viernes, 11 de marzo de 2011

LA GRAN VIDA

La desigual acogida dispensada a una de sus obras máximas, "Monsieur Verdoux”, con la que Charles Chaplin volvía el año 1947,  propició más que nunca hasta ese momento que dejase de ser un personaje universalmente querido.
Siete años después de su primer film completamente sonoro, era de suponer que no iban a dejarle de cobrar las muchas "cuentas pendientes" que acumulaba ni un minuto más.
Precisamente por haberse atrevido a desafiar al cine sonoro más allá del 30 o 31 - sin pertenecer su producción a cinematografías remotas - abanderando casi en solitario la vigencia de un arte que fue cercenado en su punto más álgido de creatividad, el exceso de popularidad y poder del que siempre disfrutó, sus sonados escándalos personales... muchos lo estaban esperando con la bayoneta calada y no imaginaban siquiera que el maestro les serviría lo que quedaba del menú sin pararse a pensar en cómo encajar en los nuevos tiempos y menos aún en recuperar el favor de antaño.
Aquel muy razonable asesino en serie era su primer papel abiertamente negativo, ruín, pero la empatía que él, muy cortésmente, demandaba no se diferenciaba gran cosa de la que venía desplegando desde los días de la Keystone. ¿qué otra cosa podía haber hecho aquel persoanje sino exactamente que lo que hizo? desesperadamente trataba de hacer ver.
El raro trasvase del drama y los dilemas que danzaban siempre en torno a su pequeña figura, a su personaje, siempre tan jovial por muy negro que fuese el panorama presente o futuro, de tan poco esperado, pareció ilógico.
Me pregunto qué hubiera pasado si Chaplin hubiese construído de alguna manera su propio precedente haciendo por ejemplo el papel de Adolphe Menjou en "A woman of Paris" o cómo habría sido recibido el film si hubiese sido presentado en el tono abiertamente "proselitista" en el que Sacha Guitry estaba a punto de hacer sonar su genial "La poison".
En todo caso, tras la guerra, quizá el público habría aceptado a un Chaplin olvidado y sin grandes metas ya por conquistar, como el Buster Keaton que aparecía brevemente en “Sunset Boulevard” o sobre todo el que aplaudieron y se emocionaron al verlo en su propia “Limelight” del 52 (postrero escenario de una rivalidad tipo Beatles-Stones, que nunca existió), un viejo cómico pasado de moda que aún se recordaba con cariño pero que era una reliquia de otra era. Mala cosa es cuando muchos te aplauden por seguir vivo.
La presencia de otro gigante de su tiempo, Erich von Stroheim, en precisamente "Sunset Boulevard" pienso que tampoco hubiese sido una apertura de posibilidades a considerar por Chaplin; no por vanidad ni por estatus ni por cuenta bancaria saneada, más bien por pura disociación de su bien ganada independencia con cualquier clase de encasillamiento.
A King in New York” era todavía más audaz que “Limelight”, que juega un poco a cubierto, parapetada en la expectativa del renacimiento de sus cenizas del viejo Calvero - no en vano coronada por su "auto-elegíaco", liberador, final - el peligroso juego de presentar a su protagonista como has been, con todos los riesgos de asunción de su condición que ello significó, pues estampa en la cara de los espectadores sin miramientos de ninguna clase ni redención voluntaria imaginable a una clase de canalla aún más pernicioso que cualquier discreto y servicial Barba Azul.
No hay más que abrir un periódico para comprobar la (triste) modernidad de este monarca depuesto casi wellesiano - y hay que recordar que contemporáneo de la Europa cartesiana que postulaba el Profesor Alexis de “Le déjeuner sur l´herbe” de Renoir como solución ilusamente integradora - que huye despavorido del viejo continente y su Comunidad Europea en ciernes, al mismo tiempo que los Estados Unidos se enredaban en la oscura espiral del anticomunismo sin pensarlo dos veces, con el dinero que quedaba por robar en su país, que gusta - y precisa: no conoce otra forma de vida - del lujo, abiertamente desagradecido de su tierra (y de la quiera acogerlo, de la que se aprovechará a la menor oportunidad) y que no desdeña anunciar un horrible whisky en televisión para seguir viviendo en el Ritz.
El Chaplin joven, que tan poco diestro era para adaptarse a cualquier circunstancia por sencilla que fuese, para el que podía ser un galimatías cualquier acto mundano, siempre presa de malentendidos, deviene lógicamente en Verdoux, Calvero, el Rey Shahdov y finalmente en esa constelación romántica y rejuvenecida de sus perfiles con la que clausura su carrera en la monumental "A Countess from Hong Kong", a los que ya nada puede importar, que se ríen - entre dientes o a carcajadas - de su suerte y no tienen problema alguno en admitir buñuelianamente que todo el camino andado puede haber sido para nada... pero que al menos (como Tati en "Parade") quieren asegurarse de que perdure algo tan inasible como lo que el público haya sido capaz de entender que era su participación en el espectáculo. El placer, el recuerdo, los aplausos, la pasión compartida. 
A casi todos nos ha podido la tentación de comprobar cómo serían los gags del Chaplin sonoro si hubiesen sido rodados en la era silente.
Quitar el sonido a la televisión y, quién sepa, improvisar un acompañamiento con piano, revelan un dato demoledor: son tan buenos como aquellos. Incluso más rápidos y originales.
La deformación de haber conocido el cine mudo con la velocidad de fotogramas por segundo truncada ha otorgado un encanto adicional a muchas escenas.
Creo sin embargo que una gran parte de los mejores momentos de toda su carrera, para desgracia de sus detractores (y de los defensores del "marco" silente como algo estanco, que flaco favor le han hecho) están en las películas rodadas a partir de “City lights”, porque son los que menos deben a la gestualidad - suya y del resto del casting - y más a la puesta en escena, que siempre fue tan importante como al servicio del movimiento.
"A King in New York", contemporánea y al mismo tiempo tan suspendida en la nada como "Rally 'round the flag, boys!" de McCarey, con la que comparte un raro tono visionario-burlón más realista de lo que podíamos haber imaginado, más tashliniana que el propio Tashlin, es uno de los mejores retratos que un foráneo hizo de los Estados Unidos de la era Eisenhower y la penúltima parada en el camino antes de abrir las puertas de su particular Petit Théâtre en alta mar, con escala en Honolulu.

