Los que no tenemos entre nuestros gustos mucha afinidad con un mundo como el del circo, ni tampoco la tuvimos cuando éramos pequeños, hemos de reconocer que el cine lo ha mirado desde tantos y tan variados puntos de vista, que ha llegado a convertirse en un tema atractivo.
Ni los números allí representados o ejecutados - tal vez en muchos casos por exacerbar un sentido exhibicionista, de pasajera impresión para un público al que parece que no puede importarle menos la integridad física y menos aún el futuro de quienes allí les entretienen - ni el mundo que bulle tras el espectáculo, a priori son los escenarios más apetecibles, pero ya que parece imposible utilizarlo sólo como llamativo fondo al perder toda su esencia - y, sería de lamentar, una más bien engañosa oportunidad dramática, que se diluye y queda fagocitada por el fulgor de esa especie de carpe diem corporativo: la función debe continuar - los cineastas que han plantado su cámara bajo la carpa o siguiendo a las carrozas o camiones de montaje, se han esmerado casi más que en ningún otro terreno por aprehender precisamente lo que lo diferencia de deportes y grandes eventos también seguidos por millones de personas con forofismos y fanatismos varios.
Eludido ese elemento competitivo que les diferencia - más que contra un imposible o contra la superación de los propios límites - que quizá ha propiciado que en cuanto existe un rival que de buena gana el aficionado desintegraría antes de empezar el partido o la carrera con tal de ganar, el cine casi nunca ha sacado nada "en claro" de ellos, mientras que del circo han solido proliferar en abundancia muy diversos e interesantes enfoques, casi siempre tangenciales.
Como un duro y ajeno mundo al que adaptarse (en drama y en comedia: Chaplin, Carol Reed...) como refugio bien y hasta personalmente conocido de marginados e inadaptados (muchas de las más antiguas: Browning, Sjöström, presumiblemente Murnau...), el público que a él asiste como espejo y complemento ineludible del artista (pocas y sobre todas, una de los últimas: Tati), como mundo separado de lo corriente, al que se llega, se pierde vista y al que se vuelve pero del que nadie se marcha nunca (tan diferentes: Griffith, Rivette, Sandberg, Barnet)...
Casi ningún cineasta en cambio lo ha mirado desde un punto de vista, tan lógico por otra parte, como lo que presumiblemente debió ser desde que existe, incluso los grandes y afamados: una batalla, un microcosmos de funcionamiento familiar que lucha por salir adelante, todo el empuje de la vida que se abre paso esplendorosa, sin metáforas ni subterfugios.
Los que amamos "The greatest show on earth" como lo que es, uno de los más hermosos films de todos los tiempos, una de las cumbres absolutas del clacisismo junto a un puñado de films realizados en un lapso de diez años desde entonces, uno de los que verdaderamente ejemplifican adónde llegó el cine entendido como narración vigorosa y dinámica, tan compuesta en el fondo como comprensible en la forma, a esa altura inalcanzable de "Der tiger von Eschnapur" o "La carrosse d'or", "North by northwest" o "Some came running", diría que nos hemos resignado a dejar de preguntarnos cómo es posible que ocupe una posición tan extrañamente solitaria en la historia del cine.
Dejando a un lado los alérgicos (casi ninguno sanó, debe ser algo crónico) al cine de Cecil B. DeMille y los, aún más numerosos por desgracia, cinéfilos que la vieron o la siguen viendo con un interés desapasionado, muy mal debemos haberlo hecho los que apenas vemos unas cuantas mejores en toda la historia del cine para haber contagiado tan poco entusiasmo.
Peor aún es el dato si se tiene en cuenta, para "combatir" a los que siempre lo acusan de arcaico y bíblico, que "The greatest show on earth" es una de las contadas películas contemporáneas - y la última - que hizo DeMille en el sonoro, que no había vuelto al presente desde "The story of Dr. Wassell" y que apenas en los 30 hay dos o tres sumamente desconocidos o inencontrables ejemplos en ese sentido.
Tal vez la defensa, sin arenga ya quizá posible, debiera empezar, como siempre por otra parte, por la propia película, que visita un mundo, no es baladí, inédito para un autor poco identificado con aquellos directores que toman riesgos y giros.
Pero da igual por donde se pinche o corte, con qué ánimo se aborde y la "muestra" que se tome.
Por doquier y empezando por una exposición modélica, una de las mejores presentaciones que nunca haya tenido una película - veinte minutos de vértigo que arrancan subidos a las espaldas del director Braden (Charlton Heston) y terminan con un primer plano de su rostro - el film, exuberante, sintetiza qué hace especial al cine de DeMille y quizá sirva para ver realmente qué lo separa de otros narradores consagrados como más ágiles y esenciales que él - Wellman, Walsh, Gance - o más estoicos y puros - King, Dwan, Vidor - o de más "incontinentemente compartible" para tantos mundo personal, encanto o, genéricamente, valores - Ford, Lubitsch, Capra -, sin que la distinción tenga que suponer, ni ahora ni antes, jerarquía alguna.
Como no servirán (ya debieran haber hecho efecto, quiero decir) reclamos generales, el único cambio que podría servir para allanar el camino a quien lo vea pedregoso (no a quien no esté ni dispuesto a transitarlo, que ya se desanima solo), es el hecho de que tanto aquí como en su prodigioso film de despedida, "The Ten Commandments", DeMille se desprende de ese acumulativismo que llega a ser "demasiado" exigente en algunos de sus films anteriores.
