jueves, 10 de febrero de 2022

MALTRECHOS, NADIE VIENE

Si ya es difícil conocer a casi cualquier cineasta japonés debido a la proverbial falta de copias y subtítulos que afecta a todas las épocas de su historia, más lo es si cabe cuando la porción de obra accesible de cualquiera de ellos depara una sorpresa tras otra. 
Hay tan pocos casos de variaciones y repeticiones en torno a unos temas muy concretos - ni siquiera Ozu Yasujirô, salvo que se considere solo su última etapa -, tan pocos como en cualquier otro país, que de casi nada sirve por tanto una prospección parcial.
Abundan los que, a pesar de intereses recurrentes y una resistencia a abandonar determinada estética y métodos de trabajo, perteneciesen o no a su tiempo, pareciera que se trata de varios directores los que firmasen bajo un mismo nombre. Y todos muy interesantes. 
Nagasaki Shunichi, no desde luego uno de los más conocidos fuera de sus fronteras, podría ser un buen ejemplo del viaje que espera si se quieren conocer muchas de las incontables aventuras que atraviesan esta singular e inagotable cinematografía repleta como ninguna otra de autores imprevisibles, distintos a los de cualquier latitud, asimiladores asombrosamente eficaces de influencias externas e inadaptables, irreproducibles cualquiera de sus hallazgos en el sentido inverso.
Como siempre ocurre, poco puede esperar encontrarse en su cine si se empieza por el sitio equivocado, por "Kuro-obi" de 2007 por ejemplo (con sus tópicos sobre artes marciales) o por la comedia romántica "Romansu" de 1996 o incluso por la fantasía punk "Rock yo shizukani nagareyo", que en nada se parecen, salvo en que seguramente desalentarán a demasiados a seguir investigando su obra.
Sí es muy interesante y casi siempre preferible, empezar por el principio y buscar su película "prohibida", "Yami utsu shinzô" (1982), rodada en super 8 y célebre no por otra razón sino debido a la persecución sufrida por las esporádicas proyecciones del film, una caza tan exitosa que logró que la pudieran ver muy pocos espectadores y tan fallida que propició que cobrara una fama underground de larga estela. No me parece insignificante o un mal asidero para conocer al Nagasaki joven, sin comodidades, pero realmente cuesta volver sobre esta negrísima, brutal enclaustracion de una pareja que había asesinado a su hijo recién nacido, escenificada en episodios trufados de sexo y violencia. 
No es desde luego el caso del propio Nagasaki, porque en 2005 rodó, usando de nuevo el mismo título ("Corazón, latiendo en la penumbra" traducido), una insólita mezcla de secuela y reflexión sobre sus imágenes que tenía mucho de expiación personal.
Y no exactamente por arrepentimiento. 
Los veintitrés años transcurridos le habían otorgado a su creador un nuevo punto de vista que le había permitido mirar a este pasaje de su obra no de una forma más suave y madura, sino aún más triste y depresiva, más realista y analítica. Más intimista, en definitiva, que siempre se usa el término para hacer referencia a la previsible templanza y bonhomía oculta en lo más privado de cada uno, como si tal cosa fuese norma y nadie albergarse un infierno en sus adentros. 
Componen ambas un díptico dantesco sobre la culpa, la multiplicidad de personalidades y los estragos causados por el paso del tiempo, asuntos sobre los que volvería a menudo.
Me interesan todavía más aún varias otras de sus obras, más diáfanas y ricas y muy en particular dos de ellas, "Yûwakusha" de 1989 y "Yawaraka na hou" de 2001, las mejores vistas de entre una docena, que suponen la mitad de su producción, de la que habría que escindir las últimas series televisivas a las que parece entregado desde hace una década. 
La primera de esas películas es un drama triangular delineado con una precisión extraordinaria, ni olvidado ni infravalorado, simplemente ignoto para la mayoría de cuantos disfrutaban de los films contemporáneos con los que conectaba: los espectadores que seguían a David Lynch, David Cronenberg, James Foley o Brian de Palma la hubiesen disfrutado, los que estaban a punto de contemplar las últimas películas que filmarían Lucio Fulci o Lizzie Borden, también y esto sin contar con los afortunados que por entonces conocían ya a Jean-Claude Brisseau.
Aclarando el turbio boceto que fue "Yojo no jidai" (1988) y sin la ligereza erotómana de su descendiente "Wairusaidu" (1993), en "Yûwakusha" se decanta uno de los más apasionantes thrillers de finales de los años 80, complejo y ambiguo, con una imaginería prodigiosa en torno a la magnética actriz Akiyoshi Kumiko, centro y punto de fuga del film.
Nagasaki estiliza conforme pasan los minutos hasta desnudar y abstraerlas a simples líneas de fuerza todas y cada una de las localizaciones, situaciones y encuadres en un proceso que pudiera haber llevado a la película al terreno del cine fantástico, lo cual tal vez le hubiese restado buena parte de su atractivo.
Ahondar, buscar ramificaciones, tener en cuenta la batería de respuestas a los porqués que mueven una historia iba a tener un futuro resultado aún más amplio, pero mucho más sobrio y contenido.
Y no me refiero a la muy buena "Dogs" de 1998, que retoma buena parte de las bellezas de "Yûwakusha", sino a su obra de 2001, "Yawaraka na hou", donde Nagasaki filma larga y tendidamente - doscientos densos minutos -, con pocos medios a juzgar por la calidad de las tres únicas versiones que he podido hallar, perdida de vista ya cualquier posibilidad comercial (aunque hoy se hubiese convertido en una serie), no sé si un compendio de obsesiones o un film límite.
Demasiado desoladora y secreta para ser deslumbrante, la película se desdobla y retroalimenta con sucesivos flashbacks, sueños y alucinaciones que quizá constituyan el mayor intento de atrapar, a veintinueve fotogramas por segundo, al escurridizo psicologismo, que para ser un viejo conflicto de cuando el cine aún no existía, ha tenido una larga influencia en toda clase de obras a vueltas con las formas de buscar la verdad acerca de un hecho, a pesar de que el "modelo Rashomon" parece que ha sido el único que prosperó como estructura.
A Nagasaki le interesa el camino, no el destino, la duda, no la solución y se detiene, vuelve sobre sus pasos, avanza y se hace a un lado cuantas veces hace falta para presentar las múltiples posibilidades de escrutar un hecho traumático, pero por desgracia común, la desaparición de una niña.
Vienen a la memoria referencias dispares y hasta antagónicas, Leos Carax y Wim Wenders, Suwa Nobuhiro y Kitano Takeshi, Sharunas Bartas y Raoul Ruiz, Robert Kramer y Abel Ferrara...
¿Alguna de ellas valdría para animar a darle una oportunidad?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, ¿esta relacionada "Yami utsu shinzô" con el cine gore?,(teniendo en cuenta la afición en Japón por el género) o se trata de algo menos explícito y más psicológico. (Cosa que no la hace menos violenta)

Jesús Cortés dijo...

Tanto como "Still life of memories" de Yazaki Hitoshi con la pornografía, o sea, nada.

Anónimo dijo...

¿Te interesa alguna película del género "Pinku"?

Jesús Cortés dijo...

Supongo que en ese saco inmundo es donde estarán para siempre algunas muy buenas películas de Noboru Tanaka, Kumashiro Tatsumi o Sone Chûsei, así que sí.

Anónimo dijo...

Jesús ha muerto el gran Chor Yuen. Algunas palabras.

Jesús Cortés dijo...

No me gusta hacer necrológicas y en este caso además no debo porque no he visto más que cosas salteadas suyas.