18 comentarios:

Roberto Amaba dijo...

Hola, qué tal Jesús,

"A king in NY" siempre ha sido mi película favorita de Chaplin, aunque a veces se lo ha discutido The Circus. Sonora o muda, igual da, porque supongo que hoy ya nadie subestima las películas sonoras, sería tan necio como afirmar que las silentes eran malas o que no tuvieron importancia histórica.

Un saludo.

Jesús Cortés dijo...

Mis cinco favoritas, por encima incluso de "A king...", son "City lights", "A Countess from Hong Kong", "The kid", "Modern times" y "Limelight", aunque se me queden fuera también otras que adoro como "Verdoux", "The great dictator", "The circus" (muy bonito homenaje por cierto de Jerôme Bonnell hacia ella en "Le chignon d'Olga") y demás.
Sin mencionar los cortos, claro. Los mejores para mí son "The adventurer", "The idle class", "The vagabond", "The inmigrant" y "The pilgrim".

Anónimo dijo...

Hola, Jesús.
Lo primero que hago es felicitarme de tu vuelta. Echaba de menos tus artículos.

Aunque todas las películas que hizo Chaplin me parecen geniales (las mudas y las sonoras, las que cuentan con Charlot y las que no, las que él protagonizó y las otras dos) precisamente "A King in New York" es la que pondría por detrás del resto.
Ayer, tras leer tu artículo, la volví a ver y... mis reservas han desaparecido. Sí, es extraordinaria. Con Chaplin constato que cuanto más veo sus películas, más perfectas me parecen. Películas que recuerdo que cuando contemplé por primera vez (sobre todo las últimas) me parecieron irregulares y, aunque muy buenas, no del todo conseguidas; quizás esperaba que fueran tan divertidas como las de Charlot cuando, precisamente, las últimas persiguen cada una un tono y un propósito distintos, lejos en cualquier caso de las que hizo interpretando a Charlot.
"A King in New York" es sobria, desencantada, emocionante, con esa emoción contenida, disimulada, tan propia de Chaplin; emoción que vemos en la escena con la reina, una separación civilizada de una pareja casada por conveniencia en la que ambos se resisten a descubrir, quizás a descubrirse, que se quieren.
Y luego está la parte final, donde reaparece Rupert, un niño redicho; allí asistimos con pesar e indignación a su anulación. Con el mismo pesar reacciona Shahdov, un personaje que no creo en absoluto que sea un canalla (aunque sí se le pueda tachar, con matizaciones, de irresponsable, egoísta o vividor, tal y como suelen serlo los protagonistas de Chaplin incluyendo a Charlot, para asombro de los que tienen una imagen seráfica del personaje). El Shahdov de la conclusión, desencantada y abrupta, en cualquier caso es muy distinto del frívolo e interesado del comienzo.
Sí, sin reservas, es una más de sus grandes obras.
Rodrigo Dueñas

Jesús Cortés dijo...