La presión - y la convicción de que era la única forma de hacerlas -, aplicada a la preparación, rodaje y montaje de muchas de las escenas de grandes películas suyas como "Cleopatra", "Samson and Delilah" o "Unconquered", la cantidad de horas de lectura, las múltiples referencias pictóricas y plásticas y el ritmo endiablado a que son volcadas, se transforma en estos dos films finales en una especie de derivado de su obra, impregnado de la calma más activa concebible, incomprensiblemente poco amada, ni siquiera por hawksianos.
Por desgracia ni uno ni otro "sistema", el de antes y el que supongo llega con la edad, la mirada retrospectiva a lo ya andado, la búsqueda de alicientes para seguir adelante, le han granjeado venia alguna y confirman definitivamente su penitencia crítica.
Como no puede haber cine menos críptico que el suyo, que por muy ambiguo que sea, rara vez es ambivalente, todo cuanto acontece a sus habitantes no tiene mucho sentido extrapolado fuera del entrelazado de imágenes que componen un film como "The greatest show on earth", nada proclive a revalorizaciones que puedan traer las modas, limpio de todo rastro de consulta. Todo empieza y termina en el mismo film.
Dos de las escasas escenas celebradas del film, la del levantamiento de la carpa, filmada como un monstruo que se despereza, un ente que cobra vida, significativamente aparece situada a unos 50 minutos del comienzo y la del accidente de tren, poco antes del final.
No son utilizadas por tanto respetivamente ni como introducción ni como catalizadora de la historia, sino como consecuencias del esfuerzo y el azar, discretamente por llamativas que sean, como en "India: Matri Bhumi". Hablan esas escenas privilegiadas bastante a las claras de cómo construía un film DeMille, con sus paralelismos de usos de puntos de vista como los anteriormente vistos dentro en los números de los trapecistas o de carga y descarga de vagones, comunicando esa idea global del film de que todo se debe mover en una dirección para que algo se mueva en esa dirección; el todo, el espíritu, siempre antes que la parte, el personaje individual.
Así, es fácil verse sorprendido hacia el último tercio de proyección, da igual cuantas veces se haya contemplado antes, por cómo puede uno estar más interesado en la mecánica misma del espectáculo, su explosión de colores y formas en movimiento, que por la mismas pequeñas historias que van punteando el relato.
Qué alegría invade entonces al encontrar alguien que crea que lo que hace es lo mejor del mundo, que no necesite salirse de sus coordenadas y hasta se permita simplificarlas para decir todo lo que tiene dentro, que no tema ser sentimental si habla de sentimientos, espectacular si se apoya en una atracción que emociona al público, impulsivo y partidista cuando se alinea con quienes viven su sueño, por duro que sea.
Ni los números allí representados o ejecutados - tal vez en muchos casos por exacerbar un sentido exhibicionista, de pasajera impresión para un público al que parece que no puede importarle menos la integridad física y menos aún el futuro de quienes allí les entretienen - ni el mundo que bulle tras el espectáculo, a priori son los escenarios más apetecibles, pero ya que parece imposible utilizarlo sólo como llamativo fondo al perder toda su esencia - y, sería de lamentar, una más bien engañosa oportunidad dramática, que se diluye y queda fagocitada por el fulgor de esa especie de carpe diem corporativo: la función debe continuar - los cineastas que han plantado su cámara bajo la carpa o siguiendo a las carrozas o camiones de montaje, se han esmerado casi más que en ningún otro terreno por aprehender precisamente lo que lo diferencia de deportes y grandes eventos también seguidos por millones de personas con forofismos y fanatismos varios.
Eludido ese elemento competitivo que les diferencia - más que contra un imposible o contra la superación de los propios límites - que quizá ha propiciado que en cuanto existe un rival que de buena gana el aficionado desintegraría antes de empezar el partido o la carrera con tal de ganar, el cine casi nunca ha sacado nada "en claro" de ellos, mientras que del circo han solido proliferar en abundancia muy diversos e interesantes enfoques, casi siempre tangenciales.
Como un duro y ajeno mundo al que adaptarse (en drama y en comedia: Chaplin, Carol Reed...) como refugio bien y hasta personalmente conocido de marginados e inadaptados (muchas de las más antiguas: Browning, Sjöström, presumiblemente Murnau...), el público que a él asiste como espejo y complemento ineludible del artista (pocas y sobre todas, una de los últimas: Tati), como mundo separado de lo corriente, al que se llega, se pierde vista y al que se vuelve pero del que nadie se marcha nunca (tan diferentes: Griffith, Rivette, Sandberg, Barnet)...
Casi ningún cineasta en cambio lo ha mirado desde un punto de vista, tan lógico por otra parte, como lo que presumiblemente debió ser desde que existe, incluso los grandes y afamados: una batalla, un microcosmos de funcionamiento familiar que lucha por salir adelante, todo el empuje de la vida que se abre paso esplendorosa, sin metáforas ni subterfugios.
