Belle", pero apaga los colores cálidos y los grises, de día o de noche, en establos, en saloons (sin chicas ni música, porque su función no es ambiental y seguro que Tourneur hubiera prescindido de su presencia con tanta seguridad como su protagonista, que se ve obligado a actuar allí a disgusto) o en el patio de la casa del cacique Bannerman, dueño de la ciudad, el film camina al paso seguro del Juez itinerante (justiciero tranquilo como Clint Eastwood en "Pale rider" pero con convicciones que constantemente somete a prueba, sin ases en la manga para resolver problemas) encarnado por ese actor inmenso que fue Joel McCrea, el más dúctil de los actores naturales.
Resulta un espectáculo para la vista contemplar cómo hace funcionar la narración, presenta los personajes, economiza y discretamente magnifica cada resorte de la puesta en escena Tourneur, con esa inimitable claridad elíptica, tan simple como rotunda, tan perfecta que deja sin habla, como si nadie antes nunca hubiera rodado en esos escenarios.
Y el ritmo. Cómo nunca va con prisas ni esquematizando, es capaz de hacer que una actriz tan "inadecuada" como Miroslava parezca tan profunda y cambiante como Barbara Stanwyck o Joan Crawford a base de seleccionar cada palabra que dice, cada gesto que hace, cada beso que trata de hacer parecer verdadero (hasta cuando lo es y ni lo sabe), cómo retrata - vestido de negro, con un marcado acento, gesticulante y omnipresente, siempre saliendo de entre las sombras - y fotografía al personaje de John Carradine, el turbio y vampírico Coronel que ha sabido sobrevivir aprovechándose de cada circunstancia sobrevenida en el pueblo relacionada con las leyes que tan maleables le resultan y cómo a treinta segundos del final aún se detiene Tourneur, hace una panorámica genial desde la calle a un interior y hace avanzar la cámara dos metros para que tomemos asiento en la resolución de la historia.
Se habla a menudo de directores que llevados por su fidelidad a un género, sistema de producción, grupo de colaboradores, etc. perdieron la oportunidad de ser grandes. Casi siempre en referencia a cineastas olvidados, marginales, que parecen los únicos verdaderamente libres.
Es bien sabido que Tourneur, que no se quedó afortunadamente en cualquiera de los cruces de camino de las promesas incumplidas, disfrutó en la década de los 40 de las comodidades de los buenos presupuestos.
No sé cuántos cineastas, tras el empeño en filmar la "fatídica" (sólo para él) "Stars in my crown" y el consiguiente exilio a la serie B (al parecer un problema de sueldo "demasiado bajo" que le cerró las puertas de las grandes producciones, menuda ironía) hubiesen reincidido con tanta vehemencia en ese género hasta el punto de filmar consecutivamente varios films con tal inventiva y originalidad, no con el hastío de quien cumple condena.
Rodada en un raro sistema Ansco Color, que potencia rojos, azules y verdes como el Trucolor de "Johnny Guitar" o "Montana Belle", pero apaga los colores cálidos y los grises, de día o de noche, en establos, en saloons (sin chicas ni música, porque su función no es ambiental y seguro que Tourneur hubiera prescindido de su presencia con tanta seguridad como su protagonista, que se ve obligado a actuar allí a disgusto) o en el patio de la casa del cacique Bannerman, dueño de la ciudad, el film camina al paso seguro del Juez itinerante (justiciero tranquilo como Clint Eastwood en "Pale rider" pero con convicciones que constantemente somete a prueba, sin ases en la manga para resolver problemas) encarnado por ese actor inmenso que fue Joel McCrea, el más dúctil de los actores naturales.
Resulta un espectáculo para la vista contemplar cómo hace funcionar la narración, presenta los personajes, economiza y discretamente magnifica cada resorte de la puesta en escena Tourneur, con esa inimitable claridad elíptica, tan simple como rotunda, tan perfecta que deja sin habla, como si nadie antes nunca hubiera rodado en esos escenarios.
Y el ritmo. Cómo nunca va con prisas ni esquematizando, es capaz de hacer que una actriz tan "inadecuada" como Miroslava parezca tan profunda y cambiante como Barbara Stanwyck o Joan Crawford a base de seleccionar cada palabra que dice, cada gesto que hace, cada beso que trata de hacer parecer verdadero (hasta cuando lo es y ni lo sabe), cómo retrata - vestido de negro, con un marcado acento, gesticulante y omnipresente, siempre saliendo de entre las sombras - y fotografía al personaje de John Carradine, el turbio y vampírico Coronel que ha sabido sobrevivir aprovechándose de cada circunstancia sobrevenida en el pueblo relacionada con las leyes que tan maleables le resultan y cómo a treinta segundos del final aún se detiene Tourneur, hace una panorámica genial desde la calle a un interior y hace avanzar la cámara dos metros para que tomemos asiento en la resolución de la historia.