Bueno, tampoco he estado tanto tiempo sin escribir, un par de semanas, aunque mi cabeza sí que estaba y está en otra parte. Gracias por decirlo, de todas formas.
Ese matiz de canalla o simplemente vividor que apuntas lo tuve en cuenta pero creo que cuando perjudicas a tanta gente para poder vivir a tu gusto, eres peor que un egoísta, por muy encantador que puedas ser para los demás.
Es "A King in NY" , más de lo que pueda parecer, uno más de los autorretratos de Chaplin, casi inexistentes en el mudo y que cuando proliferaron en el sonoro tan parciales e insatisfactorios resultan al contemplarlos aisladamente. Otros han hablado en tercera persona de ellos mismos mil veces más impúdicamente que Chaplin sobre él mismo habiendo estado permanentemente delante de la cámara. Otro sería Jerry Lewis y también sólo en la parte final de su carrera.

Anónimo dijo...

Creo que una de las razones por la que "A King in New York" fue poco apreciada es porque era tan poco naturalista como "Ensayo de un Crimen" de Buñuel, "Le Testament du Docteir Cordelier" de Renoir y "Die 1000 Augen des Dr. Mabuse" de Lang. Y otra que el siempre tildado de "sentimental" Chaplin (en general, entendiéndolo muy mal)
se mostraba - ya desde "Monsieur Verdoux" - abiertamente cruel y acerbamente crítico. Y un "Charlot" desengañado molestaba aún entonces tanto como el viejo Chaplin a pesar de todo romántico de "A Countess from Hong Kong", que
sigue siendo, aún, la más vilipendiada, difamada y desconocida de sus obras maestras.
Miguel Marías

Anónimo dijo...

Si por canalla entendemos (como define la R.A.E.) "persona despreciable y de malos procederes", me parece una definición excesivamente peyorativa del protagonista de la película. Es un personaje complejo que tiene también, y bastantes, valores positivos: lucidez, educación, sentido del humor, espíritu inasequible al desaliento... Por cierto, aquéllos que quieren acercarse a él lo hacen por su estatus real y no por considerarle encantador (aunque sí lo consideran así los que verdaderamente le conocen: el mayordomo, la reina, Rupert,la presentadora de televisión al final).
Aunque quizás quieras decir que es un canalla porque, por definición, un dictador lo es. Pero al personaje lo conocemos justo cuando acaba de perder el poder. A Chaplin (y a mí, y por lo que he leído tuyo a ti también, Jesús) le interesa como protagonista un personaje con más luces que sombras y no un ser despreciable.
Rodrigo Dueñas

Jesús Cortés dijo...

Sí, yo me refería a eso que dices de los dictadores. Yo tampoco imagino a un personaje no ya negativo sino meramente maniqueo interesando a Chaplin ni a ningún gran director de cine.
Lo que decía Miguel del sentimentalismo (que hasta se esgrimió en Keaton como "antídoto" y que curiosamente titula un pequeño libro por donde andaban Jos Oliver y Guarner que editó Anagrama: "BK contra la infección sentimental") ha hecho bastante daño a su reputación como cineasta y sigue manchando toda su obra sonora, que ya no se admite que pueda seguir siendo lo que siempre fue, un poco lo que le ocurrió a Borzage con el romanticismo.

Anónimo dijo...

Lo de "la infección sentimental" supongo que proviene de Buñuel, que reaccionaba a lo que fue la tónica general del cine desde su nacimiento (y que perduraría hasta los 40). Buñuel (y algunos más, no muchos, que rechazaban la tendencia general del cine de la época) abominaba de lo que llamaba sentimentalismo (yo lo definiría como "expresión de sentimientos y emociones"), lo que le llevaba a ensalzar a Keaton y rechazar a Chaplin.
Esta actitud (minoritaria en la época y perfectamente válida mientras fuese complementaria y no excluyente) es la que domina hoy el cine casi con exclusividad. Las películas, desde hace bastante, son frías, distanciadas, descreídas. A ver quién se atreve a hacer una película con seres bondadosos y de sentimientos nobles cuyas dificultades se nos haga compartir de verdad (no mirándolas con suficiencia o incluso con sarcasmo).
Buñuel, Keaton, Hawks, Wilder son grandes, pero aún más grandes son tantos otros directores (que no hace falta que cite) que no rehuían la expresión del sentimiento. Por eso, y por otras razones, prefiero de lejos el cine clásico al actual.
Rodrigo Dueñas

Anónimo dijo...

