domingo, 18 de abril de 2021

LA TIERRA DE LA POCA LLUVIA

Si de los medios y condiciones ideales para alumbrar una película rara vez se habla salvo para lamentar no haber dispuesto de ellos, se repetirán una y otra vez las mismas historias. Desbarajustes presupuestarios, lamentos por no haber podido contar con tal o cual actriz o actor, la intervención de un maquiavélico productor con oscuros propósitos, cuando no de Ministerios alertados por difusas amenazas...

Ninguna leyenda acompaña a "Water and power" de Pat O'Neill, una de las más apasionantes composiciones fílmicas, que trata de concentrar un tiempo, unos ciento cincuenta años desde los días de la fiebre del oro hasta 1989 y un lugar, un perímetro no tan extenso, desde las estribaciones occidentales de la Sierra Nevada hasta la costa, un valle inestable tectónicamente, una herida caldeada en la tierra si se contempla a vista de pájaro y que no tendría mayor interés si no hubiese nacido allí una de las más monstruosas ciudades, Los Ángeles. 

Quizá sea más interesante dejar de lado esas ficciones y conspiraciones y pensar en todas las herramientas que son útiles para intensificar y completar, incluso para otorgarle un verdadero sentido a una película y en el caso de "Water and power" yo trataría de imaginar un visor con la capacidad de retrotraerse en el tiempo y también un precipitado, un time lapse, que hubiese permitido traer todas las imágenes y sonidos, un aluvión de ellos, para evocarlos o solaparlos sin esfuerzo. Esas debieron haber sido sus circunstancias.

¿Siglo y pico de qué? No de Historia como (in)discutible suma de descubrimientos, sucesos e hitos culturales, sí de historias y varias nos serán contadas en unos breves y evocadores rótulos, pero no son trascendentes. Anécdotas que quedaron en el olvido - la pantalla estará casi siempre en negro - y que sirven a O'Neill para, entre cualesquiera dos de ellas, superponer siluetas y huellas sonoras notoriamente inmateriales (por acontecer en cobertizos y otros escenarios utilitarios y por invocar otros tiempos), sobre zonas residenciales e industriales, monumentales obras de ingeniería o laberintos de autopistas que nadie echará de menos cuando desaparezcan. Lo viejo sobre lo nuevo y así sucederá también cuando O'Neill utilice viejas bobinas de películas. No solo los travellings eran cuestiones morales.

Y el agua, claro. 

Un encadenado de dos panorámicas, una de las remansadas corrientes que parece que no nunca vayan a querer descender hacia el mar - pero que nos damos cuenta que circulan a una velocidad impropia - y la ciudad de noche iluminada con las luces de coches, ventanas, neones y semáforos capturados también con el mismo frenesí, será uno de los pocos momentos explícitos que aúnan tanto el intercambio como la analogía que preocupan al film. Como el hielo resquebrajado sobre las aguas del mar que parecía filmado en blanco y negro y estaba en color de "Time and tide" de Peter B. Hutton, parece una imagen más y sin embargo es capital.

Cuando lo expuesto a esa alterada velocidad es un cruce de calles con su bullicio aún mas acentuado, en aparente cambio continuo y como contraste una cara marmórea de la montaña recorrida por el sol, dilatándose y contrayéndose, ni intercambio ni analogía parece haber y entonces es cuando cobra protagonismo la música. Pocas películas han contado con más adecuada banda sonora, en pocas ha modelado la música mejor las rimas y diálogos de imágenes y en pocas se ha acompasado rítmicamente mejor a ellas. La banda sonora incluso evita, por efecto de la desincronía (aparece unos segundos más tarde, sobre una escena de habitación con extraño misterio, a lo Jean-Claude Rousseau) la pueril y ramplona metáfora ecologista de naturaleza saqueada por el hombre, desde el primer plano, que es un suicidio anónimo desde un colosal puente también sin nombre, una apertura pre-créditos que empieza "por el final". El jazz de Albert Ayler y Lester Bowie (que es lo que más suena en la película, aunque también violines, coros y percusiones) como no podía ser de otra manera, no comentan ni mucho menos invitan a juzgar lo que hay en cuadro, sea un camión cargando miles de kilos de madera junto al río o la construcción de un nido sobre un pobre desecho que aguanta el envite de la marea y la razón es simple: la música es también una creación artificial y solo debería servir en cine para lo mismo que la iluminación o el montaje, para marcar una cadencia, un tono, un nexo entre fotogramas.

