Se dará por supuesto y, más aún, por descontado sin verla, que la película que ha presentado Bernard MacMahon sobre la génesis de la banda británica Led Zeppelin, por el solo hecho de contar con la participación directa y el beneplácito de los tres miembros supervivientes a la fecha del estreno, 2025, es decir, Jimmy Page, Robert Plant y John Paul Jones, solo documenta un lado, el interesado y oculta, soslaya y quita todo lo inconveniente que pudiera afear su versión de su propia trayectoria. Como solo la ficción es indiscutible y de los hechos históricos hay tantos recuerdos como gente que los vivieron, es fácil no creer más que lo cada cual quiera.
Tal vez a estas alturas no sirva ya de nada tratar de indagar en esta, una de las historias más deformadas e inexactas que nunca haya rodeado a una banda, un misterio en parte alimentado por su hermetismo, en tal vez la banda más amada y más odiada desde su nacimiento, pero tan exitosa que fue objeto desde 1968 de una catarata tan grande de elogios como de maledicencias que ya se cernían sobre ellos desde antes incluso que hubiesen cambiado el provisional nombre por el que fueron conocidos, The New Yardbirds por el definitivo - cortesía de Keith Moon - y ya despertaban una atención inusitada entre quienes acudían a sus primeros conciertos.
Zeppelin, para ir al grano, diré que me parecen si no la mejor, como a menudo pienso, sí desde que tenía cuarenta años menos que ahora e invariablemente desde entonces, a pesar de haber ampliado mucho y en muchas direcciones mis gustos e, inevitablemente, mi perspectiva musical, una de las cuatro o cinco mejores bandas de rock de todos los tiempos. Extrañamente sin embargo siempre he encontrado muy absurdo tener que "defenderme" de ser seguidor del grupo, como de muchos otros, pero de ninguno más evidente en su grandeza.
Una de las muchas virtudes de este excepcional "Becoming Led Zeppelin" es precisamente no entrar en esa diatriba y no combatir a nada ni a nadie. Presentar como una casualidad, una entre mil o entre mil millones, el hecho de que a un par de músicos de sesión con agenda y prestigio suficiente como para vivir bien de ello (Page y Jones), les diera por juntarse con un agitador (Plant) y su amigo (John Bonham) en ese momento decisivo de finales de los años 60 en que el rock tuvo una relevancia, incluso social, que nunca más tendría ni tendrá. Pudieron haber sido Steve Marriott o Rod Stewart o hasta "nuestro" Mike Kennedy, pero algo vio Page en Plant que los demás no tenían y alguna conexión sintió Jones con Bonham - ese pie derecho... - para que dos concienzudos músicos, arreglistas y en el caso de Page - en mi opinión, con McCartney, el más dotado de los músicos británicos - productor y casi ingeniero de sonido, en apenas un mes de ensayos en un cobertizo se dieran cuenta de que tenían entre manos, contando con esos dos tipos de, literalmente, talentos salvajes y naturales, intuitivos, un monstruo que les obligaba a arriesgarlo todo.
Es hábil MacMahon en no decir pero dejar meridianamente claro por si a alguien aún se le escapa, que fueron la envidia por su rápido ascenso, ajeno además al circuito nacional porque triunfaron antes en USA, y la indiferencia o menosprecio de sus miembros hacia lo que la prensa dijera de ellos las razones por las que se hicieron correr las acusaciones de
falsificación o directamente robo de la música de los negros y
los hippies, esas dos plagas americanas, así como el hecho, bastante palmario, de que no contribuían a consolidar la fugaz supremacía británica en el rock que se había establecido hacia 1962 porque todas sus influencias venían de artistas norteamericanos.
Versiones de viejos bluesmen ya habían grabado Ten Years After, Cream, John Mayall & The Bluesbreakers o los primeros Fleetwood Mac de Peter Green antes de que nacieran Zeppelin y nunca fueron cuestionadas ni acusados sus miembros de apropiación cultural, algo por otra parte ridículo en un país invasor y refundador de la piratería como Inglaterra. Pero recordando un par de ejemplos más curiosos, nada negativo se dijo muy poco antes de la publicación del debut de la banda cuando otro "supergrupo" como el Jeff Beck Group también nacido de los seminales Yardbirds, grabó "Truth", que hasta llegaba a contener una misma canción ("You shook me" de Willie Dixon)... pero vendió algo así como veinte veces menos discos que "Led Zeppelin I". Y más intrigante aún es el caso de un disco teóricamente "entreguista" a la llama que ardía en las islas y de la que nació Zeppelin, como "Electric Mud" de Muddy Waters, que fue incluso ¡mejor recibido en UK que en USA! tal vez porque de alguien como Waters nadie nunca osó dudar cuando fue él propio genio de Mississippi quien
más nervioso se sintió al impregnarse de toda esa psicodelia.