Sí, Rodrigo, no creo que fuese una ocurrencia original de Buñuel, sino parte de la actitud provocadora de los surrealistas, que les hizo decir - junto a cosas geniales - muchas tonterías (si algún Buñuel es una "llamada al asesinato", sería altamente fallida), por otra parte absurda: ¿no es emocionante en su sobriedad, y hasta sentimental, Keaton en "The Cameraman", "The General", "The Navigator", y en "Limelight" también). Es cierto que hoy no se lleva (ni se tolera) el menor sentimiento noble, decente, generoso o afectuoso. De ahí ciertas fobias (y el descanso que a otros nos producen sus películas) a gente como Clint Eastwood o James Gray o Ben Affleck, el poco éxito de Paul Newman como director y algunas otras desgracias del cine americano reciente, que parece hecho por émulos de Kubrick y Tarantino, y en el que los personajes o son auténticos canallas (sin gracia) o memos o robots.
Miguel Marías

Mario Vitale dijo...

Me parece que gran parte del malentendido popular y, ay, crítico sobre el cine que aborda los sentimientos reside en no pensar que, como todo lo que ha de representarse, DEBE CONSTRUIRSE. Muchos dan por sentado que el cine de sentimientos consiste en desbocarlos alegre y obscenamente sin ningún tipo de reflexión, como si Ford, Sjöström (no me olvido, Jesús, que el año que viene, creo, es el centenario de una de mis diez películas favoritas de todo el cine: "Ingeborg Holm"), Borzage, King, Chaplin, Nicholas Ray ("melosita", me dijo alguien una vez en la filmoteca después de ver "They live by nigt"...), McCarey o Mizoguchi no fueran más que unos llorones que no modulan, afinan, expresan y RESPETAN tanto las historias y sus personajes como al espectador sensible que las ve. Tengo siempre muy presente la gran frase de Unamuno "siente el pensamiento, piensa el sentimiento" a la hora de abordar a todos los que de manera inteligente y sensible se atreven con el delicado y difícil territorio de los sentimientos.

Mi Chaplin favorito, aunque sé que no es el mejor -honor que corresponde para mí a "City Lights", una de las películas que de manera más profunda y conmovedora ha plasmado la idealización del amor, estando al lado de "Vertigo" y "Gertrud"- es "The Kid", que en el caso improbable e infantil de tener que elegir una sola de la historia del cine, escogería sin duda. Creo que en esos 6 rollos está todo. Y cada vez que la veo, y ya son más de 20, me maravillo de la cantidad de gags y hallazgos de puesta en escena que pueden arropar a tantos SENTIMIENTOS.

Jesús Cortés dijo...

Eso es, Mario. Y puede tratarse de un estado de ánimo instantáneo, que se sostenga en un plano (el destrozado Léaud que ya no cree en nada, instantáneamente recobra la ilusión al ver a aquella chica de perfil en el balcón de "Rue Fontaine" de Garrel), toda una escena (la apertura de "How green was my valley!") y hasta un film de principio a fin (unos cuantos McCarey, Rossellini o Naruse), pero que nunca es una cómoda y evidente limosna pedida al espectador, en el mejor de los casos apelando a lo que le quede de humanidad - la mayoría a su cursilería -, porque si no no habría diferencias entre "True love Susie", una novela colombiana y "La vita e bella".

Anónimo dijo...

Muy bien expresado, Mario. En el cine clásico los autores se acercan a sus personajes con cariño y respeto y a continuación, con mucha inteligencia y tacto, elaboran las situaciones dramáticas. En el cine actual los directores digamos que enumeran dichas situaciones, pero no las expresan. Y para más inri adoptan una actitud distante y por encima de lo que cuentan.
En el cine clásico no todos eran Griffith ni Ford, ciertamente, pero muy raro era el caso de quien adoptaba esa actitud desapegada.
Y cambiando de tema, hay algo que no comprendo, Mario, y es que diferencies entre tu película favorita y la mejor. Para mí, mi película favorita lo es porque para mí es la mejor. Y la considero la mejor por razones que o bien yo he determinado o bien he oído a otro u otros y que, al aceptarlas, asumo como mías. ¿No te parece?
Rodrigo Dueñas

Mario Vitale dijo...

