La penúltima película dirigida por Kenji Mizoguchi, a pesar de situarse cronológicamente en el espectacular rush final de su carrera, no parece contarse entre las más valoradas. Es habitual que cuatro de cinco favoritas sean posteriores a 1950 y a veces parece que para muchos, lo que vino antes sea, extrañamente, “otra cosa”, lo cual explicaría su escasa fama. ¿Qué concepto se tendría del film si culminase diez años antes lo expuesto en las poco recordadas “Miyamoto musashi” y “Meito Bijomaru”?
“Shin heike monogatari” es un Mizoguchi especialmente valioso.
Para mí, desde la primera vez y deben ir unas diez revisiones, es una de las cinco más deslumbrantes y quizá la que mejor me ha transmitido, al transitar un terreno que se asocia más a otros directores nipones (un muy de puntillas “chambara”, es mucho más un film político, sobre la guerra y en una gran porción, un melodrama puro), el extraordinario poder de su cine.
Con Mizoguchi es lógico quedar prendado por la potencia lírica de sus imágenes, no hay nada parecido o yo no lo conozco, a lo que alcanza en los momentos cumbre de sus films y además llega a ellos con una sutilidad (y una distancia que multiplica el efecto. Ozu es en el fondo mucho más cálido) inigualada. Pero es necesario o al menos para mí lo es (y como decía José Luis Guerín acerca de "Lancelot du Lac", un cineasta alcanza otro nivel si es capaz de emocionar prescindiendo de ciertos recursos) verlo desarrollar un film que carece de esos famosos climax emotivos, prolijo y acumulativo, que precisa un do sostenido de puesta en escena, sin trágicas heroínas, con unos resortes diversos a los que articulan algunas de sus obras más entronizadas y para ello nada mejor que esta suprema “Shin heike monogatari”.
“Shin heike monogatari” es un Mizoguchi especialmente valioso.
Para mí, desde la primera vez y deben ir unas diez revisiones, es una de las cinco más deslumbrantes y quizá la que mejor me ha transmitido, al transitar un terreno que se asocia más a otros directores nipones (un muy de puntillas “chambara”, es mucho más un film político, sobre la guerra y en una gran porción, un melodrama puro), el extraordinario poder de su cine.
Con Mizoguchi es lógico quedar prendado por la potencia lírica de sus imágenes, no hay nada parecido o yo no lo conozco, a lo que alcanza en los momentos cumbre de sus films y además llega a ellos con una sutilidad (y una distancia que multiplica el efecto. Ozu es en el fondo mucho más cálido) inigualada. Pero es necesario o al menos para mí lo es (y como decía José Luis Guerín acerca de "Lancelot du Lac", un cineasta alcanza otro nivel si es capaz de emocionar prescindiendo de ciertos recursos) verlo desarrollar un film que carece de esos famosos climax emotivos, prolijo y acumulativo, que precisa un do sostenido de puesta en escena, sin trágicas heroínas, con unos resortes diversos a los que articulan algunas de sus obras más entronizadas y para ello nada mejor que esta suprema “Shin heike monogatari”.
La película no es un laberinto de intrigas políticas, ni una sucesión de batallas (sin ser un monumento a la inacción, está cargada de tensión), ni funciona con claves crípticas y soterradas (no se diluye en ritos y ceremonias) que se dan por entendidas (porque costaría trabajo explicarlas) ni contiene una serie de asideros a los que es necesario aferrarse para llegar al final. El despliegue, como en “Exodus”, es total, y lo es desde el plano de apertura, que plantea el conflicto antes de que la cámara baje completamente de la grúa con la que le gustaba iniciar sus films y toque el suelo.
El héroe del film, Kiyomori, será el único personaje capaz de atreverse a desafiar el férreo sistema que enfrenta a nobles y monjes - que mantiene a ambos en el poder - pero su hazaña es la lógica consecuencia de su búsqueda de la verdad acerca de su familia. La rebelión llega porque ya no se puede respirar más, como decían en “Le Pont des Arts”. Siendo un samurai (en última instancia, el brazo ejecutor del método de sostenimiento del sistema, al recaudar los impuestos) su destino debía estar sellado.