Sin titubear en cambio, "Led Zeppelin I" fue acribillado en enero del 69. Pensar que nadie estaba preparado para semejante debut, sería olvidar ese pecado original, que nada había en sus surcos que tuviese que ver con las bandas que representaban el orgullo patriótico y ni siquiera con los propios Yardbirds. Huelga decir que se trata de bandas contra las que ellos nada tuvieron, con las que compartieron a veces escenario pero con las que simplemente apenas coincidieron, no formaron parte de su memoria. Es muy simple: tenían veinte años y se acababan de recorrer Estados Unidos, antes de publicar el disco, fascinados por su música y nunca se habían identificado con nada de lo que habían oído en su adolescencia que no viniese de América. La pregunta es ¿a quién de esos, groso modo, paladines nacionales no le había sucedido lo mismo? ¿Ray Davies?, ¿John Lennon?, ¿Pete Townshend?, ¿Ronnie Lane?, ¿Rod Argent?, ¿Kiz Richards?, ¿Eric Burdon? ¿Alguno de ellos idolatraba a Lonnie Donegan por encima de Buddy Holly, Little Richard o Chuck Berry?
En el colmo de las paradojas, hasta los propios grupos de la costa oeste estadounidense que influyeron en Zeppelin como Jefferson Airplane le debían bastantes cosas a la British Invasion. No hará falta recordar que hubo verdaderos ataques de patriotismo en forma de comentario musical cuando los Beach Boys cambiaron de ola en 1965 - bendito "Party!" - convirtiéndose al nuevo sonido y ya no digamos cuando declararon competir directamente (y según Brian Wilson, perder) con los Beatles en "Pet sounds", momento álgido y orgasmo colectivo de la música británica que estaba a punto de terminar y que han tratado de revivir, inútilmente nueve de cada diez veces, desde entonces.
Es muy divertido releer viejas reseñas de un álbum que ya queda fuera de lo que esta película narra, "Led Zeppelin III" y comprobar hasta donde llegaron los críticos británicos en su cruzada cuando advirtieron que "por fin el grupo tomaba una dirección acorde a su nacionalidad", cuando todas las sonoridades acústicas que tenía ya estaban en temas de, por ejemplo y de nuevo, los Airplane, como "Embryonic journey" de "Surrealisitic Pillow", uno de los álbumes de cabecera de Plant. Llamar folk británico a varios temas arreglados de tradicionales americanos o tan inspirados en uno compuesto por un, de nuevo, americano de padre finlandés (y musicalmente medio pakistaní) como Jorma Kaukonen costaría hasta calificarlo como arrebato de nostalgia colonialista porque es simple y llana ignorancia.
Siempre la baldía búsqueda de la originalidad, en cine y en música y no de la personalidad. Todo el mundo sabe que salvo Elvis Presley, que estaba inspirado directamente por Dios, siempre se trata de cadenas de influencias, diáfanas o rastreables a poco se quiera hacerlo.
Pero bueno, mejor olvidemos a nuestros encantadores plumillas angloparlantes (debería mencionar a algún americano que también se quedó a gusto con Zeppelin, como Lester Bangs, siempre presto a dar la nota), a esos tipos con cara del otro Elvis, Costello, en afortunada cita de David Lee Roth y vuelvo a "Becoming Led Zeppelin", que, milagro, sin cortar las canciones ni lucirse en el montaje, trae muchas imágenes por todos los fans conocidas, algunas muy poco vistas de un valor incalculable y unos entrañables audios inéditos de Bonham logrando transmitir la sensación de que algo revolucionario se gestaba y calaba incluso entre quienes se tapaban los oídos en sus apariciones en vivo o no entendían nada de lo que tenían delante, como esos privilegiados daneses que asistieron al nacimiento televisivo del fenómeno sentados como boyscouts alrededor de una hoguera... que era un fuego incontrolable, el aquelarre del blues rock que prendió Hendrix.
Todo se detiene a las puertas del éxito masivo de público por fin en su país, después de la publicación del fastuoso "Led Zeppelin II" y de que la banda tratara, en vano, de que "Whole lotta love" no fuese un single, redoblando la apuesta lisérgica y no logrando otra cosa que cambiar la historia de los singles, como certificaron King Crimson que se atrevieran a probar como primera canción para darse a conocer con una barbaridad sónica titulada "21st century schizoid man" también en octubre del 69 o que a Black Sabbath no se les ocurriese otra cosa que lanzar un bonito EP de adelanto de su primer disco, encabezándolo con "Black Sabbath" - la canción fúnebre que abrió camino al estilo de música más festivo, el heavy metal - en febrero del año siguiente.
La película presenta lógicamente a Page como el artífice del grupo, quien ideaba los siguientes pasos a dar, como si ya estuviesen escritos, así que lo único que se puede echar de menos es más material, detalles sobre lo que sucedió después, del canónico "Led Zeppelin IV" en adelante y, sobre todo de mi preferido, "Physical graffiti", cincuenta años ya este 2025 y donde alcanzaron sus cumbres más irreales, pero esa es otra historia. Y qué historia.