Más allá del lugar que ocupe en la filmografía de Philippe Garrel, (un retorno casi exacto al punto en que había dejado su carrera en 2001 con “Sauvage innocence” en mi opinión) “La frontière de l´aube” ha venido a poner de manifiesto la brecha ya parece que insalvable entre la antigua crítica y el moderno comentario cinematográfico.
La mayoría de los periódicos y revistas, corresponsales, “agentes especiales” y, lo peor, público asistente a premiéres en Cannes y similares, encargados de enfrentarse a la, al parecer, pesada tarea de tragarse otra película (para empeorar el asunto y una vez más, en blanco y negro, desoladora y sin ningún gran asunto entre manos) de Garrel, han guillotinado el film.
Otra vez los suicidios, los diálogos “que no dicen nada”, los planos de calles de París, los electroshocks y las drogas (aquí, el alcohol). El mismo Garrel de siempre.
Ya parece claro que no habrá evolución en Garrel. La esperanza de que la suerte de exorcismo del pasado que supuso “Les amants réguliers” (mejor acogida por la prensa sospecho que por ser un film más largo que de costumbre, situado en una epoca y con un tema del que se le supone una opinión “autorizada” a su director), viniera a traer un Garrel - ya casi anciano – recapitulador y en retirada, ha quedado hecha añicos con “La frontière de l´aube”.
No parece que hubiera muchos “profesionales de la profesión” como los llamaba Godard que tuvieran la carrera de Garrel en la cabeza cuando vieron la película. La crítica cinematográfica ya no existe, la reflexión pasó a mejor vida. Ni dan ganas de ver una película cuando se habla bien de ella ni convencen los argumentos cuando la condenan. Es curioso que se ha deformado tanto el hábito de comentar el film de estreno (por la típica cautela a meter la pata; espero que con la opinión futura, y no con la general) que ya ni cuando se reseña un film antiguo es posible saber qué opina quien escribe sobre el mismo.
La mayoría de los periódicos y revistas, corresponsales, “agentes especiales” y, lo peor, público asistente a premiéres en Cannes y similares, encargados de enfrentarse a la, al parecer, pesada tarea de tragarse otra película (para empeorar el asunto y una vez más, en blanco y negro, desoladora y sin ningún gran asunto entre manos) de Garrel, han guillotinado el film.
Otra vez los suicidios, los diálogos “que no dicen nada”, los planos de calles de París, los electroshocks y las drogas (aquí, el alcohol). El mismo Garrel de siempre.
Ya parece claro que no habrá evolución en Garrel. La esperanza de que la suerte de exorcismo del pasado que supuso “Les amants réguliers” (mejor acogida por la prensa sospecho que por ser un film más largo que de costumbre, situado en una epoca y con un tema del que se le supone una opinión “autorizada” a su director), viniera a traer un Garrel - ya casi anciano – recapitulador y en retirada, ha quedado hecha añicos con “La frontière de l´aube”.
No parece que hubiera muchos “profesionales de la profesión” como los llamaba Godard que tuvieran la carrera de Garrel en la cabeza cuando vieron la película. La crítica cinematográfica ya no existe, la reflexión pasó a mejor vida. Ni dan ganas de ver una película cuando se habla bien de ella ni convencen los argumentos cuando la condenan. Es curioso que se ha deformado tanto el hábito de comentar el film de estreno (por la típica cautela a meter la pata; espero que con la opinión futura, y no con la general) que ya ni cuando se reseña un film antiguo es posible saber qué opina quien escribe sobre el mismo.
Que una película que sea capaz de comunicar en tres planos (a veces sin que ninguno de ellos sea contraplano) cómo surge el amor, la alegría fugaz de un momento, el abatimiento por el destino, la soledad, que sea capaz de conmover o conseguir que te preocupe un personaje, sea maltratada de esta forma, más que de injusticia es un síntoma de seria deriva del entendimiento del cine como un medio para transmitir sensaciones.
Las críticas son todas ciertas.
Garrel es elitista. Sí, por supuesto, forma parte de ese pequeño grupo de directores que son capaces de saber cuánto debe durar un plano y dónde debe emplazarse la cámara para comunicar más certeramente lo que quiere (véase la extraordinaria escena del encuentro de Carole y François en la puerta del psiquiátrico y la posterior fuga abortada por los médicos). Tiene ese aspecto huraño y despistado, de tipo con poco glamour.
En sus películas no pasa nada. Pues sí. No ha tenido nunca mucho interés en contar historias, o en todo caso lleva contando la misma media vida, como Ozu. En la memoria se confunden unas con otras, y, como Jean Claude Brisseau, no cambia el rumbo por nada y se empecina en insistir eternamente en lo que le interesa. No hay una gran diferencia ni visual ni temática en el fondo entre “Le révélateur” de 68 y “La frontière de l´aube” cuarenta años después, aunque sí vital. El trabajo de Arlette Langmann y Marc Cholodenko es más de composición que de dialogación.
Es pretencioso y vacío. Sin duda. Pretende llegar al límite (y lo consigue asiduamente) de expresividad de las imágenes. Tanto que se puede ver esta o cualquiera de sus anteriores películas como un conjunto de intentos por decir la mayor cantidad de cosas posibles con el menor número de elementos, vaciando literalmente la puesta en escena. Hace una pequeña trampa con la ayuda de William Lubtchansky (el mejor operador con que cuenta el cine actual) que es capaz de iluminar un plano para que no haya que hacer nada más. Garrel no acumula (sin ton ni son, intentando abarcarlo todo y dejando patente su poco oficio, más aún su autoría) como Paul Thomas Anderson o el último Fincher. En Garrel es tan interesante ver lo que queda como imaginar lo que falta.