Los que amamos "The greatest show on earth" como lo que es, uno de los más hermosos films de todos los tiempos, una de las cumbres absolutas del clacisismo junto a un puñado de films realizados en un lapso de diez años desde entonces, uno de los que verdaderamente ejemplifican adónde llegó el cine entendido como narración vigorosa y dinámica, tan compuesta en el fondo como comprensible en la forma, a esa altura inalcanzable de "Der tiger von Eschnapur" o "La carrosse d'or", "North by northwest" o "Some came running", diría que nos hemos resignado a dejar de preguntarnos cómo es posible que ocupe una posición tan extrañamente solitaria en la historia del cine.
Peor aún es el dato si se tiene en cuenta, para "combatir" a los que siempre lo acusan de arcaico y bíblico, que "The greatest show on earth" es una de las contadas películas contemporáneas - y la última - que hizo DeMille en el sonoro, que no había vuelto al presente desde "The story of Dr. Wassell" y que apenas en los 30 hay dos o tres sumamente desconocidos o inencontrables ejemplos en ese sentido.
Tal vez la defensa, sin arenga ya quizá posible, debiera empezar, como siempre por otra parte, por la propia película, que visita un mundo, no es baladí, inédito para un autor poco identificado con aquellos directores que toman riesgos y giros.
Pero da igual por donde se pinche o corte, con qué ánimo se aborde y la "muestra" que se tome.
Por doquier y empezando por una exposición modélica, una de las mejores presentaciones que nunca haya tenido una película - veinte minutos de vértigo que arrancan subidos a las espaldas del director Braden (Charlton Heston) y terminan con un primer plano de su rostro - el film, exuberante, sintetiza qué hace especial al cine de DeMille y quizá sirva para ver realmente qué lo separa de otros narradores consagrados como más ágiles y esenciales que él - Wellman, Walsh, Gance - o más estoicos y puros - King, Dwan, Vidor - o de más "incontinentemente compartible" para tantos mundo personal, encanto o, genéricamente, valores - Ford, Lubitsch, Capra -, sin que la distinción tenga que suponer, ni ahora ni antes, jerarquía alguna.
Como no servirán (ya debieran haber hecho efecto, quiero decir) reclamos generales, el único cambio que podría servir para allanar el camino a quien lo vea pedregoso (no a quien no esté ni dispuesto a transitarlo, que ya se desanima solo), es el hecho de que tanto aquí como en su prodigioso film de despedida, "The Ten Commandments", DeMille se desprende de ese acumulativismo que llega a ser "demasiado" exigente en algunos de sus films anteriores.
La presión - y la convicción de que era la única forma de hacerlas -, aplicada a la preparación, rodaje y montaje de muchas de las escenas de grandes películas suyas como "Cleopatra", "Samson and Delilah" o "Unconquered", la cantidad de horas de lectura, las múltiples referencias pictóricas y plásticas y el ritmo endiablado a que son volcadas, se transforma en estos dos films finales en una especie de derivado de su obra, impregnado de la calma más activa concebible, incomprensiblemente poco amada, ni siquiera por hawksianos.
Por desgracia ni uno ni otro "sistema", el de antes y el que supongo llega con la edad, la mirada retrospectiva a lo ya andado, la búsqueda de alicientes para seguir adelante, le han granjeado venia alguna y confirman definitivamente su penitencia crítica.
Como no puede haber cine menos críptico que el suyo, que por muy ambiguo que sea, rara vez es ambivalente, todo cuanto acontece a sus habitantes no tiene mucho sentido extrapolado fuera del entrelazado de imágenes que componen un film como "The greatest show on earth", nada proclive a revalorizaciones que puedan traer las modas, limpio de todo rastro de consulta. Todo empieza y termina en el mismo film.
Dos de las escasas escenas celebradas del film, la del levantamiento de la carpa, filmada como un monstruo que se despereza, un ente que cobra vida, significativamente aparece situada a unos 50 minutos del comienzo y la del accidente de tren, poco antes del final.
No son utilizadas por tanto respetivamente ni como introducción ni como catalizadora de la historia, sino como consecuencias del esfuerzo y el azar, discretamente por llamativas que sean, como en "India: Matri Bhumi". Hablan esas escenas privilegiadas bastante a las claras de cómo construía un film DeMille, con sus paralelismos de usos de puntos de vista como los anteriormente vistos dentro en los números de los trapecistas o de carga y descarga de vagones, comunicando esa idea global del film de que todo se debe mover en una dirección para que algo se mueva en esa dirección; el todo, el espíritu, siempre antes que la parte, el personaje individual.
Así, es fácil verse sorprendido hacia el último tercio de proyección, da igual cuantas veces se haya contemplado antes, por cómo puede uno estar más interesado en la mecánica misma del espectáculo, su explosión de colores y formas en movimiento, que por la mismas pequeñas historias que van punteando el relato.
Qué alegría invade entonces al encontrar alguien que crea que lo que hace es lo mejor del mundo, que no necesite salirse de sus coordenadas y hasta se permita simplificarlas para decir todo lo que tiene dentro, que no tema ser sentimental si habla de sentimientos, espectacular si se apoya en una atracción que emociona al público, impulsivo y partidista cuando se alinea con quienes viven su sueño, por duro que sea.
36 comentarios:
Conste que aunque no ha tenido mi revisión adulta, hace 20 años me gustaba mucho la película "The greatest show on earth", y la disfrutaba verdaderamente, como disfrutaba de "The ten commandments" (que vueltos a ver algunos minutos recientemente en tv, compruebo que no pierde ninguna fuerza). En cambio la versión muda de la historia bíblica me pareció equivocada e incomparable a la obra del 56.
