martes, 29 de julio de 2014

NO FUN

Filmada con un presupuesto de apenas dos mil dólares, en la eterna gran depresión de los puebluchos (de Montana), con la vida yéndose por el retrete de la televisión de madrugada, poca gracia tienen las imágenes de "Last chants for a slow dance", pariente lisiado, solitario y de sangre fría de aquella jocosa "Rancho Deluxe" de Frank Perry, éxito redneck de dos años antes.
Una de las seis únicas obras en que intervino el actor Tom Blair y tercer largo dirigido por Jon Jost - que iniciaba una muy rara trilogía de films con dicho actor, que tuvo su culminación trece y dieciséis años más tarde -, "Last chants..." captura a ritmo de country adormecido toda la podredumbre vagabunda que alimentaba los discos de las bandas de rock más agresivas y autodestructivas de la historia.
Quizá si alguna de ellas sonaran en la banda sonora, el film sería un clásico.  
Con una decena de las escenas más sedadamente violentas que se hayan rodado, Jost manda al infierno a este pedazo de escoria llamado Tom Bates, finalmente un asesino con la mandíbula desencajada tras haber ido matando antes a su orgullo, a su relación matrimonial, a sus obligaciones como padre, a varios bourbon dobles y a la poca virtud del último ligue de motel que aún le rondaban molestamente mientras trataba de "escapar".
 
 
Ni siquiera un estudio de caracteres, menos aún un retrato colectivo de un momento (1977) tan malo como cualquier otro para los parias perdidos en el corazón de América, "Last chants for a slow dance" no rima con estribillos de ninguna clase.
Aquí no hay carisma, ni moral quebrantada, ni destino, ni futuro. Sólo víctimas.
Más cercana en realidad a "Elephant" de Alan Clarke que a "Detour" de Edgar G Ulmer, cualquier corto experimental o film anterior o posterior de Jost tienen más pretensiones que ella, que se beneficia de esa mirada glacial, a gusto en los rincones, que no cuaja con el melodrama ni la comedia, quizá desequilibrada e incomprensible, sin Dios ni tampoco un Diablo con paciencia para soportar sus canciones.   

6 comentarios:

Roberto Amaba dijo...

Qué tal Jesús,

De las que he visto, mi favorita de Jost. Gran película sobre esa América profunda donde la psicopatía es tan amplia como el horizonte. Hagas lo que hagas terminas allí. Y si no te mueves, viene a buscarte.
Hace muy poco vi All the Vermeers in NY, que también es maja.

Un saludo.

Jesús Cortés dijo...

A mí hay algunas que no me gustan nada, las encuentro carpichosas, "arty", con detalles de la nouvelle vague un poco confundiéndola con el punk del cine, como si el desorden fuese un objetivo, no un medio, a veces inevitable. Esta es especial y enlaza además con las obras de otro cineasta americano subterráneo y muy (más) interesante, como es Rob Tregenza.

Roberto Amaba dijo...

Y mejor que sus pelis es su blog. Lo malo es que lo actuliza de tarde en tarde. Recuerdo un gran post sobre Dorsky, con paso por España incluido.

Jesús Cortés dijo...

Muy político para mí.

Luis S. dijo...

Muy brutal esa frase, R. Amaba: "esa América profunda donde la psicopatía es tan amplia como el horizonte".
Quizá, más allá de hechos, mentalidades y comportamientos, importe también la actitud, la mirada del autor. La "Nebraska" de Payne, por ejemplo, podía dar cabida a esa (supuesta) psicopatía de una manera lacónica, a ratos amable, agridulce pero no desesperada.

Conste que no he visto la película que trata J. Cortés en esta entrada, ni sabía nada sobre su autor. Así que quizá mi comentario venga algo errado desde su origen.

Jesús Cortés dijo...

La actitud y la mirada no es que importen, es que son lo fundamental.
Que no haya coartadas psicológicas, ni moralinas, que no se justifique nada por la educación, el pasado o los vicios, aquí es básico para dotar de fuerza a un acto sin sentido, incontrolado e increíble para su propio ejecutor.
Apenas hay ecos en el film, pero tienen fuerza, como ese momento muy breve en que la chica con la que se acuesta adopta por la mañana exactamente la misma posición corporal de él al fondo del encuadre.
El momento más discutible del film para mi gusto es precisamente un merodeo subjetivo de la cámara por mesas y billares la noche antes, donde se pierde de vista por unos instantes lo que se estaba comunicando a través de los personajes y se busca otro ángulo externo.
Detalles como ese, relajaciones como esa, que no tienen nada que ver con los escasos medios, se convierten en llamativos agujeros por "culpa" de la concisión del resto.