“Today we live” es una de esas películas que consiguen hacer que vuelvas a ella bien si hace mucho que la viste por primera vez o si hace ya unos años que no la revisas. Quizás se parece demasiado a otras películas de la época y eso extraña teóricamente viniendo de un autor tan identificable y “acotado” ya como Howard Hawks o puede que la memoria gaste la mala pasada de asimilarla con esos triángulos amistoso-amorosos tan típicos de su director y no se recuerda bien por qué resultaba en buena medida tan atípica en su cine. O será por puro placer (muy poco “guilty” en todo caso, porque hablamos de un grande y esto permite mas licencias al subconsciente).
En cualquier caso, es un film que no ha generado grandes entusiasmos. Robin Wood no la analizaba en su famoso libro y el propio Hawks no dijo gran cosa sobre ella: un encargo, trabajo que había que hacer. No parece haber ayudado mucho tampoco que los diálogos (modestos, nada altisonantes, pero perfectamente ajustados) vengan firmados por William Faulkner quizá por las conexiones que pueda establecerse entre la película y el cine de Frank Borzage, Mervyn Leroy, Clarence Brown, William A. Wellman o W. S. Van Dyke; teóricamente demasiadas referencias a un cierto tipo de melodrama con olor a best seller, académico y comercial, del que en contadas ocasiones sale algo grande, por mucho que alguno de los directores mencionados sea considerado ya por fin un maestro y que de otros no se acuerde nadie.
En cualquier caso, es un film que no ha generado grandes entusiasmos. Robin Wood no la analizaba en su famoso libro y el propio Hawks no dijo gran cosa sobre ella: un encargo, trabajo que había que hacer. No parece haber ayudado mucho tampoco que los diálogos (modestos, nada altisonantes, pero perfectamente ajustados) vengan firmados por William Faulkner quizá por las conexiones que pueda establecerse entre la película y el cine de Frank Borzage, Mervyn Leroy, Clarence Brown, William A. Wellman o W. S. Van Dyke; teóricamente demasiadas referencias a un cierto tipo de melodrama con olor a best seller, académico y comercial, del que en contadas ocasiones sale algo grande, por mucho que alguno de los directores mencionados sea considerado ya por fin un maestro y que de otros no se acuerde nadie.
El Hawks de los 30, hasta que rueda “Bringin´ up baby” (1938) y con la salvedad del éxito de “Scarface” (1932) no parece contar con muchos adeptos, algo raro en un director en el que no hay una clara evolución como en Ford ni una (a veces sorprendente) diferencia de tono entre cada obra como en Renoir. Siempre fue más o menos el mismo.
A veces parece que en muchas filmografías, se mire a los años 30 como un simple periodo de transición a los 40 (que empiezan para un buen numero de directores tras la guerra, con lo que hablamos de casi quince años de inpass desde los últimos fulgores del mudo), una época donde se fraguan las futuras grandes obras de los 50, pero donde al parecer es costumbre repetir que hay una de cal y muchas de arena. Y la verdad es que fue una época extraordinaria para el cine de casi todas partes. Pasar rápidamente delante de obras como “Pilgrimage” o “The world moves on”, “Heroes for sale” o “Wild boys of the road”, “The last flight” o “Jewel robbery”, “Die verkaufte braut” o “Yoshiwara”, “Murder!”, “Hitori musuko”, “Naniwa erejî” y muchas otras, no me parece una buena idea.
No son la madurez emocional y el sentido trágico de los acontecimientos dos características muy hawksianas y de ahí puede venir el desapego a esta emocionante (y doble) historia de amor que cuenta “Today we live”, quizá la más hermosa que llevó nunca a la pantalla.
Los personajes viven con ese desvelo propio de los de Borzage, con una perspectiva vital condicionada por lo incierto del futuro y sin embargo apurando cada cosa que acontece en sus vidas con la intensidad del último minuto; eso que llaman trascendencia.
Las historias de Hawks suelen ser relajadas y amplias, nada crispadas por muy amenazante que sea el entorno, hasta las conquistas parecen procesos naturales. Si, como decía Manolo Marinero, para Wim Wenders el viaje era el último resquicio de la aventura, en “Today we live” el amor parece el último cartucho del romanticismo tal y como lo entendía Howard Hawks. Si en otras películas suyas los personajes se resisten a enamorarse o prefieren no complicarse la vida más allá de la amistad, y sólo admiten o se dejan llevar por el amor cuando no les queda más remedio, aquí y desde el primer plano, el amor se impone como asidero existencial total, lo que verdaderamente importa. Parece como si el amor fuese el último clavo ardiente al que agarrarse cuando no se puede vivir con la libertad necesaria.