A mí tampoco me parece el primer "The ten commandments" de los grandes DeMille, pero ¿por qué equivocada?
Si estás pensando en su estructura, es muy típica en DeMille y otros en el mudo, desde "Intolerance" y probablemente hasta antes.
Unas veces funcionaba mejor y otras no tanto, pero en su cabeza la Historia era un todo y tendía siempre a enlazar pasado y presente. Por supuesto, tenia demasiado respeto por ella para hablar del futuro, como Ford.
De Mille, metido de lleno en su etapa final de grandes superproducciones, pensó que había llegado el momento de abordar el mundo abigarrado y multicolor, emocionante, ambulante y espectacular del circo. Admitiendo, para quienes la atacan por ese flanco, que la película ya en su momento le quedara algo anticuada, no podemos dejar de reconocer la efectividad y sabiduría de ese (aparente) primitivismo conceptual y narrativo de su cine que le serviría para llegar siempre, sin perder virtudes, al "corazón" de todos los públicos.
"EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO" constituyó uno de los grandes momentos de mi niñez y aún hoy, tras haber vuelto sobre sus imágenes una veintena de veces, continúa fascinándome.
A mí lo que me fastidia cuando se habla de DeMille, uno de los tipos más cultos que ha tenido el cine y un rey del erotismo, con algunas de las películas más locas y arrojadas que se han hecho, es que parece que estemos refiriéndonos al abuelo de Heidi. Quiero decir, este film es bastante más adulto que "Hatari!" (con la que comparte bastantes cosas) y es un clásico no porque esté en la memoria de los niños (no en la mía, yo dedicaba el tiempo a Led Zeppelin, pero es algo lógico en un cine que quiso ser el más accesible) sino por ser un prodigio de narración, de continuidad, de mezcla inextricable de dramatismo y de comedia y en definitiva por no ser NADA acomodado, una variación continua.
Pocos rivales veo en 1952 y es el año de "Europa 51", "Ruby gentry", "The quiet man", "My son John", "Inazuma", "The lusty men", "My man and I", "The marrying kind", "El bruto", "Clash by night"...
Preguntado en 1951 sobre 10 las mejores películas de la historia del cine, CBD incluyó sin rubor ¡4 de las suyas! Era un gran ególatra y tenía, según cuentan, otros muchos defectos. Pero sus películas son espléndidas. Mudas y sonoras, en b/n y en color, épicas y contemporáneas, hizo obras maestras de todas clases y siempre a su manera, sin dejarse influenciar por estudios, modas ni tendencias (excepto quizá la inevitable película bélica del Dr. Wassell, por otra parte tan demilliana y menos propagandística y más humanista que la mayoría).
El adjetivo perfecto para el cine de DeMille es pasión: Por una parte la pasión de narrar, por otra parte las pasiones de sus personajes, verdadero motor de sus películas. Amor, odio, celos, envidia, sexo... La verdad es que la pasionalidad en su cine le aleja mucho de lo que, precisamente, le acusan sus detractores. A veces el bosque no permite ver los árboles.
Ángel
Yo creo que tuvo mucho éxito y eso provocó envidias, que calaban hondo porque él nunca retrocedía ni en lo que hacía ni en lo que decía. Todavía se puede leer por ahí que le dieron un Oscar por esta película por la trifulca anticomunista montada en torno a "High noon" pero en el mismo párrafo rara vez se señala que ese Zinnemann es una nimiedad comparada con ella.
Todo es muy equívoco para tratarse de algo tan meridiano. Los fans de uno de sus muchos - no sé si llamarlos así, porque imagino que es el efecto, la posición, el control, lo que anhelaban - seguidores, Steven Spielberg, han arguido las mil teorías para tratar de salvaguardar o justificar su evidente infantilismo y su tendencia a la súplica lacrimógena... y han funcionado.
¿Por qué con DeMille no cuando precisamente ese no es ni siquiera legado suyo?
A mí, qué queréis, DeMille se me ha convertido en una auténtica "prueba del 9": no me fío de los gustos del que rechaza a DeMille - o no lo ha visto, y entonces habla por hablar - ni del que menosprecia a Allan Dwan, ni del que no se emociona con McCarey. Es más fácil apreciar a Ford, Hitchcock o Hawks. Y "The Greatest Show on Earth" (pese a "The Story of Dr. Wassell", "The Ten Commandments" de 1956, "Unconquered", "The King of Kings", "Male and Female", "The Plainsman" y otras cuantas) me sigue pareciendo la cumbre de su cine y una de las películas narrativamente más interesantes, complejas y extrañas que se han hecho.
Yo tampoco he sido muy de circo, pero a través de ciertas películas le he ido cogiendo cierto cariño. Este año hemos tenido ese Rivette medio invisible, por ejemplo.
También aprovecho la temática y recomiendo un blog excelente sobre la relación Circo-Cine: http://www.circomelies.com/
Un saludo a todos.
A mí es también la película de DeMille que más me gusta. Aunque DeMille tiene muchos registros y toca muy distintos temas y géneros (ir conociendo su obra muda ha sido para mí una sorpresa continua) y aunque en cada una de sus películas trata de adentrarse en un territorio nuevo, “The Greatest Show on Earth” creo que se distingue del resto por su vitalidad.
