Está uno tentado de considerarla, en un arrebato más o menos ditirámbico, la mejor actriz de todos los tiempos.
Su vida es un misterio y es posible que Setsuko Hara aún viva hoy en su antigua casa de Kamakura, junto al mar y junto al recuerdo de su querido Yasujiro Ozu.
Retirada del cine en 1963, cuando sólo tenía 43 años, por razones que sólo ella sabe, Setsuko (Masae Aida de nacimiento), no ha permitido nunca que nadie perturbe su vida privada. Apenas se sabe nada de sus relaciones sentimentales ni de su familia. Es imposible localizar entrevistas y fotos fuera de plató. Ni un mísero rumor que echarse a la boca. La fama le es desconocida. Sólo está la “explicación oficial” de su adiós al cine: no disfrutaba especialmente rodando y sólo lo hacía para mantener a los suyos. Pocos años después de la muerte de su amigo Yasujiro Ozu, con el que compartió tal vez muchas ideas vitales, se fue para no volver.
La memoria cinematográfica de los espectadores nipones va unida inexorablemente a los rostros de sus estrellas más emblemáticas: Kinuyo Tanaka, Machiko Kyo, Hideko Takamine (estas dos últimas, también vivas), entre las mujeres o Masayuki Mori, Eitaro Shindo, Chishu Ryu entre los hombres, todos ellos actores y actrices extraordinarios y tan diferentes entre sí como los occidentales, a pesar de esa idea tan extendida, por desconocimiento, de la uniformidad del estilo de interpretación oriental. Nada tiene que ver la tranquila y sensible Setsuko Hara con la misteriosa Machiko Kyo, ni ésta con la elegante y delicada Hideko Takamine; y en nada se parece el estilo torrencial de Toshiro Mifune al estilo zen de Chishu Ryu.
Setsuko, unida para siempre a la serie de películas que protagonizó para Yasujiro Ozu, empezó en el cine muy joven, a los 15 años y con 26 ya alcanzó notoriedad en la extraordinaria “No añoro mi juventud (Waga seishun ni kuinashi, 1946)” de un primerizo Akira Kurosawa, aún lejos de definir un estilo propio, pero que dio al principio de su carrera varias de sus obras mayores, muy superiores a muchas de las que luego le granjearían fama mundial, como sobre todo su impresionante versión de “El idiota (Hakuchi, 1951)” de Fedor Dostoievski, que protagonizó Setsuko junto a un inolvidable Masayuki Mori. Su personaje hierático y fascinante a lo Marlene Dietrich, pulveriza cualquier crítica que alguna vez se haya hecho a una supuesta falta de recursos en su forma de abordar un personaje.
Poco antes, en 1949 y por primera vez en manos de Ozu, rueda la obra cumbre de su carrera, y una de las máximas obras maestras de todo el cine japonés: “Primavera tardía (Banshun)”, que debiera ocupar la extensión de este artículo por sí sola y donde quizá interpreta al personaje, por la información que se tiene sobre ella, más cercano a su propia personalidad: la sacrificada y devota hija de Chishu Ryu (que fue a Ozu, lo que John Wayne a Ford, su actor fetiche y su mejor amigo), que se niega a contraer matrimonio para poder vivir con su padre, que a su vez tendrá que ingeniárselas para conseguir que ella pueda vivir su propia vida… a costa de su soledad. La inextricable combinación de cotidianeidad y reflexión “en el instante”, que sólo Rossellini llevó tan lejos, los limpios planos de una precisión cartesiana y la mirada al discurrir del tiempo (la gran tragedia vital) que caracterizan el cine de Ozu, alcanzan aquí un grado de perfección inigualado antes o después. El misterio de cómo un film tan claro y diáfano como el agua puede llegar a ser tan profundo y emocionante sigue siendo insondable por muchas que sean las veces que uno se acerque a él.