Los peligros que planean sobre “Only angels have wings”, “Rio Bravo”, “Red line 7000” o “Hatari!” son siempre entendidos por los protagonistas como parte indisoluble de su vida, son en cierto modo riesgos asumidos y hasta buscados, bien porque no saben vivir de otra manera o porque eligieron vivir así para no tener que hacerlo de una forma que no les gustaba, evitando rendir cuentas a nadie.
En “Today we live” por el contrario, y salvo por el personaje que interpreta Gary Cooper, un turista rico - que de todas formas acabará metido hasta el cuello en la contienda - el Hawks más clásico parece que se filtre por los escasos recovecos de libre albedrío que aún puedan quedar. Es significativo que en ese empeño en mostrar la voluntad de los personajes para conducir sus vidas, no parezcan existir órdenes ni jerarquías militares y cada acción aérea o naval surja de aparentes impulsos individuales. En ese sentido, “Today we live” vendría a ser el reverso de “They were expendable” de Ford, donde toda la trama se vertebra sobre la espera y la distracción, el escrupuloso acatamiento de lo ordenado.
Así, lo mejor del film son esos momentos de plenitud y penetración verdadera de los sentimientos, que jalonan y avivan el fuego interior del film. Cómo iluminan las velas a Joan Crawford antes de aceptar casarse con Robert Young y cómo Hawks aguanta el contraplano de éste, aquel momento cuando la pareja recuerda junto a Franchot Tone la época en que eran niños y todavía había canciones, el gesto de Gary Cooper mientras contempla el divertido entierro de la cucaracha Wellington, héroe de guerra, empezando a respetar a Young o su expresión al bajarse de la barcaza y reconocer por fin la valía de ese atribulado muchacho que había enamorado a Crawford, el abrazo final de Young a Tone al dirigirse contra el destructor alemán…
Para mí, su mejor película de la década junto a las dos que la clausuran.
A veces parece que en muchas filmografías, se mire a los años 30 como un simple periodo de transición a los 40 (que empiezan para un buen numero de directores tras la guerra, con lo que hablamos de casi quince años de inpass desde los últimos fulgores del mudo), una época donde se fraguan las futuras grandes obras de los 50, pero donde al parecer es costumbre repetir que hay una de cal y muchas de arena. Y la verdad es que fue una época extraordinaria para el cine de casi todas partes. Pasar rápidamente delante de obras como “Pilgrimage” o “The world moves on”, “Heroes for sale” o “Wild boys of the road”, “The last flight” o “Jewel robbery”, “Die verkaufte braut” o “Yoshiwara”, “Murder!”, “Hitori musuko”, “Naniwa erejî” y muchas otras, no me parece una buena idea.
No son la madurez emocional y el sentido trágico de los acontecimientos dos características muy hawksianas y de ahí puede venir el desapego a esta emocionante (y doble) historia de amor que cuenta “Today we live”, quizá la más hermosa que llevó nunca a la pantalla.
Los personajes viven con ese desvelo propio de los de Borzage, con una perspectiva vital condicionada por lo incierto del futuro y sin embargo apurando cada cosa que acontece en sus vidas con la intensidad del último minuto; eso que llaman trascendencia.
Las historias de Hawks suelen ser relajadas y amplias, nada crispadas por muy amenazante que sea el entorno, hasta las conquistas parecen procesos naturales. Si, como decía Manolo Marinero, para Wim Wenders el viaje era el último resquicio de la aventura, en “Today we live” el amor parece el último cartucho del romanticismo tal y como lo entendía Howard Hawks. Si en otras películas suyas los personajes se resisten a enamorarse o prefieren no complicarse la vida más allá de la amistad, y sólo admiten o se dejan llevar por el amor cuando no les queda más remedio, aquí y desde el primer plano, el amor se impone como asidero existencial total, lo que verdaderamente importa. Parece como si el amor fuese el último clavo ardiente al que agarrarse cuando no se puede vivir con la libertad necesaria.
Los peligros que planean sobre “Only angels have wings”, “Rio Bravo”, “Red line 7000” o “Hatari!” son siempre entendidos por los protagonistas como parte indisoluble de su vida, son en cierto modo riesgos asumidos y hasta buscados, bien porque no saben vivir de otra manera o porque eligieron vivir así para no tener que hacerlo de una forma que no les gustaba, evitando rendir cuentas a nadie.