El cine de DeMille (quizás más en el sonoro) cae en ocasiones en el estatismo. Puede que sea por su gusto por los decorados muy elaborados (y muy iluminados), por los diálogos muy elocuentes, por los gestos expresados con total claridad, por las imágenes meticulosamente compuestas (muchas se ve claramente que se han concebido como composiciones pictóricas). Es un cine grandioso, y excesivo (sería por todo ello la antítesis del cine de Tourneur).
Me doy cuenta de que todo este exceso es, en buena parte, precisamente lo que hace originalísimo (y grande) a DeMille. Amplitud, riqueza expresiva y elocuencia comparte con Griffith, compañero de generación del que en bastantes aspectos está muy cercano.
Por lo demás, el cine de DeMille está, desde hace ya tiempo, completamente pasado de moda. A ver qué espectador de hoy valora (y se emociona con) la nobleza de personajes como los protagonistas de “The Greatest…” que se sacrifican (y en secreto) por aquellos a quienes quieren.
Rodrigo Dueñas
La historia moderna de The ten commandments me parece muy pesada, estoy deseando fervorosa y continuamente que vuelva al Antiguo Testamento, ¡y sin ser creyente!.
Sr. Marías, ¿qué le parece Almodóvar? Siempre he sentido curiosidad por saber qué piensa usted de Almodóvar.
Saludos admirativos
1) Acabo de descubrir este blog, ¡enhorabuena!
Soy de los incautos cinéfilos que desconocen casi todo el cine de DeMille. A raíz de este artículo tan entusiasta, no dudaré en dar con películas de este director, tan afamado en su momento como semi-despreciado hoy día.
2) Por otro lado, aprovecho para decir que acabo de descubrir, maravillado, "Harry e hijo" (Newman). Y compruebo alucinado que en la Imdb la media de nota de los usuarios es de un aprobado raspado (un 5,6). ¿Cómo es posible?
A quien tenga curiosidad, le invito a leer mi humilde y breve comentario en mi web www.elcineenquevivimos.es
Es lo que tiene la estadística.
"Harry and son" no me parece de los más grandes Newman (para mí está por detrás de sus cuatro obras maestras, por este orden, "The shadow box", "The glass menagerie", "The effect of gamma rays..." y "Rachel, Rachel", aunque quizá algo por encima de la realmente buena "Sometimes a great notion"), pero es una de las más adecuadas para ver qué tiene de especial lo que hacía.
Pocos directores americanos (quizá sólo Cassavetes, Gray, Eastwood y Cimino; ninguno mejor que él) con semejante nivel en el último medio siglo.
Escalofriante la lista de mejores películas del 2011 que acaba de publicar Miradas de cine. Podría entenderse que como grupo, los redactores defiendan The Tree of Life, que es la típica obra que divide frontalmente a la crítica y también a los espectadores (para mí, es la película más estúpida que he visto en años), pero lo que no tiene la menor explicación es que Black Swan aparezca en segundo lugar y en noveno La piel que habito. Se nota que la crítica española "establecida" está en crisis, y no sólo debido al inefable Carlos Boyero.
Mejor olvidar el reciente año, pletórico de abominaciones, y dirigir la mirada a los autores que realmente dejaron obras conmovedoras y profundas, accesibles para el entendimiento y disfrute de unos y otros, como es el caso de DeMille o Newman. Pero, por supuesto, tampoco en la jerarquización de sus obras todos tenemos que ponernos de acuerdo: si bien DeMille puede parecerme al nivel de Griffith, o incluso por encima de él, considerar a Newman al nivel de Cassavetes me parece excesivo (y al de Eastwood, demasiado generoso para este último). Pero son gustos personales que parten del respeto al cine y no de coyunturas estetizantes y de supuesta "trascendencia mística" que lleva a muchos a endiosar a cineastas tan afectados y ramplones como Malick, Aronofsky, Reygadas, Iglesias, Rosales..., o las obras más recientes de directores que antaño pudieron filmar una que otra cosa de interés, como von Trier, Almodovar o Dumont.
Julio Arana
Creo que Jesús no va a coincidir pero yo sumaría a Bogdanovich en ese listado por encima de alguno/s de los nombrados, con tres obras maestras a una misma altura ("Saint Jack", "They all laughed" y "Texasville"), dos que le siguen cerca ("Targets" y "The last picture show") y varias otras más interesantes de lo que pueden parecer a simple vista.
Hombre, por fin alguien que dice que TEXASVILLE es una obra maestra. Personalmente me parece una de las mejores norteamericanas de la década de los 90. Creo que debe ser la más personal de Bogdanovich. ¡Ah, qué 15 minutos finales...!
A mí me gusta Newman tanto como Cassavetes y "The shadow box" más que ninguna suya.
Tres cuartos de lo mismo respecto a Griffith y DeMille con "Isn't life wonderful" de por medio.
Bogdanovich, aunque sólo sea por las magníficas "Texasville" y "They all laughed" ya merece un puesto importante entre los cineastas norteamericanos, pero también tiene algunas que me parecen francamente prescindibles.
De la "crítica" como colectivo no sé nada.