La dosificación de la película es ejemplar. Con rimas visuales y cromáticas constantes (y no consagrando su efecto al deleite estético: cuando retorna Kiyomori con su padre de la guerra, hastiados pero habiendo cumplido su cometido, la cámara los espera fuera de su casa, suspendida entre los árboles y los acompaña dentro salvando la tapia; cuando su madre, despechada, los abandona, desde la misma posición, la cámara permanece impasible) la información proporcionada en cada momento retroalimenta la puesta en escena, añade gradualmente (en dos fulgurantes flashbacks, los más misteriosos que conozco) nuevos elementos que se integran en la narración “en tiempo real”, como si el presente esperase al pasado para ser más justo y termina culminando en un espectacular, qué poco se prodigaba y qué majestuosidad cuando aparecen, primer plano de Kiyomori disparando dos flechas que cambiarán la historia.
El héroe del film, Kiyomori, será el único personaje capaz de atreverse a desafiar el férreo sistema que enfrenta a nobles y monjes - que mantiene a ambos en el poder - pero su hazaña es la lógica consecuencia de su búsqueda de la verdad acerca de su familia. La rebelión llega porque ya no se puede respirar más, como decían en “Le Pont des Arts”. Siendo un samurai (en última instancia, el brazo ejecutor del método de sostenimiento del sistema, al recaudar los impuestos) su destino debía estar sellado.
La dosificación de la película es ejemplar. Con rimas visuales y cromáticas constantes (y no consagrando su efecto al deleite estético: cuando retorna Kiyomori con su padre de la guerra, hastiados pero habiendo cumplido su cometido, la cámara los espera fuera de su casa, suspendida entre los árboles y los acompaña dentro salvando la tapia; cuando su madre, despechada, los abandona, desde la misma posición, la cámara permanece impasible) la información proporcionada en cada momento retroalimenta la puesta en escena, añade gradualmente (en dos fulgurantes flashbacks, los más misteriosos que conozco) nuevos elementos que se integran en la narración “en tiempo real”, como si el presente esperase al pasado para ser más justo y termina culminando en un espectacular, qué poco se prodigaba y qué majestuosidad cuando aparecen, primer plano de Kiyomori disparando dos flechas que cambiarán la historia.
“Shin heike monogatari” es su film más hermoso visualmente junto a “Yuki fujin ezu” en mi opinión y quizá el que mejor consigue aunar, que es tanto como decir que es uno de los que mejor consigue plasmar en toda la historia del cine, las “verdaderas” posibilidades expresivas de este arte. Frente a la cómoda difuminación y el juego de sombras que encubren la duda de cómo expresar certeramente, la más absoluta claridad espacial y la iluminación más intensa porque se trata de ver lo mejor posible. Frente al aprovechamiento de esquemas de género que sirven de contexto pero que limitan el alcance de muchos films, la audacia de contar a través del periplo sentimental del protagonista cómo se gesta la revolución. Frente a la evolución preciosista y acechada por al manierismo de muchos maestros del blanco y negro (y en ese terreno pocos lo han igualado), la variación, (bellísima, hay que observar con detenimiento las escenas en que la joven Tokiko tinta las sedas y cómo se disponen las entradas y salidas de personajes en torno a los colores de los paños secándose al sol), de tono y ritmo para aprovechar todas las posibilidades de la paleta cromática.
La actualidad del cine de Kenji Mizoguchi es paradójica. Pasan los años y su nombre permanece perennemente en el Olimpo del cine desde que su obra fue súbitamente descubierta para Occidente en un lejano festival de Venecia de 1952. A estas alturas permanecen invisibles o difíciles de ver todavía alguno de sus films de los 30 y 40 y han ganado terreno en el aprecio colectivo Naruse, Yamanaka o Shimizu conforme su obra ha sido difundida. Sin embargo cada vez que se revisa alguna de sus grandes obras o se descubre un nuevo film (para mí, el último, “Gubijinsô” del 35) da la sensación de que su cine es algo más, que no ha habido nadie que haya llegado tan lejos y tantas veces, que aún no lo conocemos en profundidad o que quizá como la Dama de Gion de este film, nunca lleguemos realmente a saber toda la verdad acerca de su figura.
La actualidad del cine de Kenji Mizoguchi es paradójica. Pasan los años y su nombre permanece perennemente en el Olimpo del cine desde que su obra fue súbitamente descubierta para Occidente en un lejano festival de Venecia de 1952. A estas alturas permanecen invisibles o difíciles de ver todavía alguno de sus films de los 30 y 40 y han ganado terreno en el aprecio colectivo Naruse, Yamanaka o Shimizu conforme su obra ha sido difundida. Sin embargo cada vez que se revisa alguna de sus grandes obras o se descubre un nuevo film (para mí, el último, “Gubijinsô” del 35) da la sensación de que su cine es algo más, que no ha habido nadie que haya llegado tan lejos y tantas veces, que aún no lo conocemos en profundidad o que quizá como la Dama de Gion de este film, nunca lleguemos realmente a saber toda la verdad acerca de su figura.