Sobre la legitimidad nada se diría que "Water and power" quiere resolver, asumiendo la intromisión que todo film tiene en el entorno que capta, por muy a cubierto que quiera sentirse su realizador. Valga más esa precaución que todos los intentos de falsear la belleza que ejecutan quienes se creen con ambos derechos, el de saber y el de poder.

10 comentarios:

navegandohaciamoonfleet dijo...

"Water and Power" se llama como un departamento administativo de Los Angeles (aquí lo llamaríamos concejalía de "Medio ambiente"). Un título irónico y de perfil bajo, que se ajusta bien a una película que no contiene proclamas ni discursos, normalmente más agradecidos que el trabajo puramente cinematográfico. Coincido en la fascinación de la película, que es por otra parte muy difícil de comentar, así que el texto se agradece doblemente.

Jesús Cortés dijo...

Pues gracias a tí por comentar.

Anónimo dijo...

Hola Jesús llevo tiempo tras esta película sabes donde se puede conseguir? Muchas gracias

Jesús Cortés dijo...

Dime un mail y te la mando

Anónimo dijo...

Coincido con el primer comentario del mérito de comentar una película de cine experimental. Lo que veo dentro del cine experimental es que hay, por así decirlo, poco crítica y se acepta el canon mayoritario. ¿Qué autores te interesa explorar, Jesús, dentro de este género?

Jesús Cortés dijo...

Para mí todas las películas son iguales a la hora de escribir algo sobre ellas. Cuando son más abstractas o más crípticas, simplemente se vuelve todo más inseguro y no suelo aventurarme porque muchas veces no sé qué opino o cambia radicalmente de un visionado a otro o simplemente no tengo nada que decir y me parece que casi nadie tendría salvo quien la hizo. No me gusta esa etiqueta de experimental o vanguardista, me parece una falacia porque ni son muchas veces experimentos (o lo fueron, pero ya se repiten como en una línea de fabricación de coches) ni están a la cabeza de ningún cine por mucho que se arroguen ese privilegio. Llamémoslo cine no narrativo o de cualquier otra manera que no lo califique de antemano, porque lo adelantado o lo nuevo lo es porque resulta serlo no porque alguien crea estar haciéndolo o se lo plantee. Ahí refugiadas bajo ese paraguas hay de todo como en todas las posibilidades del cine, es decir, mucho malo, un buen buñado bueno de ardua búsqueda demoliendo mil ideas preconcebidas y un mínimo porcentaje excepcional. Me gustan muchas cosas y comprendo mal bastantes, con lo que no soy el más indicado para el típico name-dropping que aún no sé ordenar ni mínimamente pese a que llevo años batiendo el terreno.

Rodrigo Dueñas dijo...

Es curioso cómo esta película hace algo nuevo basándose en efectos (imagen acelerada, planos que van hacia atrás, sobreimpresión de imágenes en un plano) usados sistemáticamente en el llamado cine experimental desde las primeras vanguardias (cuyas obras, por cierto, el joven Buñuel ya abominaba por adocenadas y falsas).
Con estos efectos O’Neill no busca la sorpresa ni el gag (como tampoco, por otro lado, se interesa por la ironía o la crítica). Lo que le atrae, creo, es mostrar el tiempo y su paso y de ahí que recurra a imágenes de amplios paisajes en los que al comprimir el tiempo vuelan las nubes y corren multitudes mientras luces y sombras avanzan lentamente. Gentes cuya vida pasa en un soplo, sin dejar rastro, seres anónimos de los que, obrando en consecuencia, raramente veremos el rostro y nunca su expresión.

José Andrés dijo...

No pregunto de forma retórica, si no porque no me acuerdo: ¿Era citada esta película en "Los Angeles Plays Itself", de Thom Andersen?

Jesús Cortés dijo...

Pues no lo recuerdo, pero lo dudo y estoy seguro de que Andersen la conocía. Otra de O'Neill, "The decay of fiction", tan cercana temporalmente y más inspiradora aún en el sentido de evocar el cine negro, tampoco se citaba, pero es difícil porque aparecían docenas de películas. En "Water and power" podría haber - y de hecho, ¿cuántos no lo hubiesen puesto? - alguna referencia a "Chinatown" de Polanski, donde subyacía el mismo conflicto, pero era demasiado obvio, supongo

José Andrés dijo...

Eso me parecía. Dentro de una película tan larga y tan concienzudamente crítica, le dedica bastante tiempo a "Chinatown", que salva de la quema junto a varios títulos producidos al margen de la industria. Pero no recuerdo que rescatase el de O'Neill.