lunes, 23 de febrero de 2009

LOS OJOS DEJAN HUELLAS

“Der verlorene (El hombre perdido)” navega entre varios gĂ©neros. No es un thriller especĂ­ficamente, pero es intrigante y misteriosa, no es cine negro, pero las atmĂłsferas, la narraciĂłn en flashback y la fotografĂ­a contrastada de VĂĄclav VĂ­ch, tienen un intenso aroma “noir”; tampoco es estrictamente un drama bĂ©lico, apenas tangencialmente si acaso. Ni siquiera es un film de terror, aunque sĂ­ sobre el miedo.
Es como su director y actor protagonista, Peter Lorre, inclasificable. Tal vez tenga algĂșn parentesco con las dos pelĂ­culas mĂĄs emblemĂĄticas que protagonizĂł Lorre en los 30, “M” de Fritz Lang y “Mad love” de Karl Freund, que en 1951 acaban por emparentarlas no sĂ© si involuntariamente con el universo que Val Lewton imaginĂł con la ayuda de Tourneur, Wise o Robson. Es interesante pensar quĂ© podrĂ­a haber hecho Lorre con algĂșn material de Lewton, porque si algo deja diĂĄfanamente claro “Der verlorene” es que Peter Lorre fue, ademĂĄs de uno de los actores mĂĄs Ășnicos y originales de todos los tiempos, un gran director.
El clima insano derivado de la guerra, los exteriores agorafĂłbicos, las estancias umbrĂ­as, los experimentos en el laboratorio... todo en la pelĂ­cula apunta a un ambiente "mabusiano" y en Ășltima instancia de amoralidad total. Algo hay en su desarrollo que recuerda a “So dark the night” (1946), el fascinante film de Joseph H. Lewis que luego quizĂĄ inspirĂł a Richard Tuggle cuando rodĂł “Tightrope” en 1984 con Clint Eastwood. Ni los cadĂĄveres aparecen, sĂłlo sus pertenencias.
El nexo comĂșn quizĂĄ sean las novelas de Cornel Woolrich y su inagotable imaginario de personajes “complejos y en peligro” como una vez los definiĂł Guillermo Cabrera Infante.
Peter Lorre rueda con mano firme, sin que se note la tramoya, con claras influencias de Welles (vĂ­a Carol Reed) y apoyado en un actor excepcional, Ă©l mismo, que hace quizĂĄ su mejor interpretaciĂłn, añadiendo a su habitual despliegue unas gotas de Claude Rains y un destello de Gert Fröbe. Es inquietante la frĂ­a y alcohĂłlica calma con que el pequeño doctor Neumeister actĂșa. Se intuye que ha venido despuĂ©s de una autĂ©ntica tormenta en el pasado.
En varios momentos (la escena del tren con el borracho que amaga con reconocerlo, la cena con Frau Hermann, la primera vez que recibe a Nowak en su despacho), la pelĂ­cula pone en marcha un mecanismo que el cine de esa Ă©poca era capaz de desplegar y que hoy en gran medida ha perdido (el americano, por completo): la capacidad para abrir varias vĂ­as de desarrollo de una historia y optar por una distinta que aĂșn no conocemos.
Es precisamente la habilidad de Peter Lorre para hacer que la pelĂ­cula se mueva como la pantanosa e indescifrable mente de su protagonista, la mayor virtud de este extraño film, que juega a fondo la baza de la puesta en escena ambigua, como tanto gustaba (y tan pocas veces pudo llevar a sus Ășltimas consecuencias, debido a sus eternas penurias presupuestarias) a Edgar G. Ulmer.
Hubiera estado bien haber visto a Lorre dirigiéndose en su otro tipo de papel mås característico, el de superviviente insidioso que aprovecha cualquier resquicio para sacar provecho de los demås, siempre proponiendo negocios y aventuras en las que no se arriesga nunca personalmente.

1 comentario:

Igor Von Slaughterstein dijo...

BuenĂ­sima!! Aunque no soy objetivo, ya que Lorre es uno de los objetos de mi adoraciĂłn absoluta.

Saludos!!