6 comentarios:
"Shin Heike Monogatari" es, desde luego, uno de los 3 ó 4 mejores Mizoguchi - y cuidado que es difícil elegir, a mí cada vez me entusiasman más las de 1951 y las de 1946-50, que superan a varias de las más famosas y célebres -, y por tanto tan buena como la mejor de la historia del cine. "Akasen Chitai" sigue siendo quizá la que más me conmueve, quizá porque carece de atractivos estéticos, exóticos o de época. "Shin Heike" es, quizá con "Advise & Consent" y "Cleopatra", la mejor película que he visto sobre la vida y la política. Es una de las más grandiosas películas en color que se han hecho. Y es bien curioso que los vientos no soplen a favor de Mizoguchi, hoy quizá el más olvidado (o menos valorado) de los grandes japoneses conocidos. Yo, la verdad, admirando igualmente (aunque no por igual) a Naruse, Ozu, Tanaka, Shimizu, Kurosawa y Yamanaka, sigo pensando que todavía el más grande es Mizoguchi, sin duda uno de los 3, 4ó 5 que son "el mejor cineasta". En ese grupo están para mí Ford, Renoir, Murnau, Mizoguchi, Hitchcock, Lang. Naruse, Ozu y Tanaka, que serían los japoneses siguientes, no. Entre los 15 ó 20quizá. Hay todavía diferencias. Y para colmo es único. Nadie combinó como él claridad y misterio, horror y belleza, suavidad y dureza, el tiempo y el espacio y el ritmo para moverse dentro de ellos.
Miguel Marías
Yo si tuviera que elegir 5, junto a "Shin heike monogatari" y "Yuki fujin ezu", citaría a "Chikamatsu monagatari", "Akasen chitai" y por resaltar una de mis debilidades menos reconocidas, la impresionante "Yoru no onnatachi" del 48, que situaría al nivel de "Europa 51".
Sí. Mizoguchi es algo más. Yo creo que algo más que Murnau incluso, del que no podemos saber qué pudo hacer con el sonoro y en color y tanto como Renoir o Ford. Conozco ya 32 Naruse y quizá no haya cineasta de mayor nivel continuado, quizá Borzage, pero en pocos momentos me ha emocionado tanto como Mizoguchi y al mismo tiempo haya sentido detrás esa presencia rectora que al mismo tiempo estaba pisando un terreno inexplorado; no sé es como si Naruse siempre supiera por dónde pisa y Mizoguchi se inventa su propio camino conforme lo transita.
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Yo difiero un poco de los directores citados bueno todos tenemos nuestros favoritos así que es ilógico que alguna vez nos pongamos de acuerdo. Gustándome mucho Mizoguchi yo prefiero a Nicholas Ray, Frank Borzage, John Cassavetes (estos 3 vendrían a ser mis favoritos), Alfred Hitchcock, John Ford, Jacques Tourneur, Mikio Naruse (mi japonés favorito), Carl Dreyer, Fritz Lang, Max Ophüls, etc... y en el pelotón de 30 directores favoritos yo incluiría a Carpenter, De Palma y Cronenberg.
Hola, ¿si tuvieras que elegir las diez imprescindibles por orden de Mizoguchi con cuales te quedarías? Gracias, estoy interesado en el director y me gustaría ver películas suyas más allá del canon.
A día de hoy serian:
1 Shin heike monogatari
2 Yuki fujin ezu
3 Akasen chitai
4 Oyu-sama
5 Waga koi wa moeru
6 Chikamatsu monogatari
7 Yokihi
8 Zangiku monogatari
9 Yoru no onnatachi
10 Musashino fujin
Y dejo fuera con toda la injusticia del mundo películas que serían las mejores de largo de casi todos los demás cineastas, japoneses o no, como "Ugetsu monogatari", "Uwasa no onna", "Sansho dayû", "Utamaro o megoru gonin no onna", "Josei no shôri", "Saikaku ichidai onna", "Joyû Sumako no koi", "Naniwa eregi", "Gion bayashi", "Maria no O-Yuki"...
Tiene algunos iguales, peor no hay cineasta mayor.
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