Rogrigo, sé que es subjetivo, incoherente y, en el fondo, emocional. De hecho ahora escribo delante de una enorme reproducción del cartel original de "The Kid" (al lado está "A Time to Love, A Time to Die", que tampoco es mala compañía). Es difícil de explicar. "City Lights" estaría la segunda de mis favoritas, aún sabiendo que está a un par de metros de más en la cúspide chapliniana. ¡Ah! pero no tiene el secuestro/rescate del niño, ni la noche en el miserable hospicio, ni el desayuno con tortitas, ni la secuencia "celestial", ni... Por otra parte, creo que ambas comparten el ser películas de encrucijadas y cerrar etapas. "The Kid" atreviéndose a compartir su canto de cisne al cine cómico con la tragicomedia. Algo así como combinar "Easy Stret", "Sunnyside" y "The Inmigrant", osea, observación, fantasía y sentimiento. "City Lights" es otra cosa. Es más profunda y compleja. No te digo que, si sigo por aquí, dentro de dos décadas se altere el orden... Pero esto me pasa con muchos otros directores amados: sé que "Faces" es superior, pero mi favorita es la habitualmente ignorada "Minnie and Moskowitz" (ni una sola sílaba para el estúpido título español). Repaso mucho los últimos y sublimes 3/4 de hora de "Faces", pero "Minnie" la veo siempre entera a placer.

Anónimo dijo...

Ah, Rodrigo, yo entiendo muy bien la distinción que hace Mario entre favorito personal y mejor; me pasa a menudo que sé, o reconozco, o pienso que tal película es la mejor de un director y mi preferida (por razones ciertamente subjetivas, quizá "sentimentales") es otra, que me gusta o me emociona o me afecta o me importa más, aunque no sea la más perfecta, o la más madura, o la más completa, o la más depurada estilísticamente. En algunos cineastas ambas cosas coinciden, en otros nunca. Y para mí sería un poco vanidoso pensar que la que yo prefiera ES la mejor; como mucho, será la mejor PARA MÍ, y no necesariamente para nadie más. También cabe dudar acerca de cuál pueda ser la mejor, y estar plenamente seguro de cuál es la que uno prefiere, que puede no ser, además, ni la más típica ni la más representativa de ese director. No sé si "A Time To Love and A Time To Die" es la mejor de Sirk, pero tengo claro desde hace unos 47 años que es la que prefiero, lo mismo que no me parece Quine uno de los grandes cineastas de la Historia pero "Strangers When We Meet" será siempre una de mis películas preferidas.
Miguel Marías

Anónimo dijo...

Voy a intentar, Mario y Miguel, explicarme... aunque la expresión verbal, como podéis comprobar, no es mi fuerte.
Mario, creo que distingues entre películas favoritas (las que más te agradan, las que más te emocionan) y las que estimas que son las mejores películas (más profundas, más perfectas, más complejas). Yo no consigo establecer la diferencia: para mí, mi película favorita de un director, sumando perfección, complejidad y emoción, es aquella que me satisface más (me emociona, me maravilla, me descubre nuevos aspectos, me hace pensar más). Por supuesto, cuando hablas de "la mejor" entiendo que es la "mejor para ti". Porque si no ¿de qué hablamos cuando dices que "City Lights" es la mejor película de Chaplin? ¿De lo que opina la mayoría? ¿Qué mayoría? ¿El público? En ese caso sería "The Great Dictator" que creo que fue su mayor éxito comercial. ¿O la mejor película es la que consideran los especialistas? En ese caso, en las listas, la que casi siempre ha estado la primera es "The Golden Rush". ¿Qué pasa entonces con "A Countess from Hong-Kong" o con "A Woman of Paris"? ¿No se podrán considerar las mejores hasta que -cosa improbable, a no ser que sea a muy largo plazo- cambien los gustos y los criterios?
Rodrigo Dueñas

Mario Vitale dijo...

