sábado, 5 de septiembre de 2020

HISTORIAS EXTRAORDINARIAS

No sé si la mejor o la más importante, pero la más necesaria de entre las películas filmadas por Eric Pauwels me parece "Les films rêvés" de 2009, el pausado y evocador relato sobre sus obras no realizadas, tentativas tal vez que no pasaron de ser un esbozo, deseos alentados de nuevo a volver al presente gracias a la filmación de esta película y, por qué no, futuros films del todo improbables e invenciones al hilo de un onírico leitmotiv. Digo necesaria porque el cineasta belga, siempre mirando desde (y sobre todo hacia) sus mapas, cartas y libros, ha vivido constantemente en esa fina línea que separa no ya un proyecto guardado en el cajón de uno distribuido, sino uno pensado y uno filmado, con lo que es muy consciente de que no siempre fueron ni son los elegidos los que más se necesita dar a conocer, tal vez porque desde el momento en que pueden contemplarse ya serán un poco menos suyos.

Aparte de contener uno de los homenajes más emocionantes hechos nunca a un cineasta, el que dedica justo al principio de su metraje a Jean Rouch, "Les films rêvés" se desdobla poco a poco en varias direcciones familiares y con esto quiero decir que parte de elementos privados, recuerdos, ideas, leyendas interiorizadas, para no perder el hilo de su propósito. El destino que avista no es el medio, como por desgracia suele serlo tantas veces. No aparece Pauwels ensimismado en los útiles de su trabajo, fascinado por el mágico visor de su cámara, patentemente encomendado a la tarea de elegir emulsiones y exposiciones, formatos y grano, como demasiados cineastas adscritos - suscritos si hace falta - a varias derivaciones del cine "casero" bautizadas con nombres mucho menos pedestres. Los conoce, le importan, pero no es ejercitarlos y mucho menos otorgar un valor adicional a la revelación de interioridades de esa parte de su trabajo lo que le mueve. No era así en el corto más antiguo suyo que conozco, "Violin phase" de 1986 y sigue sin serlo en su largo más reciente, "Journal de septembre", de 2019.

Otras veces su cine versa sobre la memoria, pero aquí es el viaje, mental, lo que queda, porque el desplazamiento en sí es circunstancial. Quizá por eso vemos tantos planos de vías de tren y ninguno de una locomotora, quizá de ahí venga también su afecto por viajantes imaginarios como James Bruce, Louis de Rougemont o Savage Landor.
Desde la Patagonia que avistó Magallanes hasta el Tibet, desde el Caribe al Níger del maestro Rouch, desde la Polinesia de Gauguin a una oficialmente inexistente cárcel de Marruecos, vuela la imaginación de Pauwels a media altura de las que solían alcanzar las de dos chilenos, complementarios entre ellos, Patricio Guzmán y Raúl Ruiz, siempre a punto de abandonar la sensatez inquisitiva de lo documentado tan cara al primero para perder de vista cualquier consideración racional como solía el segundo; curiosa hermandad andina.
El límite de lo privado por supuesto también es un asunto a considerar, se lo plantee o no Pauwels, pero no en el sentido de medir la impudicia del impulso. Centrarse en su vida (dedicó films a su hija y su madre), en sus anhelos, filias e íntimos pensamientos, ya que no hablamos de un poeta o un músico (pues se descartaría el debate), adquiere matices especiales, matices condicionados por la verdad de las imágenes, por la capacidad, en buena medida incontrolable, que tienen para transmitir y separase de la fuente. La abstracción del verso o de las notas del pentagrama no precisan, exigen, precisamente lo que se pone en solfa cuando se trata de imágenes, que quede revelado absolutamente el autor. No queda más remedio entonces que ese límite venga marcado por la honesta necesidad de no hablar de lo que uno no sabe, que bien podría ser todo lo que no sea cercano a uno mismo.   
No obstante, no cuenta tanto esa disquisición moral como en el cine de su compatriota Boris Lehman, porque lo que gusta a Pauwels, su clave se podría decir, es imaginar y construir historias a partir de lo que le rodea, con nulo "espíritu global" y fiándose más de la capacidad de un cuento, una frase, una anécdota, que de una noticia o un estudio. No hay protagonismo de medio de comunicación alguno: no vemos teléfonos, casi ni un solo periódico, un único transistor, ni un aparato de TV y solo un cine, pero patentemente desde detrás de las filas de espectadores, confundiéndose Pauwels con ellos, sin arrogarse una posición diferente y para apoyar un divertido alegato a favor de la ficción.
Resulta así este díptico cinematográfico, "Les films rêvés" una oda a la imaginación, a la capacidad para abstraerse de la realidad, por dura o gris que sea, la suya para recopilar todas estas películas imaginadas - y ya nunca más imaginarias - y la de cualquiera presto a escribir, pintar, esculpir, cartografiar o filmar.
Pero también y más importante, a la vista de su prolija estructura y su torrente de ideas, hay una especie de advertencia o un consejo, a quienes con tan bonita idea se dispongan a materializarla: hay que dedicarle tiempo y esfuerzo, no basta con bosquejos ni aproximaciones perezosas, no basta, en lo concerniente al cine, con querer parecer, hay que ser.

2 comentarios:

Rodrigo Dueñas dijo...

Hermosa película. Pauwels detalla las películas que no ha hecho, y a pesar de que como constatamos mucho después sean numerosas, el ritmo no decae. Mientras las cuenta, las estaciones pasan y, de modo menos manifiesto, la vida pasa.
Contada con una respiración pausada, los fogonazos de sorpresa y de belleza son continuos.

Jesús Cortés dijo...

Son recurrentes en Pauwels las distintas épocas del año y de la vida, efectivamente. Si ir más lejos, "Journal de septembre" del año pasado es un diario filmado de ese mes, que no es otoño más que unos días, pero significa la vuelta a mcuhas rutinas que el verano detuvo, del momento vital en que se encuentra él, que aunque cada vez lo parezca menos, es la tercera edad... y ahí sigue sin darse importancia, con los mismos amigos que vemos en otras películas, sin rastro de "escena cultural" y mucho menos cinematográfica a su alrededor.