En “Today we live” por el contrario, y salvo por el personaje que interpreta Gary Cooper, un turista rico - que de todas formas acabará metido hasta el cuello en la contienda - el Hawks más clásico parece que se filtre por los escasos recovecos de libre albedrío que aún puedan quedar. Es significativo que en ese empeño en mostrar la voluntad de los personajes para conducir sus vidas, no parezcan existir órdenes ni jerarquías militares y cada acción aérea o naval surja de aparentes impulsos individuales. En ese sentido, “Today we live” vendría a ser el reverso de “They were expendable” de Ford, donde toda la trama se vertebra sobre la espera y la distracción, el escrupuloso acatamiento de lo ordenado.
Así, lo mejor del film son esos momentos de plenitud y penetración verdadera de los sentimientos, que jalonan y avivan el fuego interior del film. Cómo iluminan las velas a Joan Crawford antes de aceptar casarse con Robert Young y cómo Hawks aguanta el contraplano de éste, aquel momento cuando la pareja recuerda junto a Franchot Tone la época en que eran niños y todavía había canciones, el gesto de Gary Cooper mientras contempla el divertido entierro de la cucaracha Wellington, héroe de guerra, empezando a respetar a Young o su expresión al bajarse de la barcaza y reconocer por fin la valía de ese atribulado muchacho que había enamorado a Crawford, el abrazo final de Young a Tone al dirigirse contra el destructor alemán…
Para mí, su mejor película de la década junto a las dos que la clausuran.
3 comentarios:
Construímos las filmografías hacia atrás, y todos los menores de unos 90 años hemos visto antes "Rio Bravo" o "Red River" que "Today We Live", película que ni tuvo éxito ni apenas ha circulado por ahí durante muchos años. Que de hecho no está disponible en DVD oficial ahora mismo. Así que reina una imagen de Hawks entre seco, estóico e irónico, diametralmente alejada del romanticismo, sí, de un Borzage... aunque, ¿por qué olvidar tan aprisa "-only Angels have wings" o "To Have and Have Not", o la despedida de Coleen Gray (definitiva) en el bloque inicial (y más sublime) de "Red River"? Algo le pasó a Hawks, pero desde "Río Rojo" rehuyó el dramatismo, la expresión de los sentimientos, la pasión, salvo una vez, con argumento propio, y fue uno de sus máximos fracasos críticos y comerciales: ¿por qué ese duradero rechazo, escarnio, olvido de su raro retorno tardío al arte de conmover, y no sólo divertir e interesar, en "Red Line 7000"? Ah, qué peligroso es que un autor, de vez en cuando, muestre un rostro que no coincide con el de su totem: Ford en "Cheyenne Autumn" o "7 Women", Hitchcock en "The Trouble With Harry", o "The Wrong Man" o "Topaz", Renoir en "Cordelier"...
Miguel Marías
Sí, con "To have and have not" es con la película con que parece tener más puntos en común "Today we live". Y desde luego "Red line 7000" recupera, a contracorriente y enmedio de la incomprensión general, otra vibrante historia de amores juveniles como no lo hacía desde los años 30.
Mi favorita de Hawks es "Red River", seguida de cerca por "To have and have not" (de la que siempre me molestó esa eterna comparación con "Casablanca", con la que no tiene gran cosa que ver y a la que supera ampliamente) y luego vendrían "Red line 7000", "Man´s favorite sport?" y "Only angels have wings".
Debo decir que el "Scarface" de De Palma, con todas sus muecas y exageraciones me parece tan bueno como el original y hasta más divertida.
"Land of the Pharaohs" es una película que amo pero aún no entiendo. Es un misterio para mí como lo fue durante años "Der tiger von Eschnapur", hasta que entré en ella.
Te he leido ya en algún sitio tu fijación con "The trouble with Harry", es un film sorprendente.
En "Topaz" y "Cordelier" coincidimos. Es mi segundo Hitchcock favorito tras "Vertigo" y mi Renoir favorito, incluso por encima de "The river". Hace un par de días he enviado una lista de 50 favoritos a One Line Review, que están haciendo un world poll y he puesto "Cordelier".
De Naruse, "Midaregumo" y a un centímetro "Shuu", que casi la pongo. Tal vez la próxima vez.
No tiene nada que ver salvo el título, no es tan nueva ni resulta en su tiempo innovadora, pero, sí, como película sobre el gangsterismo el "Scarface" de De Palma me parece hasta mejor (menos abstracto) que el de Hawks.
Lo bueno de que alguien tenga dos o tres lados, dos o cuatro caras, más de una personalidad, es que al hacer cine (o música, pintura, novelas) lo manifieste. Sólo el conjunto nos lo retratará por entero. No entiendo la manía de ir siempre a lo más común y rechazar lo atípico (a lo mejor porque no tuvo ocasión, o era un peligro para su carrera futura, quizá por eso al final de ella se atreven a todo).
Miguel
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