No es que tenga NADA que ver con DeMille, y publiqué hace años un artículo en "Revista de Occidente" sobre Almodóvar bastante largo. A veces me gusta, incluso mucho (sobre todo cuatro: "La ley del deseo", "Todo sobre mi madre", "Volver", "¿Qué he hecho yo para merecer estto!"); otras un poco menos ("Mujeres al borde...", "Matador"), algunas algo, otras francamente poco y algunas casi nada, que de todo hay. "La piel que habito" es de las que encuentro más fallidas de la última época. Le reconozco valor y talento, a veces mezclados con cierta tontuna, bastante "name-dropping" y excesivas pretensiones. El día que sea más sencillo, recorte digresiones extemporáneas y hable más "en primera persona" de lo que de verdad le importa, le gusta o teme puede ser realmente muy bueno.
Alguien que sí tiene mucho que ver con CBDM es su olvidado hermano William, ¿habéis podido ver alguna cosa suya aparte de la genial "Miss Lulu Bett"?
Ángel
Yo sólo otra, "Passion flower", que no estaba a esa altura ni mucho menos.
Tampoco sé si William tiene tanto que ver con CB como, por lo apreciado en esa película y en la maravillosa "Miss Lulu Bett", lo tenía con Griffith.
Hola, Ángel. Para mi desgracia no he podido ver ninguna otra película de William de Mille. Y bien que lo siento porque alguien que parece conocerlo como Christian Vivan coloca a “The Ragamuffin”, “Conrad in Quest of His Youth” y “Craig’s Wife” a la altura de “Miss Lulu Bett”. Por lo demás y fuera de cuestiones biográficas (eran hermanos y, como cuenta Cecil en su autobiografía, se llevaban muy bien) me parecen dos artistas totalmente distintos: en bastantes aspectos los rasgos y las cualidades de “Miss Lulu Bett” son exactamente los contrarios de los de la obra de Cecil B. DeMille.
Rodrigo Dueñas
Marías ha sido muy piadoso con el lepidóptero manchego. "Pretencioso" es el adjetivo que mejor caracterizaría a este director, aunque "tontuno" no le va tampoco nada mal. Pero a ver quién se atreve a señalarlo como bluf total y hortera sin remedio sin que lo crucifique el gremio de estómagos agradecidos de la progresía.
Me parece injusto este último comentario sobre el cine de Almodóvar, que ,a veces, parece que no sólo no es profeta en su tierra sino que en ningún país recibe odios tan encendidos como en el nuestro, quizá sea un ejemplo más de ramas que no dejan ver el bosque. Almodóvar ha hecho de todo desde bodrios impresentables como sus dos primeros largos o Kika hasta películas excelentes como las cuatro que comenta Miguel Marías, las tres primeras (cronológicamente) sin duda sus tres mejores obras y es uno de esos directores que tiene una mirada personal y que filma con un sentido más que notable de la puesta en escena y de la creación de un sentido discursivo a través de las planificación, otra cosas es que en los últimos tiempos haya perdido algo de frescura y haya recuperado un gusto por las salidas de tono (sin ningún sentido narrativo) que existía en su obra de los 80 y principios de los 90 y que había abandonado relativamente en sus últimas películas.
Noel
Señor Marías, ¿y "Hable con ella" no le parece de lo mejor? Es cierto que, a ratos, es muy morosa, por así decirse, y algo pedante y remolona (como si fuera de un I. Szabo), pero en conjunto me parece, modestamente, una sinfonía. Y el cortometraje, "El amante menguante", que está incluido en la película, para mí es quizá lo mejor que ha rodado nunca el manchego. Y parte del mejor cine (no sé si exagero) que he visto jamás.
Luis S.
El cine en que vivimos
Soy el que hizo el comentario "injusto" sobre Almodóvar. Lo precisaré: su estilo me parece el colmo de la horterez. Con esto me refiero tanto a los colorinchos con que embadurna sus películas como a la grosería de los diálogos. Además, sus argumentos rozan lo inverosímil, presentan situaciones forzadas, que, sinceramente, mueven a risa. Como Almodóvar es muy astuto, ha escogido el universo femenino para ganarse el aplauso de la progresía. En sus películas, los hombres son, por lo general, unos grasientos insensibles, a menos que hablemos de homosexuales, claro. En este sentido sus películas parecen haber sido ideadas por una feminazi.
Tampoco es que se destaque el ilustre lepidóptero por el pudor, cuando el pudor, narrativo y visual, es lo que distingue al verdadero director de cine del "intruso" con ínfulas. Lo cochambroso de sus personajes, historias y escenas, define a lo que antes, en mis tiempos, conocíamos como un "petardo".
Almodóvar me recuerda a John Waters, pero en versión "arte y ensayo" posmoderna. Es decir, que además de vulgar, todo en su cine es impostado, con el cálculo del vendedor de palomitas sensiblero.
Por último, sus películas no reflejan España, como nunca reflejó España todo ese rollo de la movida, de la que él formó parte cuando se dio a conocer por sus excesos, o lo que es lo mismo, por sus groserías. El cine de Almodóvar no se hace cargo de la realidad española, no afronta sus problemas. Este señor, como tantos otros de su gremio, vive de espaldas a la realidad, creyéndose un "artista" por firmar verdaderos bodrios, que pocos se atreven a criticar, porque el hombre actúa por mimetismo, y por lo común todos balan al unísono.