Posteriormente llegarían títulos como “Verano temprano (Bakushu, 1951)”, la genial “Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953)” - que sigue siendo una de las películas más estremecedoras sobre la vejez junto a “Make way for tomorrow” de Leo McCarey (1937) -, “Tokyo boshoku (1957)”, “Otoño tardío (Akibiyori, 1960)” y “El otoño de la familia Kohayagawa (Kohayagawake no aki, 1961)” - otra de sus obras máximas -, películas de tonalidad tan parecida que cuando hace mucho que no se las revisa llegan a confundirse en la memoria; con argumentos que son anécdotas, más amargas conforme avanzan cronológicamente, secas, llenas de pequeños detalles y que parecen capítulos de una misma historia, como la serie de westerns de Budd Boetticher con Randolph Scott.
Durante esos años, Setsuko hizo cinco incursiones con otro de los gigantes del cine japonés: Mikio Naruse. Con él rodó sobre todo dos obras maestras: “El sonido de la montaña (Yama no oto, 1950)” y “El almuerzo (Meshi, 1951)”, sobre sendas novelas de Yasunari Kawabata y la gran Fumiko Hayashi, respectivamente. La primera de ellas especialmente y al igual que “Primavera tardía” es tan buena como las mejores de Robert Bresson, Marc Dosnkoi, Charles Chaplin, Frank Borzage, Carl Th. Dreyer o Eugenii Bauer y tranquilamente se puede calificar como una de las grandes obras de arte del siglo XX.
Nunca trabajó con Mizoguchi ni con Gosho y sólo en películas aisladas con Yoshimura, Shimazu, Kinoshita o Inagaki, pero está al nivel de una Ingrid Bergman, una Deborah Kerr o una Janet Gaynor, actrices naturales que eran capaces de hacer muchas cosas en una misma escena, de interpretar en movimiento, de dejar ver lo que pensaban, que es lo que distingue a las verdaderamente grandes, antes que la capacidad de tener varios registros en películas distintas (idea trasnochada sobre la grandeza de un intérprete).
No figurará en las típicas antologías dominicales sobre el cine y no parece probable que a nadie se le ocurra dedicarle el típico biopic, que nos cae encima cada poco, lleno de exageraciones sobre sus correrías. A su probable perfil “a lo Garbo” se le puede sacar poco partido.
Y es que reclamar “un lugar en el sol” para Setsuko Hara no es empresa fácil en los tiempos que corren. El personaje al que se le asocia no goza precisamente de popularidad hoy día (tanto daría que fuese hombre o mujer): recta, entregada a unos principios morales inamovibles, estando buena parte de su felicidad en la de los demás, dispuesta a sacrificarse por los que quiere (y la quieren), decente, que se muestra herida o exultante íntimamente, sin exhibicionismos gratuitos ni alharacas, que se da poca importancia y que es capaz de sobreponerse por sí misma a sus problemas sin quejarse ni hacerse la víctima. Yo conozco personas que son así.
7 comentarios:
Hola. Te invitamos a visitar nuestra publicación sobre cine y literatura. Un saludo.
¿has visto "Millennium Actress" de Satoshi Kon?? se dice por ahi, que Kon se inspiró en la vida de Setsuko Hara para esta peli de animacion.
por cierto, estupendo blog, felicidades :-)))
No conozco "Millenium actress". Intentaré echarle un vistazo.
Gracias por tu comentario
http://sssire.blogspot.com/2007/02/millennium-actress-2001-de-satoshi-kon.html
completamente de acuerdo con el blogger setsuko hara es una actriz maravillosa y realmente difícil de situar en este siglo XXI convulso y lejano a su dulzura interpretativa y cargada de matices
Hermosas casualidades de la vida, me llevan a este apartado en el que se menciona a la enigmática, dulce e inigualable actriz japonesa. Sólo puedo dar las gracias por los comentarios...
Excelente y bello artículo, sobre una actriz fascinante, una mujer que transmite belleza y bondad a partes iguales. Enhorabuena.
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