"La objetividad es subjetiva", decía Woody Allen hace muchos años en "Love and Death", pero creo que por ahí podrían ir los tiros. Con todos los medios técnicos a nuestro alcance es casi seguro que es necesario revisar la historia oficial del cine e incluso nuestra propia historia oficial. De repente aparecen genios como Shimizu y Naruse en Japón, en Rusia acabamos de quitarle los pañales a un titán como Yevgenii Bauer, y en Francia qué decir... Godard sigue ensayando para todo el que quiera escucharle y además Denis, Grandieux o Desplechin nos obligan a replantearnos muchas cosas. Pero todo es subjetivo, y ya lo decía Dana Andrews en esa maravilla que es "Canyon Passage" de Tourneur: "Yo tengo mis dioses. ¿Cuáles son los tuyos?" Y todo esto para decir que es obvio que Chaplin está entre mis dioses, y que hay obras suyas que me parecen muy arriesgadas, novedosas, profundas o cercanas, creo, a los propios planteamientos de su creador, que las rodó o las fue rodando así, como pueden ser las geniales "City Lights" o "Monsieur Verdoux", pero hay otro acercamiento a sus películas que antepone la emoción, o la identificación, o la sublimación, a los demás factores enumerados más arriba. En mi relación con Chaplin es "The Kid", que racionalmente estoy convencido no ser tan redonda como "City Lights", pero que me emociona más. Y la emoción es francamente difícil de explicar de manera racional. Trato estos días de escribir un artículo sobre Nicholas Ray, otro de mis dioses y otro que lleva la E de emoción con mayúscula, y veo que es complicado, muy complicado si uno quiere expresar algo que no sea lo trillado o, a nivel español, lo ya muy bien expresado por Erice, Guarner o Marías. Y eso que en el caso de Ray para mí hay coincidencia total. Mi película favorita y la que considero mejor de él, coinciden: "They live by night".

Y todo esto, en el fondo, no tiene que ser incompatible con tu propio planteamiento, Rodrigo. Si eres capaz de aunar siempre inteligencia y emoción (ya sabes, con la parte emotiva -que es mucha- que tiene la inteligencia, y el poso reflexivo que puede tener la emoción) está muy bien. Es sólo que en mí caso no siempre funciona así.

Anónimo dijo...

Mario, voy a señalar mi escena favorita de "The Kid", una película en la que las escenas magistrales se suceden sin interrupción.
Es aquélla en la que la madre, una vez que ha rehecho su vida, visita los arrabales prestando ayuda. Una mujer le deja tomar a su bebé y ella se sienta en un portal abrazándolo y acunándolo. La felicidad de su rostro de pronto se congela y, desolada, se queda mirando al frente, sin ver. Está a un lado del plano, plano que ocupa en su mayor parte un vacío: la parte inferior de la puerta del edificio.
Y entonces se abre la puerta, aparece el chico, se acurruca en el umbral y la mira, la mira abrazando al bebé. Ella se vuelve a él, se sonríen y luego le da un juguete.
Después, se levanta, devuelve el bebé a su madre, se despide de ella y despacio, en plano general, se va. Al fondo, diminuto en el umbral, sigue el chico, que hace con la mano un inadvertido gesto de despedida.
Hay un eco en la penúltima secuencia: el vagabundo ha perdido definitivamente al niño y, tras buscarlo toda la noche, vuelve a su casa. Agotado, se sienta en ese mismo umbral y empieza a soñar un sueño en el que su mundo, su barrio es ahora un lugar paradisíaco. Se abre la ahora bonita y engalanada puerta y aparece el niño que, al verlo, le hace cosquillas con una pluma y Charlot se despierta en el sueño y se abrazan.

También quiero citar otra escena, bastante breve y totalmente distinta: aquélla en donde vemos por única vez al padre del chico. Está a la misma altura de "A Woman of Paris".
Rodrigo Dueñas

Mario Vitale dijo...

Sí, Rodrigo, esas que señalas son geniales. Y esta bien vista la conexión con "A Woman of Paris". Quizás mi favorita, de entre la media docena de secuencias maravillosas que tiene "The Kid", sea la visita de los "Servicios Sociales" a Charlot, el secuestro, fuga y rescate del niño. Es de tal gracia, intensidad y emoción que no veo muchas que la igualen llegando como ella a la cumbre de la comicidad, el drama, la coreografía, la escenografía, el dinamismo... Y, salvando algunas salvajadas del primer Charlot, nunca he visto a Charlot tan rabioso y decidido como el que, en un tejado y con una sola mano, propina un puñetazo al policía que le persigue que puede impedirle llegar a su objetivo: recuperar al niño.