Pues no estoy de acuerdo con el Anónimo. Creio que Almodóvar tiene verdadero talento y bastante originalidad. Sus colorines a veces me gustan tanto como los de Jerry Lewis. Y creo que, esperpénticamente, refleja una parte de la realidad española, lo mismo que lo hicieron Fernán-Gómez o Berlanga. Que no siempre sean sus películas lo mínimamente homogéneas y coherentes que debieran, y que (como muchos, por lo demás) sea irregular no quita nada a sus mejores logros. Aprende, desaprende, tiene subidas y bajadas imprevisibles, pero tiene ideas, tiene imaginación, tiene osadía a menudo, a veces es divertido, en ocasiones emocionante, con frecuencia sorprendente. Ya me daría con un cant en los dientes si todo el mundo fuera no como Almodóvar, sino comparable a Almodóvar, y no sólo en el cine español. Que, por cierto, lo es (me refiero a español), y mucho más que Amenábar y que todos los que se dedican a hacer cine de géneros en inglés. Tampoco es cierto que todos los personajes masculinos de sus películas sean despreciables o negativos, dista mucho de ser una observación que la realidad soporte (bastaría recordar al Javier Bardem de "Carne trémula", aparte de que tampoco los femeninos estén siempre bien tratados (de "Átame!" a "Kika", por ejemplo). "Hable con ella", dicho sea de paso, ya que alguien pregunta por ella, no es ni de lejos una de las que más me gustan, e incluso es una de las que más me molestan, entre otras cosas porque aquí sí encuentro bastante repelente, en más de un sentido - y tratado como si no lo fuera - al protagonista. Y el corto incluido en ella, al contrario que otros (más bien guasas/caricaturas/sátiras de spots publicitarios) me parece un muy pobre remedo del Tod Browning de "The Devil-Doll".
Corrijo lo que dije. Acabo de volver a ver “Miss Lulu Bett” y “The Affairs of Anatol” (una de las que hizo Cecil ese mismo año). Y aunque la primera es un drama y la segunda una comedia no son tan disímiles como recordaba. Ambas son bastante matizadas, no fuerzan su género (no dramatiza en exceso ni ennegrece su relato William; no exagera las situaciones Cecil) y la dirección de actores es sorprendente en su sobriedad y delicadeza.
Tenía en mente al Cecil de la etapa sonora (de la que he vuelto a ver últimamente algunas películas) y recordaba por ello su lado más teatral, más pictórico, más verboso, más elocuente. Olvidé que Cecil B. DeMille contiene muchos (y variados) artistas en sí (como directa, y más fácilmente, puede verse en el sonoro) y que trabajó en géneros a los que no se le asocia, como la alta comedia (y en la que, como con “The Affairs of Anatol”, alcanzó la perfección), que luego abandonó para adentrarse en otras sendas.
Rodrigo Dueñas
Sí, Rodrigo. Hay mucha sátira e ironía en "Miss Lulu Bett", de hecho cuando la vi por primera vez me pareció de lo más lubitschiana. Y también puede mencionarse otra de mis favoritas, "Why Change Your Wife?", escrita por William y dirigida por Cecil. En fin, esperemos que aparezca una copia de "Conrad in Quest of His Youth" (en el blog de David Bordwell también ponen como una de las diez mejores de 1920).
Ángel
Hola Ángel. Respecto a lo que hablas, pienso que por esa época Cecil (dejemos de lado a William de quien conocemos sólo una obra, que funde drama, comedia y melodrama) dominaba a la perfección la alta comedia o comedia elegante, género que, de pronto, abandonó. ¿Pudo ser por la aparición de la fundamental “A Woman of Paris”? En cambio, quien a partir de ese momento sí tomó esa senda, deslumbrado por la obra de Chaplin, fue Lubitsch.
¿Qué haría William por esos años?
Rodrigo Dueñas
Ángel, por lo que sé, de "Conrad in Quest..." se conservan copias.
Rodrigo Dueñas
"A Woman of Paris" fue un fracaso comercial el mismo año que DeMille triunfaba con "The Ten Commandments". No es de extrañar que siguiera por ese camino.
Y sí, es curioso que Lubitsch hizo justo lo contrario, abandonó los epics en favor de la comedia sofisticada.
Ángel
ES UNA PELÍCULA QUE NO ME CANSO DE VERLA Y DE DISFRUTARLA, ES UN HALAGO PARA LA VISTA Y EL ESPÍRITU
EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO ( Inicio comentario)
Debo confesar, aunque he visto casi toda su obra conservada, que no soy un admirador de este Titán del Hollywood dorado. Me gustan mucho algunas comedias y dramas mudos, y considero The Plainsman como uno de los mejores western de la historia. Dicho esto, y antes de expresar mi cariño hacia El Mayor Espectáculo... no puedo dejar de señalar porque me disgusta tan histórico maestro. Para mí, su cine, esmerado narrativamente, está falto de sensibilidad, calidez, intimidad... resultando acartonado, plúmbeo, cuando no aburrido en su ciclo histórico-bíblico. Cecil no fue un artista y compararlo con Ford, Griffith, Vidor, Walsh... me parece una falta de respeto hacia ellos. DeMille, fue ante todo, un gran comerciante. Un pre- Spielberg. Su gran sentido narrativo, desmerece ante tal despropósito de situaciones ridículas que deambulan a lo largo de sus célebres films históricos. No cabe duda que tenían un sello propio... acartonados en su periplo religioso, coloridos como pocos, iluminados excesivamente, innaturales, exagerados y con un vestuario que en mi época de niñez me causaba muchas carcajadas. Eran películas creadas para una generación católico- reprimida que disfrutaba con el “puro” erotismo del Sr. DeMille. Afortunadamente, el tiempo pone las cosas en su sitio, no creo que exista ninguna lista sería donde incluya un film suyo entre lo mejor de la historia. Me gustaría sentir esa emoción que sentían mis abuelos cuando iban corriendo al cine para ver Sansón y Dalila, Los diez Mandamientos... pero no soy capaz. Como conmoverme ante semejante compendio de excesos. Como emocionarse con Victor Mature o Charton Heston quien "solo tiene serrín en sus venas". (Genial momento de guion del presente film a comentar) Mi admiración hacia Don Miguel Marías, o hacia ti, Jesús, no puede evitar discrepar ante el Sr. Cecil. Su defensa, sería una falta de personalidad por mi parte y nunca he valido para ser "la voz de su amo".
EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO ( Fin del comentario)
Una vez dicha mi opinión sobre DeMille, pasaré a comentar uno de los films que más me gustan de su obra. Desde niño he tenido pasión por el circo y El Mayor espectáculo del Mundo fue uno de mis primeros films de infancia. Revisada ayer, me sigue asombrando su parte documentalista, el esmerado guion de Fredric Frank, el sentido narrativo, la calidez de sus intérpretes y el bellísimo vals de Victor Yourg que fluye como Leitmotiv operístico a lo largo del relato. El film se inicia con una original y vibrante presentación en tono documentalista para desembocar en una drama lleno de tragedia y superación. Sus personajes centrales, repletos de vida, están en constantes cambios lo que los hace humanos. De esta forma nos encariñamos con el rudo Brad, el mujeriego Gran Sebastián o el maravilloso Botones. Los 3 ocultan sus sentimientos bajo una máscara protectora que se va difuminando a medida que trascurre el relato. Por el lado femenino, lleno de pasiones no correspondidas, están la trapecista Holly, la domadora Ángela y la cantante Phyllis.
Podría resaltar el genial accidente ferroviario que da pie a que el drama desemboque en tragedia, pero se ha hablado mucho de esta parte, por lo que prefiero señalar otros momentos que son mucho más importantes para mí, me refiero a esos trozos llenos de calidez que me llenaron de niño y ahora de grande.
Como no emocionarse ante secuencias como la de Botones entregándole un ramo de flores a su madre, o aquella que Holly le ruega que si es médico ayude a Brad, moribundo tras el accidente. Debo decir que aquí la emoción no es creada por DeMille. Esa emoción nace de la maravillosa interpretación de James Stewart. - Mi actor favorito desde niño, con una mirada expresiva como pocas-. Acierto es el de DeMille al elegirlo para tan complejo papel donde a lo largo de la trama debe ocultar su rostro bajo el maquillaje. Otros actores que cumplen muy bien su rol son Coronel Wilde, Gloria Ghahame y Charton Heston. Para mí, en su mejor trabajo a las órdenes de DeMille. Su inexpresión y rudeza características dan credibilidad a su personaje. Creo desde mi modestia, que esta joya circense está repleta de pequeñas escenas intimistas muy hermosas pero también de muchos excesos característicos del Sr. DeMille: La grandilocuencia, un exceso de metraje dedicado a los números circenses musicales que entorpece el desarrollo de la trama en pos del “espectáculo”.- Si Stroheim era capaz de mandar crear un decorado para rodar solo un plano, DeMille es incapaz de contratar a un gran circo y no mostrarlo enteramente-. Así, deambulan entre escenas geniales, fragmentos musicales, a modo de descanso, que no aportan nada nuevo ni a la trama, ni al musical. Argumentalmente no aportan nada y visualmente ni tienen la estética de Berkeley ni la calidez rítmica de Donen. Me acuerdo de una cita de Ghatak , en la cual afirmaba que los números musicales indios eran empleados en la mayoría de las ocasiones para que el público fuese a los aseos.
Después de esta pequeña y muy personal valoración, sigo convencido de que este film circense es de lo mejor que rodó este titán de la época dorada.
Como cierre a este pequeño comentario, me gustaría señalar, que en los tiempos actuales donde el cine ha perdido tantas cualidades, comienzo a sentir una extraña nostalgia hacia el cine DeMille, que si bien no admiro, respeto.
Hola Jesús, recientemente he podido revisar de Demille "The Volga boatman" y "The Godess girl" y me han parecido francamente buenas. A que nivel situarias estas películas y otras como The road to yesterday"O "Manslaughter"? Es curioso pero muchas de las que dirigió en la última decada del mudo (salvo las biblicas) estan bastante olvidadas. Un saludo y muchas gracias.
No son de las mudas suyas que prefiero ("The affairs of anatol", "Why change your wife?", "Don't change your husband", "Something to think about", "The squaw man", "Male and female", "The whispering chorus", la primera versión de "The Ten Commandments", "Old wives for new"), pero por supuesto son importantes para conocer su cine.
Entre las últimas están tres de mis máximas favoritas y no son bíblicas: "The greatest show on Earth", "The story of Dr Wassell", "Reap the wild wind".
DeMille arrastra un sambenito absurdo de directos megalómano y conservador, cuando es uno de los más originales, atrevidos, fascinantes cineastas que ha habido.
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