Se habla a menudo de directores que llevados por su fidelidad a un género, sistema de producción, grupo de colaboradores, etc. perdieron la oportunidad de ser grandes. Casi siempre en referencia a cineastas olvidados, marginales, que parecen los únicos verdaderamente libres.
Es bien sabido que Tourneur, que no se quedó afortunadamente en cualquiera de los cruces de camino de las promesas incumplidas, disfrutó en la década de los 40 de las comodidades de los buenos presupuestos.
No sé cuántos cineastas, tras el empeño en filmar la "fatídica" (sólo para él) "Stars in my crown" y el consiguiente exilio a la serie B (al parecer un problema de sueldo "demasiado bajo" que le cerró las puertas de las grandes producciones, menuda ironía) hubiesen reincidido con tanta vehemencia en ese género hasta el punto de filmar consecutivamente varios films con tal inventiva y originalidad, no con el hastío de quien cumple condena.
7 comentarios:
Una maravilla leerte. Tourneur seguramente está infravalorado por eso que tú destacas, por su concisión, su estilo depurado... ¿Quién estrenaría hoy una película de 66 min.? (El 90%, quizá exagero, de las que se estrenan mejorarían reduciendo su metraje)
Un saludo westerniano.
La concisión en un plano que no sea lento o fijo ya se entiende mal a estas alturas porque el movimiento equivale a descontrol, placentero o fascinante - rara vez una molestia - para muchos cinéfilos: es fácil encontrarte por ejemplo buenas críticas sobre el último Scorsese donde lo que uno destaca es el problema que ve el siguiente
Una muestra más de la elegancia de Tourneur, un cineasta que, como Robert Louis Stevenson, verdaderamente respetaba al espectador, confiaba en su inteligencia y en su capacidad para ver y pensar. Evidentemente, esa actitud parece en los antípodas de la hoy dominante: hay que echar ketchup a los ojos del espectador, atronarle los oídos, subrayar a codazos lo evidente y encima reiterarlo verbalmente. Entonces le relegaban a la serie B. Hoy, de estar vivo, hubiera ido directamente al paro.
Miguel Marías
No quisiera dejar pasar la ocasión de rendir homenaje a Tourneur (ya que no a "Stranger on Horseback" puesto que, aunque conservo un excelente recuerdo de ella, la vi hace más de veinte años).
Tourneur: estoicismo, nobleza, concisión, misterio, reserva, emoción, elegancia, austeridad, belleza. Al contrario que Ford, huía de la digresión; y sin embargo, de las no dirigidas por Ford, ¿hay alguna película más fordiana que "Stars in my Crown"?
Rodrigo Dueñas
A mí también me gusta mucho "Stars in my crown" pero me molesta un poco que sea la favorita de muchos para quienes Tourneur no cuenta entre los verdaderamente grandes, como si esa vez hubiese podido deshacerse de algo que debe resultarles pesado, agotador, demasiado concentrado.
Jesús, no sabía nada de esto que cuentas.
Aunque me gusten aún más otros Tourneur como "Out of the Past", "I Walked with a Zombie" y "Cat People", "Stars in my Crown" cuenta con una afectuosidad, un humor, un acercamiento a personajes y situaciones cotidianas, una mirada melancólica al pasado que, al no ser habituales en él, enriquecen su obra.
En cualquier caso, por lo poco que sé, el problema de Tourneur no es que se le valore de manera acertada sino que, sencillamente, apenas si se le conoce.
Marías, reveladoramente, lo relaciona con Stevenson. Ambos son narradores magistrales; ambos estaban orgullosos del trabajo que hacían aún sabiendo que no iba a ser valorado en su justa medida (y a día de hoy siguen sin ocupar el puesto, de primera línea, que merecen... no se les mira mal, pero se juzga su obra como algo de importancia secundaria).
Stevenson y Tourneur. Stevenson es más cálido, más emocionante. Tourneur es más distante, nunca podemos decir que conocemos del todo a sus personajes.
Rodrigo Dueñas
Para mí es un auténtico rey de géneros. Aparte de los westerns, tiene la mejor película de cine negro ("Out of the past", aún inmune para mí al acoso de "Slightly scarlett" y compañía y hasta de una de las suyas que yo encuentro cada vez más grande, "Nightfall"), una de las cinco mejores de aventuras ("Anne of the Indies", stevensoniana como dice Miguel y otra que ronda cerca, "The flame and the arrow"), las de misterio con Val Lewton (yo no sabría escoger una) a las que habría que añadir "Circle of danger", melodramas y rarezas fascinantes como "Experiment perilous" o "Timbuktu" (acabo de verla en copia perfecta y AR correcto; para nada tan lejos de toda una "Bitter victory")...
Esta última es a lo que me refería con "Stars in my crown". Yo desde luego prefiero leer elogios a ella que a "Stars...".
En unas cosas le superó Walsh, en otras quizá Lang, pero quizá sólo por detrás de Dwan, no se me ocurre un director tan puro en tantos registros "obligatorios" distintos.
Publicar un comentario