THE MAN WHO LOVED BRITAIN
(Jesús Cortés)
De los kilómetros de celuloide rodados antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, han llegado a nuestros días fundamentalmente los documentales y películas de ficción sobre la historia del conflicto y la barbarie nazi que culminó en el holocausto.
Este material, a veces verdaderamente impresionante, no nos puede proporcionar sin embargo una visión completa de cómo el cine registró un acontecimiento que supone un punto de inflexión en la historia moderna, quizá el fin de la edad contemporánea de la que nos hablan los libros de historia.
Falta una pieza para completar ese imaginario puzzle audiovisual, un elemento a menudo considerado menor e incluso superfluo, cuando no directamente falseador de la realidad: el llamado cine propagandístico.
Y aunque sólo sea por la sorpresa de descubrir entre esa montaña de cintas el cine de Humphrey Jennings ya vale la pena dedicar tiempo a rebuscar en un baúl de los recuerdos lleno realmente de todo: desde la más inocente loa a los valores patrios a los más sutiles y manipuladores documentos concebidos por mente militar alguna.
La famosa directora alemana Leni Riefensthal abandera para muchos este cine se supone que al servicio del país, como si fuese un departamento más del ministerio de interior (o exterior, según se mire) y cuya única función es arengar a las tropas, persuadir a la población en retaguardia que sufre privaciones de que lo hacen por una causa noble y exaltar como si fuesen leyes una serie de “valores nacionales”. Su controvertida figura ha generado continuos debates sobre su grado de “filiación” al régimen del Tercer Reich, más allá de su verdadero valor como cineasta. Obviando si es posible toda polémica, lo que sí parece claro es que contó con los medios y la oportunidad de hacer lo que hizo y no la desaprovechó por muchos problemas que pudiera prever que ello le acarrearía, como así fue.
Las películas que Humphrey Jennings rodó relacionadas con este episodio de la historia reciente desarman por el contrario al más acérrimo detractor de este tipo de material y para ello sólo esgrimen un argumento sencillo pero irrefutable: la autenticidad, la verdad, la sinceridad. Quizá todo lo que hizo fueron “encargos oficiales” pero en ningún momento parece que diga algo que no piensa. Estoy seguro que llegó al final de su vida sin nada de lo que arrepentirse y no hizo falta que nadie le interrogara sobre su punto de vista de tan claro que estaba.
El talento inmenso de este director, “el único verdadero poeta del cine inglés” en palabras del crítico Lindsay Anderson, se desborda en cada plano de un modo contagioso, vívido y sus obras comunican una emoción que efectivamente no tiene apenas parangón en una cinematografía como la británica a menudo tachada de inmovilista y almidonada, pero que atesora otras sorpresas sobre las que convendrá volver en alguna otra ocasión.
Desde la extraordinaria sinfonía de imágenes que es “Listen to Britain” (1942), de apenas 20 minutos, quizá la piedra de toque ideal para iniciarse en su cine, a la monumental “Fires were started” (1943) – o cómo combatía el cuerpo de bomberos británico los incendios provocados por los bombardeos del enemigo, de una altura cinematográfica comparable a cualquier cosa que se nos pueda cruzar por la mente – pasando por la tierna “A diary for Timothy” (1946), la vibrante “Words for battle” (1941) o la emotiva “The true story of Lili Marlene” (1943) que debieran ser de visión obligada en cualquier escuela de cine, Humphrey Jennings plasma en imágenes cómo vivieron los estragos de la guerra sus compatriotas con una galería de recursos cinematográficos tan apabullante que puede hacernos reconsiderar varias ideas importantes sobre el cine en general.
