“Scum” (Alan Clarke, 1979) es una película hermosa.
Tiene esa armonía propia de las obras rodadas con determinación, habiendo preparado cuidadosamente cada encuadre, cada movimiento de cámara, por quien es capaz de modular las interpretaciones como si de una coreografía se tratase. No le sobra un plano, es elegante y precisa.
“Scum” es una de las películas más brutales y subversivas de la historia del cine. “Scum” es difícilmente soportable en algunos momentos. ”Scum” es violenta, seca y aterradora. “Scum” es una obra maestra.
En las calles había en esos años una revolución punk; un movimiento musical y estético se dirá, pero que canalizó el descontento de otra generación sin presente ni futuro, con lo que la cara de Archer (Mick Ford, el desnortado paria que deberá encontrar su camino en “Les années lumière” de Alain Tanner, un par de años después) o la del “new daddy” Carlin deberían estar impresa en camisetas y sus frases deberían haber perdurado como eslóganes de una juventud rebelde.
Pero la película contiene demasiada verdad. Es más fácil adoptar como modelo al Alex de “Clockwork orange” de Kubrick, un film inmensamente popular pero inofensivo, el perfecto placebo.
La que es sin duda para mí la gran película carcelaria de todos los tiempos, a pesar de que ni siquiera se desarrolla en una cárcel sino en un reformatorio para chicos problemáticos, debería ser proyectada a todos aquellos que se dedican a la educación o su variante dura, la reeducación. Y a todos los que alguna vez han pensado en que castigar es el método para enseñar a quién parece que nunca quiso aprender.
Alan Clarke sortea todas las trampas posibles para elevar a “Scum” a un nivel irrespirable para casi todas las películas que alguna vez han intentado reflejar el sinsentido de la privación de aquellas cosas que nos hacen humanos: la libertad, el orgullo, la dignidad, la palabra… y lo hace precisamente dándole el valor preciso a los escasos y precarios momentos en que alguno de los chicos conquista un ápice de las mismas. Los mejores momentos de este film son aquellos en los que se aprecia el valor de poder tomarse el tiempo para responder una pregunta, decidir en qué creer y qué pensar, rebelarse ante los abusos.
Alan Clarke no se detiene en lirismos como Charles Burnett en “Killer of sheep” (1977), otra gran película hecha al margen de los circuitos comerciales, ni utiliza una clave en cierto sentido “metafórica” como la impresionante “Salò o le 120 giornate di Sodoma ” de Pasolini, su cine conecta más con el de Jean Eustache, Barbara Loden, Bill Douglas o el Fassbinder más directo y pudoroso. Sólo muestra.
Ni las más espeluznantes escenas son filmadas con afán de provocar una toma de partido por las víctimas, pero tampoco hay superioridad alguna por parte del director sobre lo que cuenta. Cómo y cuando se detiene el objetivo escrutador de la cámara, qué y por qué razón queda registrado cada acontecimiento: ése es el discurso del film y su razón de ser.
Está claro qué opina Alan Clarke. No hay más que ver la escena entre Archer y el funcionario o cómo éste le lee la carta a su compañero de celda, cómo otro de los guardas ignora la llamada de auxilio de Davis, cómo es contemplada impasiblemente su violación a través de los cristales del invernadero por el sádico Mr. Sands, cómo rueda la revuelta en el comedor (sublime travelling lateral recorriendo las mesas) o ese tremendo final con los chicos alineados en el patio.
Todavía iría más allá Clarke con “Elephant” en 1989. Suprime las palabras y en apenas media hora presenta un aquelarre de asesinatos cometidos en Irlanda del Norte; en cada caso la cámara sigue a un personaje sin que a priori sepamos si es la víctima o el asesino. Daría para un buen debate proyectarla en un programa doble con “Ecologia del delitto” (Mario Bava, 1971).
Tiene esa armonía propia de las obras rodadas con determinación, habiendo preparado cuidadosamente cada encuadre, cada movimiento de cámara, por quien es capaz de modular las interpretaciones como si de una coreografía se tratase. No le sobra un plano, es elegante y precisa.
“Scum” es una de las películas más brutales y subversivas de la historia del cine. “Scum” es difícilmente soportable en algunos momentos. ”Scum” es violenta, seca y aterradora. “Scum” es una obra maestra.