Y por encima de todo es aburrido. Pues por desgracia sí, provoca aburrimiento. No tiene muchas ganas de divertir a nadie. Su vida no ha sido un camino de rosas y no es un fabulador. Es culpable de no querer ser lo que no puede ser. No va con prisas y no hay finales felices. Pecado mortal, porque una gran parte de la audiencia es incapaz de quedarse más que con los planos finales de una película y "La frontiére de l´aube" no es satisfactoria en ese sentido.
Las críticas son todas ciertas.
Garrel es elitista. Sí, por supuesto, forma parte de ese pequeño grupo de directores que son capaces de saber cuánto debe durar un plano y dónde debe emplazarse la cámara para comunicar más certeramente lo que quiere (véase la extraordinaria escena del encuentro de Carole y François en la puerta del psiquiátrico y la posterior fuga abortada por los médicos). Tiene ese aspecto huraño y despistado, de tipo con poco glamour.
En sus películas no pasa nada. Pues sí. No ha tenido nunca mucho interés en contar historias, o en todo caso lleva contando la misma media vida, como Ozu. En la memoria se confunden unas con otras, y, como Jean Claude Brisseau, no cambia el rumbo por nada y se empecina en insistir eternamente en lo que le interesa. No hay una gran diferencia ni visual ni temática en el fondo entre “Le révélateur” de 68 y “La frontière de l´aube” cuarenta años después, aunque sí vital. El trabajo de Arlette Langmann y Marc Cholodenko es más de composición que de dialogación.
Es pretencioso y vacío. Sin duda. Pretende llegar al límite (y lo consigue asiduamente) de expresividad de las imágenes. Tanto que se puede ver esta o cualquiera de sus anteriores películas como un conjunto de intentos por decir la mayor cantidad de cosas posibles con el menor número de elementos, vaciando literalmente la puesta en escena. Hace una pequeña trampa con la ayuda de William Lubtchansky (el mejor operador con que cuenta el cine actual) que es capaz de iluminar un plano para que no haya que hacer nada más. Garrel no acumula (sin ton ni son, intentando abarcarlo todo y dejando patente su poco oficio, más aún su autoría) como Paul Thomas Anderson o el último Fincher. En Garrel es tan interesante ver lo que queda como imaginar lo que falta.
Y por encima de todo es aburrido. Pues por desgracia sí, provoca aburrimiento. No tiene muchas ganas de divertir a nadie. Su vida no ha sido un camino de rosas y no es un fabulador. Es culpable de no querer ser lo que no puede ser. No va con prisas y no hay finales felices. Pecado mortal, porque una gran parte de la audiencia es incapaz de quedarse más que con los planos finales de una película y "La frontiére de l´aube" no es satisfactoria en ese sentido.
Se intuye que ni al propio Garrel le debe haber gustado terminarla así (a pesar del bonito homenaje a "Une femme douce" de Bresson), pero parece claro que ha primado la coherencia. Probablemente si hubiese cambiado ese último plano por uno más positivo, hubiera quedado otra impresión en mucha gente. Es algo que debe resultar irritante para quien tarda años en poner en pie un proyecto y se implica tanto personal y emocionalmente en lo que hace.
3 comentarios:
Casualmente he visto recientemente la película, era creo, una copia de lo que parecía un copión; es decir no era la mejor forma de verla aunque sí la única. En Sevilla no se ha estrenado, of course.
Tus afirmaciones de la crítica cinematografíca actual son bastantes certeras, yo diría más...Hay una crítica( al menos la mayoría no quiero pensar que toda) que tiene como norte intereses espúreos y mercantilistas ( se manifiestan en un sentido u otro según sea al capital social de la productora, el sector económico o político al que representan y obdecen como "mandato imperativo" las intrucciones de los "gurús de la industria, banca..."). En fín !que se va hacer!.A ello unimos que los tiempos que nos han tocado vivir, cualquiera hace cualquier cosa, se tenga formación o no, capacidad o no , vocación no o simplemente criterios...
Pero pasemos a cosas más gratificantes, el cine de F.G. no es que requiera un espectador preparado o cualificado, sólo hace falta tener sensibilidad y empetizar con la sutileza.Hay espectadores que prefieren lo manifiesto y explícito, casi el subrayado por eso no entiende estas obras;para acercarse a F.G. hay que dar a sus obras tiempo para disfrutarse y sentido cinematográfico,en sus ellas pasa la vida (como una temporada o unos meses en la vida de cualquiera de nosostros), nada extraordinario o tal vez sí.
Coincido contigo en el parecido con el film "le revelateur", la obra que hizo cuatro centurias atrás. Pero a diferencia de ésta,ahora en 2008, hace una obra reposada y mesurada, magistalmente balanceada entre lo personal, lo de los demás y el cine. Ya no es parte interesada, sólo un testigo excepcional del tormento de la soledad al que se llega por la falta de amor o por la drogas...
Es muy interesante la relación que estableces entre la critica llamada "oficial" y Garrel, no podria haber escogido un ejemplo mejor. Magnifica exposición.
El sentido estético de F.G. es muy grande hereda de Bresson (la bella decadencia de las estancias interiores con suelo de parquet "de espina de pescado", con paredes forradas de anaqueles de madera blanca raída, escasos muebles que parecen esperar su mudanza, libros pequeños y usados, papeles, periódicos, café, azucarillos....).A sus personajes masculinos los viste con camisas blancas de puro algodón y americanas negras (no quiere personajes como se dice hoy "fanshion", sino puros y envueltos en la sencillez de lo justo.A las mujeres las saca en ocasiones con "rebecas de lanas" sobre la ropa interior y en sábanas de algodón (también lo hizo así Godard, vaqueros usados y cabellos naturales...
Además de un gran cineasta, podrías ser estilista y otras cosas más que otro día contaré.....
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