La primera y más obvia es la línea que separa documento y ficción. En sus películas (que muchos califican directamente como documentales sin molestarse en reflexionar dos minutos sobre el asunto) se entrelazan las imágenes de archivo y la recreación (siempre con actores no profesionales y a menudo con los verdaderos protagonistas de los hechos narrados interpretándose a ellos mismos en un pasado que puede ser sólo de meses atrás) de un modo tan eficaz como en las grandes obras de Roberto Rossellini. Si como dijo Godard, todo gran documental tiende a la ficción (y viceversa) - una de sus famosas “boutades” - , nunca fue más verdad que en este caso.
Otro punto de gran interés es su uso de la banda sonora. A menudo acompañado por la orquesta que dirigía el gran Muir Mathieson, son un modelo de utilización de los sonidos, adelantándose muchos años y quizá sin teorizar nunca al respecto, a las preocupaciones de autores como Jacques Doillon, o Jean Marie Straub. En muy pocas obras se capta de forma tan real el sonido de la lluvia, del viento, de la naturaleza, el murmullo de una ciudad y por supuesto los terribles sonidos de la guerra y cuando aparece la música refuerza pero nunca interfiere en lo ya expresado. La música es un elemento estructural más de la película, como el montaje o la iluminación y nunca “poetiza” ni subraya nada. Esto además conecta a Jennings con autores del cine mudo como Jean Epstein o Alberto Cavalcanti, que han sido arrinconados con el paso del tiempo en buena medida porque se ha generalizado la falsa idea de que el cine “expresionista” y el llamado “avant-garde” europeo se alejaban totalmente de la evolución posterior del cine. No en vano Jennings, conoció a André Breton y siempre estuvo muy interesado por el surrealismo en la literatura o la pintura, su otra pasión.
También habría que destacar que, como el cineasta ruso Dziga Vertov, con quien tiene grandes concomitancias, Jennings no esconde nunca nada. Su amada Inglaterra, sus gentes - con las que realmente se identifica -, no son figuras de cartón piedra. No hay superhéroes ni gestos grandilocuentes, ni siquiera protagonistas atractivos físicamente o acciones de valor dignas de cruces al mérito. Su cine es la gente y cómo vivían en una circunstancia difícil, cómo salían adelante cómo podían, cómo nacían y morían, cómo aguantaban al pie del cañón por fidelidad a una causa que creían justa y lo que estaban dispuestos a sacrificar por ella y por encima de todo cómo no estaban dispuestos a perder su idiosincrasia, sus costumbres, su forma de vida, o lo que cada uno percibe como su patria: sus familiares, sus amigos, los compatriotas que admira, sin banderas (es casi imposible verlas en sus películas) sin políticos, sin símbolos, sin simplificaciones panfletarias.
Finalmente no me gustaría terminar estas breves notas sin destacar que Humphrey Jennings no sólo destacó con estas películas bélicas. En su filmografía encontramos también obras como “The Cumberland story” de 1948, sobre la minería irlandesa o “The Dim little island” del 49, o su film póstumo, “Family portrait” del 51 (murió en 1950, con tan sólo 43 años, mientras localizaba exteriores en Grecia), que a día de hoy aún no he podido ver y que seguro deparan grandes momentos.
Humphrey Jennings, como Jean Renoir o Leo McCarey, fue uno de los grandes humanistas del cine.
1 comentario:
Este autor, tan desconocido para la mayoría de los "seguidores del cine" es un maestro de este arte.Sus encuadres, sus planos, sus historias marcan al espectador que tiene la suerte de disfrutar de sus films, la mayoría en condiciones regulares.Destaco el emocionante "amor a lo suyo, a su patria y los símbolos de sus país.Esto lo hace , acudiré para explicarlo a un símil circense, con el "mas difícil todavía" sin una pizca de sentimentalismo blando, sin lugares comunes,sin actores profesionales,casi sin medios y sin pretensiones vanas; únicamente con la concisión y precisión del encuadre y con historias sencillas pero a la vez auténticas.Toda o la mayoría de su obra se genera en sus convicciones y en sus planos (lugares en los que residen la maestría del Cine).
Para finalizar quiero agradecer a Jesús la calidad y el nivel de este blog.
ILU
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