En las calles había en esos años una revolución punk; un movimiento musical y estético se dirá, pero que canalizó el descontento de otra generación sin presente ni futuro, con lo que la cara de Archer (Mick Ford, el desnortado paria que deberá encontrar su camino en “Les années lumière” de Alain Tanner, un par de años después) o la del “new daddy” Carlin deberían estar impresa en camisetas y sus frases deberían haber perdurado como eslóganes de una juventud rebelde.
Pero la película contiene demasiada verdad. Es más fácil adoptar como modelo al Alex de “Clockwork orange” de Kubrick, un film inmensamente popular pero inofensivo, el perfecto placebo.
La que es sin duda para mí la gran película carcelaria de todos los tiempos, a pesar de que ni siquiera se desarrolla en una cárcel sino en un reformatorio para chicos problemáticos, debería ser proyectada a todos aquellos que se dedican a la educación o su variante dura, la reeducación. Y a todos los que alguna vez han pensado en que castigar es el método para enseñar a quién parece que nunca quiso aprender.
Alan Clarke sortea todas las trampas posibles para elevar a “Scum” a un nivel irrespirable para casi todas las películas que alguna vez han intentado reflejar el sinsentido de la privación de aquellas cosas que nos hacen humanos: la libertad, el orgullo, la dignidad, la palabra… y lo hace precisamente dándole el valor preciso a los escasos y precarios momentos en que alguno de los chicos conquista un ápice de las mismas. Los mejores momentos de este film son aquellos en los que se aprecia el valor de poder tomarse el tiempo para responder una pregunta, decidir en qué creer y qué pensar, rebelarse ante los abusos.
Alan Clarke no se detiene en lirismos como Charles Burnett en “Killer of sheep” (1977), otra gran película hecha al margen de los circuitos comerciales, ni utiliza una clave en cierto sentido “metafórica” como la impresionante “Salò o le 120 giornate di Sodoma ” de Pasolini, su cine conecta más con el de Jean Eustache, Barbara Loden, Bill Douglas o el Fassbinder más directo y pudoroso. Sólo muestra.
Ni las más espeluznantes escenas son filmadas con afán de provocar una toma de partido por las víctimas, pero tampoco hay superioridad alguna por parte del director sobre lo que cuenta. Cómo y cuando se detiene el objetivo escrutador de la cámara, qué y por qué razón queda registrado cada acontecimiento: ése es el discurso del film y su razón de ser.
Está claro qué opina Alan Clarke. No hay más que ver la escena entre Archer y el funcionario o cómo éste le lee la carta a su compañero de celda, cómo otro de los guardas ignora la llamada de auxilio de Davis, cómo es contemplada impasiblemente su violación a través de los cristales del invernadero por el sádico Mr. Sands, cómo rueda la revuelta en el comedor (sublime travelling lateral recorriendo las mesas) o ese tremendo final con los chicos alineados en el patio.
Todavía iría más allá Clarke con “Elephant” en 1989. Suprime las palabras y en apenas media hora presenta un aquelarre de asesinatos cometidos en Irlanda del Norte; en cada caso la cámara sigue a un personaje sin que a priori sepamos si es la víctima o el asesino. Daría para un buen debate proyectarla en un programa doble con “Ecologia del delitto” (Mario Bava, 1971).
2 comentarios:
Hola,
La acabo de ver, gran película, menos amanerada que otras del género como If... Sin las ínfulas de ésta. Y es que parece que Clarke (y Carlin) tiene más en mente a James Cagney que a Malcolm McDowell.
Por cierto, "A Años Luz" de Tanner, película que me encanta, es como si fuera la continuación del estupendo personaje de Archer, como si lo hubieran seguido filmando una vez abandona el correccional; si es que logró salir, claro.
Un saludo Jesús.
Yo también me acordé de Cagney viendo el personaje de Carlin. Es como me imagino que podría haber sido de joven.
Coincido contigo sobre el film de Tanner, un director que ya nadie recuerda pese a haber de referencia en su época. Junto a "Jonas..." y la estupenda "Le retour d´Afrique" es la mejor que hizo. También me gustan mucho "Dans la ville blanche" y la muy maltratada "Le journal de Lady M". "Messidor" la revisaré en breve, tengo un recuerdo difuso.
Publicar un comentario